MÁS Y MÁS DESESTABILIZACIÓN

Sin agua, Oriente Medio puede agitarse mucho más

Según el Servicio de Meteorología libanés, el nivel de precipitaciones de los pasados meses de agosto y septiembre ha sido de tan sólo 431 mm, contra los 905,8 mm de un año antes, y un promedio general de 812 mm para este periodo. Hay que remontarse a 1932 para encontrar un año todavía más seco, explicó Hadi Jaafar, del departamento de Ingeniería de Irrigación y de Gestión del Agua de la Universidad americana de Beirut (capital). "Y si relacionamos la cantidad de precipitaciones con el número de habitantes, la temporada actual es la peor, dado que hace 82 años había la mitad de población", añadió. A su vez Siria se encuentra en peligro por una acuciante sequía. El Programa Mundial de Alimentos (PMA o bajo las siglas WFP en inglés) ha avisado del desastre que se cierne sobre el país de Oriente Próximo, que no ha visto la lluvia durante 2014. El asunto ya había sido advertido en abril por Israel, cuando la Autoridad del Agua observó alarmada que la sequía era muy dura, y el Servicio Meteorológico de Israel (IMS), declaró que este invierno era el más seco desde que comenzaron los registros hace más de 70 años. Ahora, a la nota:

por ROSS MOUNTAIN
 
MADRID (Es Global). Líbano se encuentra en primera línea de una de las regiones más conflictivas del mundo, rodeado por la guerra civil de Siria, las tensiones entre Israel y Palestina y ahora la guerra de la Coalición contra el Estado Islámico.
 
En especial, desde el comienzo de las hostilidades sirias, en 2011, más de un millón de refugiados han huido a este país de 4 millones de habitantes. En un territorio que equivale a la isla de Puerto Rico, la Agencia para los Refugiados de la ONU proyecta que la cifra podría llegar a 1,5 millón a final de año.
 
Líbano y las comunidades libanesas de todas las confesiones religiosas han demostrado una extraordinaria generosidad ante esta inmensa carga. No obstante, la población añadida aumenta de forma increíble la demanda de recursos locales y servicios públicos, sobre todo el agua.
 
Resulta inoportuno, pues, que en el último año el país haya vivido tal vez la peor sequía que se recuerda, que ha supuesto un duro golpe para el suministro de agua en la región. Según la Organización Meteorológica Mundial, el verano de 2014 ha sido en todo el mundo el más cálido de la historia. En Líbano, el invierno pasado -la estación lluviosa- no tuvo más que la mitad de las lluvias normales, y prácticamente nada de nieve.
 
Sin precipitaciones para reponer las capas freáticas, los recursos hídricos está empezando a escasear precisamente cuando más se necesita. El mes pasado, un gran estudio medioambiental demostró que, en varias regiones importante, el nivel de los acuíferos subterráneos se había reducido a la mitad, y que los arroyos, las presas y los pantanos de todo el país también tenían un volumen peligrosamente bajo. Cuando trabajé en Líbano, a finales de los 90, era impensable que pudiera haber tal desabastecimiento de agua. Se calcula que asegurar un suministro aceptable va a costar nada menos que US$1.300 millones (unos 1.000 millones de euros).
 
El agua, por supuesto, es necesaria para vivir. Cuando es escasa, y normalmente también cara, aumentan las presiones socioeconómicas: se limitan los cultivos, las industrias que utilizan mucho este recurso pierden beneficios, y la salud y el bienestar de los grupos más vulnerables suelen empeorar de golpe.
 
Esta situación agudiza las dificultades para los refugiados -que hoy forman ya un grupo demográfico crucial en Líbano- y para las comunidades libanesas que los acogen. De hecho, aunque hay refugiados en todo el país, la mayoría de ellos está en 242 comunidades, cuyos residentes ya vivían bajo el umbral de pobreza antes de la guerra de Siria. Es inevitable que la rivalidad entre los habitantes locales y los refugiados a la hora de obtener empleos y servicios públicos engendre tensiones sociales.
 
Además, los ataques realizados recientemente contra Arsal -una ciudad libanesa fronteriza con Siria- por el EI y el Frente al Nusra, afiliado a Al Qaeda y uno de los mayores grupos yihadistas de los que actúan en la guerra siria, han despertado nuevas inquietudes entre la población por la presencia de grandes cantidades de refugiados. A pesar de los esfuerzos del Gobierno y la comunidad internacional, la presencia de tantos adolescentes y jóvenes que no pueden asistir a la escuela o encontrar trabajo crea un importante caldo de cultivo de posibles reclutas para los grupos extremistas.
 
A medida que el EI y Al Nusra intensifican su campaña en la frontera este, la estabilidad de Líbano corre cada vez más peligro. Para decirlo claramente, cubrir las necesidades de una masiva población de refugiados y las comunidades de acogida, cada vez más pobres, es por sí sola una tarea muy difícil. No nos hace ninguna falta la presión añadida de una sequía sin precedentes.
 
Pero ni la historia ni la ciencia están de nuestro lado. Los científicos de la NASA opinan que hechos como la sequía de esta región o, por ejemplo, las olas de calor del verano de 2003 en Francia y el de 2010 en Moscú son tan infrecuentes, desde el punto de vista estadístico, que casi con seguridad no se habrían producido sin el calentamiento global.
 
El Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU también ha hablado en repetidas ocasiones sobre la probabilidad de que, a medida que el planeta se recalienta, se produzca una sequía prolongada en la cuenca del Mediterráneo. Y, a juzgar por lo que dice la ciencia dominante, ese calentamiento no ha hecho más que empezar.
 
La región de Oriente Medio sufre una sequía sostenida al menos desde 2006. La situación actual y sus repercusiones no afectan solo a Líbano: en Siria, la sequía está afectando a la producción de alimentos, y Gaza y otros lugares conflictivos de la región padecen problemas similares.
 
En realidad, es muy posible que toda la zona esté experimentando ya las primeras fases de una megasequía, cuyas consecuencias humanas, sociales, económicas y para la estabilidad deberían preocupar seriamente a las organizaciones de ayuda y los analistas de seguridad de Washington, Bruselas, Beirut o Erbil.
 
El cambio climático no es responsable de la crisis en Siria, ni la causa de las avalanchas de refugiados, entre otros problemas. Tampoco es, en absoluto, el problema más difícil que afrontamos en nuestra labor diaria. Ahora bien, las consecuencias del empeoramiento del clima pueden llegar a ser un en el futuro factor crucial a la hora de intentar mantener la seguridad regional.
 
En este contexto, conviene recordar un estudio hecho el año pasado que destacaba la relación entre las pérdidas de cosechas por culpa del clima en distintos lugares geográficos y las desestabilizadoras alzas de los precios de los alimentos en todo Oriente Medio que coincidieron con la Primavera Árabe de 2010-1011.
 
Es evidente que los trastornos del cambio climático incluyen una mezcla de factores locales y mundiales. Sus efectos, en gran parte fuera de nuestro alcance, pueden ser además muy inoportunos. Los analistas de defensa se preocupan cada vez más por estos factores, y con razón.
 
Aunque esperamos que este invierno vuelvan las lluvias, no cabe ya duda de que los cambios en el clima son un factor importante y negativo que influye en los esfuerzos del gobierno y la ONU y en la estabilidad de una región esencial para la seguridad del mundo en general. Cuando los gobiernos reflexionen sobre lo que implica abordar las causas del cambio climático, deben tener también en cuenta el enorme alcance que pueden llegar a tener sus consecuencias para la seguridad.

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