EL FRANCOTIRADOR

Eastwood hace cine, que de la política se encarguen otros

'El francotirador' ('American Sniper', Clint Eastwood, 2014) sigue batiendo récords de taquilla en el 1er. mes del 2015, mientras el resto de estrenos no le hacen la más mínima sombra. En 5 semanas, sólo en USA superó los US$200 millones en taquilla. Según informó Boxoffice Mojo, el filme protagonizado por Bradley Cooper y Sienna Miller se encuentra nominado a 6 premios Oscar, y está basado en la autobiografía del Navy SEAL, Chris Kyle, quien tiene el récord de muertes como francotirador del ejército estadounidense. El largometraje bien vale una aproximación:

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Especial para Urgente24). El film 'El Francotirador' está basado en la autobiografía de Christopher Kyle, el francotirador más letal de la historia militar de los Estados Unidos (más de 160 muertes, según los registros). Muchas veces, frente a una película controversial en términos políticos, se cree que es mejor evitar cualquier discusión de este tipo para pasar a hablar de lo estrictamente cinematográfico. Sin embargo, el cine también es un medio de comunicación y el autor deja siempre planteada determinada postura frente a lo que está contando, pero no siempre es tan evidente. Esta película cuenta cómo afectó la guerra a este soldado profesional, y, tal como ya se sabe, la guerra es uno de los temas más difíciles de relatar porque exige un compromiso: el narrador debe elegir un bando y de alguna manera “hacerse cargo” de lo que sucedió.
 
En reiteradas ocasiones, Clint Eastwood fue criticado por cuestiones “no cinematográficas”: él es republicano (conservador) y los sectores más progresistas de USA (el ala izquierda de los demócratas) lo acusan, a menudo, de hacer “propaganda patriótica” en sus películas. Una semana atrás, el documentalista Michael Moore, conocido por su oposición a la presencia militar de USA en Irak y Afganistán, se pronunció sobre “El Francotirador” muy sutilmente, sin siquiera mencionarla. A través de Twitter, el realizador contó que a su tío lo mató un francotirador en la 2da. Guerra Mundial y sentenció: “Nos enseñaron que los francotiradores son cobardes porque te disparan por la espalda. No son héroes. Y si son invasores, son peores”.
 
Precisamente Chris Kyle —el de la película, por lo menos— no es un héroe. Para empezar, el personaje es presentado de una manera para nada extraordinaria: una noche, borracho y tras descubrir que su mujer se acuesta con otro hombre, mira por televisión los atentados a las embajadas estadounidenses en África y decide entonces “hacer algo”.
 
El francotirador deja en claro, a lo largo de la película, que le gusta lo que hace y la relación con su trabajo parece ser adictiva. Kyle dice, en reiterados episodios, que no le preocupa matar porque cree que es “para que no maten a los nuestros”, algo que le enseñó su padre. Y se lamenta cada vez que no puede proteger a un compañero: él quiere salvar a todos.
 
Sin embargo, no es una “máquina de matar”, sino que, si bien lo hace con una precisión profesional; él es muy consciente de lo que implica su trabajo. Sus compañeros lo apodan “Leyenda”, pero a él no le gusta la atención que recibe y no cree merecer esa admiración. Hay, por lo menos, 2 escenas que ilustran bien este aspecto: al comienzo de la película vemos a un niño que, por orden de su madre, camina hacia los militares estadounidenses llevando una bomba. Al protagonista, que contempla la situación desde un techo, no le satisface tener que disparar. Tras cumplir con su trabajo, un compañero que lo ve triste lo consuela: “Pero esa bomba nos iba a matar a todos...”.
 
Esa situación se repite más tarde cuando otro niño agarra, como jugando, un misil que encuentra en el suelo. Kyle conoce su deber y, ya con el dedo en el gatillo, ruega “que suelte la puta cosa” para no tener que hacerlo.
 
Otra idea, que se desprende de lo anterior, que la película parece mostrar, y puede ser objetable para muchos, es que ninguna muerte es injusta. El trabajo del personaje parece funcionar como una suerte de contraataque, por lo que nunca “dispara por la espalda”, como dice Moore. No hay iraquíes inocentes, no hay víctimas: siempre portan armas o bombas y el francotirador se encarga de “defender a los suyos”.
 
Pero más que una película de guerra es un drama psicológico, porque está centrado en cómo las incursiones de Kyle en Irak lo afectan durante los lapsos que vive en Estados Unidos en su rol de esposo y padre de dos hijos. Es adicto a su trabajo, en el que se destaca, y descubre con los años que esto atenta contra la posibilidad de adaptarse a su familia, porque, en un momento dado, él ya no es el mismo de antes. Sus alteraciones psicológicas y episodios de violencia constituyen  el costo que debe pagar por las 160 vidas con las que terminó.
 
Clint Eastwood es fiel al estilo que lo caracteriza: a los 84 años, no abandona el clasicismo y se resiste a incorporar elementos modernos que pudieran conspirar contra la solemnidad que merece de lo que está contando. Es cierto que el realizador no se refiere a los motivos de la guerra ni otras cuestiones políticas, pero sabe que es un tema complejo y  por eso decide manejarlo con ambigüedad para estar a la altura de la problemática. Es esa distancia la que debe mantener el espectador para no dejarse llevar por aquellos que ven en ella maniqueísmo y “propaganda pro Estados Unidos”.

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