Réquiem para Yasser Arafat

Carlos Corach escribió una columna publicada en el diario de Julio Ramos, donde relata su visita al Estado de Israel y su posterior excursión a Gaza, donde tuvo la oportunidad de toparse con Yasser Arafat, a quien describe con admiración por su perseverancia en la lucha y dedicación al pueblo palestino. El ex funcionario menemista se muestra conmovido por los impactantes contrastes que existen entre el territorio israelí y el que está bajo dominio de la Autoridad Palestina y concluye su ensayo con algunas preguntas acerca del sangriento conflicto que sigue vigente.

POR CARLOS CORACH (*)

Transcurría el mes de marzo de 1996, y la visita oficial que estábamos realizando al Estado de Israel estaba a punto de culminar con la audiencia concedida por Yasser Arafat a la delegación argentina que presidía en calidad de ministro del Interior. Mientras los autos oficiales israelíes nos conducían a uno de los pasos habilitados para acceder a Gaza desde Israel, repasaba mentalmente la parábola mítica del líder palestino. Me impresionaba su heroica tozudez, su jefatura indisputada del pueblo palestino, el más inteligente y preparado del Medio Oriente, de cuyas filas se nutre la gran mayoría de los cuadros técnicos e intelectuales del mundo árabe (algún autor los llamó los judíos de Medio Oriente). Me angustiaba el callejón sin salida en que se encontraba la situación de los pueblos israelí y palestino.

Finalmente, llegamos al paso fronterizo, trasbordamos al auto blindado personal que el jefe palestino nos envió para nuestro traslado dentro de Gaza, dejamos atrás la escolta israelí y nos adentramos en territorio de la Autoridad Palestina. El contraste brutal nos oprimió el pecho. Ni carreteras, ni calles asfaltadas, ni servicios elementales, aguas servidas en las calles, casas destruidas o deterioradas, conjuntos de adolescentes ociosos en las veredas, pobreza, resentimiento... Habíamos retrocedido en el tiempo décadas, en comparación con lo que habíamos visto en el Estado de Israel.

Arafat nos recibió en la puerta de su modestísima y austera residencia con la tradicional bonhomía y cortesía de los árabes, nos hizo sentir la calidez de sus sentimientos respecto del pueblo argentino. Puso enorme énfasis en la posibilidad de mediación del presidente Menem y señaló su esperanza de que éste pudiera influir para desbloquear la reciente suspensión del ingreso de trabajadores palestinos en Israel, fuente principal de trabajo e ingresos para su pueblo. Fueron dos cortas horas escuchándolo y planteándole algunos interrogantes. Nos hizo olvidar nuestra modestísima trascendencia y nuestras escasas posibilidades de influencia en el juego de las grandes potencias. Nos despedimos y lo dejamos allí, en medio de su pueblo; casi podría decirse, en medio de un polvorín.

• Balance

Han pasado casi diez años; todo sigue prácticamente igual, Arafat acaba de morir, y es demasiado pronto para el balance objetivo. Pero algunas reflexiones deben hacerse, sobre todo, con vistas al futuro.

¿A quién le conviene este estado de cosas? Es difícil contestar, pero lo que es seguro que a quienes NO les sirve es a los pueblos israelí y palestino. ¿A qué extremos de progreso y bienestar podría llevar la pacífica convivencia de ambos pueblos, dotados de singulares capacidades intelectuales, técnicas y morales? ¿Pudo Arafat avanzar por ese camino? ¿Pudo cimentar la segura y pacífica convivencia de dos Estados, condenados a vivir juntos por la geografía y por la historia? ¿O fue condicionado por la incomprensión de fundamentalismos de distinto signo, tanto israelíes como palestinos, y el cálculo mezquino de algunos Estados árabes?

Decía un gran estadista argentino, «entre la sangre y el tiempo, prefiero el tiempo» para alcanzar los objetivos políticos de una nación. En el Medio Oriente ha corrido la sangre y ha pasado el tiempo, y aún no se avizora la salida.

Una dirigencia que no puede integrar a su pueblo en los mínimos beneficios de su tiempo ha fracasado. Una dirigencia que no puede garantizar la paz y la seguridad también ha fracasado.

Quizás ha llegado el momento de que, como un tributo a la memoria del jefe muerto, se haga un alto en el camino y, reordenando prioridades y objetivos, la dirigencia de ambos pueblos avance hacia la libertad, el progreso y el bienestar, que son, sin duda alguna, tributarios de la paz.

• Objetivo

Su vida fue lucha permanente. Estuvo siempre junto a su pueblo. Su vida fue austera y sacrificada. Su único objetivo fue servir a su pueblo. Queda por hacer el balance después del merecido homenaje.

Habrá por estos días cataratas de palabras, inflación de elogios, críticas desmesuradas, pero el telón de fondo es siempre el mismo: el pueblo palestino, sus padecimientos, sus carencias, sus desmesuras, el diario tributo de sangre de dos pueblos probados por los devenires trágicos de la historia, el terrorismo injustificable, las pasiones salvajes, los niños sacrificados en la Intifada, los inocentes masacrados en las calles de Israel.

Esta tragedia no debe continuar. Israel debe ayudar a consolidar un Estado palestino moderno y eficiente, con la ayuda internacional. La dirigencia palestina debe reconocer el derecho a la existencia del Estado judío, sin reticencias ni dobles discursos. Y ambos, trabajar para un inevitable futuro común.

Un nuevo camino debe abrirse hoy.

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(*) Ex ministro del Interior y columnista de Ambito Financiero.

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