Ciudad Microsoft, un sueño tech americano

35.000 personas de los 5 continentes tabajan en Redmond, estado de Washington, USA, donde William Gates III tiene su fortaleza. No hay horarios y cada trabajador puede decorar su despacho como le de la gana, excepto pintar graffitis en las paredes.

POR PABLO ROMERO (*)

Redmond, una pequeña ciudad algo desangelada a 20 minutos de Seattle, se desparrama entre colinas y bosques frondosos.

En mitad de este idílico paisaje, con el nevado monte Rainier al fondo, Microsoft tiene sus tripas repartidas en más de 50 edificios, entre árboles y césped perfectamente recortado.

Nada menos que 35.000 personas venidas de todo el mundo trabajan en este lugar. Aquí se diseña el software que hace funcionar a 9 de cada 10 computadoras del mundo.

El llamado Campus de Microsoft tiene tres grandes áreas separadas por una autopista, 10 enormes cafeterías donde se sirven almuerzos (una de ellas tiene un trozo del Muro de Berlín), un gimnasio y varios campos de deportes.

Lo primero que sorprende a quien visita la sede de Microsoft es que no hay una entrada al Campus, no hay grandes carteles ni vallas ni puertas.

Llama la atención la aparente falta de medidas de seguridad, sobre todo teniendo en cuenta la obsesión estadounidense por los ataques terroristas.

No obstante, el casi invisible sistema de vigilancia es muy sofisticado, y miles de cámaras registran cualquier movimiento. A los edificios sólo se puede acceder con una tarjeta de empleado, que dispone de un chip de identificación.

Además, existen normas estrictas que rigen la vida en el Campus.No sólo está prohibido fumar en el interior de los edificios, sino que para encender un cigarrillo el fumador tiene que separarse al menos 10 metros de la entrada.

Millones de líneas de programación se escriben a diario en esta ciudad del software.

Sin embargo no hay ruidos, nadie parece tener prisa. Tampoco hay horarios. Entre los amplios aparcamientos y los edificios hay un goteo constante de empleados.

dolescentes con granos y hombres de cierta edad; jóvenes con camisa recién planchada y veinteañeros con aspecto de genio loco, con gafas gruesas y abrigo de cuero gastado. Todos ellos van y vienen en un ambiente casi aséptico, donde no se ve ni siquiera un papel en el suelo.

Miles de despachos se distribuyen en interminables pasillos.La idea es que cada empleado tenga el suyo propio, un privilegio que pocas empresas pueden permitirse.

Los trabajadores más antiguos (independientemente del cargo) tienen derecho a ventana, y los interiores son para novatos. Y es una regla que se cumple a rajatabla, incluso entre trabajadores cuyos contratos se llevan días.

Por tanto, no es extraño que un empleado cambie de lugar de trabajo varias veces en un año, o bien que algún que otro pez gordo recién contratado se tenga que conformar con un cuarto sin vistas.

Los trabajadores pueden personalizar sus despachos, aunque hasta cierto punto. Ya no está permitido pintar las paredes, debido a los costes que suponía el traslado de un empleado a otro despacho.

Cuentan como anécdota que en cierta ocasión un informático se dedicó a hacer graffitis en las paredes y varios compañeros, entusiasmados, se unieron a él, hasta que las pintadas invadieron los pasillos.

No obstante, el detalle de la pintura parece ser lo de menos para algunos informáticos de Microsoft, por lo que los pasillos están llenos de contrastes.

Hay cuartos austeros (mesa, silla, PC) junto a leoneras dedicadas a películas como La Guerra de las Galaxias o Star Trek, pasando por estancias abarrotadas hasta el techo de papeles y discos ópticos, banderas, pósters, etc.

Los empleados también tienen libertad para llevar al trabajo cualquier cosa, lo que quieran, para sentirse más cómodos en sus puestos de trabajo.

Algunos disponen en sus despachos de sofás, incluso de camas, para echar una siesta. Aunque la palma se la lleva una enorme mesa de billar de madera, propiedad de uno de los programadores, que se encuentra en una especie de sala común y abierta en la tercera planta del edificio 34.

Uno se puede encontrar en el Campus con personas de prácticamente cualquier nacionalidad.

Nadie es inaccesible o inalcanzable. El propio fundador, Bill Gates, tiene su despacho en una esquina del edificio 33 (su ventanal se puede ver desde una cafetería) y va al trabajo en un Lexus de color azul o en un Porsche que conduce él mismo.

Camina entre los empleados como uno más, y dedica su tiempo a trabajar en lo que más le gusta, el desarrollo de nuevos productos y tecnologías, tras haber delegado la presidencia ejecutiva en el hiperactivo Steve Ballmer.

Ballmer es muy conocido por sus presentaciones espectaculares en público y por sus ansias de motivar a todos y cada uno de los empleados de Microsoft.

Pese a su alto cargo en la compañía, no es extraño verle en el gimnasio del Campus, sudando la camiseta al lado de los demás trabajadores, como uno más .

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Crónica, El Mundo, Madrid, España, 2004.

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