El Pavo al gobierno, Rudy al poder (el día que Acevedo no lo atendió a Kirchner)

El nuevo lema del Frente para la Victoria ya recorre toda Santa Cruz, tal como lo explica Jorge Asis Digital: 'el Pavo' es Carlos Alberto Sancho, obviamente. 'Rudy' es Rudy Fernando Ulloa Igor, el impresentable cadete/chofer/todoterreno/empresario de Néstor Kirchner. POR JORGE ASIS

Harto, estaba, el Gobernador, que lo tomaran como un mero subsecretario de estado del poder ejecutivo.

Lo hartaba, al gobernador Acevedo, sobre todo el juego perverso que le imponía, peor que Kirchner, la canalla del kirchnerismo.

Como si no terminaran de aceptarle, en el fondo, el defecto biológicamente físico de ser distinto a ellos. Que distara de ser un paladar negro, ni siquiera un vulgar converso.

La voracidad de la canalla pretendía tratarlo, al gobernador, menos que como un empleado, como un fastidioso escollo.

Una suerte de grano transparente entre la medianía trasversal de la obsecuencia.

Entonces Acevedo era un advenedizo ideal para desacreditar con énfasis. Por los deméritos de su provocada inutilidad. Por la insolvencia, unánimemente admitida, entre los kirchneristas de caja que impulsaban la efectividad sólo para los negocios fáciles y rápidos.

El escenificado juego perverso lo hacía quedar, a Acevedo, como un inepto entre el plantel de kirchneristas habituados a los placeres de la impunidad.

El juego del esmerilamiento consistía en bajar, desde la nación, para resolver los problemas que desde la nación le generaban.

Por ejemplo, le azuzaban el despliegue del desbarajuste en el emblemático Pico Truncado, patria chica de Acevedo, o en Caleta Olivia. Y después llegaba cualquier De Vido o Zannini, los monitores que recíprocamente se desprecian, para quedarse con las palmas de la resolución de gambeta corta.

La resolución transitoria que permite salir del paso, para agravar, en definitiva, el cuadro estratégico.

Fueran los enemigos íntimos De Vido o Zannini, o el artificio del "Pavo" Sancho, extensión de Ulloa, o la hermanita Alicia.

Sin embargo, Acevedo descontaba que el esmerilamiento cotidiano se ejecutaba por instrucción precisa de Kirchner. El Emperador que tomaba la gobernación como un apéndice, una mera emanación de su poder, apenas una de las tantas subsecretarías de su pertenencia.

Por lo tanto, Acevedo se sentía políticamente monitoreado.

Cualquier medida, el menos relevante acto administrativo de su gobierno, se encontraba sensiblemente controlado. Monitoreado, directamente, por los personeros de Kirchner.

Habrá que imaginarse entonces la dimensión que adquirían las disidencias en los temas gravitantes. Como, por ejemplo, el de los fondos desaparecidos de Santa Cruz.

Aquí Acevedo se manifestó como un cuadro de reprochable lealtad. Incluso, hasta se prestó a la farsa de la repatriación.

Los anunciados fondos de los que aún se desconocen detalles mínimos de su trayectoria marcaron la primera piedra fundacional de las desavenencias. El origen de las desconfianzas que tienen invariablemente un destino de escándalo. Del que Acevedo tendrá que despegar.

El Pavo al gobierno, Rudy al poder

Atreverse a encarar una gestión autónoma, con el fardo de semejante tutelaje, se convertía en una tarea utópica. Vigilado, hasta la acotación, por una línea que en general mayoritariamente no le respondía. Y por su vice, Sancho, alias El Pavo, entendido aquí como una vertiente que desemboca en Kirchner, aunque por el canal intermedio del Rudy Ulloa Igor.

En adelante, la consigna es "Pavo" Sancho al Gobierno, el Rudy al Poder.

Trátase del lema, el recetario implícito que se desprende desde el Diario El Comunitario, capital del multimedio del Rudy Ulloa.

Es decir, los referentes tradicionales del kirchnerismo menos presentable tendrán, en adelante, el camino despejado, sin tener que soportar el obstáculo de Acevedo.

Aparte del Pavo y del Rudy, Lázaro Báez podría coronarse emperador.

Y hasta Sanfelice, subalterno que merece mayor conocimiento nacional, podrá aspirar a cierta relevancia en el esquema monocorde que se impone, de manera irremediable.

En realidad, con el cansancio político del Acevedo que parte, se asiste al máximo sinceramiento en materia de poder.

Podrá sentirse, en adelante, la paz sepulcral de la ausencia de tensiones. Consecuencias del copamiento generalizado de la mediocridad.

Lo que no podía tolerar Kirchner, en cierto modo, es que con tantos hostigamientos Acevedo igual se las haya ingeniado para gobernar, si puede utilizarse este verbo, la provincia. Con picos de popularidad que merodearon los 60 puntos de aprobación.

Tampoco podía aceptarse que mantuviera, Acevedo, una persistencia del 50 por ciento de intención de votos. Lo que podía permitir alucinaciones de una eventual reelección.

Según nuestras fuentes, cierta aprobación popular hacia Acevedo era tomada como una riesgosa demostración de desprecio para el auténtico Amo del Feudo, como supo calificar a Kirchner, en su indispensable libro, el periodista Daniel Gatti.

Imposible cohabitación

La irritante aceptación de Acevedo, por parte de la sociedad santacruceña, convertía a la relación turbulenta en una especie de imposible cohabitación.

De legitimar entonces la existencia de la cohabitación, Kirchner no podía, en su voracidad, imponer con facilidad a los tranquilizantes delfines, los dependientes calificadamente más confiables.

Como, por ejemplo, De Vido. Un burócrata convertido en el superministro que negocia, en nombre de Kirchner, hasta acaparar un espacio de poder lo suficientemente inquietante.

Tanto, que se torna aconsejable, para Kirchner, rebajarlo a la categoría de gobernador de la provincia.

O sea, para Kirchner, un simple subsecretario de estado.

Claro que la caída se aceleró por los episodios evitables de Las Heras.
Los columnistas de Buenos Aires exhiben cierto desconocimiento de la problemática de Santa Cruz. Por ejemplo insinúan, a través de fuentes anónimas, el malestar del gobierno nacional por la insolvencia de Acevedo para tratar las huelgas.

Sin embargo, lo que seriamente le molestó a Acevedo fue, en el costoso litigio de Las Heras, la intervención del ministro Tomada. Justo cuando el ministro de gobierno de Acevedo, también ya renunciado, había pactado un acuerdo con las petroleras. Con el encuadramiento de los trabajadores de la construcción en el más conveniente gremio de los Petroleros.

También es tomado como una broma grotesca que se anuncie, desde el Auditorio Cemento de la Casa de Gobierno, la proletaria cuestión del mínimo no imponible, por el que tanto pugnara, con anterioridad, Acevedo.

El freno de carácter nacional, a la reivindicación indicada por la legislatura santacruceña, motivó mucho más que la momentánea desobediencia del Chiquito Arnold.

Trátase del conducido político de físico enorme. Alguien que tradicionalmente protesta, como un chiquitín, aunque siempre para cotizar su previsible domesticación posterior.

La suspensión del aumento del "mínimo no imponible" motivó, sobre todo, que se retrocediera hasta el punto de partida. Y que los trabajadores de Las Heras, degradados hacia la condición de piqueteros, retomaran la desgastante "lucha" que terminó con la equivocada prisión de Navarro. Y con la rebelión mediáticamente acelerada que provocó la muerte de Sayago.

Sayago, pobre, se convirtió, con su cadáver, en el costo humanamente simbólico más alto que Kirchner debió pagar. Justo él, que dista de caracterizarse por pagar las cuentas.

La faena del esmerilamiento alcanzó otros picos notables. Como por ejemplo una especie de lista de Schindler.

La lista la hizo circular, según nuestras fuentes, Zannini, alias El Ñoño, entre los diputados provinciales.

Figuraban dos columnas. Los que están con Kirchner y los que no.
Para colmo, los diputados eran conminados compulsivamente a firmar la pertenencia a cada una de las listas. Un engendro destinado a figurar en la materia de las atrocidades políticas del feudo que sirve de ejemplo a la santacrucificación total de la Argentina.

Otra perla que aceleró el hartazgo de Acevedo consiste en la suspensión del envío de fondos a las arcas de la provincia. Debían destinarse a la cantidad impresionante de obra pública comprometida, por el gobierno nacional, para Santa Cruz.

Pero de pronto De Vido, es decir, Kirchner, decidió que las partidas no fueran manejadas por la provincia. Era mejor hacerlo por Vialidad Nacional. Lo que es decir, por Lázaro Báez.

Aparte, cualquier constructor sabe que, para negocios con Vialidad, hay que dejar el diez.

En cambio, para Vivienda, sólo hay que dejar el cinco.

Algo tiene que hacer el Neolopecito para remediar la inexplicable injusticia. Pronto, con otra greguería, nos vamos a dedicar.

Para inquietud previsible de los adictos, profesionales de la marroquinería como nuestro inefable Galera, alias Andy. O inquietud del ansiosamente precipitado señor Fernández, a quien, vaya a saberse por qué, se le dice, sin mayor cariño, El Ñoqui.

Pero el dato más cercano que Las Heras, que enturbió hasta pudrir la cohabitación, fue una cierta crítica desmesurada de Kirchner hacia Acevedo. Por haber dispuesto el subsecretario, acaso sin consultarlo, el aumento de sueldos para la administración publica.

Comparativamente, los sueldos administrativos de Santa Cruz son bastante bajos. Aunque parezca mentira, en una provincia que tiene una desarrollada industria de empleados públicos.

La crítica de Kirchner se convirtió en el último esmerilamiento.

Cansado entonces de los sistemáticos esmerilamientos ofensivos, telefónicamente Acevedo le dijo a Kirchner, con cierta simpleza, algo así:

-Hasta aquí llegué, Néstor. Basta para mí. Tengo las paciencias llenas.

Un duro en el arte de arrugar

Aunque los voceros del Albertito convencieron, a la casi totalidad de columnistas obedientes, que Acevedo se cansó de telefonearlo, y que Kirchner no le respondía, lo que ocurrió, según nuestras fuentes, fue exactamente lo contrario.

Después del tenso diálogo telefónico del final, fue Acevedo quien dejó de atender los insistentes llamados de Kirchner. El duro en el arte de arrugar, arrugaba, otra vez.

Kirchner, en apariencias, había recapacitado. Pretendía, el duro arrugador, hacerse perdonar su transitoria rabieta de estadista que quiere cambiar el país.

Cuentan vertientes confiablemente amigas de Santa Cruz que Kirchner telefoneó varias veces, entre las 13 y las 16.

Sin embargo Acevedo instruyó, a sus fundamentalistas, que no le pasaran llamadas del Chapita. Así lo supo bautizar, Chapita, en su momento, Bielsa.

Por supuesto que, ante la renuncia, oficialmente presentada a las cinco y cuarto de la tarde, Sancho, el gran Pavo, se puso a disposición de Kirchner. El Presidente se sentía, en definitiva, rencorosamente despechado.

Y la transitoria kirchnerista, Judith Forstmann, que tiene ganadas unas próximas oraciones, asumirá la vicegobernación.

Algunos partidarios de Acevedo, alias El Negro, preferían, imbuidos por cierto fundamentalismo, que el epílogo hubiera mantenido una dosis de suspenso superior.

Un manejo de los tiempos para convocar, a la prensa nacional, y hasta extranjera, a los efectos de denunciar las catastróficas barbaridades que le había dejado Kirchner, a Acevedo, en la devastada provincia.

Sin embargo Acevedo, por una cuestión de códigos, ni siquiera consideró la idea.

Por cierta visión de la lealtad que puede, en la primera de cambio, transformarse en complicidad. Como con la farsa gigantesca de la repatriación de los fondos, engañosamente resucitados.

Dejá tu comentario