Por suerte en la prensa del interior hay excepciones a la genuflexión porteña

Sorprende la desinformación, el desinterés por la información, la genuflexión de los diarios argentinos acerca de qué está ocurriendo con el proceso de canje de deuda. (Ayer U24 publicó al respecto una completa nota de Fabián Doman). Y también acerca de la situación institucional de la Argentina, donde hay un Presidente inmovilizado por su inseguridad acerca del resultado del canje. El diario El Cronista es todo optimismo porque, en la Argentina, el grupo Recoletos vende publicidad al Gobierno y no ejemplares a la gente. Sorprende que Ámbito Financiero participe del desatino, en días como hoy. La Nación y Clarín no se pueden leer, pero desde hace tiempo. Infobae y Página/12, no existen (y cada día se asemejan). Por suerte Los Andes, de Mendoza, tiene un excelente editorial que pone algunos puntos sobre las íes:

Nuestra dirigencia no quiere entender que las soluciones deben encontrarse exactamente en el camino opuesto al que se viene siguiendo desde hace muchos decenios, porque quizás piensa más en la defensa de sus intereses corporativos que en el bienestar general.

A veces hay que volver a lo simple y esencial cuando se pretende entender los asuntos complejos.

Frente a la actual situación de la Argentina, cabría proponer revisar algunas ideas para saber si se corresponden con la realidad y para ello habría que poner entre signos de interrogación una afirmación que quizá no sea tal, como: la Argentina, ¿está en crisis?

Si lo está, ¿tiene salida?

Es posible que muchas personas arruguen el ceño ante estos interrogantes porque se supone que las respuestas son obvias.

Si la Argentina no crece en la medida de sus posibilidades, si se encuentra endeudada a límites intolerables, si está en entredicho la capacidad de la política para resolver asuntos, si aumentan los problemas sociales, si la educación, la salud pública y demás parámetros del bienestar general están en decadencia, si las instituciones están paralizadas y hasta agónicas...

¿Cómo pretender que no existe una crisis? ¿Cómo plantearse siquiera ese interrogante?

Pero, en primer lugar, ¿qué es una crisis? Quizás lo contrario de lo que se opina en la Argentina. La raíz latina de esta palabra deriva del griego "krisis", que se traduce por "decisión" y sus derivados tienen relación con decidir, separar o juzgar.

En su significación en nuestro idioma, crisis es "mutación grave que sobreviene en una enfermedad para mejoría o empeoramiento", "momento decisivo en un asunto de importancia", según el Diccionario Etimológico de Corominas.

Pues bien habría que replantearse si la Argentina estuvo alguna vez en estado de normalidad, porque sin normalidad no hay crisis.

La crisis supone "momento en que se debe decidir" porque es necesario el cambio, pero si la inestabilidad es permanente, claro está que no existe la inestabilidad, sino que la inestabilidad es un hecho concreto, la realidad. Sólo es.

Si el problema de la Argentina es la falta de crecimiento económico armónico, ¿cuándo en el pasado se vivió ese crecimiento?

Si lo es la insolidaridad, ¿cuándo la sociedad argentina fue solidaria?

Si lo es la falta de instituciones adecuadas, ancladas en la realidad, y respetuosas de sí mismas... ¿alguna vez existieron estas instituciones? ¿Acaso se dieron condiciones de gobernabilidad para el crecimiento, de respeto a las minorías, de cumplimiento generalizado a las normas, de acatamiento a la Constitución y a las leyes, durante algún período significativamente profundo y duradero de nuestra historia?

Si las respuestas son positivas, ¿cuándo se perdió el rumbo? Pero si son negativas, ¿cuándo se va a encontrar el derrotero?

No se promueve, por ejemplo, el reencauzamiento institucional.

El presidente Kirchner se ha propuesto fortalecer la autoridad presidencial, condición básica para asegurar la gobernabilidad, pero el Congreso sigue siendo una corporación vacía, intrascendente que delega -lo hizo siempre- en el Ejecutivo las funciones importantes que le reserva en exclusiva la Constitución mientras se ocupa de banalidades y la Justicia no asegura el derecho de las personas, sometiéndose también, en demasiados casos, al Ejecutivo.

Esto supone que de los tres poderes, sólo el Ejecutivo podría rescatarse, parcialmente; los dos restantes son losas de plomo para la República. Pero ni siquiera este escenario tiene algo de positivo, porque el peso excesivo del Ejecutivo y la parálisis de los otros poderes crea un desbalance que trastorna toda posibilidad de crecimiento económico y social sostenible en el tiempo y con un mínimo de justicia.

¿Cómo puede funcionar así un país? ¿Cómo se supone que los ciudadanos se allanarán a cumplir las leyes? Si no se cumplen las leyes, ¿Cómo podrá funcionar razonablemente la sociedad?

En octubre próximo habrá elecciones legislativas, y es legítimo interrogarse sobre qué cambiará después de renovados los cuerpos representativos; piense el lector en los posibles postulantes de los partidos políticos de su preferencia y respóndase esta pregunta.

Se ha dicho que la democracia es también la lucha por el poder. Y es cierto, a condición de que se persiga el poder para algo más que para la satisfacción personal, porque si se quiere el poder por lo que éste entraña y otorga, entonces por más que haya legitimidad de origen, no la habrá de función, no se regenerarán las instituciones y no se sanará la República.

Esta opinión no es negativa. Persigue inducir a la reflexión sobre el fondo de los problemas argentinos porque creemos firmemente que pocos países están en condiciones de sortear sus dificultades como la Argentina.

Pero no si se cree que estamos atravesando una crisis en la que vale todo y que el "sálvese quien pueda" es la ley, sino si se reconoce que existen falencias que deben ser subsanadas, que hay problemas de integración social, de ausencia de cumplimiento de las normas en todos los niveles y estamentos, de abandono de las responsabilidades institucionales y que es en estos temas en los que hay que colocar el acento.

Con sinceramiento y decisión colectivos, con un gobierno fuerte pero no paternalista ni autoritario, con dirigencias económica y política a la cabeza de los procesos de transformación que necesitan la nación y la sociedad, con instituciones que se respeten a sí mismas y respondan al pueblo, la Argentina puede resolver sus dificultades, por más crónicas que éstas sean y en un plazo mucho más breve de lo que el más optimista podría anhelar.

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