UN JESUITA A CARGO DE LA DOCTRINA

Bergoglio arrasa con sus críticos en la Curia vaticana

Todo comenzó con la renuncia de Libero Milone (ex presidente de Deloitte, ex director de Fiat Industrial), a su puesto como revisor general del Vaticano, duró en el cargo apenas 2 años de los 5 previstos. De todos modos, la ola parece mayor de lo previsto. En 1 semana, el papa Francisco sustituyó al responsable de la doctrina de la Iglesia católica, el cardenal Gerhard Müller, una de las figuras más poderosas del Vaticano, por el arzobispo español, el jesuita Luis Francisco Ladaria; y horas antes, se quitó de encima al tesorero vaticano, George Pell, imputado por presuntos abusos sexuales cometidos hace años en Australia (aunque ese parece que no era el tema). El pontífice le dio una excedencia al cardenal de 76 años para que pudiera defenderse, y Pell está dispuesto a soportar todos los interrogatorios porque alega inocencia. Es evidente que hay otras cuestiones en disputa en la conducción de la Iglesia Católica Apostólica Romana.

Papa Francisco reemplazó al principal teólogo católico, un cardenal alemán conservador en desacuerdo con la visión del pontífice de una Iglesia más inclusiva, en lo que ha sido una conmoción para el gobierno del Vaticano.

En un breve comunicado, el Vaticano informó que el Papa no renovaría el mandato del cardenal Gerhard Ludwig Müller al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la organización a cargo de la teología católica apostólica romana (ex Santa Inquisición). Müller es uno de los cardenales que han tenido diferencias públicas con el papa Francisco.

Müller, de 69 años, fue nombrado en 2012 por el anterior papa, el conservador Benedicto XVI, quien había ocupado ese cargo con el conservador Juan Pablo II, y será reemplazado por el arzobispo español y N°2 de la congregación, Luis Francisco Ladaria Ferrer.

Ladaria, de 73 años, es jesuita, igual que el papa Francisco, y quienes lo conocen lo consideran una persona tranquila y a la que no le apetece figurar, a diferencia de Müller, quien frecuentemente aparecía en medios de comunicación.

"Hablan el mismo idioma y Ladaria es manso; no agita al Papa y no lo amenaza", dijo a la agencia Reuters un sacerdote que trabaja en el Vaticano y conoce tanto a Müller como a Ladaria, pero que pidió que no se mencionara su nombre.

Desde su elección en 2013, Francisco se ha enfocado en conseguir una Iglesia Católica que se concentre en la misericordia en lugar de en la estricta aplicación de reglas rígidas tradicionales de los católicos, que él considera que no responden a las necesidades de la sociedad del siglo 21.

Un caso concreto: en 2016, Francisco decidió abrir la puerta a la comunión para divorciados casados en segundas nupcias, y esto provocó el enfado de los miembros más conservadores del clero. Para ellos, el matrimonio es 1 y para toda la vida, así que divorciarse de una primera pareja y casarse con otra persona es similar al adulterio.

Müller afirmó que los cardenales tenían derecho a cuestionar esas directrices y en febrero declaró que el matrimonio es “un sacramento, y que ningún poder en el cielo o la Tierra, ni un ángel, ni el papa... tiene la facultad de cambiarlo”.

Luego, 4 cardenales acusaron entonces al Papa de sembrar confusión y le pidieron que aclarara “dudas” sobre sus directrices sobre la familia ratificadas en abril. Recientemente ellos habían insistido en su cuestionamiento, solicitando una audiencia con Francisco para que éste aclarase sus "dudas". El pontífice todavía no les ha respondido. Por el contrario, él decidió que era el momento de demostrar su autoridad como jefe vaticano.

Al cardenal alemán le faltan 6 años para alcanzar la tradicional edad de jubilación, y el Vaticano no indicó cuál será su próximo cargo.

Antes del desplazamiento de Müller, ocurrió el de George Pell, el tesorero del Vaticano.

Al respecto, es importante observar la prudencia conque abordó este tema el periodista especializado en temas vaticanos Andrea Tornielli, en la web Vatican Insider:

Sobre retirarse para evitar el predecible shock internacional por la acusación de un “ministro” de la Santa Sede en el cargo, George Pell no ha querido saber nada. A pesar de que era muy consciente de la tormenta se estaba acercando. En declaraciones a los periodistas convocados por la mañana temprano en la oficina de prensa del Vaticano, ha susurrado: “Estos asuntos son objeto de investigación desde hace dos años, se han producido filtraciones a los medios de comunicación, se ha destruido mi imagen de forma implacable”. A pesar de tener 76 años y alguna dolencia, el cardenal australiano alto como un jugador de baloncesto y corpulento como un jugador de rugby, ha dado a entender que él es la víctima. Una historia completamente australiana - Pell hasta hace tres años era el arzobispo de Sydney - pero con repercusiones inevitables en los asuntos internos de la Santa Sede.

Nombrado en 2013 miembro del C9, el consejo de los cardenales que ayudan al Papa Francisco en la reforma de la Curia y en el gobierno de la Iglesia, Pell fue nombrado al año siguiente por el Pontífice argentino como potente “deux ex machin” de las finanzas vaticanas, necesitadas de reforma también a causa de las investigaciones de la magistratura italiana. Francisco lo pone a la cabeza de la “Secretaría para la Economía”, un dicasterio nuevo para centralizar los procedimientos, controlar los gastos, los criterios y la inversión. Pell entra a formar parte de la Curia romana como un elefante en una cacharrería, encargado de suministrar una cura drástica a un enfermo considerado por muchos, especialmente en el mundo anglosajón, como una institución opaca.

Modos ligeros, carácter duro, centralizador, con alguna dificultad para trabajar de manera colegial, teniendo en cuenta los rituales, las costumbres, las tradiciones y la diplomacia curial. Su llegada como “superministro” económico coincide con la afirmación al otro lado del Tíber de una mentalidad muy (para algunos demasiado) empresarial: consultorías ofrecidas a las más prestigiosas sociedades internacionales, colaboradores externos con sueldos exorbitantes llamados a controlar cuentas y balances o a estudiar reformas económico-administrativas.

No faltan tensiones, contrastes y, finalmente, conflictos: entre Pell y la Secretaría de Estado a la que él mismo había acusado públicamente de mantener fondos fuera de los balances oficiales. Y sobre todo entre Pell y el Apsa, la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, dicasterio guiado por el cardenal Calcagno. El cardenal australiano no ha evitado presentar cualquier objeción a sus ideas y a su gestión como una resistencia al nuevo curso de la transparencia, culpando a los curiales italianos de resistirse a la reforma. Estos últimos, a menudo contrarios a ceder competencias y control sobre el dinero, lo han considerado siempre un cuerpo extraño al Vaticano.

Francisco, que había elegido Pell y le había dado un enorme poder, sucesivamente lo ha parcialmente redimensionado, no consintiendo, por ejemplo, que mantuviera tanto la vigilancia sobre la gestión de la gran parte de los bienes inmuebles, como la gestión de éstos mismos.

La excedencia, no se sabe por cuánto tiempo “temporal” del purpurado australiano llega después de la imprevista dimisión el auditor de las cuentas, Libero Milone, un hombre cercano a él.

No hay que olvidar por otra parte que Pell ha sido uno de los portadores de las posiciones conservadoras sobre los temas del matrimonio y de la familia en los últimos Sínodos.

Seguramente, el corpulento cardenal no se ha desentendido frente a la responsabilidad, aceptando someterse a largos y extenuantes interrogatorios –si bien a través de conexiones vídeo desde Roma-- por parte de la Royal Commission encargada de investigar el ocultamiento de los abusos sexuales en el clero. Negando, en este caso fuertemente, cualquier responsabilidad.

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