AGROPOLÍTICA

El maíz y el choque que viene

Además de cuota Hilton y trigo, ¿quiere otro punto de colisión entre el campo y el Frente para la Victoria? El maíz. Inevitable.

por SUSANA MERLO
 
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Campo 2.0). Aunque el maíz y la política no parezcan tener mayor relación, hoy por hoy el caso de este cereal es, probablemente, uno de los ejemplos más demostrativos de los resultados concretos de una determinada política en el mundo real.
 
Esto, en el caso de la Argentina, muy acostumbrada a hablar y a escuchar sobre la “sojización”, por lo que parecía un casi imparable avance de la oleaginosa (ahora también amesetado), habría que corregirlo a la “desmaización” que mostraría, en realidad, como es el rey de los cereales el que pierde terreno en forma sistemática a partir de la adopción y el mantenimiento de determinadas herramientas de política económica que no sólo determinaron una caída arbitraria de su renta sino que, especialmente, provocaron una gran inseguridad e inestabilidad en las reglas de juego, lo que operó en detrimento de la producción del cereal.
 
Un cálculo casi superficial indica que, por ejemplo, con un área de siembra de más de 7 millones de hectáreas, como llegaron a ocuparse en la década del ‘30, hoy la Argentina debería estar produciendo por lo menos 35 millones de toneladas en lugar de alrededor de 20 millones que se logran a duras penas.

Peor aún, si se aplicara el paquete tecnológico disponible, se podrían elevar los rindes promedio nacionales a más de 7 toneladas por hectárea, respecto de las menos de 5 actuales, lo que llevaría a la Argentina a unos 50 millones de toneladas anuales de maíz. Y todo esto teniendo en cuenta que ya hay cultivos experimentales en Chile que rondan el doble de ese rendimiento.
 
¿Cuál es el techo entonces?...
 
En realidad, el límite de producción del país no es físico. Como queda demostrado, la tecnología supera día a día sus propios récords. Así, en la época del área máxima, hace 80 años, los rindes que eran de 2 toneladas por hectárea, ahora rondan los 5 (aunque podrían ubicarse en 8 o 9), y el potencial de las semillas que ya salen a la comercialización pueden alcanzar las 15 o 16 toneladas.
 
Igualmente, muchas zonas en las que por limitantes de malezas que no se podían controlar, o por distintos insectos y plagas, el cultivo era imposible, mientras que ahora esa barrera se superó gracias a la ingeniería genética que da plantas resistentes o aptas. 
Y esto no termina ya que ahora las investigaciones avanzan sobre los suelos salinos, la sequía, y otra serie de restricciones que también paulatinamente irán siendo superadas.
 
Pero entonces, si el límite de producción no es físico, ¿Cuál es? Simplemente político.
 
En general, casi todos los países productores agrícolas tienen cosechas de cereales que superan a las de oleaginosas en un rango promedio de 70/30. En Argentina esa relación es inversa (desde hace años), ubicándose ahora en aproximadamente 55% (la gran mayoría soja) y 45% los cereales.
 
En casi todo el mundo se utilizan las rotaciones de cultivos para preservar el suelo, evitar la resistencia a los insecticidas y también a los herbicidas, cortar los ciclos, etc., mientras aquí se está tendiendo al monocultivo en muchas zonas.
 
En casi todo el mundo desarrollado, se utilizan cantidad de fertilizantes para manifestar el potencial productivo total del cultivo y compensar la extracción que se hace del suelo. En Argentina no ocurre así, y apenas se devuelve una parte mínima de lo extraído.
 
Pero no es porque los productores desconozcan las tecnologías, o sean inmunes al daño ambiental, o alguna otra razón, simplemente no lo pueden hacer porque la renta del cultivo no da, y esto ocurre (a pesar de los extraordinarios niveles internacionales de precios que se alcanzaron) por la manipulación arbitraria que hace el Gobierno, que impide que las cotizaciones reales lleguen a manos del productor.
 
Y las quitas no se refieren solo a las retenciones, si no también a los recortes extra que se producen por manejos con los permisos de exportación, los ROE’s, la apertura y cierre de los registros y toda una batería de medidas que bajan sustancialmente la renta y, simultáneamente, aumentan la inseguridad.
 
Por otra parte, el maíz es un cultivo comparativamente “caro” respecto a otros ya que mientras la siembra de una hectárea del cereal puede rondar los US$ 350, la de soja, por ejemplo, apenas cuesta US$ 230/250. Pero además, con la ventaja de que no va a tener restricciones a la hora de la venta ya que prácticamente se exporta toda, antes o después de su industrialización (y los que la industrializan son, mayoritariamente, los mismos que la exportan en grano o procesada).

Así las cosas, ¿por qué alguien correría riesgos mayores y haría inversiones más voluminosas que, en algún caso, hasta lo pueden poner al borde de salir del sistema?
 
Exactamente ese es el planteo, de corto plazo, que se hicieron muchos productores en los últimos años, y es la razón de que el área de siembra siga estancada en alrededor de 4 millones de hectáreas, y que la producción apenas “se acerque” al 40% de sus posibilidades.
 
En todo caso, lo que se puede destacar en favor del “modelo” es la coherencia pues, al no haberse hecho tampoco obras de infraestructura, si se hubiera duplicado la cosecha de maíz, hoy implicaría la pérdida de buena parte del producido al no poder sacarse de los campos, transportarse, ni embarcarse por falta de puertos…
 
Lo que se dice, una gran demostración de congruencia… lástima que “todos pierden”.

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