VIVIR EN EL PEOR PASADO

Un gran disgusto o un disgusto grande

Entre la mentira o el ocultamiento de la realidad se vuelven a repetir situaciones históricas que la humanidad debería o creía haber superado. La reiteración de lo peor del pasado es un gran retroceso para aquellos pueblos que deben vivirlo y que los aleja de un futuro que dispara a gran velocidad.

 

por JORGE HÉCTOR SANTOS
Twitter: @santosjorgeh
 
 
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Especial para Urgente24). Un padre, tras su divorcio, comenzó a sentir el peso de las preguntas de su hijo, aún niño. Su gran duda pasaba por contestarle la verdad acerca de los motivos que llevaron a la disolución del vínculo con su madre, dolorosos por cierto, o mentirle para no causarle problemas al menor.
 
Frente a la duda optó por consultarle a un especialista en salud mental. El profesional fue muy claro. “Siempre es preferible la verdad por más dolorosa que sea, que la mentira”, le señaló.
 
“El día que su hijo descubra que Ud. le mintió; no confiará más en Ud. y perderá  a uno de sus referentes fundamentales”, le dijo.
 
Los engaños constantes llenan la vida de temores y  sospechas para enfrentar los desafíos.
 
Acarrean trastornos psicológicos y desembocan en problemas de salud física.
 
Por cierto que no es lo mismo recurrir a un engaño carente de consecuencias que engañar en forma constante producto de una patología;  o bien porque quien miente se encuentra ante una situación que no quiere, no sabe o está impedido de enfrentar.
 
En síntesis, la verdad puede ser resultar más lacerante que la mentira, pero produce mejores resultados a nivel físico y psíquico.
 
La verdad genera una mejor calidad de vida, ya que conociendo la realidad el individuo se encuentra en condiciones de seleccionar el camino para ir en búsqueda de la solución a los problemas.
 
Como consecuencia de esto la mente no se contamina y el cuerpo no se resiente al no tener que procesar la toxicidad del engaño.
 
Por cierto que hay una gran diferencia entre mentir y evitar hablar de un tema.
 
En el primero de los casos se dibuja una realidad inexistente, una ficción, un relato.
 
En el segundo, lisa y llanamente la cuestión se ignora, como si no existiera.
 
El costo para quienes soportan tanto la mentira como el ocultamiento parcial o total de la realidad es alto.
 
Quien se da cuenta que le mienten o que le disfrazan lo que puede percibir con facilidad, descree, desconfía, se irrita. 
 
Si el que miente o niega abordar temas que preocupan y mucho a la sociedad  es un servidor público, el presidente de un país y por ende la corte de funcionarios que lo acompañan; la cuestión adquiere ribetes muchos más peligrosos que si se limita a una unidad menor como puede ser la familia o una empresa.
 
Cuando se trata de una nación, por un lado, se vulneran principios éticos y valores fundamentales que hacen al  ejercicio de sus propias funciones como administradores del bien del pueblo y el patrimonio de este, el Estado.
 
Por el otro, las consecuencias que produce en la población son altamente perniciosas.
 
Los que no se dan cuenta por ignorancia, ceguera, negación, conveniencia o fanatismo de tales hechos; llegarán a enfrentarse con quienes perciban la irrealidad, la quimera.
 
La historia negra de la humanidad guarda quizás en el primer lugar del podio de la mentira a Joseph Goebbels, quien fuera ministro encargado de la propaganda del gobierno de Adolf Hitler en la Alemania nazi.
 
Entre sus frases famosas se recuerda aquella que dice “Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”.
 
Después de tantas catástrofes vividas por la humanidad que fueron engendradas por la locura, la ambición enfermiza de la acumulación de poder, la mendacidad y el encubrimiento; aún hoy existen gobiernos autoritarios que pretenden emular al nefasto Goebbels.  
 
Sin ir más lejos, los latinoamericanos tienen algunos actuales gobernantes que creen que negando la realidad e insistiendo en la fábula, pretenden ser creídos y seguidos; a tal punto que convierten en enemigos, en demonios a quienes no les creen; a quienes no se avienen a replicar el “verso” y a su autor; y muchos más aún a quienes se atreven a difundir la tergiversación de los hechos, en especial  si estos van acompañados de situaciones de cohecho.  
 
Lo lastimoso para los pueblos que deben soportar estos dramas, no es solo el presente, sino la herencia que deberán pagar en el futuro.
 
De todos estos procesos de autoritarismo, de falsedades, de verdades reprimidas, no se sale silenciosamente y sin alto peaje.
 
Generalmente los países que tienen la desdicha de soportar estos regímenes pseudo democráticos sufren la devastación de sus instituciones, de sus principios básicos de convivencia social, de los valores de justicia, procesos de alta corrupción, y graves enfrentamientos de sus clases sociales; entre otros flagelos de alto costo.
 
El famoso dramaturgo español, Jacinto Benavente, acuñó una frase que refleja cabalmente el proceso inexorable en el que concluyen estos ciclos impiadosos para las naciones que tengan que afrontarlos:
 
“La peor verdad sólo cuesta un gran disgusto. La mejor mentira cuesta muchos disgustos pequeños y al final, un disgusto grande”.
 
El futuro, que corre inexorablemente y cada día más rápido, se aleja hasta convertirse casi en inalcanzable para los ciudadanos que encerrados, conscientes o inconscientemente, en un virtual manicomio sufren semejante atrocidad en el disfrute de su propia vida; en el ejercicio natural de los derechos más intrínsecos a la naturaleza, de la dignidad humana. 

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