Edición i: La Corte y la desvergüenza que supimos conseguir

POR GABRIELA POUSA En la revista Edición i, además de anticipars la ofensiva legislativa contra los ministros de la Corte Suprema, Augusto Belluscio y Antonio Boggiano, la autora reflexionó acerca de qué ocurre con el Poder Judicial y la inseguridad jurídica que el Gobierno y los periodistas progresistas no comprenden cuánto daña al país.

Mientras la dirigencia en su conjunto continúa debatiendo la cuadratura del círculo, la sociedad permanece atónita ante la falta de respuestas concretas.

Si bien desde el vamos, Néstor Kirchner alborotó el escenario nacional, no han sido tan originales los cambios. Con un viso medianamente poético puede corroborarse que hay cierta lógica en el modus operandi presidencial. Amén del vasto espacio librado a la improvisación, subyace una suerte de "estrategia" que consiste en mantener revuelto el escenario.

En un mar quieto, la más mínima piedra que se arrojase alteraría las aguas. Por el contrario, un mar embravecido resiste todo tipo de afrentas. Lo que caiga en él pasará inadvertido o sin trascendencia. Mientras, calzado el chaleco salvavidas, Néstor Kirchner observa como se hunden unos y otros.

Sin peronismo, sin transversalidad, sin Moisés que se le oponga abriendo las aguas para que pase el pueblo prometido, el santacruceño hace la plancha, manotea y, en definitiva, nada a sus anchas…

No lo altera algún que otro bote dando vueltas, a la deriva. Sabe que no hay puerto donde puedan echar anclas.

En este desorden de cosas no necesita desplegar grandes fuerzas para perpetuarse en el poder. Todo se embalsama, nada cambia sustancialmente cuando no hay reglas que indiquen, mínimamente, una senda.

Lo que debiera resultar insensato y contradictorio es que el Presidente se halle cómodo, cetro en mano, sin una corriente ideológica que avale y sustente tantos dislates y escasas razones.

Sin duda, Kirchner adhiere al decir filosófico según el cuál "el primer paso es lo único constante". De ese modo, una y otra vez regresa contra la alegoría peronista a la que apeló al comenzar su mandato: la embestida contra la Corte Suprema.

Para ello es menester rescatar que supo utilizar un mecanismo efectista: cadena nacional de radio y difusión. El contenido de la oratoria se desdibujó ante semejante escenografía y no seamos necios negando lo que sabemos cierto: gran parte de la ciudadanía en ese entonces, aplaudió. No es pecado haber creído, quizá lo sea volver a creer…

Aunque el ataque a la Corte admite una lectura netamente interna, al tocar sin indirectas la suerte de Carlos Menem (o al menos, creer que se estaba logrando torcerla) cabe advertir en la estocada, un rasgo sobresaliente de la personalidad del Presidente.
Kirchner se considera a si mismo una institución. De se modo, ¿para qué velar por otro régimen institucional?

No le fue complejo desequilibrar un Poder Legislativo que, a fines de 2001, no lograba superar el 1% de imagen positiva en la ciudadanía. Tampoco le fue difícil arremeter contra un Poder Judicial con serias desavenencias y al cuál el pueblo demanda ahorros y esperanzas.

Si hacemos una proyección en tiempo y espacio, se verá que la Corte Suprema de Justicia ha sido una de las instituciones más estables mientras el país se hallaba en procesos de desarrollo o crecimiento. ¿Cómo podríamos contar con una Corte sin interferencias en una situación literalmente opuesta? Teniendo en cuenta ese antecedente como una suerte de jurisprudencia, es impensable conquistar un Tribunal Máximo sin sobresaltos con un presente estático fundado en miseria y caos. Así pues, Kirchner sólo debió soplar para que caigan las vendas.

En la balanza, los platillos han tenido causas a favor y en contra de los mismísimos magistrados. La mayoría estuvieron sentados tanto en el estrado como en el banquillo de acusados. De allí que el fiel no lograra equilibrarse para definir una absolución incuestionable. Todo puede ser y no ser en ese aspecto. Lo que es justo para unos es injustificable para otros y, en contrapartida, la Justicia misma deviene utopía.

Lo que resulta asombroso es que una institución como la Suprema Corte, establecida por Bartolomé Mitre en 1862 tras la batalla de Pavón pueda estar en este ahora más cerca de los desencuentros que de las unificaciones necesarias.

La Corte nació con 5 miembros electos por cláusula constitucional, es decir acorde a la Carta Magna de 1855: propuestos por el Ejecutivo y designados por el Senado.

Durante 85 años, la renuncia o el fallecimiento fueron las únicas causas para poder remover o reemplazar a algunos de ellos. La estabilidad del organismo encuentra quizá cabal reflejo en la permanencia al frente del mismo, del doctor Antonio Bermejo, durante 25 años ininterrumpidos. Bermejo había asumido como titular durante la segunda presidencia de Julio A. Roca -en 1904- y recién tras su deceso, en 1929, fue reemplazado por José Figueroa Alcorta.

Los altibajos en el Tribunal Supremo comenzaron con el peronismo. La ruptura de su estabilidad institucional encuentra su raigambre durante la primera presidencia de Juan Perón. La mayoría de legisladores justicialistas logró que se reemplacen cuatro de los cinco miembros. El gobierno de la Revolución Libertadora, en 1955, designó una nueva Corte que operaba como brazo político de la nueva administración. Posteriormente, y con Arturo Frondizi en la Presidencia, el número de miembros ascendió a siete, sin que ello modificara, sin embargo, su ya mencionada dependencia. La llegada de Juan Carlos Onganía al poder en 1966 decidió acabar con ésta y nombrar una corte propia con cinco miembros, conforme a los intereses que primaban en ese entonces. El quinto cambio de fondo, tuvo lugar con motivo de la asunción de Héctor Cámpora. Todo cuánto pueda argumentarse es zozobra.

En 1983, reinstaurada la democracia, se designan nuevos miembros y comienza una historia de pactos que tienen al Poder Judicial como moneda de cambio.

Posiblemente, la reestructuración más polémica se dio tras la llegada al gobierno de Carlos Menem, en 1989, cuando la sombra y la incontinencia de Raúl Alfonsín por mantenerse en el ejercicio del poder logró aumentar a nueve los miembros del Magisterio mediante el artilugio conocido como el Pacto de Olivos.

A juzgar por las crónicas marcianas de nuestra benemérita Patria, el Tribunal Máximo de Justicia quedó constituido políticamente por cinco "menemistas" y cuatro "alfonsinistas". En ese entonces aún estas divergencias y categorías podían realizarse sin tanta necesidad de ADN como sucede hoy día si pretendemos establecer preferencias hacia determinadas figuras políticas…

Queda Adolfo Vázquez en lista: Pues bien, lo que resulte del juicio político que se está analizando en el Parlamento sería el décimo cambio por razones políticas, no emanadas de la regla constitucional. ¡Vamos Argentina todavía! Tenemos un Guiness propio de récord pavorosos…

Durante sus primeros 85 años de vida institucional, la Corte se mantuvo coherente a su normativa constitucional. En los posteriores 57 años el "todo vale" sacó visa al desajuste maniqueo y con pasaporte de seudo inocencia permitió todo juego de naipes en el seno de ella. No en vano hemos llegado a este deterioro en que nos arrastramos. Bajo estas circunstancias pensar que el nuevo cambio de los miembros de la Corte puede reestablecer la institucionalidad del Poder Judicial, es ingenuo. En algo, al menos, seamos serios.

Ahora bien, si nos atrevemos a un ejercicio intelectual para intentar definir quién fue el primero en promover un enjuiciamiento político a jueces del organismo, hasta el Ministro de Educación se pondría contento por la velocidad en el modo de relacionar la historia con la actualidad. Y es que en trance de innovaciones el peronismo ha estado siempre a la vanguardia… Posiblemente por ello, hoy no sepamos aún de qué se trata el mentado movimiento. Perón inició el primer proceso de remoción política de jueces que culminaría con la destitución de todos los magistrados menos uno. ¡Sí! Adivinó…El juez adicto al General se mantuvo en su cargo.

Las razones para este juicio fueron eminentemente políticas, Perón había arribado a la Presidencia en junio de 1946, con la mayoría en las dos cámaras parlamentarias y los gobiernos de provincia, leales a su causa.

¿Por qué abandonar al Judicial a la soledad del poder? Solidario pues, Perón fue por él.

Ante la Asamblea Legislativa que le tomara juramento, no apeló a indirectas, artilugios ni pretextos: "Pongo el espíritu de la Justicia por encima del Poder Judicial. La Justicia, además de independiente, debe ser eficaz. Pero no puede ser eficaz si sus conceptos no marchan a compás del sentimiento público".

¿Cuál era el sentimiento público al que aludía? ¡El peronismo! Idéntica doctrina aplicarían varias décadas después discípulos de la talla de Judas, dar nombres es redundante si a todos les cabe el sayo.…

El camino utilizado –sin desvirtuar el carácter de la Constitución- para modificar la Corte fue el juicio político. El elegido para proceder en consecuencia fue el entonces diputado Rodolfo A. Decker, titular del bloque oficialista.

Un mes después de instaurado el gobierno, se presentó el pedido de juicio político contra Antonio Sagarna, Benito Nazar Anchorena, Francisco Ramos Mejía y Roberto Repetto. Quién salió ileso de la contienda fue Tomás D. Casares incorporado a la Corte durante el régimen presidido por el general Edelmiro J. Farrell.

A la hora de encuadrar a los magistrados en algunos de los cargos previstos en el artículo 45 de la Constitución Nacional: "Mal desempeño; delitos en el ejercicio de sus funciones; crímenes comunes" el ‘todo vale’ volvió a ser el método ideal.

En esos días, el argumento considerado más oportuno se basó en las acordadas de la Corte de 1930 y de 1943: "legitimación de los gobiernos de facto".

Un detalle: No parecen haber advertido que en el segundo caso, los propios demandantes eran usufructuarios directos de esa asonada militar.

La oratoria peronista de alta estofa logró dar con fundamentos lo suficientemente irracionales como para que pasara inadvertida la cuestión. El diputado Rodolfo A. Decker explicó sin titubeos: "El juicio de responsabilidad no se sigue a instancias del Poder Ejecutivo, sino de la Cámara de Diputados, que nada tuvo que ver con el movimiento revolucionario".

Maquiavelo quedaría boquiabierto. Intentaban denostar al régimen militar instalado en 1943 absolviendo a Perón de toda responsabilidad cuando éste había detentado, nada más y nada menos, que tres cargos con retención simultánea: la Secretaría de Trabajo y Previsión, el Ministerio de Guerra y la vicepresidencia. ¿Qué diría Néstor Kirchner de suceder esto hoy día?

La justificación fue irrisoria "En definitiva, el hoy presidente de la nación sólo entró a formar parte del gobierno de facto cuando la legalidad de sus funciones estuvo declarada por la Suprema Corte." Según se leyera, este párrafo o este otro:

"El pueblo ha aprobado con su voto a la revolución, sufragando por el hombre que con su política matizó el sentido del pronunciamiento de 1943", podría considerar beneficioso o deleznable el derrocamiento del presidente Ramón S. Castillo. Democrática arbitrariedad para un tema de justicia…

El 30 de octubre, bajo la presidencia provisoria de Alberto Teisaire, en el senado se leyeron las acusaciones. Los demandados recibieron una semana más tarde la notificación oficial. El 4 de diciembre, el vicepresidente, Jazmín Hortensio Quijano, inició las sesiones donde se escucharon los alegatos defensores.

-El artículo 25 del reglamento de juicio político -observó Quijano- dispone que la Comisión Acusadora de Diputados ocupe un palco bandeja, mientras que los señores defensores tengan asiento en un lugar similar...

-¿Me permite, señor presidente?- Alfredo L. Palacios no podía mantenerse en sí. -No voy a discutir, simplemente quiero significar que eso de hacer sentar en la barra a los defensores de la Corte Suprema es un agravio. No hay precedente alguno, aquí ni en el mundo civilizado, que autorice este procedimiento"

Hoy, ya está claro: lo que sucede en el mundo civilizado no sucede aquí… La barbarie ha ganado.

Palacios continuó: ¡Si los jueces son enemigos de los acusados, no hay tribunal ni hay justicia!" Luego, meditó unos segundos y, antes de retirarse del recinto, obviando la deslealtad de los eufemismos, enfatizó: "¡Lo que no hay es vergüenza!"

La constancia en el mantenimiento de las epopeyas vacías parece pues haber calado profundo en nuestra dirigencia. Quizá lo que no haya en estos días sea, siquiera, conciencia.

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Edición i, Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 2004.

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