UNA MUERTE EN LA ARGENTINA CONGELADA

El Caso Nisman es mucho más gravitante que su investigación

Es totalmente cierto lo que afirma Jorge Asis: "(...) En el hundimiento, entre el grotesco y el bochorno, La Doctora hizo incinerar hasta a su máxima fortaleza. Sus diputados, numéricamente suficientes para aprobar la demencialidad que fuera. Infantilmente los diputados descontaron, de frente a los televisores, la tesis de la inducción al suicidio. Mientras lo que necesitaba saber la sociedad era por qué habían asesinado al fiscal que en bloque descalificaban. Debían cuidarlo a Nisman como si fuera de cristal. Que ni siquiera se les resfriara. Por incompetencia, deben hacerse cargo, ante la historia, del muerto."

por JORGE ASIS
 
PARÍS (Especial para Jorge Asis Digital). La versatilidad para el desconocimiento de la interna de Medio Oriente logra que en la Patria prosperen las teorías más demenciales.
 
Argentina se quedó congelada entre muertos de hace cuarenta años. Y padece los malentendidos de una situación interna en Medio Oriente de veinte años atrás.
 
Tal vez Estados Unidos hoy no hubiera necesitado tanto demonizar a Irán como en 1994. Ahora comparten el mismo enemigo. Es Daech, más conocido como el Estado Islámico.
 
La irrupción de Daech altera las interpretaciones plácidas de las cancillerías de occidente. Las somete a desafíos informativos e interpretativos, mientras sus sociedades se escandalizan por la mediática brutalidad que impone el Califa Abu Bakr Al Baghdadi. Como arrojar al vacío a los homosexuales. O matar en público a una adúltera. O fusilar adolescentes por mirar un partido de fútbol por televisión. O decapitar rehenes a canilla libre (al cierre del despacho se aguarda que rueden dos cabezas de japoneses).
 
Al margen de la bestialidad, las cancillerías constatan que Daech, con su sunnismo radicalizado, desplaza de la centralidad a Israel-Palestina y su problemática. Ya el Medio Oriente no oscila alrededor del instalado conflicto.
 
Territorialización de la jihad
 
Daech, incluso, se convierte en una amenaza para quienes financiaron, en un principio, en Siria, a los combatientes contra Bashar. Como Arabia Saudita. Y aporta un elemento nuevo que desubica, y sobre todo debilita, a las distintas franquicias de Al Qaeda.
 
Es la territorialización de la jihad.
 
Ya no se trata de crear focos de tensiones, ni de generar pánico o caos. Daech se consolida en un amplísimo territorio que unifica a los sunnitas humillados de Siria e Irak. Y explota zonas petrolíferas y hasta vende sin graves inconvenientes morales su producto. Y lo más grave, trata de convertirse en el tercer gran actor que torne aún más complejo el panorama.
 
En adelante, ya no se debate la problemática entre el Irán persa y chita y la Arabia Saudita rigorista y sunnita.
 
La territorialización de Daech, sumada a la condición ganada de enemigo principal del “satán americano”, emerge como una atracción para los islamistas radicalizados de occidente que ingresan, como por un tubo, a través de Turquía.
 
Hoy Irán y Estados Unidos se aproximan a través de los horrores del enemigo común, mientras Israel aceita, cada vez con más intensidad, sus vínculos con China. Como la Argentina. Aunque con menor tendencia hacia la improvisación.
 
Servilletas war
 
El fiscal Alberto Nisman, abocado exclusivamente a la investigación del atentado contra la Amia, es el exponente de la tesis de la justicia nacional que culpabiliza a Irán. Y que tuvo el respaldo, por órdenes superiores, de la Secretaría de Inteligencia, con el aporte ideológicamente significativo de la CIA y el Mossad, que se renovó mientras se sucedían los presidentes.
 
Pero cuando se produce el disparatado viraje argentino, se desata, en simultaneidad, la guerra de las servilletas, o la “servilletas war”. Y queda Nisman desubicado, como la propia SI. O sea la Secretaría que, con la carátula de Icazuriaga, Corazón de Ballena, y del Paco Larcher, El Espía que viene de Abril, comandaba en la práctica El Ingeniero. Es el personaje mítico que otros llaman Jaime, Jaimito o Stiusso, y a quien La Doctora, junto a los estereotipados cancerberos del cristinismo, quieren tirarles el muerto. O sea a Nisman.
 
Es precisamente Jaimito quien descubre, según nuestras fuentes, las vinculaciones de una inteligencia y cancillería paralela, que protagonizaban seres tan pintorescos como audaces. Desde D’Elía, El Falso Negro, hasta Esteche, El Escrachador. Y Jaimito se da cuenta también que lo tenían penetrado a través de El Francés, que directamente respondía a los buscapinas que se apostaban en la Casa Rosada. Pero también integraba la banda paralela el propio canciller Timerman, El Ruso de M. Es quien en la causa perdida del cristinismo ofrendó hasta su identidad. Y lo peor es que el pobre creía, según nuestras fuentes, que el acuerdo con Irán era positivo para el esclarecimiento del atentado.
 
Puede constatarse entonces que Timerman, ante todo, pudo ser un torpe. En realidad, lo fue.
 
Pero la torpeza en la diplomacia suele ser imperdonable.
 
Acordar con eI Irán de Mahmud Ahmadinejad era lo mismo que arreglar algún tema con la Argentina del general Bignone en septiembre de 1983.
 
Por su fantástica impericia, La Doctora iba a quedarse pegada con Ahmadinejad. Es el alucinado que pretendía arrancar a Israel del universo como si fuera un racimo de uva chinche que cuelga en la parra. Y todo para hacerle un favor al extinto Chávez, mientras Rohuani, el sucesor cantado de Ahmadinejad, arreglaba con Obama hasta el tema nuclear.
 
Pero nadie se lo advirtió a La Doctora cuando, en su amplia versatilidad para el desconocimiento, se lo reprochó a Obama, en uno de los momentos más reprobables de la historia diplomática argentina. Cuando La Doctora, en su desatino invariable, hasta comprometió al Papa Francisco, que es acaso el máximo apoyo que tiene para llegar al final, pese a sus horrores.
 
Hay que estar de acuerdo con Francisco. Sólo que, para ayudarla mejor, habría que acercarle a La Doctora la línea de llegada.
 
Pero Estados Unidos e Irán se aliaban ante la aparición del nuevo enemigo. Daech.
 
Inconvenientes de analizar una realidad dinámica con la vocación exclusiva por la historia estática.
 
La tragedia de Nisman
 
Lo que pudo haber sido un episodio apenas payasesco de nuestra (falta de) política exterior derivó en una tragedia. El asesinato del fiscal Nisman, justo el día anterior de la presentación en el Congreso. De la denuncia acaso excesiva que involucraba a La Doctora, y a la banda de marginales que utilizó para enlodar, aún más, a su administración.
 
Fue el turno del festival de dislates e improvisaciones que amenazan con llevarse puesto su gobierno.
 
Queda por suerte sostenido por la limitada paciencia de una sociedad de reflejos controlados, y por la persistencia de una oposición que parece estar más cómoda en su estado pasivo. En su estado -digamos- caniche. Una oposición inofensiva y envuelta que se acostumbró a funcionar sólo a través de la explotación de las equivocaciones de La Doctora. Que es quien mantiene, en sus peores momentos, la iniciativa.
 
El asesinato del fiscal Alberto Nisman conmueve y enluta a la sociedad argentina y despoja al gobierno de La Doctora de legitimidad moral.
 
El Caso Nisman hoy es mucho más gravitante que su investigación.
 
Nadie lo veía al doctor Nisman con muchos deseos de suicidarse. Al contrario, aparecía como bastante acelerado y saludable. Se registró probablemente un exceso de “tapones de punta”. Los políticos y los enternecedores periodistas encuadrados se obstinaron en demostrar que Nisman -un “pobre muchacho”- se suicidó porque no podía bancar la parada.
 
En el hundimiento, entre el grotesco y el bochorno, La Doctora hizo incinerar hasta a su máxima fortaleza. Sus diputados, numéricamente suficientes para aprobar la demencialidad que fuera.
 
Infantilmente los diputados descontaron, de frente a los televisores, la tesis de la inducción al suicidio. Mientras lo que necesitaba saber la sociedad era por qué habían asesinado al fiscal que en bloque descalificaban.
 
Debían cuidarlo a Nisman como si fuera de cristal. Que ni siquiera se les resfriara.
 
Por incompetencia, deben hacerse cargo, ante la historia, del muerto.

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