POR GUSTAVO GRABIA
BORRACHOS DEL TABLÓN
Acerca de los delincuentes que no quieren a River
¿Y quien dice que los barrabravas quieren a River? En verdad, son extorsionadores que exprimen al club con la excusa de su simpatía por los colores y la historia de ese club. Pero no hay dirigentes que los enfrenten. La nota del diario Olé fue reveladora de las complicidades:
Más atrás, Héctor Godoy, Caverna, líder de la barra, barbita candado incipiente, arengaba. Cuando se hizo el hueco, Chiwi y Tato, de la facción Budge, se mandaron.
El Gordo Ale, jefe de ese grupo que era tercera línea y ascendió tras la fractura de la barra, mandó a tres más como apoyo. El papelón se consumaba. La acción de intimidación, como los cantos previos, siempre contra los jugadores, nunca contra la dirigencia. Así en la época de José María Aguilar, así en la época de Daniel Alberto Passarella.
La bandera de Cristina=Evita=Perón esgrimida en la cancha de Quilmes en el empate contra Estudiantes fue la última prueba de amor. Y con la Policía, la barra oficial tiene una relación umbilical.
A punto tal que, diez días atrás, la Federal convocó a un ex barra de la otra facción apodado Chaca, apuñalado en la puerta del club, para identificar a sus agresores. En las fotos que le mostraron no estaba la de Caverna, a quien Chaca presuntamente apuntaba. La Policía dijo no tenerla. Raro: en la primera lista de derecho de admisión confeccionada cuatro años atrás y que Olé conserva, la imagen estaba, y nítida.
Algunos ven componentes desestabilizadores de la segunda línea de Passarella, para hacer que éste se bajara del barco con escándalo incluido, movida que la barra vería con buenos ojos porque el Kaiser, dicen, busca recortarles beneficios. Otros, en cambio, apostaban a un escándalo para provocar lo que no sucedió, que la revancha se jugara sin gente, y proteger así al ex Gran Capitán.
El único dato contundente es que siempre, esté quien esté al frente del club, los aprietes son para los que se visten de cortos, mientras en la semana, los barras merodean los pisos superiores del Monumental donde reinan los de pantalones largos, que han bancado a este monstruo de mil cabezas que ya nadie parece poder ni querer detener.