"IOSI, EL ESPÍA ARREPENTIDO"

Espiando a la AMIA y también a la DAIA...

El ex senador nacional Mario Cimadevilla tiene por delante un desafío casi imposible: reflotar la investigación del atentado contra la sede de la AMIA. La Administración Macri tiene alguna ambición al respecto: avanzar en temas pendientes desde los años '90. Confía en restablecer protocolos de cooperación e intercambio informativo con USA, Europa occidental e Israel. Pero su mayor problema es la estructura local, en especial en las fuerzas de inteligencia y seguridad donde impera una relación a veces ambigua, hipócrita en otras ocasiones con la comunidad judía, que a su vez está fragmentada en varios pedazos irreconciliables. En ese contexto, Miriam Lewin y Horacio Lutzky, periodistas que integran la heterogénea comunidad judía argentina, son los autores de "Iosi - El Espía Arrepentido", libro que se autodescribe como "La confesión del policía federal infiltrado en la comunidad judía (N. de la R.: José Alberto Pérez). Amor, traición y muertes en una operación secreta. Los atentados contra la Embajada de Israel y la Amia."

N. de la R.: En “Iosi, el espía arrepentido”, los periodistas Miriam Lewin y Horacio Lutzky narran, junto al protagonista, José Alberto Pérez, quien fue comisionado por la Policía Federal Argentina para infiltrarse en las instituciones de la colectividad judía, semejante experiencia. Pérez fue tan eficiente en su tarea que llegó a prosecretario de la Organización Sionista Argentina, con funciones de seguridad en la propia AMIA y acceso a las llaves del edificio. ¿Por qué querría, una institución gubernamental, espiar a la comunidad judía argentina en general, y a sus líderes en particular? ¿Fue una acción demostrativa de cierto antisemitismo larvado en las fuerzas de seguridad y otras instituciones oficiales, y hasta corporaciones vinculadas al Estado? ¿Influyó ese posible espíritu en las investigaciones de los atentados terroristas sin resolver?
 
 
por MIRIAM LEWIN y HORACIO LUTZKY
 
(...) Entonces empecé mi ingreso a un mundo invisible, reservado, oculto. Directo a la Escuela de Inteligencia, que está frente al Hospital Ramos Mejía, en la calle Urquiza, arriba de la comisaría. El curso completo duraba cinco años.
 
La Inteligencia de la Federal había tenido su primer jefe en la época de Perón, el coronel Jorge Manuel Osinde, que se hizo famoso después de la matanza de Ezeiza. Ahí, la derecha peronista y tipos de los servicios balearon, torturaron y mataron a gente que había ido a recibir a su líder. La división se armó siguiendo el modelo del servicio de Inteligencia de la Alemania nazi.
 
Osinde era afecto a la cetrería, tenía un halcón en el escritorio y cuando recibía a los suyos les decía:
 
-Ustedes van a ser mis halcones, van a salir a cazar por mí. 
 
Dicen que torturaba a los detenidos, y que esa fue una de las excusas que usó la Revolución Libertadora para derrocar a Perón en 1955.
 
En la época del Proceso, el área de Inteligencia cobró fuerza en relación muy firme con los militares. Tenía el poder de decidir sobre la vida y la muerte de la gente que detenía. Cuando volvió la democracia, comenzó a haber peleas internas fuertes con las otras áreas. De ahí proviene la costumbre de llamarnos “plumas”, despectivamente, como revancha, en lugar de “halcones”.
 
Los de inteligencia te generaban desde el principio un sentido de pertenencia muy fuerte, con reglas rígidas. Los que entrábamos no podíamos revelar nuestra identidad, teníamos que usar un nombre falso. El mío, dentro de la fuerza, siempre fue Jorge Polak. Nos aconsejaban aislarnos de nuestros amigos. No tenía que contarle nada de lo que haría a mi familia. Debía reducir mis relaciones a un grupo lo más limitado posible. Había que ser casi un ermitaño. Esas eran las órdenes, y estaban para cumplirlas. Provenía de un decreto de tiempos de Juan Carlos Onganía, de 1967, el N°2263.
 
Los profesores también tenían nombres falso. Había uno al que todos le teníamos miedo, que se hacía llamar Barzola. Era gordito, de ojos claros. Lo creíamos capaz de cualquier cosa porque era un pesado de la época de los militares, había pasado por varios destinos. Se zarpaba en los interrogatorios. También lo llamaban Barreiro, y cuando se fue de la policía trabajó en Techint, en seguridad, según me contaron.
 
Solamente uno de los docentes era crítico: nos decía que el día de mañana nosotros con nuestros informes íbamos a ser los que determinaríamos qué procedimientos se harían, y nos daba a entender que en otra época eran esos informes los que definían quién vivía y quién no. Nos hizo ver una película, "Brazil", de Terry Gilliam, donde una mosca en una máquina de escribir cambiaba una letra y eso determinaba el destino de una persona.
 
Otros nos contaron anécdotas sobre esos errores. Confusiones de nombres, de direcciones, aberraciones… A tal punto que en una oportunidad, por equivocarse de vereda, llegaron a la casa de un militar. Como el tipo vio el despliegue de gente civil armada, se imaginó que era guerrilleros y empezó a disparar. Le dejaron la casa hecha un colador, mientras el objetivo real se les escapaba por otro lado. Como esa, pasaron seguramente mil cosas, tipos que se llevaron por un malentendido… Pero nadie se manifestaba arrepentido. ¿A quién le importaba?
 
En la Escuela estudiábamos Derecho Civil y Penal, Historia de los partidos políticos, Historia de los grupos terroristas, Psicología. Era una contradicción que aprendiéramos leyes porque, por otro lado, nos instruían para cometer delitos como, por ejemplo, la irrupción subrepticia en un domicilio; es decir, entrar en un lugar, sacar lo que necesitábamos y dejar las cosas igual, de manera que nadie se diera cuenta de que habíamos estado ahí. Y, a la vez, nos enseñaban cuál era la pena si alguien era encontrado dentro de una propiedad privada. Aprendías la norma y también cómo violarla.
 
Los manuales eran los mismos que se venían usando desde la época de la dictadura. No nos permitían sacarlos de la Escuela, quedaban ahí adentro. Todo era oculto, oscuro.
 
Uno de los profesores había dicho que si uno tenía una habilidad, un conocimiento, debía potenciarlo porque podía ser útil. Por ejemplo, si alguien jugaba bien al tenis, podía viajar por el mundo en ese rol, bajo esa cobertura, de torneo en torneo, y ser en realidad un espía, un agente de Inteligencia. Podía traficar información sin sospechas. 
 
Yo conocía todas las colonias judías de Entre Ríos porque mi familia venía de esa provincia. Basavillaso, Villa Clara, Domínguez, Sajaroff. Estaba empapado de la llegada de la inmigración, sabía de las distintas oleadas, me recitaba de memoria todos a los apellidos…. Sabía, por ejemplo, que los de Colonia Avigados, fundada en 1936, eran judíos alemanes, salvados de la guerra, y que había surgido en el contexto europeo la necesidad de la creación del Estado de Israel. No recuerdo si era para Actividades Antidemocráticas o para alguna otra materia.
 
Profundicé muchísimo y eso motivó a dos de mis compañeros, que eran hijos de militares, quienes empezaran a cargarme insinuando que yo sabía demasiado. Que a lo mejor era judío, un doble agente. Era ridículo, porque se suponía que antes de aceptarme habían investigado hasta a mis abuelos. La verdad era, creo, que ellos esperaban armar para mi exposición una historia más afín a los mitos  que hay detrás de la colectividad judía, el supuesto afán de dominar el mundo, la acumulación de poder, de influencias. Ese halo de misterio, la trama secreta que después, cuando me tocó convivir diariamente con la comunidad, comprobé que no existía, que era un fraude.
 
Cuando recibí la calificación, que fue muy buena, me preguntaron:
 
-¿Vos sos del Mossad o del Shin Bet?
 
-Y… no sé, dígame usted –contesté. No me imagino qué fantasías se habían hecho sobre mí.
 
Sí, puede ser que haya sido para Actividades Antidemocráticas, porque ellos pensaban que el sionismo era peligroso, una verdadera amenaza para el país. Y eso tiene mucho que ver con lo que voy a contar.
 
Entrenamiento especial
 
Uno no elige su destino. No hablo ahora del destino en general, no escribo esto para hacer filosofía, me refiero al lugar donde te desempeñás dentro de la fuerza. Supongo que queda claro. Cuando leas lo que sigue, me vas a entender mejor.
 
Para ir a hacer lo que yo hice, infiltrarme, te seleccionaban de acuerdo a tus condiciones. Te marcaban, te veían actuar. Y también tenían en cuenta sus necesidades de acuerdo con tu historia. En la Escuela te abordaba un oficial con mucha experiencia en esa actividad porque, por lo general, era alguien que venía trabajando en el tema desde la época de la dictadura, “la otra época”. Casi todos tenían ese pasado.
 
Cuando te seleccionaban, para el resto de la promoción, la tanda, uno había pedido la baja, se iba de la institución. La excusa podía ser cualquiera. Que la persona se había enamorado de una chica y se iba a vivir afuera, que tenía problemas familiares, que estaba enfermo, por ejemplo. Así era como uno empezaba a mentir, como iba a tener que mentir toda su vida. El primer paso para engañar a tus propios compañeros. Te esfumabas, no podías aparecer más. Empezabas a vivir en total secreto. Tu verdadero legajo se retiraba y se guardaba en un lugar quizá, una caja fuerte, para que nadie tuviera acceso a él.
 
El próximo paso era un entrenamiento duro, súper especial. Un entrenamiento de élite. La antesala era el CAPE, el Centro de Adiestramiento Policial Especial. Allí había dos instructores, uno de ellos, un referente de apellido Dib, totalmente antisemita. Antijudío de pura cepa. Durante la dictadura, el CAPE se había llamado Centro de Adiestramiento Antiterrorista, pero cuando cambió la época y vino la democracia también le cambiaron el nombre, para disimular. Sin embargo, el espíritu seguía siendo el mismo porque mantuvieron los cuadros; la línea de pensamiento era idéntica. Ahora se llama Grupo Especial de Operaciones Federales, GEOF, pero el cambio de denominación no es garantía de los de que los instructores se hayan renovado. Se camuflan, se disfrazan, pero siguen pensando lo mismo.
 
En Puente de la Noria había dos edificios, allí nos capacitaba. Ahí teníamos dormitorios, un microcine. El grupo era cerrado, éramos más o menos diez o   quince. No había mujeres, no porque no hubiera chicas en Inteligencia, sino porque a partir de cierta instancia se las entrenaba en otro lugar. Ese curso duraba 20 días y era eliminatorio. Tenías que aprobarlo sí o sí.
 
En el CAPE recibíamos instrucción sobe actividades clandestinas: seguimiento, anti seguimiento, sabotaje, infiltración, atentados. Te enseñaban a ser disciplinado, metódico y paciente. Te quitaban el reloj y te sacaban a cualquier hora a hacer entrenamiento físico. Nos habían pedido que lleváramos ropa de fajina, pero como yo no tenía, llevé el overol azul del colegio industrial.
 
Para que experimentáramos con explosivos nos llevaban a Campo de Mayo. Aprendíamos a usar detonadores, cordones, armábamos bombas. Si ahora quisiera explicarte algo, no podría armar un artefacto eficaz, impecable.
 
También hacíamos seguimiento y si alguien nos descubría en una actitud medio rara y nos detenía, teníamos que dejarnos llevar a la comisaría y desde allí pedir que se comunicaran con nuestros jefes. Imagínate que no llevábamos nuestros documentos, alguien de un área diferente de la fuerza o un objetivo verdadero, es decir un activista, un estudiante, un sindicalista. También hacíamos simulación de interrogatorios a supuestos terroristas utilizando técnicas proporcionadas por los norteamericanos. Una tarde nos hicieron ver un video sobre eso. Todavía estaban las chicas, eso fue antes de dividirnos. Las mujeres y algunos pibes no se lo bancaron, se levantaron y se fueron. No soportaron ver lo que mostraban. Eran torturas, las conocidas y las que la mente humana te permitía imaginar. Levantarte e irte era renunciar, abandonar, admitir que no servías para eso, que eras un blando.
 
El ejercicio inicial era llevaron al microcine. Allí había un escenario y butacas. Atrás, un espejo desde donde nos observaban los instructores, como si fuera una cámara Gesell. Nos sentaron y trajeron un tipo, encapuchado y esposado, y un maletín. Nos dijeron que se trataba de un terrorista y que supuestamente, en la valija había datos sobre la realización de un atentado. Nosotros teníamos que obtener la información del detenido. Había que abrir el maletín y después interrogarlo. En el maletín había una trampa cazabobos y al abrirlo se producía una pequeña explosión. Revisamos los papeles, que se habían chamuscado un poco, y comprobamos que se iba cometer un atentado. Teníamos solamente media hora para impedirlo. El atentado iba a ser en un jardín de infantes, nada menos.
 
Nos estaban evaluando y veníamos agotados por el entrenamiento, con una carga psicológica, con una presión tremenda… No por casualidad los que estábamos ahí éramos todos papás y teníamos hijos chicos, algunos incluso bebés. Había un reloj de pared enorme. Nadie decía nada, pero uno sabía… Podíamos consultarnos entre nosotros. Nos evaluaban en conjunto.
 
Cuando quedaban 15 minutos y el tipo no hablaba, empezamos a recordar las técnicas que nos habían mostrado en el video. Sobre una mesa nos habían dejado algunos elementos, por ejemplo, un martillo. No quiero decir más… No sabíamos si el tipo era un actor o qué. No creo que lo fuera. Si le rompíamos una falange, la rodilla o si le cortábamos un dedo de la mano, nadie nos iba a reclamar nada.
 
Yo tenía 25 años, y los demás eran menores, excepto uno, Luis Falco, del que mucho después se supo que fue el apropiador de Juan Cabandié y por eso terminó preso. Él era mayor, de una promoción anterior. Los instructores venían, como te dije, “de la otra época”, incluso el capellán policial que te convencía de que ibas a luchar contra el diablo, contra el mal. Los instructores evaluaban quién tomaba la iniciativa en esa situación. 
 
Epílogo
 
La historia de Iosi, el espía infiltrado en la comunidad judía argentina en plena democracia, deja inquietantes preguntas. 
 
Algunas se relacionan con lo obvio.
 
¿Cuánto sabían las autoridades políticas nacionales de los sucesivos gobiernos democráticos acerca de las actividades de espionaje realizadas a partir de 1986 y hasta después de los atentados sobre los judíos argentinos, violatorias de principios constitucionales elementales? ¿Controlaban lo que hacían sus servicios de Inteligencia, o eran estos, al contrario, los que controlaban a los poderes políticos?
 
¿Era Iosi el único infiltrado? Cuando fue desafectado, ¿otro u otra agente lo reemplazó? Las inteligencias de las otras fuerzas de seguridad o armadas, o la SIDE, ¿tienen o han tenido también sus espías en organizaciones sociales, políticas o religiosas?
 
¿Tienen los efectivos policiales prejuicios hacia los 'diferentes'? Ya en la Semana Trágica de enero de 1919, el periodista de medios judíos Pinie Wald fue detenido en la comisaría 7 (la misma que décadas después no cuidó la AMIA) y luego salvajemente castigado en el Departamento Central de Policía, acusado de presidir una conjura “maximalista” rusa para instalar un “sóviet” en la Argentina. 
 
Más cerca en el tiempo, el periodista Jacobo Timerman fue torturado durante su cautiverio en la última dictadura militar por el jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires, Ramón Camps. El represor quería que “confesara” su responsabilidad en el “plan Andinia”, el supuesto complot judío para apoderarse de la Patagonia y crear la República Andina, una segunda Israel. Esa superchería había sido creada por el ideólogo filonazi de la dictadura, Walter Berveraggi Allende. Ya en la democracia, Iosi es plantado en la comunidad judía para investigar esos mismos disparates. ¿Cambió realmente la formación intelectual y profesional de las fuerzas policiales?
 
Otras preguntas. 2 atentados –con indicios de participación policial en la perpetración y en el encubrimiento- se llevaron la vida de más de un centenar de personas en pleno Buenos Aires. Sin embargo, la aparición de un testigo, protagonistas esencial de los momentos previos y posteriores a tales tragedias no generó el interés real de las instituciones afectadas, ni tampoco de quienes debían impulsa la búsqueda de la verdad desde el sector público. 
 
Iosi fue el encargado de recopilar toda la información necesaria, hasta el más mínimo detalle, de los objetivos que fueron atacados por los terroristas después. Y lo hizo por orden de sus jefes de Inteligencia de la Policía Federal, que consideraban a los judíos una amenaza. Les suministró todo: las características de la edificación, la distribución interna, las formas de acceso, los horarios, los sistemas de seguridad. Los nombres,  los hábitos, los puntos débiles, las formas de entrar y salir sin ser advertido.
 
En los momentos anteriores a los dos atentados, todos los policías federales que podían haber sido víctimas desaparecieron de los lugares donde tendrían que haber estado, porque les avisaron que se fueran.
 
No fue casualidad: no fueron uno ni dos, sino una decena entre los dos atentados. Y después, cuando las matanzas habían sido concretadas, fueron policías –entre otros- los que se dedicaros a destruir las evidencias. Mientras tanto, seguían espiando a la comunidad, no para custodiarla desde dentro sino para averiguar cuáles era sus hipótesis sobre los autores. A Iosi le encomendaron esa tarea.
 
Pero los dirigentes de la comunidad judía miraron para otro lado. Rubén Beraja, el presidente de la DAIA, su sucesor José Hercman y los que los siguieron, además del embajador de Israel, Itzhak Avian, defendieron la historia oficial  de los atentados, condecoraron a los jefes de la Policía Federal y se alinearon con el gobierno de Carlos Menem.
 
Sabemos hoy, por los cables de Wikileaks, que la Embajada de Estados Unidos presionó al fiscal Alberto Nisman para que no revisara nada de lo que tuviera que ver con el encubrimiento y el armado de pesquisa falsa.
 
¿Por qué todos estos factores de poder argentinos y del exterior coincidieron en el silenciamiento de lo ocurrido?
 
La DAIA y la AMIA, como querellantes en el juicio y del exterior, ¿coincidieron en el silenciamiento de lo ocurrido?
 
La DAIA y la AMIA, como querellantes en el juicio por el atentado contra su sede, a diferencia de los familiares de las víctimas, defendieron hasta el final la escandalosa actuación en la causa del destituido juez Juan José Galeano, y convalidaron sus numerosas irregularidades, que alejaron toda chance de verdad y justicia. Junto con la Secretaría de Inteligencia del Estado, estos representantes del establishment comunitario se opusieron celosamente a la divulgación de la actividad secreta y frecuentemente delictiva de los espías que intervinieron en la pretendida investigación. ¿Por qué  militan a favor del ocultamiento?
 
Contra toda lógica, a los pocos días de ocurrido el atentado a la AMIA se abortó la línea de investigación local que más evidencias y puntos de sospecha acumulaba, que involucraba al ciudadano argentino de origen sirio Alberto J. Kanooore Edul, con vínculos que llevaban no solo a Carlos Telledín sino a otro sospechoso central tanto entonces como ahora: el agregado cultural de la Embajada de Irán, Moshen Rabbani, que figuraba en su agenda personal.
 
El 1º de agosto de 1994 las órdenes bajaron de la Casa Rosada y de inmediato se desincriminó a Kanoor Edul (cuya familia era muy cercana a los Menem), pero también a otro personaje central en la trama: el minero libanés Nassib Haddad un tenedor de explosivos y dueño del volquete dejado en la puerta de la AMIA minutos antes de las detonaciones, después de pasar por un baldío que usaba Edul. Los dos se fueron a su casa el mismo día, luego de quedar sólo unas horas detenidos. Mientras tanto, se clausuraba esa investigación y se disponía la sistemática destrucción de pruebas (casetes, desgrabaciones y elementos secuestrados) de esta vertiente, llamada “pista siria”, que en modo alguno desplazaba a la “pista iraní”, pero comprometía más directamente a Carlos Menem.
 
¿Cuánto influyeron los negocios personales de dirigentes y funcionarios a la hora de aceptar la impunidad de nichos de corrupción en la fuerzas de seguridad e Inteligencia, y en el desvío de las investigaciones? ¿O cabe pensar en compromisos de mayor alcance a nivel internacional?
 
En ese sentido, el gigantesco contrabando de armas y explosivos desde la Argentina a Croacia y Bosnia, en el que participó el gobierno de Menem con intermediarios sirios e iraníes, podría ser la causa de las sucesivas cortinas de humo. Es que ese operativo no fue una simple ocurrencia de Menem: era avalado secretamente por los Estados Unidos, a pesar de la prohibición de la ONU de vender armamento a la zona, que regía desde septiembre de 1991. 
 
Para los serbios, que tenían todo el arsenal de la Yugoslavia de Tito, el embargo no era tan grave, pero el resto de lobados, sí. Israel, por su parte, desde la década de 1970 registra antecedentes de participación junto a militares argentinos y agentes norteamericanos en el suministro de armas a compradores iraníes, muy activos en la Argentina de los años '90
 
El escenario de la maniobra era el puerto de Buenos Aires. Ahí se acumulaban por toneladas en depósitos los cargamentos que eran inspeccionados por los intermediarios y compradores, básicamente croatas, musulmanes bosnios e iraníes, y tenían  como destino los Balcanes. Todo ese material estuvo a quince minutos de la sede la AMIA. A pasos, además, del depósito de Nassib Haddad, de donde partió el volquete depositado de la puerta.
 
En el negocio intervenían funcionarios menemistas, militares carapintadas y represores, agentes de la SIDE, directivos de Fabricaciones Militares y representantes de la industria bélica de varios países. Para esconderlo, está probado en la Justicia que llegaron hasta provocar la explosión de Río Tercero.
 
El operativo de contrabando era secreto, y debía continuar oculto, sin interferencias, pese a los atentados. Y sin indagaciones que podrían haber expuesto relaciones 'Non sanctas'. Motivos más que suficientes para frenar cualquiera averiguación.
 
¿Por qué la SIDE seguía a Rabbani y miembros de células iraníes antes del atetado a la AMIA? ¿Por qué no lo evitaron, si era los iraníes los responsables, tal como supone ahora la hipótesis predominante? ¿Qué misión cumplió el helicóptero que iluminó los techos y los fondos de la AMIA la madrugada anterior al atentado? ¿Por qué fueron ignoradas las advertencias previas e invalidados algunos testimonios? ¿Para qué se usó la precisa y abundante información recopilada por el espía?
 
Hasta ahora, estos interrogantes no tienen repuesta. Los agentes de la oscuridad vienen ganado la partida. Pero Iosi es la prueba viviente de que hay otra historia que intenta ver la luz. La verdad historia.

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