El precio del petróleo, anuncio de crisis terminal

Por Darío Valcárcel. Con el barril de petróleo a US$ 50, los gobiernos y la opinión pública se preguntan si estamos ante una nueva oscilación o en el comienzo de una crisis terminal. Los sabios convocados por la ONU habían adelantado su dictamen el año pasado: el calentamiento de la tierra no es ajeno a la combustión creciente de petróleo y carbón.

E insistían: hay que concentrar los esfuerzos, sin pérdida de tiempo, en la búsqueda y comercialización de energías renovables, que sustituyan a las reservas fósiles.

En la ecuación hay algunos datos seguros: el petróleo se acabará en 80 o 100 años, largo plazo para quienes piensan ahí me las den todas, corto para quienes aspiran a decidir o a influir. Algunos gobiernos y opiniones públicas, junto a la práctica totalidad de la comunidad científica, se enfrentan a compañías dispuestas a todo, decididas a interferir en el proceso.

El europeo medio está más que avisado. Estamos ante un problema de inabarcable complejidad. Pero hay también reflexiones comunes que conviene repetir. Al ciudadano medio no le resulta fácil calibrar el peligro. El desorden internacional puede crecer, de pronto, hasta grados de dificil control.

El plan de algunas compañías se desarrolla con sordina. Es dificil que tenga éxito porque otras grandes compañías (BP, Total, Shell, o las españolas Repsol y Cepsa) discrepan de las que buscan beneficio rápido y consumo sin límite. Su criterio es así de simple. Frente a él solo pueden oponerse estados firmes, gobiernos capaces, parlamentos decididos a mantener un debate permanente. El debate público es un peligro para empresas como Halliburton, empeñadas en taponar las fuentes de información y poner puertas al campo. Si logran tan solo aplazar la comprensión del proceso, será para ellos una gran victoria. Aplazar es ganar.

Otro hecho se cruza en el camino: en la presidencia de Estados Unidos hay, quizá por pocos meses, un equipo muy extraño. La parte del león está representada por Richard Cheney, antiguo responsable de Halliburton, punta del iceberg de los grupos que defienden -algunos de notable desvergüenza- el beneficio máximo en el plazo más corto. Son grupos que pelean contra el entramado legal que hoy les frena. La compra de políticos es su método. La distribución de dinero opaco es quizá el problema más grave que amenaza a la democracia americana y a las democracias en general.

El presidente Bush trata, hasta ahora sin resultado, de revocar la prohibición de perforar en las reservas protegidas de Alaska. Antes, en marzo de 2003, invadió Irak, asegurando que su decisión era ajena al petróleo. Decía que el dictador era muy malo.

Algunas compañías petroleras financian la campaña de Bush. La Unión Europea, con su gran poder diplomático (negociador) y su fuerza militar (nula hoy pero quizá no mañana) defiende estrategias como el protocolo de Kyoto, opuestas a Bush. En esa estrategia entran gobiernos, órganos de opinión y sobre todo cuerpos científicos, casi 2.000 sabios contratados por la ONU, articulados en tres grupos, organizados para acordar un plan que asegure antes de 2040 una ordenada sustitución del petróleo.

Los cambios en el mundo de la energía, lejos de ser coyunturales, parecen profundamente estructurales, de carácter tectónico, cambian las placas, modifican los datos del problema. Dentro de 20 años, China, taller del mundo, pasará de consumir 5 millones de barriles/dia a 11 millones (procedentes sobre todo de Rusia). Rusia y China, gran productor y gran consumidor, avanzan hacia un acuerdo. Son, recordemos, dos potencias que se enfrentaron a Bush en las votaciones del Consejo de Seguridad, en 2003, antes de la invasion de Irak. Pero Extremo Oriente no acaba en China: existen Japón y Corea. India recibe, al norte de Bombay, un gran gasoducto marítimo desde Omán. En torno a Brasil se forma otra alianza mientras los países del Caspio crecen y se abren interrogantes sobre el futuro de Arabia Saudí e Irak, primera zona mundial de reservas, 52.000 millones de toneladas en su subsuelo. Mientras tanto Estados Unidos dirige su mirada hacia sus vecinos americanos y al África subsahariana: Nigeria, Angola, Guinea Ecuatorial... Pero este movimiento produce reacciones reflejas. En América, Europa y Asia los gobiernos, la comunidad científica y la opinión pública se movilizan. Institutos en Nueva York, Washington, Los Angeles, Houston, también los de Paris, Londres, Berlin, Tokio, Singapur se han puesto en marcha en los años ochenta.

Dificultar la extensión de la alarma favorecería un gran diseño especulativo en torno al petróleo y al carbón. Los beneficios contables (trimestrales, anuales) se antepodrían a los criterios cientificos o morales. Algunos se sorprenden. ¿Hablan ustedes de moral? Sí. Sin una moral pública pactada, acordada, no puede organizarse una sociedad. ¿Son términos apocalípticos? Exactamente. Apocalypsis now. Este es el lado que llamamos moral. La especie ha hecho frente a sus grandes desafíos con prudencia y coraje. Repetimos: la prudencia no es temor, ni parsimonia, ni pusilanimidad, sino capacidad de analizar, discernir y actuar. Entre 2003 y 2004, la tonelada de carbón (US Benchmark) ha pasado de 28 a 61 dólares. Los stocks hierro, cobre, aluminio y zinc han caido, no solo por la pujanza china o india. El petróleo permanece como primer bien de consumo y primer negocio mundial. Su crisis terminal transforma todo: regreso de la energía nuclear (32 por cien de la electricidad de la UE); auge de las energías renovables, eólica, solar, biomasa, hidroeléctrica; investigaciones de Japón, la UE y EE UU sobre el hidrógeno...

No es imposible que acaben por articularse los tres campos, científico, político y de opinión pública, de los que depende un mundo sin petroleo. Para lograrlo, los dictámenes de los 2000 científicos de la ONU habrían de dotarse de un protocolo por el que los estados se obligaran a evitar los desordenes actuales. Segundo, y a riesgo de caer en grandes resumenes: la biosfera no tiene capacidad de absorber el carbón y el petróleo que aún es posible quemar. Tercero, la articulación jurídico-política de los nuevos tratados es una de las tareas más complejas que aguarda a los gobiernos (el petróleo deberia prolongar su vida doscientos años para asegurar el transporte aéreo, amenazado de colapso). Se trata de una doble e inesquivable necesidad: evitar la entropía a corto/medio plazo, logrando que lo conseguido en los últimos 5000 años no entre en fase de confusion. Organizar a largo plazo desde hoy, no desde mañana, la lucha contra el riesgo de extinción que amenaza a la especie. ¿Apocalíptico? Cuando sea inevitable, las grandes palabras servirán de poco.

Publicado en Edición Impresa.

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