El caso brasileño, un mal continental

Los escándalos de corrupción en el gobierno brasileño de Luiz Inácio Lula da Silva son parte de un mal continental. "En todas las demás repúblicas latinoamericanas la corrupción es un bomba de tiempo que se queda desactivada cuando el gobierno de turno goza de popularidad, pero que si por cualquier motivo se ve en apuros comenzará a hacer tictac". Y en la Argentina, según las encuestas, Néstor Kirchner ve caer cada vez más su imagen... A continuación, el editorial del diario Río Negro:

Por motivos que son fácilmente comprensibles, en todas partes los líderes políticos tratan de asegurarse un ingreso que a su juicio sea apropiado para personas de su importancia, pero en la mayoría de las democracias maduras se ven constreñidos a acatar la ley porque, de lo contrario, tendrían que cambiar de oficio.

Por desgracia, en América Latina no se encuentra ninguna democracia madura, razón por la cual con tanta frecuencia estallan escándalos provocados por coimas, por el tráfico de influencias o por la práctica es de suponer generalizada de pagar lo que en nuestro país se llaman "sobresueldos", que socavan a gobiernos antes considerados invulnerables inaugurando un largo período de inestabilidad política y económica.

Según denunció un diputado brasileño, Roberto Jefferson, el gobierno del presidente Luiz Inácio "Lula" da Silva reparte "salarios extras" de 12.500 dólares mensuales entre los legisladores de la coalición centroizquierdista que está en el poder, lo que hace sospechar que los ministros reciben montos comparables con aquellos "30.000 dólares mensuales" que de acuerdo con María Julia Alsogaray disfrutaban los integrantes del gabinete del presidente Carlos Menem.

Tal y como suele suceder aquí, los acusados negaron con indignación los cargos en su contra y Jefferson confiesa no tener a mano pruebas concretas, pero así y todo sus denuncias han servido para desencadenar una crisis política equiparable con la desatada aquí por el caso de "las coimas en el Senado" que tanto contribuyó al desmoronamiento del gobierno del presidente Fernando de la Rúa.

En efecto, ya se habla de un eventual juicio político contra Lula a pesar de que no se ha visto acusado de nada y de la posibilidad de que se abstenga de intentar ser reelegido en los comicios presidenciales de octubre del año que viene.

No sólo en el Brasil sino también en todas las demás repúblicas latinoamericanas, entre ellas la nuestra, la corrupción es un bomba de tiempo que se queda desactivada cuando el gobierno de turno goza de popularidad, pero que si por cualquier motivo se ve en apuros comenzará a hacer tictac.

Aunque Lula ha gobernado con una combinación poco común de sensatez y sensibilidad, ya no encarna el cambio radical que imaginaron muchos que lo votaron.

Otra causa de malestar consiste en que la economía parece estar aflojando el paso, mientras que la esperanza de conseguir un lugar permanente en el Consejo de Seguridad ha sido frustrada por la indiferencia de Estados Unidos y la actitud de China, cuyo régimen entiende que cualquier ampliación beneficiaría al Japón. En un país desarrollado de instituciones firmes, tales factores no serían suficientes como para ocasionarle demasiados problemas, pero en América Latina, donde debido a la corrupción sistémica, para no decir estructural, el riesgo de que estalle una gran crisis está siempre latente, pueden tener consecuencias gravísimas.

Aunque hoy en día pocos estarían dispuestos a reivindicar la corrupción en público, en privado muchos suponen que en vista de lo tremendamente costoso que sería interpretar las leyes al pie de la letra sería mejor tolerarla, luchando contra el mal de forma gradualista. Tal postura es sin duda pragmática, pero tomar la corrupción por una enfermedad crónica con el propósito de convivir con ella equivale a resignarse al atraso y a la extrema desigualdad que caracteriza a todas las sociedades nada transparentes, en especial las latinoamericanas.

Por lo demás, ya no se trata sólo de un problema interno. Si bien ciertos países del "Primer Mundo", como Italia y Francia, son notoriamente corruptos, está consolidándose el consenso de que la venalidad constituye un obstáculo enorme en el camino del desarrollo no sólo porque fondos destinados a ayudar a los necesitados se ven desviados a cuentas bancarias en Suiza, sino también porque los funcionarios se habitúan a privilegiar a aquellas empresas que están dispuestas a pagarles comisiones jugosas por encima de las que son más eficientes y que podrían aportar mucho más al bienestar de la comunidad. Es de prever, pues, que los países económicamente avanzados presionarán cada vez más a los atrasados para que éstos hagan un esfuerzo realmente serio por reducir la corrupción a niveles menos indignantes.

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