Paul Wolfowitz en Brasil, intenta humanizarse

Wolfowitz, el presidente del Banco Mundial (BM), se ha traído de viaje a Brasil su rostro más humano, en el que cuesta reconocer al que un día fuera halcón del Pentágono y uno de los artífices de la guerra en Irak.

En su gira de 6 días por el país latinoamericano, que concluye el próximo martes, abundan los discursos emotivos -espontáneos a veces y cuidadosamente estudiados en otras- y alguna que otra referencia personal.

Durante una visita a Russas, una ciudad polvorienta en el estado de Ceará, el directivo de 62 años se levantó de su silla en una intervención inesperada para decir, tras la entrega de cartillas escolares a dos ancianos que han aprendido a leer y escribir, que estaba "profundamente emocionado".

"Mi abuelo", dijo, "era analfabeto y, como ustedes, aprendió tarde a leer y escribir", tras emigrar a principios del siglo XX de Polonia a USA.

Wolfowitz también habló de su padre, Jacob Wolfowitz, matemático en las Universidades de Cornell y Columbia, donde fue profesor de Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal.

"Greenspan me dijo que lo que aprendió de mi padre hace 50 años todavía le resulta útil ahora", manifestó el ejecutivo de origen judío.

En plena selva amazónica, donde conversó con representantes de organizaciones no gubernamentales (ONG), aseguró haber aprendido de sus interlocutores cosas con la cabeza "y también con el corazón".

El hombre al que se considera uno de los intelectuales más importantes del neoconservadurismo, fue definido por un alto político brasileño que se reunió con él como "un pragmático".

Ese atributo sorprendería a los observadores que lo han descrito como ideólogo e idealista, un "neocon" que abogaría por exportar la democracia estadounidense al mundo, anhelo en el que algunos ven la raíz de los actuales problemas en Irak.

"Es muy pragmático y hace preguntas muy concretas", dijo Tasso Jereissati, senador y actual líder del opositor Partido Democrático Socialista Brasileño (PDSB).

El propio Wolfowitz ha alimentado esa imagen, al asegurar antes de emprender rumbo a Brasil, que el "consenso de Washington" no debería elevarse a la categoría de "principio ideológico" e insistir en que tras la Guerra Fría el debate ha de ser más pragmático y concentrarse en "lo que funciona y lo que no".

El "consenso de Washington", como se conoce a la teoría económica neoliberal de los 90 para impulsar el crecimiento en América Latina, ha polarizado ideológicamente a muchos países de la región, que culpan a esas recetas de aumentar la desigualdad y de no dar solución a la lacra de la pobreza.

El presidente del Banco, que aterrizó en su cargo el pasado mes de junio, también ha evitado cualquier posible tentación de la arrogancia que a menudo se atribuye a USA y sus dirigentes.

Durante sus encuentros con el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, la sociedad civil, grupos privados y habitantes de comunidades marginales, hizo preguntas como: "¿Es el Banco todavía relevante para Brasil?" o "¿Cómo podemos ayudar a que las cosas funcionen mejor?"

Lejos de apostar por soluciones radicales, Wolfowitz dice buscar una intermedia: un desarrollo sostenido en el que se articulen los intereses de los sectores privado y público.

Esa declaración de principios recibió críticas mixtas.

Representantes de ONG como Nilde Sousa creen que el BM perpetúa un orden dominado por el gran capital, mientras que agricultores como Helio Pereiro ven en el organismo un intermediario válido, capaz de transmitir sus necesidades al Gobierno brasileño.

Miembros del propio Banco destacan, de todos modos, que se atribuye a la institución una importancia desmedida.

"El Banco tiene un gran nombre y un gran título, pero no deja de ser un banco pequeño", destacó John Briscoe, director del Banco Mundial en Brasil.

El BM, que cuando vio la luz a finales de la II Guerra Mundial estaba entre los siete mayores bancos del mundo, no aparece ahora ni siquiera entre los cien más grandes.

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