FACUNDO MANES

El cerebro argentino y un país mejor

Neurólogo rector de la Universidad Favaloro, Facundo Manes ha logrado, a través de la neurociencia, trascender la medicina y, tal como lo confirmó su presencia en la Feria del Libro 2016 ya es un personaje popular. Algunos especulan con un objetivo de incursionar, en breve, en lo público. Luego de su texto "Usar el Cerebro", Manes regresa con otro libro, "El Cerebro Argentino", otra vez junto al licenciado en Letras, Mateo Niro, docente de Semiología y Sociolingüística mientras concluye su doctorado en Geopolítica. Hay una frase de ambos, muy importante para entender la realidad: "Existe cada vez mayor evidencia neurocientífica de que lo que percibimos no es lo que es el mundo en sí sino un modelo y una predicción de lo que nuestro cerebro cree que el mundo debería ser". El concepto debería llevarnos a la prudencia y la discreción como norma de vida. Manes tiene grandes expectativas, sin embargo, sobre las posibilidades de la sociedad argentina, e insiste en la necesidad de buscar la excelencia educativa. Habría que considerar, sin embargo, que Manes y su copiloto apuntan a lo correcto pero olvidan una etapa previa: la vagancia es una forma de vida de muchos jóvenes argentinos, y habría que reenfocar (ya sea recuperar o modificar) sus hábitos, normas y valores antes de incorporarles conocimiento... para no fracasar en el intento. De todos modos, es válido el planteo y aquí va un fragmento de su capítulo "Una manera de pensar, dialogar y hacer un país mejor".

por FACUNDO MANES y MATEO NIRO

Nuestra gran apuesta como Nación en este siglo XXI debe ser el conocimiento. La educación, la creatividad, la innovación, la ciencia y el capital humano y social son y serán cada vez más en el futuro la frontera que separe a los países prósperos de los que no lo son. Y los argentinos tenemos que decidir en qué lugar queremos estar.

Puede resultarnos tranquilizador pensar que “estamos condenados al éxito” o que nuestras frustraciones son consecuencia de aquellos otros que no quieren que nos vaya bien. Pero no es así. Esta decisión depende de nosotros.

El progreso y el desarrollo futuro no son inevitables. Son el resultado, en gran parte, de las decisiones que tomemos en el presente. Y podemos tomar decisiones correctas o fallar. Lo que no podemos es no tomarlas. Es la comunidad en su conjunto la que debe diseñar e intentar alcanzar su mejor futuro.

El mundo se está transformando de manera drástica. Esto que hoy estamos viviendo tiene poco que ver con lo vivido hace veinte o treinta años nada más. Son cambios que impactan en la manera de relacionarnos unos con otros, en la comunicación, en el acceso a la información, en el universo del trabajo, en los viajes, en la salud, los modos de enseñar y de aprender. También a gran escala en los países, sus sociedades y sus economías.

El futuro se acerca rápidamente y es difícil anticipar que forma tendrán los trabajos de próximas generaciones. Pero sabemos que estos trabajaos serán distintos a los de hoy. De acuerdo a especialistas, 5 millones de puestos de trabajo desaparecerán en el 2020 a manos de la tecnología. También sabemos que aquellos países que inviertan en el capital mental de sus ciudadanos contarán con una ventaja competitiva, porque podrán preparar a sus jóvenes en las habilidades necesarias para crecer y responder a las demandas laborales del siglo XXI. Ubiquemos a la educación como la prioridad máxima de la sociedad civil argentina para anticipar estos cambios y garantizar que los niños de hoy, adultos del futuro, tengan las capacidades para vivir y desarrollarse plenamente.

Hoy los países más desarrollados y aquellos que aspiran a serlo, apuestan a consolidar sociedades del conocimiento, en donde valores como la verdad, la creatividad, la justicia y el trabajo colectivo atraviesan una visión de país ¿Cuáles son las metas que persiguen las sociedades del conocimiento? Educación de calidad para todos (todos son todos); protección prioritaria de los cerebros en desarrollo; la ciencia y la técnica atravesando estamentos y colaborando con las políticas de los Estados, de las empresas y de las instituciones del tercer sector; la innovación en el corazón de la inversión productiva; el impulso de la infraestructura; la tecnología como herramienta aliada; instituciones sólidas y transparentes; el cuidado del medio ambiente; y el establecimiento de estrategias a largo plazo.

El sueño debería ser lograr una Nación desarrollada e inclusiva. El camino para lograrlo es el paradigma del conocimiento. Los argentinos podemos mirar qué están haciendo los demás y elegir aquello que nos resulte mejor, rechazar lo que no, adaptar lo adaptable e inventar lo que falta. (…)

Muchas veces no es la realidad lo que coarta los proyectos sino nuestros propios sesgos. A través de estos, observamos como esferas antagónicas: lo público versus lo privado, la generación versus la distribución de ingresos. ¿No sería conveniente verlos como mundos complementarios capaces de potenciarse? Y hay otras cuestiones que lo restringen: la inversión en conocimiento madura en décadas y los gobernantes están siempre tentados en el anuncio de logros espasmódicos que pueden mostrarse pronto y los empresarios, se sacar el mayor redito en el menor tiempo y con ningún riesgo. O nosotros como sociedad, que nos conforma saber que hay una recompensa mayor al final del camino y la queremos ya. Debemos aprender que para llegar siempre antes hay que caminar. Eso no quiere decir no tener en cuenta las necesidades inmediatas. Pero hay que ir yendo.

La educación es el verdadero pilar para la igualdad de oportunidades y crecimiento de un país. La inversión en conocimiento, en nuevas ideas y en la investigación científica y tecnológica incluye y crea trabajo. No se trata de lujos de los países prósperos, sino de los cimientos de los países que quieren crecer. Pero ¿quién puede pensar que hay futuro si no se tiene en cuenta las necesidades del presente? ¿Quién puede pretender alcanzar el más eximio proyecto de largo plazo si no se atienden las urgencias? Esto es como si el gran hospital que queremos construir cuenta con los más sofisticados quirófanos y laboratorios para investigación, pero no con las guardias.

Cuando decimos que los cerebros argentinos son el capital más importante como Nación, lo decimos en serio. No es posible que nuestros niños estén mal nutridos y mal estimulados, porque esto es un crimen y una inmoralidad del presente y, al mismo tiempo, una hipoteca social para el futuro. Esos cerebros deberían ser los que sigan construyendo el país. La desigualdad y la falta de oportunidades desgarran el tejido  social y empujan a las personas a la desesperanza, la apatía y la violencia.

La igualdad social es responsabilidad de todos: de los diferentes ámbitos de gobierno, de los empresarios, de los líderes sociales, pero también de la sociedad civil. Somos nosotros los que no debemos tolerar siquiera un día sin que se privilegie a los que más lo necesitan. No nos debe sensibilizar solamente el espanto de una foto desgarradora en un diario, una nota en televisión que visibiliza por un instante la desigualdad o una visita fortuita a una zona carenciada. Las crisis y las desigualdades sociales no las provocan las personas que viven en la pobreza, sino que son las victimas constantes de esa situación.

La pobreza produce un impuesto cognitivo: este contexto atrapa a las personas en un círculo del cual es muy difícil salir. Aquellos que no tienen garantizadas sus necesidades básicas cotidianas (o la de sus hijos) están obligados a pensar obcecadamente en ese día a día y están más condicionados para enfocar en el largo plazo que aquellos que tienen sus necesidades satisfechas. Se trata de una desigualdad de oportunidades en el presente y para el futuro.

Estudios científicos demostraron que las políticas públicas en favor de la nutrición durante la primera infancia tienen fuertes impactos positivos a nivel económico y cognitivo en la vida de las personas en situación de pobreza. Los investigadores observaron a un grupo de niños de entre 9 y 24 meses de barrios carenciados de Kingston, Jamaica, diagnosticados con bajo desarrollo cognitivo y un crecimiento físico inferior al necesario. Una parte de esos niños tuvo acceso a una intervención compuesta por educación en cuidados infantiles de sus madres, programas nutricionales infantiles y la necesaria estimulación socio-emocional. La intervención mostró que esos niños superaron en habilidades cognitivas a aquellos que no habían participado del programa. Estamos a tiempo de intervenir. Pongamos ya en marcha un plan que tenga como meta lograr la erradicación del hambre y de la deserción escolar.

No puede proyectarse lo uno sin lo otro. La educación reduce la desnutrición, la mortalidad infantil y aumenta la esperanza de vida. Muchos creen que para reducir la pobreza solo es necesario el crecimiento económico. Sin embargo, si ese crecimiento no está acompañado por un aumento y una mejora en la educación, no reduce la pobreza. La educación es un poderoso motor de desarrollo y es uno de los instrumentos más importantes para combatir la pobreza y mejorar la salud, lograr la igualdad de género, el reconocimiento y cuidado de las personas mayores, la paz y la estabilidad. La educación debe ser el principal plan de lucha contra la pobreza y la exclusión. (…)

El rol del docente debe ser la clave. Debemos entenderlo más allá del lugar común y llevarlo a la práctica. Cuando hablamos de jerarquizar al docente, hablamos de algo más que de dinero. Es importante que la remuneración sea valiosa. Pero además debemos ubicar al docente como actor fundamental del desarrollo de un país y del ecosistema del conocimiento. Deben ser referentes para su comunidad, respetados por toda la sociedad y reconocidos en su labor. Y los docentes también deben asumirlo así, con el sentido del orgullo y la responsabilidad. Son los maestros los que forman a los futuros presidentes, pilotos de aviones, empresarios obreros y potenciales colegas.

¿Habrá labor más importante? Debemos discutir la educación. Replantearnos los modelos de la pedagogía y las estrategias educativas, con docentes que deben ser formados de modo constantes y con conocimientos nuevos cada día. Las sociedades que están logrando los mejores sistemas educativos se plantean estos desafíos sin miedo, forman a sus docentes, revisan los planes y estrategias y sobre todo tienen mucha confianza en ellos.

De cada 100 alumnos que ingresan a primer grado en el país en el 2001, solo se graduaron 33 en el 2012. Debe ser prioridad de los argentinos revertir esta situación. Ahí tenemos que enfocarnos entre todos para comprender el poder real del conocimiento. No hay transformación sin convicción. Hoy la educación en la Argentina no es prioridad en el interés de los ciudadanos. La preocupación más mencionada desde hace mucho tiempo es la inseguridad. Es lógico, a nadie le gusta vivir con miedo en una sociedad violenta. Lo inconveniente es que traiga como corolario una discusión estéril sobre la dureza o no de la mano que reprime al delito. ¿Cómo puede ser que no hayamos logrado entender todavía la importancia que tiene la educación en la reducción de la violencia?

La sociedad del conocimiento también tiene que ver con esto. Varios estudios confirman que un mayor nivel educativo está asociado a una menor tasa de delitos. Tanto es así que el impacto positivo de la educación es aún más profundo en contextos de adversidad. Un claro ejemplo de esto es que las personas privadas de su libertad que reciben educación reducen drásticamente el porcentaje de reincidencia. Un estudio realizado por la universidad de Buenos Aires y la Procuración Penitenciaria de la Nación en 2013 dio cuenta de que 8 de cada 10 graduados en programas universitarios en la cárcel no volvieron a ser condenados. La educación otorga capacidades y oportunidades a todos y genera sociedades más integradas y pacíficas. (…)

La sociedad basada en el conocimiento promueve el bienestar general, ya que incluye factores clave para el desarrollo de una Nación. Es indispensable contar con una infraestructura adecuada para una sociedad compleja y moderna, y así los argentinos no nos tengamos que morir fatalmente en las rutas, las inundaciones no arrasen nuestras casas, tengamos agua potable y cloacas en todos los hogares en pleno siglo XXI. Un sistema productivo que incorpore a los cerebros innovadores, creativos y preparados. ¿No es este un futuro que todos deseamos?

Casi como inmersos en un efecto de estrés postraumático, el hecho de haber atravesado crisis tras crisis nos lleva a conformarnos con bastante poco, sin trabajar como un equipo con una mirada a largo plazo. Vivimos hablando del presente (inflación, inseguridad, etc.) sin considerar entre nuestras prioridades la construcción de un país mejor. Las comunidades pueden y deben imaginar su destino y actuar en consecuencia. En ese futuro imaginado y deseado está el principal fundamento de nuestra construcción común.

No es posible concebir una sociedad del conocimiento con una comunidad desorganizada o desconectada. El Estado tiene la responsabilidad de asegurar la inclusión, la capacidad para transformar y el potencial para ubicar a la Argentina entre los países más desarrollados del mundo como soñaron nuestros fundadores. Pero solo si la sociedad civil se organiza en torno a una propuesta de largo plazo podremos impulsar las acciones políticas necesarias y garantizar su continuidad. Podemos recuperar nuestro liderazgo como país, pero debemos hacerlo en equipo y con el compromiso de todos. (…)

La habilidad de distribuir y explotar el conocimiento se ha transformado en una ventaja competitiva y ha mejorado la calidad de vida. Si los gobiernos quieren sacar una ventaja de estos avances, deben ser flexibles y reaccionar rápidamente para cambiar sus políticas y prioridades. El Consejo Asesor de Ciencias de la Secretaría General de Naciones Unidas está compuesto por 26 reconocidos científicos de todo el mundo. Recientemente, este Consejo recomendó a los países invertir al menos el 3.5% de su Producto Bruto Interno en ciencia y tecnología. En América Latina, el promedio de inversión en el 2007 fue de 0.7%.

En nuestro país, cumplir con esta recomendación llevaría al fortalecimiento profesional, a una mayor producción científica de las Instituciones de Educación Superior y Centros Públicos de Investigación y al fomento de la transferencia del conocimiento creado. El desarrollo de la ciencia se logra promoviendo la calidad de la investigación hacia la excelencia e incrementando los vínculos internacionales. Hoy los equipos científicos de todo el mundo trabajan interconectados. Esa es una verdadera integración con el mundo.

El contexto es crucial para la creatividad y el aprendizaje. Son las sociedades las que brindan el estímulo para que surjan talentos creativos. Los talentos creativos se transforman así en emblemas de esas sociedades, y a su vez, se vuelven modelos que inspiran a que se desarrollen nuevos creativos. La denominada “economía creativa”, que incluye tanto arte, el entretenimiento, el diseño y la arquitectura, como la informática, la robótica, la educación, la investigación y el desarrollo de alta tecnología, representa un importante factor de progreso.

Los argentinos nos enorgullecemos por ser reconocidos en el mundo por nuestros vinos, por la carne y por la producción agrícola; también por haber generado grandes figuras del deporte admiradas internacionalmente y talentos artistas, que son embajadores de nuestra cultura; y porque nuestro país tiene paisajes bellísimos, que son centros de atención turística.

Ahora bien, necesitamos que se nos reconozca además por la regla y no solo por las excepciones: por la capacidad de los desarrollos y producciones de profesionales altamente calificados que puedan ofrecer proyectos de ingeniería y arquitectura, servicios de informática, de tecnología en medicina, productos audiovisuales y avances en la investigación científica.

Bernardo Houssay, uno de nuestros 5 premios Nobel decía sabiamente que Argentina era un país demasiado pobre como para darse el lujo de no promover la investigación científica. Esta frase nos puede iluminar muchas de las cuestiones que van más allá de la ciencia y que siempre se dejan para más adelante, para “cuando se resuelvan las urgencias”.

Ese razonamiento de relegar lo importante por lo urgente es como un perro que se muerde la cola: es porque existen necesidades que debemos pensar en las causas que llevaron a esa realidad y atacarlas desde el vamos. Por supuesto que al mismo tiempo, deben paliarse esas necesidades. Es la única manera de crecer en forma sostenida, de capitalizarse cuando hay viento de cola para capearla cuando el impulso se de vuelta. Como el ajedrecista, pensar cada jugada adelantándose a las próximas.

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