ELECCIONES 2011

Anuncios y anuncios: Cristina resucita las viviendas falsas de Néstor

Es lo habitual en el clientelismo autóctono: prometer el oro y el moro. En muchos casos, serán re-prometer aquello que Néstor prometió en 2007 y en 2009. Pero Cristina cree que goza de la gracia del luto. Además... prometer no cuesta nada, y si alguien se lo cree sin mayores exigencias... es su problema. O nuestro problema.

por ROBERTO GARCÍA

 
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Diario Perfil). En menos de un mes, se supone, Cristina de Kirchner hará por lo menos otro discurso menos referido a la historia cercana (a propósito del que desplegó anoche, 11/03, vinculado al 11 de marzo del ’73, cuando Héctor Cámpora llegó a la presidencia como testaferro de Juan Domingo Perón). 
 
Pero el nuevo tendrá la misma intencionalidad: captar el favor de los jóvenes, tentarlos, seducirlos, en esta ocasión desnudando la voluntad oficial por satisfacer una exigente demanda de la población menor de 40 años
 
Para esa ocasión discursiva, y de la mano del titular de la Anses, Diego Bossio, la Presidenta anunciará un plan de créditos hipotecarios que le permitiría imaginar un eventual cobijo físico a una marea humana hoy sin techo propio. Como se sabe, en el país abundan las facilidades para comprar televisores u otros enseres, gastos de consumo, tarjetas de crédito, inclusive automóviles, casi un emblema del modelo. 
 
Pero el acceso a la vivienda, una alternativa más estructural a contemplar, ha sido una asignatura que el Gobierno no pudo saldar con un sector de la población, típicamente encajado en la clase media. 
 
Si para los más pobres, la asignación universal –que el kirchnerismo se rehusaba a conceder porque imaginaba que le alteraba el presupuesto– fue un peldaño de ascenso social, en este caso, el fin es atraer multitudes con ingresos superiores pero insuficientes para la compra de un departamento
 
Debido a que son inmodificables la naturaleza económica y sus límites, la práctica habitual oficial también se implementará con los futuros créditos: el Estado, a través del gentil Bossio, se encargará de introducir nuevos subsidios.
 
Quizás las instituciones bancarias aporten, de buena o mala voluntad, alguna dispensa para este ejercicio de obvia pretensión electoral. No sería una concesión tan generosa como la que suelen imaginar los herederos putativos del Sheraton Hotel convertido en Hospital de Niños, pero el gesto bancario se integraría a un congelamiento temporal de la cuota, por unos 3 años, con garantía de la Anses (tal vez, la inflación haga el resto para alcanzar la vivienda propia). Esto le podría dar más sentido al instituto, hoy con el doble de los empleados en pocos años del mismo Gobierno; deben hacer falta.
 
De acuerdo con el plan oficial, estos créditos tendrán un andamiaje más razonable que, también para la etapa previa a una elección, los que montó el fallecido Kirchner en el pasado y con notorio fracaso. Se supone, luego de ver las ocupaciones en Capital, que estos planes deben incluir alguna garantía para evitar que esos créditos, como las futuras viviendas, no sean ocupados por otros, como se estila ahora.
 
Debe considerar Cristina que este tipo de anuncios fortalecerá la ventaja que le lleva al resto de los rivales en la competencia presidencial. El proyecto y la publicidad oficial dirán que es un hito en la historia, aunque la medida se descuelgue después de siete años de gestión y, seguramente, no alcanzará a cubrir las expectativas de quienes no disponen de vivienda. Pero el transitorio señuelo vale para la campaña. Ningún otro partido se puede permitir esas asistencias.
 
Así se entiende el nuevo producto en ese núcleo aúlico que rodea a la mandataria, del cual el periodismo ofrece variados testimonios estableciendo escalafones, de cómo se retrasa De Vido frente a Zannini o cómo progresa Abal Medina ante Aníbal Fernández. Cuando, en verdad, interesan otras situaciones más que las tablas de posiciones personales: el espíritu de fronda, la controversia y la división que se generan alrededor de la mandataria, también provocadas por sus gustos y preferencias. Dos, por lo menos, son las disputas que se observan.
 
Una reconoce anclaje en la asesina polémica del pasado, cuando algunos sectores ascendentes y juveniles decidieron descontaminar el peronismo a través de la violencia (ya que, como se sabe, las formaciones especiales no sólo mataban a balazos a policías y militares). Es pública, entonces, la confrontación que se promueve contra buena parte del sindicalismo (a esta altura, Hugo Moyano ya se habrá respondido el interrogante: “¿Qué quieren de nosotros?”), ciertos intendentes no incursos en la nomenclatura estética de la Presidenta, al igual que algún gobernador como Daniel Scioli, condenado a simple vista a una doble sentencia. 
 
Al margen de que podría tropezar si se realizara una interna partidaria en el ámbito bonaerense (¿tanta distancia le saca a Sergio Massa en el distrito?), lo acosan otros dos designios:
 
1) Por efecto de las colectoras o listas de adhesión con Sabbatella a la cabeza, entre otros, podría no cosechar los votos suficientes para continuar en el cargo, aunque Cristina, por obra de esa suma de alternativas, recogiese números récord y ganara en la Provincia.
 
2) El otro temor radica en la designación de su vice, ya que si el oficialismo se mantiene en el poder, como promete la profundización del modelo, podría prevalecer una exigencia sectaria que no admite pensamientos diferentes en determinados rubros (por ejemplo, el de la inseguridad). Si bien nadie asimila el pasado de los '70 con la actualidad, más de uno recuerda que uno de los mecanismos típicos y “democráticos” de la época, para desplazar a los que no se consideraban fieles, consistía en forzar su renuncia. De Díaz Bialet para permitir la llegada de Lastiri, a la liquidación de gobernadores en Buenos Aires, Córdoba y Salta, como ejemplos. Por supuesto, hoy se transpira otra realidad –si bien el propósito original se mantiene–, aunque por más deseos manifiestos que se arrojaran, Julio Cobos siguió campante en la vicepresidencia.
 
Es curioso que episodios del pasado se repitan en círculos. Del gentío que votó a Cámpora para el gobierno (“Perón al poder”) en el ’73, eran pocos los que advertían el tremendo odio que se profesaban las partes de un mismo partido. Ahora, salvo las elites de la información –que para seguir siendo elites no revelan la información–, nadie se atreve a concederle dimensión exacta al brote que separa a ciertos jóvenes o acomodados kirchneristas versus las viejas capas de cebollas del peronismo. Hablan tan simplificadamente como en el pasado y protagonizan una de las más feroces internas que se viven en el poder. Salvo, claro, que son muchísimos menos, casi usurpadores hasta de la Historia.
 
Hay otra división específica en el corazón de Olivos que también parece estimular la mandataria: es el sutil o silencioso desplazamiento de quienes, en el pasado, eran expertos con el picaporte de Kirchner, los preferidos, la mayoría oriundos de Santa Cruz. 
 
Aquellos que no requerían autorización ni venia para verlo, como Ricardo Jaime (jamás le pidió permiso a De Vido para visitar todas las semanas al entonces Presidente), o que disponían de un código secreto para encontrarlo, confesarse o lo que fuera. Con algunos de esos personajes, Cristina conserva óptima relación. Con otros, en cambio, se le despertaron viejos celos, de cuando ella ingresaba a la sala y ellos –hombres al fin– cambiaban de conversación, pasaban a discutir sobre Racing cuando era obvio que no era el tema. Menos el que Cristina quería escuchar. En la lista de apartados de la corte hay varios conocidos y expectables.
 
Pero no sólo ellos fueron congelados en Siberia: otros colaboradores o amigos padecen el destierro, casi la conveniencia de volver al terruño con más kilos –es un eufemismo– de los que trajeron inicialmente. Los nombres ya trascienden, se manifestarán a la hora de consignar los ausentes.

Podría decirse que son cuestiones de la vida que se revelan en la política como en cualquier otra actividad, pero es un golpe inapropiado para quienes se les truncó el destino, para los que habían devenido empresarios del humilde potrero al Camp Nou, o aquellos otros con menor prosperidad –aunque envidiable– que se permitían el lujo de tener secretos con quien habían compartido un vermut y luego fue presidente. En la pingüinera hay muchos con ese destino manifiesto, inesperado, lúgubre. Pero como son de ficción, nunca tendrán que esperar la llegada de las ballenas para desaparecer. Con la sombra de Moby Dick alcanza.

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