Qué pasó en Tucumán (1): Un gran día alperovichista

POR FEDERICO VAN MAMEREN El título original de esta nota, publicada en La Gaceta fue 'Los transversales unidos triunfaremos', e intenta reflejar la jornada alperovichista vivida en San Miguel de Tucumán.

Fue el segundo 9 de Julio de Alperovich como gobernador. Sintió alivio porque las cosas le salieron como quería. Kirchner también se fue contento.

La fiesta patria no fue fiesta. Fue un gran festejo transversal salpicado por aguas peronistas. No hubo desfile, no hubo fervor patrio. Hubo emoción de gobernantes, de funcionarios y de algunos transeúntes.

Está claro que no estamos en 1816 sino en 2005, en una Argentina que tiene todos sus edificios públicos protegidos por vallas; que se defiende del público, del pueblo. Por eso se puede entender que el gobernador, José Alperovich, haya estado feliz como un chico con juguete nuevo.

El presidente, Néstor Kirchner, también lucía un rostro exultante. Ellos sí estuvieron de fiesta. Y sus respectivas alegrías les sirven, de cara a lograr una gestión más distendida. Disfrutaron de un multitudinario acto propulsado por ellos mismos.

Un mitin alperovichista en el que el anfitrión se lució como orador con un discurso más pulido que el del propio Presidente, que no es precisamente ni un improvisado ni un aprendiz en esas lides.

No fue un día patrio. Tampoco peronista. Fue un día alperovichista. Al gobernador le salió todo a pedir de boca. Les ganó una batalla a los mirandistas que despotrican contra él.

Venció a varios legisladores, a los que cuando fueron a pedir plata -sólo tres días antes- para los actos, les contestaron que ya estaba todo organizado. Intendentes y delegados comunales se ocuparon de los bolsones, de los ómnibus y de llenar la cancha de San Martín. Lo más importante es que venció a los fantasmas del 9 de julio pasado, cuando todo fue un fracaso.

Alperovich sonríe y Kirchner también.

Desde la tribuna, envalentonado por el entusiasmo y la alegría, el gobernador despotricó contra el Fondo Monetario Internacional por "el daño que le hace al crecimiento del país".

Si lo escuchara el Alperovich que fue legislador radical o el Alperovich ministro de Economía de hace unos años, se pondría colorado. Pero eso ya es pasado.

Se abrazó a Kirchner todo lo que pudo y hasta se animó a criticar, a los gritos, el "voto-bolsón". Por suerte no lo escuchó ni el Alperovich que ganó los comicios en 2003 ni el Alperovich que le dio el OK a Sergio Mansilla, el secretario coordinador de Municipios y Comunas, a la hora de organizar este acto.

La única condición que puso el Alperovich gobernador fue que se hiciera en una cancha. Así se sentía más seguro.

No quería que nada le saliera mal. Por eso se vio en el bar Mirasoles a responsables del área de Salud arreando a funcionarios de hospitales para que fueran a la "fiesta patria".

En "Café 25", el director de Rentas, Pablo Clavarino, también se reunió con un grupo de directores a los que se les pidió amablemente que acompañaran esta cruzada. Todo salió bien, al punto que en La Ciudadela hubo más de 3.000 personas que no pudieron entrar al estadio.

Felizmente, tampoco fueron todos los empleados públicos, porque no habría alcanzado ni el Monumental de River para albergar a todos los alperovichistas. Sólo la historia y la Iglesia se acordaron de los próceres.

Tanto monseñor Luis Héctor Villalba como Carlos Páez de la Torre le pusieron una cuota de realismo a la película oficialista cuyo protagonista, director, guionista, camarógrafo, asistente de dirección y escenógrafo fue el gobernador.

A él -como a cualquier político- le interesa que los medios digan lo que ellos ven y les cuesta observar otros matices. De ese daltonismo político no sufrieron Villalba ni Páez de la Torre. "Sentimos congoja cuando tantos hermanos no llegan a cubrir las necesidades primarias básicas, como son la alimentación, el agua potable, la vestimenta, la casa, el trabajo, la educación, la salud", les recordó el arzobispo.

Los desafíos de hoy son "lograr una vida económica dotada de dinamismo, una sociedad mejor y más justa para todos, donde terminen los cuadros de miseria y donde todos los seres puedan ganar honradamente su pan...", enumeró el historiador tucumano desde una tarima ubicada al pie de las escalinatas de Casa de Gobierno.

Y pidió que se termine con el delito y con la violencia, "para que podamos circular tranquilos por la calle y dormir en paz en nuestras casas".

Tanto Kirchner como Alperovich sienten que están produciendo un gran cambio.

Sus espadas transversales amenazan con poner fin al bipartidismo que gobernó el país desde siempre. Ellos avanzan tozudamente. El pueblo los mira y duda; más aún, cuando un vallado frena sus emociones.

Si la película fuera como la cuentan, ayer no habría hecho falta que miles de policías, codo a codo, cuidaran cada metro cuadrado por el que pisó el Presidente y el gobernador. En andas los hubieran llevado a su destino sin que sean necesarios cacheos ni otras incomodidades, como las que sufrieron Mariano Castiñeira y Elva Argañaraz, que vinieron desde la Capital Federal y vieron un acto político y no una fiesta patria.

"Hay que revalorizar la historia y no los intereses políticos", le dijeron a 'La Gaceta'.

Carlos Zubillaga (llegó desde Saavedra, provincia de Buenos Aires) le contó a este diario su emoción por haber podido tocar la mano del Presidente. Pero de nada sirven estos testimonios.

Ayer, cuando Kirchner volaba de regreso a Buenos Aires en el Tango 01, los periodistas se acercaron al gobernador y le pidieron una evaluación de la fiesta patria. "Estaba seguro de que no iba a pasar nada. Sólo 'La Gaceta' ve problemas", contestó obnubilado y presa de su incontrolable estado de ánimo.

Ni siquiera pudo disfrutar del triunfo político que él mismo gestó.

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