VICTORIANOS EN EL SIGLO 21

La resurrección de Dickens

La esencia de las obras de Charles Dickens no pasan de moda: las desigualdades y la pérdida de valores sociales y democráticos están más vigentes que nunca tras la crisis económica, y se encargó de precisarlo Foreign Policy.

 

N. de la R.: Charles John Huffam Dickens fue un novelista inglés, el principal de la era victoriana, maestro del género narrativo, al que imprimió ciertas dosis de humor e ironía, practicando a la vez una aguda crítica social. En su obra destacan las descripciones de gente y lugares, tanto reales como imaginarios. Utilizó en ocasiones el seudónimo Boz. Las novelas de Dickens eran trabajos de crítica social porque él era un fiero crítico de la pobreza y de la estratificación social de la sociedad victoriana. Él mantenía una empatía por el hombre común y un escepticismo por la familia burguesa. 
 
por DAVID MATHIESON
 
WASHINGTON DC (Foreign Policy). "¿Voy a ser el héroe de mi propia vida?", reflexiona Charles Dickens en la primera línea de su gran novela autobiográfica, David Copperfield. Él no tenía motivos para preocupase por su fama: junto con Shakespeare es uno de los dos únicos escritores en inglés que han prestado su nombre a toda una época. Hoy, cuando Dickens hubiese cumplido 200 años, la relevancia de sus observaciones de la época, reflejadas en sus novelas, constituye su mejor legado.
 
A pesar de su extraordinario éxito, Dickens pasó toda su vida adulta inquieto y nervioso. Nunca superó el trauma de estar obligado a trabajar 10 horas al día en una fábrica en condiciones miserables, después de la encarcelación de su padre cuando él tenía solo 12 años. Finalmente, Charles fue rescatado por un familiar y se puso a trabajar como reportero en el Parlamento de Westminster. Obsesionado con las palabras y el lenguaje, publicó su primer libro cuando tenía 24 años y de la noche a la mañana se convirtió en una estrella literaria. Después, motivado por una mezcla de tremenda energía e inseguridad profunda, escribió obra tras obra hasta que murió, a los 58 años, en 1870.
 
Dickens, considerado el escritor más importante de la Inglaterra victoriana, era esencialmente democrático, del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Este hecho explica la notoriedad que continúa teniendo sus obras para los lectores contemporáneos. Lo atemporal de sus escritos hace que sus textos se puedan emplear en un momento como el actual, en el que los valores democráticos y sociales disminuyen frente a los económicos.
 
Dickens tuvo la habilidad de reconocer el potencial de un nuevo medio de difusión, comparable a la expansión de otros medios desde entonces, que abrió la literatura para las masas: la revista. Solo los ricos podían permitirse el lujo de comprar un libro, pero las revistas de un penique, junto a un aumento de la alfabetización, pusieron al alcance del autor un público muy amplio y heterogéneo, y viceversa. 
 
Al igual que el guionista de una película o de una serie de televisión de hoy, Dickens escribía sus historias para las revistas semanales con varios hilos en la trama, siempre tratando de crear tensión en el final de cada episodio. Sin embargo, lo que hace que el autor sea famoso no son las tramas bizantinas, sino los protagonistas de sus libros. 
 
En total creó cerca de 1.000 personajes: estaba fascinado por la gente, por el ser humano. Durante horas se paseaba por las calles de Londres sólo para observarlas. “No miro a nada en concreto, pero lo veo todo”, aseguró una vez. La habilidad de Dickens era describir e inspirarse en los hombres y mujeres de todas las clases sociales. Muchas de sus preocupaciones y manías reflejan nuestras inquietudes de hoy en día, en un momento en el que la diferencia entre clases se agrava lentamente.
 
Como consecuencia, el tema duradero de todos los trabajos de Dickens es la condición humana. Escribió sobre todos ellos (ricos, pobres, hombres o mujeres…) con gran calidad, comprensión y compasión. Pero aquellas personas que no tenían compasión con los demás, Dickens las reflejó sin clemencia. Uno de sus personajes más memorables es el señor Gradgrind, el dueño de una frabrica en la novela Tiempos difíciles, que desprecia los sentimientos e insiste en que la vida consiste únicamente en trabajar, en los beneficios, las cifras y los hechos probados. La caricatura de Gradgrind ha entrado en la cultura popular de hoy en día: no existe una descripción más devastadora de un neoliberal en la escritura inglesa. 
 
Gradgrind y los excesos de la revolución industrial no eran los únicos blancos que suscitaban la ira de Dickens. Como dijo George Orwell, en sus novelas Dickens “atacó a las instituciones inglesas con una ferocidad que no había sido igualada desde entonces... sin embargo, parece que tuvo éxito en atacar a todo el mundo sin que nadie fuera antagonista”. Tal vez esto se debía a que, a diferencia de sus contemporáneos como Karl Marx, a Dickens no le interesó en especial la política, ni las teorías revolucionarias. 
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A veces utiliza una ironía burlona inolvidable, por ejemplo, en su descripción de la Oficina de Circunlocución, en la obra Little Dorrit: un departamento gubernamental que existe para que se estanquen todos las demás partes de la burocracia de un país. Dicho retrato podría haber sido escrito ayer en casi cualquier Estado del mundo y aplicada a muchos de los órganos gubernamentales.
 
En otros momentos simplemente era capaz de levantar un espejo que reflejara la miseria y la pobreza de la época industrial. Así dejaba al lector decidir si le gusta o no lo que veía. Dickens estaba en la vanguardia de las reformas que obligaron el país a cambiar no a través de la agitación política o de la revolución, sino porque se sentía avergonzado y quería cambiar. El objetivo de un gobernante es cambiar el sentimiento nacional y transformar los términos de un debate, y lo continúa siendo a tenor de las promesas que nos lanzan los mandatarios, y sin ser político esto mismo es lo que Dickens logró.
 
Por desgracia, las descripciones de la vida laboral de Manchester en el siglo XIX podrían aplicarse en igual medida a los talleres clandestinos de Yakarta o Bombay en el siglo XXI. Todavía hay chicos de 12 años trabajando 10 horas al día. Según el Índice de Trabajo Infantil 2012, publicado por la consultora británica Mapplecroft, muchas empresas internacionales cuyos productos se compran en el rico mundo occidental corren el riesgo de ser cómplices en el uso de trabajo infantil. 
 
En la actualidad, hay 76 países en los que el riesgo del trabajo infantil en la fase de producción es extremadamente alto. Una de las razones que explican el creciente uso de trabajo infantil es la crisis económica global. Otra es la fragilidad de la seguridad humana en muchos países, donde el desplazamiento continuo de la población hace que los niños sean cada vez más vulnerables a la explotación.
 
En varios países -desde Bangladesh a Zambia y desde Argentina a Uzbekistán- hay evidencias de la utilización de mano de obra infantil en el proceso de producción.  Algodón, ladrillos, alfombras, café, chocolate, oro y diamantes: todos son productos que se consumen en Occidente y que, posiblemente, hayan sido producidos por niños explotados en los países en vías de desarrollo. Estos informes describen con cifras y detalles lo que está sucediendo. A lo mejor la prosa de estos documentos es muy seca y el contenido no sirva para un bestseller.
 
Pero sinceramente, ¿necesitamos otro Dickens para cambiarlo?

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