LA ARGENTINA MITÓMANA

La novela de los Kirchner

Según Mario Vargas Llosa “no se escriben novelas para contar la vida sino para transformarla, añadiéndole algo. Todas ellas rehacen la realidad”. La novela de los Kirchner, a lo largo de casi 8 años en el poder, trata de hermosear el presente argentino. Lea, decida, ¿El título es el apropiado? ¿El gobierno del ex Presidente fallecido y su viuda es una novela? ¿Ud. pertenece a la Argentina mitómana?

por JORGE HÉCTOR SANTOS

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Especial para Urgente24).La llamada pequeña mentira, que puede hacer sentir bien a alguien o, por el contrario, evitar hacer sentir mal a alguna persona no es para el común denominador de los mortales algo que implique un riesgo grande para la salud mental o bien un elemento que no pueda ser digerido con facilidad.

La situación cambia cuando en una o varias personas se hallan una forma de comportarse apelando a la mentira en forma reiterada. Esa forma compulsiva u obligatoria de falsear la realidad cae en la llamada mitomanía.

Una persona mitómana es aquella que engrandece, que ensalza o enmascara sin evaluar o importarle las  consecuencias. La distorsión del mitómano busca cimentar una percepción superior de sí mismo o de sus acciones para alcanzar lo que anhela.

La mitomanía individual o de un grupo  deviene irremediablemente en una suerte de cadena de engaños o de inventos necesarios para poder sostener la patraña, la que tiene un juicio ético y hasta penal.

Los mitómanos que apelan desde el poder político al uso de la mentira de los hechos que atañen a la sociedad, como el gobierno de los Kirchner, termina enfermando a esa sociedad, la cual vive una disociación entre los datos que recibe de sus gobernantes y los que reflejan los medios independientes que se entrelazan con lo que se palpa en la calle. 

Se llega así a que la Argentina se ha convertido en una comunidad que convive con  información o noticias adulteradas, incluso por una cantidad importantes de diarios, radios, canales de TV, periodistas que con dineros públicos multiplican las mismas, frente a objetividades reconocibles lo que lleva a la pérdida de valores, provoca enfrentamientos, encrespa el orden público y genera rebeliones en amplios sectores ignorados por la visión pervertida de las autoridades.

Los ejemplos acumulados en los casi 8 años de los 2 Kirchner en la Rosada superan la capacidad de memoria y la extensión apropiada de este escrito.

Este entramado de múltiples mentiras conforma lo que se pretende llamar “La novela de los Kirchner”.

Ud. quizás antikirchnerista o ultrakirchnerista se niegue a aceptar semejante título para un estilo de gobierno altamente controvertido.

Para arrimar un poco de luz a los efectos de que Ud. pueda arribar a una conclusión favorable o desfavorable respecto de la manera de denominar los últimos casi 8 años de historia argentina, se recurre -nada más ni nada menos- a Mario Vargas Llosa y a ciertos párrafos de “La verdad de las mentiras” una de las obras del reciente premio Nobel de Literatura:

Si las novelas son ciertas o falsas importa a cierta gente tanto como que sean buenas o malas y muchos lectores, consciente o inconscientemente, hacen depender lo segundo de lo primero. Los inquisidores españoles, por ejemplo, prohibieron que se publicaran o importaran novelas en las colonias hispanoamericanas con el argumento de que esos libros disparatados y absurdos -es decir, mentirosos- podían ser perjudiciales para  la  salud espiritual de los indios. Por esta  razón, los hispanoamericanos solo leyeron ficciones de contrabando durante 300 años y la 1era. novela que, con tal nombre, se publicó en América española apareció sólo después de la independencia (en México, en 1816).

 Al prohibir no unas obras determinadas sino un género literario en abstracto, el Santo Oficio estableció algo que a sus ojos era una ley sin excepciones: que las novelas siempre mienten, que todas ellas ofrecen una visión falaz de la vida.

Los inquisidores españoles fueron acaso los primeros en entender -antes que los críticos y que los propios novelistas- la naturaleza de la ficción y sus propensiones sediciosas. En efecto, las novelas mienten -no pueden hacer otra cosa- pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que sólo puede expresarse disimulada y encubierta, disfrazada de lo que no es. Dicho así, esto tiene el semblante de un galimatías. Pero, en realidad, se trata de algo muy sencillo. Los hombres no están contentos con su suerte y casi todos -ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros- quisieran una vida distinta de la que viven.

Para aplacar tramposamente ese apetito nacieron las ficciones. Ellas se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a no tener. En el embrión de toda novela bulle una inconformidad, late un deseo. ¿Significa esto que la novela es sinónimo de irrealidad?

No se escriben novelas para contar la vida sino para transformarla, añadiéndole algo. En esos sutiles o groseros agregados a la vida -en los que el novelista materializa sus secretas obsesiones-reside la originalidad de una ficción.

Las novelas tienen principio y fin y, aún en las más informes y espasmódicas, la vida adopta un sentido que podemos percibir porque ellas nos ofrecen una perspectiva que la vida verdadera, en la que estamos inmersos, siempre nos niega. Ese orden es invención, un añadido del novelista, simulador que aparenta recrear la vida cuando en verdad la rectifica.

A veces sutil, a veces brutalmente, la ficción traiciona la vida, encapsulándola en una trama de palabras que la reducen de escala y la ponen al alcance del lector. Éste puede, así, juzgarla, entenderla, y, sobre todo, vivirla con una impunidad que la vida verdadera no consiente.

La novela es un género amoral, o, más bien, de una ética sui generis, para la cual verdad o mentira  son  conceptos  exclusivamente  estéticos.

Esa es la verdad que expresan las mentiras de las ficciones: las mentiras que somos, las que nos consuelan y desagravian de nuestras nostalgias y frustraciones. La ficción es un arte de sociedades donde la fe experimenta alguna crisis, donde hace falta creer en algo, donde la visión unitaria, confiada y absoluta ha sido sustituida por una visión resquebrajada y una incertidumbre creciente sobre el mundo en que se vive y el trasmundo. Además de amoralidad, en las entrañas de las novelas anida cierto escepticismo.

La ficción es un sucedáneo  transitorio  de  la  vida.  El  regreso  a  la  realidad  es  siempre  un empobrecimiento brutal: la comprobación de que somos menos de lo que soñamos. Lo que quiere decir que, a la vez que aplacan transitoriamente la insatisfacción humana, las ficciones también la azuzan, espoleando los deseos y la imaginación”.

Preguntas:

¿A qué conclusión llegó?...

¿Es posible o no llamar al gobierno del esposo difunto y su viuda, “La novela de los Kirchner”?

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