Prohibido No Pensar en el fracaso de Neustadt

'Prohibido No Pensar' es el nuevo libro de Bernardo Neustadt, que en días más presenta la editorial Grito Sagrado, de Rosa Pezl, con prólogo de Marcos Aguinis. A propósito de este manojo de entrevistas muy fáciles de leer a personajes harto atractivos, en Jorge Asis Digital se publicó una aguda reflexión sobre Neustadt:

Que sea Bernardo Neustadt el encargado de disertar en el lanzamiento de la Fundación Alsogaray es, aparte de un símbolo, un acto de justicia histórica.

Porque, en realidad, fue Neustadt quien más fatigó la efectividad simple de las oraciones para instalar, al menos masivamente, la caricatura presentable de las ideas liberales.

Ocurría que, a pesar de los esfuerzos de décadas de don Álvaro, desde el Cívico Independiente, la Nueva Fuerza o la UCeDe, nunca se pudo estructurar un gran partido que fomentara su recetario.

Aunque podían justificarse, en cierto modo, por la macabra presencia del peronismo, que reducía los liberales a la condición indeseable de gorilas. Y entonces caían, ingenuamente, en la trampa. Porque desconocían que el antiperonismo no servía para confrontar con la hegemonía del peronismo totalizador.

En realidad, el antiperonismo, al contrario, al peronismo lo completaba.

Aparte, en el fondo, para alcanzar los máximos cargos del Poder, a los liberales puros no les hacía falta el partido.

Porque llegaban a los cargos con la aquiescencia irresponsable de los militares, quienes, en sus distintos abordajes frustrados, se dedicaron a agudizar las monstruosidades del Estado imposible. Justamente el que ideológicamente, los liberales, pretendían, de palabra, transformar.

Pueden entonces recordarse, sin la menor dosis de mala fe, aquellas emisiones evangelizantes de Tiempo Nuevo.

Por ejemplo, desde mediados hacia finales de los desperdiciados años '80.

Un poco antes de la caída del comunismo, cuando Neustadt y Grondona, maestros epigonales de una sucesión de dúos más rudimentarios, se regodeaban con el fantástico culto de la iniciativa privada y sus energías creadoras.

Neustadt revoleaba argumentos, como dardos dispersos, mientras Grondona se encargaba del aporte académicamente racional. Y entonces ambos se lucían con las calamidades fácilmente desmoronables de aquel Estado imposiblemente protector. Aunque sólo protegía, para ser sinceros, a sus empleados.

Desmenuzaban, juntos, una maquinaria convaleciente, indefendible en definitiva, por las perdidas catastróficas de empresas insolventemente quebrantadas, y que conformaban un Estado victimario que, en el fondo, se imponía desmenuzar.

Sin embargo, de ser por la insistente acción política de los liberales, en la Argentina jamás se hubiera privatizado, ni siquiera mal, ni un austero quiosco de aeropuerto.

Tuvo que irrumpir, con su nuevo ropaje, aquel desfachatado peronismo de los '90, que conducía alguien sindicado como un bárbaro, aunque absolutamente fascinado por aquello que amenazaba destruir.

Porque, con un contundente sentido de la oportunidad histórica, mientras aún se percibían los estruendos por la chatarra escoriada del Muro de Berlín, Menem se dispuso hábilmente a capturar las cáscaras del recetario liberal. Y liquidar, en defensa propia, de manera lícitamente cuestionable, hasta las bases de aquel estado parasitario.

El epílogo, ciertamente fatal, es discutiblemente conocido. Y cuando los argentinos deberían disponerse a recibir, con la aplicación imperfecta del recetario liberal, y el cambio de reglas del juego, las consecuencias de las energías creadoras, que irrumpirían con la iniciativa privada, sienten, en cambio, una consistente frustración.

Y la palabra neoliberal se convirtió en un neologismo de descalificación.
Cualquiera entonces puede darse cuenta que no quedó, siquiera, un gramo de energía.

Ni iniciativas, ni riesgo, ni visión de un futuro. Un pepino.

Pobre entonces don Bernardo, y es muy triste la memoria para don Álvaro.

Hoy nadie quiere arriesgarse y el capitalismo sin riesgo es como el sexo sin deseo.

Y para que prosperen las ideas creadoras de sobrevivencia habrá que estar lo más cerca posible del despacho del ministro De Vido.
Y tratar de caerle bien a Vulgarcito, porque la dependencia con los resortes del Estado es más fuerte que en los desperdiciados '80.

Por lo tanto Bernardo Neustadt tendría que explayarse, durante el lanzamiento de la Fundación Alsogaray, acerca de la potencia indiscutible de su fracaso.

Dejá tu comentario