Porqué Kirchner y la izquierda se enojan con Lula (EDICIÓN i)

Nunca más adecuado el titulo de la revista EDICIÓN i aún en los quioscos (un incunable): "Hoy piñas a Brasil (ayer a Shell, mañana al FMI): cada día más solos". Pero la siguiente nota de la próxima EDICIÓN i (ya consultable online, ¿tiene su suscripción?), explica cuál es la visión de la izquierda acerca de qué debería hacer Lula, y que coincide con los requerimientos de Néstor Kirchner al brasileño, a lo que aquel se ha negado, obviamente.

POR ATILIO BORÓN

Es imprescindible someter a revisión todo lo actuado durante la era neoliberal. Por ejemplo, las empresas privatizadas deben ser puestas bajo control público y democrático. Algunas quedarán en manos de sus actuales dueños, otras pasarán a formar parte del sector público y unas terceras accederán a nuevas formas de propiedad mixta bajo una variedad de modalidades que combina en grados diversos la participación de diferentes sectores: capital extranjero, capital nacional, sector público, trabajadores, consumidores, público en general, ONG.

Será igualmente necesario revisar meticulosamente todo lo actuado, tanto en cuestiones de fondo como de forma. Es sabido que la implementación de las políticas neoliberales fue un inmenso foco de corrupción y que el traspaso a manos privadas de la riqueza social acumulada en las empresas del Estado sólo por excepción se hizo de manera transparente y honesta.

Se requerirá, por consiguiente, desprivatizar gran parte de lo privatizado, volver a regular lo que había sido desaprensivamente desregulado, poner fin a la liberalización imperante y comenzar a poner en marcha políticas activas en diversas áreas de la economía y de la sociedad.

Se necesita, en suma, detener las mal llamadas ‘reformas económicas’, inspiradas por el Consenso de Washington que, en realidad, son verdaderas contrarreformas, y empezar con un genuino programa de cambios económicos de fondo que coloque a la economía al servicio del bienestar colectivo y del desarrollo social.

Bajo el primado del neoliberalismo son éstos quienes se hallan al servicio de los mercados y que establecen una perversa jerarquía de valores cuyos efectos están a la vista.

Un área prioritaria en esta gran reconstrucción que tendrá que llevarse a cabo es, sin duda alguna, la política tributaria. Ésta constituye el ‘talón de Aquiles’ de las economías latinoamericanas.

En nuestro continente prevalece el ‘veto tributario’ de las clases dominantes. La larga experiencia colonial ha sedimentado una tradición por la cual los grupos sociales herederos de la riqueza y los privilegios de los conquistadores disfrutan de irritantes prerrogativas a la hora de pagar impuestos.

Si los nuevos gobiernos no atacan de raíz este problema, y hasta ahora no han dado señales de tener esa voluntad, todas sus promesas y su retórica antineoliberal se vendrán al suelo como un castillo de naipes. Sin una reforma tributaria profunda no habrá ni reconstrucción del Estado ni políticas activas para resolver los grandes desafíos de nuestro tiempo. Y sin estas dos cosas las cosas seguirán como hasta ahora.

Así como no hubo un solo modelo ‘keynesiano’ en los años de la posguerra, tampoco habrá un único modelo de política ‘posneoliberal’ en los años venideros.

La uniformidad tampoco existió en la más reciente experiencia neoliberal, donde se puede distinguir una variedad de subtipos y modalidades concretas de funcionamiento. Las alternativas al neoliberalismo serán tan variadas como las fórmulas económico-políticas que le precedieron.

Llegados a este punto y admitida la existencia de alternativas al posneoliberalismo, surge una inquietante pregunta: ¿hay espacio para las políticas neoliberales?

La respuesta tiene que ser matizada. En algunos casos es positiva sin reservas; en otros, también es positiva pero con algunas reservas.

Veamos el caso más optimista: Brasil.

Cuando uno pregunta a los amigos en el gobierno porqué Brasil no ensaya una política económica que se aparte, aunque sea mínimamente, del decálogo del Consenso de Washington y que pretenda ser algo distinto a la profundización de las políticas neoliberales precedentes, la respuesta que viene de Brasilia es un calco de la que ofrecen los manuales de las escuelas de negocios de USA: "Brasil necesita atraer la confianza de los inversionistas internacionales, precisamos que vengan capitales externos y tenemos que respetar una muy estricta disciplina fiscal, porque de lo contrario el riesgo país se iría a las nubes y nadie invertiría un dólar en Brasil".

Si hay un país que tiene todas las condiciones para ensayar exitosamente una política posneoliberal en el mundo es Brasil. Si Brasil no puede, ¿quién podría? ¿El gobierno del Frente Amplio en Uruguay? ¿Un posible gobierno de Evo Morales en Bolivia? La Argentina, tal vez, pero sólo si hubiera condiciones internacionales muy favorables.

No obstante, aunque Brasil tiene capitales suficientes y una base tributaria potencial de extraordinaria magnitud, todavía permanece inexplorada debido a la fortaleza de los dueños del dinero, que han vetado cualquier iniciativa al respecto. Si con esta superabundancia de condiciones Brasil no puede salir del neoliberalismo, entonces estamos perdidos, y lo mejor será postrarse humildemente ante el veredicto de la historia que consagra el triunfo final y definitivo de los mercados.

Ensayar lo que está fuera del horizonte de lo posible y abandonar el consenso económico dominante, aseguran algunos encumbrados funcionarios, expondría a Brasil a terribles penalizaciones que liquidarían al gobierno de Lula. Sin embargo, una atenta mirada a la historia económica reciente de la Argentina puede ser aleccionadora.

Este país cultivó intensamente el ‘posibilismo’, desde poco tiempo después de iniciado el gobierno de Raúl Alfonsín hasta los momentos de la hecatombe final, durante el gobierno de Fernando de la Rúa.

La tentación posibilista está siempre al acecho de cualquier gobierno animado por intenciones reformistas. El único problema con esa estrategia es que la historia nos enseña que después es imposible evitar el tránsito del posibilismo al inmovilismo y, luego, a una catastrófica derrota.

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