APUNTES PARA LA ARISTOCRACIA K

Mensaje para Su Majestad en esta Navidad

"Convoque al consejo de notables. El Príncipe Cleto, El Duque Mauricio, el Paje Sergio, la Condesa Lilita, y a Don Miguel de Cervantes Saavedra, alias el Anaranjado. Ellos le darán a Usted una gran mano para tomar las medidas finales de su gobierno en función del futuro del reino y no de sus egos personales. Haga de su salida del poder algo digno y no se arriesgue a que, los hechos, al precipitarse, le hagan perder la cabeza."

por GERMÁN BERIZZO
 
SAN CARLOS DE BARILOCHE (Especial para Urgente24). Majestad, en esta, la última Navidad de su reinado, me atrevo a compartir con vuestra gracia algunas reflexiones acerca de su dinastía, del futuro cercano y de algunos hechos de la historia.
 
Su difunto esposo y anterior Majestad tuvo el mérito de hacerle creer al pueblo el origen divino de sus sanas y buenas intenciones, pero como tantos monarcas anteriores, solamente apreció el tesoro personal quedándose con buena parte  de las rentas de labradores, de artesanos y, merecidamente,  de la perversa burguesía que reclamaba el fin de la monarquía y la reinstalación de la república perdida años antes con el fallido experimento del sultanato, cuyo viejo líder es  hoy, casualmente,  parte de su corte.
 
La abdicación de su difunto esposo en  favor de Usted  y la consecuente promesa de la morigeración de la monarquía en favor de una mayor calidad y transparencia republicana crearon en el pueblo, en general,  la vana esperanza de un cambio favorable porque, digámoslo claramente, el pueblo estaba ya bastante harto del  tuerto Rey (Claro, en un país de ciegos....) que eliminaba de su corte a los más probos y promovía a los más abyectos integrantes del  reino.
 
Pero Usted, Majestad, lejos de honrar las expectativas creadas, profundizó la monarquía absolutista desoyendo lo que el pueblo le pedía en ciertas consultas realizadas. Claro, su poder de origen era tan grande que no importaba que en las cámaras hubiese perdido las mayorías circunstanciales, dado que el pueblo tampoco contaba con ellas quedando en un virtual empate con los representantes de la nobleza. A su Majestad le bastaba con un bando real para seguir haciendo lo que quisiera.
 
Aún con su esposo vivo y seguramente con su anuencia, destituyó al custodio del tesoro, seguramente porque éste cumplía el rol de custodio con extremo celo.
 
También quiso usted quedarse con cuatro o cinco diezmos de la producción de los labradores, que fueron el principal sostén del reinado de su difunto esposo, obteniendo de éstos una feroz resistencia,  indignados por el saqueo real en el que el destino de los fondos saqueados iba a ser dirigido solamente a saciar los incesantes incrementos de las necesidades financieras para mantener la estructura de la guardia real, los consejeros, los ministros, los bufones, los artistas, los emisores de bandos reales, las justas deportivas  y todo otro parásito amparado por el poder de la corona.
 
Solamente la valiente actitud del Príncipe Cleto impidió que Su Majestad hambreara aún más a los labradores para beneficio de los parásitos cortesanos.
 
Fallecido el tuerto Rey, el pueblo se solidarizó con su dolor, no con Usted.
 
En la falsa suposición de que el dolor nos hace mejores, el pueblo le dio a Usted un voto de confianza para enmendar las cosas, en la también falsa suposición de que sus acciones eran influenciadas por la innata maldad del Rey.
 
Craso error. Su aparente dolor fue tan solo una liberación para ejercer su Real Poder  sin limitaciones. En los pasillos del palacio se hablaba de sus permanentes reincillas con el difunto Rey y de algunas visitas a alcobas ajenas a la real. ¿Dolor? No lo creo ¿Consternación? Por ahí cantaba Garay. ¿Qué hacer con todo este poder?  ¿En quién me apoyo? ¿Podré descargar todo el resentimiento acumulado dado que mi origen plebeyo de tanto desprecio me ha hecho víctima por tanto tiempo? ¿Podré terminar con la infame burguesía? ¿Será posible soñar una sociedad sin clases donde solamente exista la corte y los que necesitan de ella para vivir? ¿Pero quién producirá los granos, el vino y los olivos? ¿Porqué tantos dilemas? ¿Podrá mi hijo, el Príncipe Max sucederme cuando abdique o fallezca? ¿Lograremos una dinastía de quinientos años? ¿Habrá reino dentro de treinta?
 
¡Cuantas preguntas sin respuesta!
 
Reinar no es fácil, Majestad. No sólo requiere de astucia,  maldad y deseo de venganza  sino de pericia, grandeza, magnanimidad y visión de futuro.
 
Durante su reinado, factores tanto externos como internos alteraron la tranquilidad de sus súbditos, en algún caso por razones no imputables a Vuestra Majestad y en otros, la mayoría de ellos, absolutamente imputables a su real impericia y  su real tozudez.
 
 Mató Usted al único mercado de capitales de largo plazo del reino al estatizar las jubilaciones de los súbditos y disponer de los fondos acumulados para financiar su real descontrol de los gastos  reales.
 
Usó esos fondos y otros, provenientes de tasas e impuestos para financiar las justas deportivas para todos y todas, sin importarle que más de la mitad de la población no asiste a esos eventos y solamente ha logrado que enriquezcan y despilfarren los deportistas, sus entrenadores y sus representantes / dirigentes.
 
Empleó toda su fuerza para embestir contra el pregonero popular, cuyos bandos ponían en tela de juicio su capacidad para reinar con honestidad y, al no ser ello suficiente, por decreto real y justo antes de perder su circunstancial real mayoría en el Parlamento, sancionó la ley de bandos para concentrar todo el poder de comunicación del reino en manos de cortesanos beneficiarios de prebendas reales.
 
Quedó en evidencia su real negligencia para administrar los bienes del reino cuando se estrelló una  diligencia repleta de trabajadores en la estación terminal de la capital del reino, muriendo  52 de los ocupantes de la diligencia y quedando cientos de heridos más.
 
Por decreto real  se apropió de la empresa que proveía aceite a las lámparas del reino, empresa que pertenecía a otro reino lejano con alguna participación de propios cortesanos. Prometió no pagar por ella pero finalmente y ante la amenaza de ser cercado su reino por el reino extraño, cedió miles de ducados del tesoro al reino que explotó  por años y vació el negocio del aceite.
 
Lo mismo sucedió con la empresa de palomas mensajeras, también propiedad del extraño reino y que en los últimos años casi no volaban a ningún destino por falta de alimento para palomas y por serias desorganizaciones en las jaulas. Rescatada para la corona, solamente sirvió para beneficiar  con miles de nombramientos a cortesanos amigos del Príncipe Max, comprar palomas al reino vecino  de  Orden y Progreso (Palomas que durante la república podríamos haber criado juntos,  más  durante el sultanato,  se le regaló al reino vecino).
 
Ni hablar de la crisis con los buitres que reclaman que le den ducados reales o granos para aves de rapiña en lugar de los ducados virtuales con que el Rey tuerto dilató los previos compromisos que tenía el reino con las negras aves de rapiña. Ni del default con el que el reino ha visto cerrar todos los intercambios posibles de bienes, servicios y financiamiento con otros reinos.
 
Frente a esto, a su Majestad solamente se le ocurrió crear un nuevo código de relaciones entre los comunes del reino y aplicar un real torniquete en los cuellos de los administradores de justicia que disientan con el real pensamiento de su Majestad, a través de la Procuradora del reino y del Real Consejo de la Magistratura.
 
A su favor queda la implementación del subsidio por hijos, sugerido durante el reinado del difunto Rey Tuerto por la Condesa Lilita, una bella y gorda joven de gran talento pero que nunca contó con los favores de los monarcas y que fue graciosamente apropiado intelectualmente por su Majestad y los cortesanos.
 
Por mucho menos que esto, Majestad, a Luis XV y Sra. le cortaron el gañote.
 
Ni hablar de los Zares y su familia que quedaron como colador. Pena me da la muerte de los inocentes niños hijos de los zares, pero al pensar que el Principe Max también fue un niño inocente, tal vez se justifique la muerte de tan bellas e inocentes criaturas.
 
En definitiva, Majestad, quiero pedirle en esta Navidad que reconsidere su accionar.  Quizás su cuello quede a salvo pero no su libertad. Quizás no la conviertan en colador pero el riesgo para Usted y sus hijos seguirá latente.
 
Convoque al consejo de notables. El Príncipe Cleto, El Duque Mauricio, el Paje Sergio, la Condesa Lilita, y a Don Miguel de Cervantes Saavedra, alias el Anaranjado. Ellos le darán a Usted una gran mano para tomar las medidas finales de su gobierno en función del futuro del reino y no de sus egos personales. Haga de su salida del poder algo digno y no se arriesgue a que, los hechos, al precipitarse, le hagan perder la cabeza.
 
Con mi mayor respeto.
 
Germán Berizzo. Un leal siervo de su Majestad.

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