La profunda grieta entre Estados Unidos y Europa

Las diferencias que hoy separan a Estados Unidos de Europa son bastante más profundas que las generadas a partir de la guerra en Irak. Por lo mismo, son más difíciles de superar.

En Bruselas, la capital belga y sede de la Comisión Europea, el Presidente de Estados Unidos dio inicio esta semana a su mayor iniciativa diplomática para cerrar las heridas que la invasión a Irak causó en las relaciones entre su país y algunos de sus aliados históricos del Viejo Continente. "La alianza de Europa y América del Norte es el principal pilar de nuestra seguridad en un nuevo siglo (...) Nuestra sólida amistad es esencial para la paz y la prosperidad alrededor del mundo, por lo que ningún debate temporal, ningún desacuerdo pasajero entre nuestros gobiernos, ninguna potencia en esta tierra logrará dividirnos", declaró el mandatario.

En una primera lectura, esas palabras, que se suman a la voluntad declarada de EEUU de apostar más por la diplomacia a partir de ahora (tal como lo planteó la nueva secretaria de Estado de ese país), y algunas señales de distensión dadas por los líderes europeos que más se opusieron al conflicto podrían interpretarse como anticipos claros del comienzo de una nueva dinámica en el desarrollo de las relaciones transatlánticas.

Es muy posible, en efecto, que exista disposición a mejorar la calidad de esos vínculos en ambas partes. Puede, también, que en el futuro cercano se produzcan consensos en la forma de manejar algunos de los asuntos más candentes de la actualidad internacional. Pero incluso así, y más allá de los gestos que se puedan ver en esta gira, las raíces del distanciamiento entre la Casa Blanca y varios de los gobiernos europeos y, desde una perspectiva más amplia, entre una parte sustancial de la población de Europa y una porción no menor del pueblo de EEUU, parecen ser más profundas que un "desacuerdo pasajero" como fue la guerra contra Saddam.

Lo que está en juego, entonces, es algo bastante más complejo, que tiene que ver con lo que el experto estadounidense en la materia Robert Kagan denominó como la "crisis de legitimidad" que para muchos europeos tiene el comportamiento internacional de la única superpotencia del mundo. En síntesis, esto supone que, a diferencia de lo que ocurrió durante toda la Guerra Fría, ya no existen factores que ameriten apoyar decisiones, aun sin estar de acuerdo con ellas, sólo porque contribuyen a la consecución de un fin que es percibido como superior.

Así, en las décadas de la confrontación bipolar, en última instancia, se podía apelar a consideraciones de orden ideológico (el triunfo de las democracias liberales sobre el comunismo totalitario); a la sensación de amenaza que objetivamente producía el poderío soviético en el mundo occidental o a la "legitimidad estructural" que entregaba el propio sistema internacional, en el que el poder de Washington estaba contrarrestado por el de Moscú y otros actores.

Hoy, en cambio, ninguno de esos elementos sigue vigente, razón por la cual una medida como la de invadir Irak, y hacerlo sin el respaldo legal de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, no es aceptada como "legítima" por amplios sectores. Y lo mismo ocurre con la forma de manejar el sospechoso programa iraní para desarrollar energía nuclear.

Planteada en estos términos, la mirada de Kagan también es válida, aunque con todas las particularidades de cada caso, fuera de las fronteras europeas. En América Latina también. Por ejemplo, ¿tendría ahora el mismo costo una invasión estadounidense a Cuba que en los tiempos en que la revolución castrista, en pleno contexto de confrontación ideológica, representaba un modelo exportable para el resto de la región? Ciertamente, no parece que así fuera, porque lo que palpita en el fondo, en Europa y fuera de sus fronteras, es un fuerte rechazo a la unipolaridad que impone el poder incontrarrestable de Estados Unidos y frente al cual la UE, a pesar de sus dificultades para ejecutar una política externa y de seguridad común, trata de posicionarse como un contrapeso.

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(*) La Tercera, Santiago de Chile, 23 de febrero de 2005.

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