Ataque a La Tablada: Gorriarán Merlo, el MTP y la agonía de la guerrilla

El ataque al Regimiento de Infantería Mecanizada Nº3, que tenía su sede en La Tablada, La Matanza, provincia de Buenos Aires, se produjo el 23/01/1989, cuando guerrilleros pertenecientes al Movimiento Todos por la Patria (MTP), liderados por el ex jefe militar del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) Enrique Gorriarán Merlo, ingresaron al cuartel del Ejército, con el argumento de que se estaba pergeñando una asonada militar contra el gobierno democrático. Fue una enorme tragedia. También, aceleró la catástrofe del gobierno de Raúl Alfonsín. Y benefició las ambiciones presidenciales de Carlos Menem.

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24). El 23/01/1989 un grupo de 42 militantes del MTP (Movimiento Todos por la Patria) ocupó por asalto el cuartel militar del BIM 3 (Batallón de Infantería Mecanizada), con sede en La Tablada, provincia de Buenos Aires.
La decisión respondió a una (falsa) información sobre un supuesto e inminente golpe de Estado que estarían gestando militares carapintadas, y -según su interpretación- encontraban su justificación en el articulo 21 de la Constitución Nacional, que establece la obligación de los ciudadanos a armarse en defensa de la Nación.
Los militantes lograron ingresar al cuartel, pero tuvieron que enfrentarse durante 30 horas a 3.600 efectivos de la policía y el Ejército, que rodearon la unidad.
Los militares recurrieron a la utilización de blindados y al bombardeo del lugar con fósforo blanco, prohibido por la Convención de Ginebra. Fue uno de los argumentos para conseguir, años después, la liberación de los detenidos.
Las personas capturadas -según testimonios posteriores- fueron brutalmente torturadas, y fue clave para el indulto posterior de los condenados.
La Cámara Nacional de Casación Penal condenó a los atacantes a distintas penas, basándose en la Ley de Defensa de la Democracia, mediante la cual los procesados fueron despojados del derecho a apelación.
Al frente del MTP, una agrupación de izquierda que había nacido en 1986, se encontraba un joven abogado, Jorge Baños, quien 10 días antes del ataque denunció en conferencia de prensa un intento de golpe carapintada para finales de ese enero caluroso y de electricidad racionada.
Esa denuncia fue la excusa que siempre esgrimieron los guerrilleros, liderados en lo militar por Enrique Gorriarán Merlo, un ex jefe del ERP, el grupo guerrillero marxista trotskysta de los años '70: habían tomado el cuartel para evitar un golpe de Estado.
El informe oficial del entonces jefe del Ejército, Francisco Gassino, afirmó que el grupo, que incluía a varios ex miembros del ERP, se proponía "tomar el poder".
Una 3ra. versión, nunca comprobada, aseguró que el MTP había sido víctima de una operación de inteligencia. La especulación sobre una manipulación del MTP tenía fundamento porque se comprobó que estaba infiltrado por la inteligencia militar.
Los guerrilleros entraron al cuartel con un camión de distribución de Coca-Cola y varios automóviles. Se hicieron fuertes en el casino de suboficiales y en algunas compañías del cuartel.
Primero enfrentaron a la Policía.
Y luego, a las tropas de la X Brigada de Infantería.
A la caída del sol había ya 39 muertos, 3 desaparecidos, 60 heridos, 5 cadáveres que nunca se identificarían y 21 guerrilleros presos.
La policía y el Ejército tuvieron 11 muertos, casi todos ellos a consecuencia de sus propios bombardeos, según la versión de los detenidos.
El cuartel quedó destruido y los cadáveres de los guerrilleros, carbonizados algunos, aplastados por los tanques otros, diseminados en el césped y las ruinas humeantes.
Ese panorama comprobó Raúl Alfonsín en la mañana siguiente, mientras caminaba custodiado por comandos con sus rostros embetunados, no muy lejos del juez federal de Morón, Gerardo Larrambebere, quien años después integró el tribunal que juzgó la voladura de la sede de la mutual AMIA, en 1994.
A partir del mediodía del 23/01 comenzaron a aproximarse el resto de las unidades de la Xª Brigada de Infantería y tropas especiales (comandos).
El combate
Al mando de la operación fue designado el general Alfredo Arrillaga, quien inicialmente estableció su puesto de comando en el Puente 12, sobre la ruta y, durante el combate, ordenó adelantarlo hasta la primera línea.
Después de tomar contacto con las tropas que resistieron el ataque inicial y reconocer el lugar de la acción, Arrillaga ordenó que se estableciera un 2do. cerco interno con tropas del Ejército que complementaba el que había establecido inicialmente las fuerzas policiales.
Las tropas especializadas como "comandos" fueron designadas con prioridad de empleo.
Algunos carapintadas, también comandos, se unieron a la operación para recuperar el cuartel.
Unidades de artillería y caballería y, luego, paracaidistas traídos de Córdoba, intervinieron posteriormente en la operación.
La primera acción fue atacar los terroristas que se encontraban en la guardia de prevención donde, horas antes, había caído herido de consideración el teniente coronel Emilio Guillermo Nani.
En tanto, los terroristas parapetados en la Compañía B y en el Casino de Suboficiales, disparaban mientras mantenían como rehenes a123 soldados y suboficiales capturados por ellos en su irrupción inicial.
Existen rumores de que el coronel cubano Renán Montero su nombre real era Andrés Barahona López), quien combatió en Bolivia; intervino en el diseño de la operación del Ejército Guerrillero de los Pobres en Salta (1963/1964); y estuvo en Nicaragua con el cargo de jefe de la 5ª División de Inteligencia, habría sido el autor intelectual del ataque a los cuarteles de La Tablada.
En un reportaje publicado por la revista Gente y la Actualidad, Edición Especial, un oficial del Ejército afirmó: "[…] usaban palabras que acá no conocemos como "rastreo" que es muy usado en Centro América. Acá decimos "rastrillaje"…"además escuché a alguien hablar con acento centro americano […]".
En el Anexo adjunto con el registro de muertos se pueden observar que hay 7 que habían pertenecido al Ejército Sandinista, además de un paraguayo y una brasilera.
Por la tarde, los comandos lanzaron un ataque a la Compañía B para recuperarla. 2 horas después la compañía fue recuperada aunque su sala de armas, que se estaba incendiando, luego explotó. Pero todos los soldados rehenes fueron rescatados.
En las últimas horas de la tarde, las tropas especiales lanzaron su ataque para recuperar el Casino de Suboficiales. En ese ataque fue herido el teniente comando Ricardo Roberto Rolón, quien falleció poco después en el Hospital Militar Central.
Por falta de equipos de visión nocturna (¿?), el ataque debió ser detenido al oscurecer.
Se intimó rendición a los terroristas, quienes se negaron.
Durante la noche, los del MTP intentaron romper el cerco. En ese intento 2 guerrilleros se toparon con los comandos y, en un intenso intercambio de disparos a muy corta distancia, fueron abatidos mientras caía gravemente herido el sargento comando Ramón Waldimiro Orué quien falleció el 02/02 en el Hospital Militar.
2 comandos infiltrados durante la noche lograron escuchar las conversaciones de los terroristas cercados y comprobaron la baja moral de los atacantes.
Una ambulancia que transportaba 2 heridos fue alcanzada por disparos de los terroristas y resultó asesinado el sargento ayudante Ricardo Raúl Esquivel, quien estaba intentando sacarla del fuego desatado por los subversivos.
En mañana del 24/01 se intimó nuevamente a los atacantes y, luego, se inició el asalto al Casino de Suboficiales. Instantes después los terroristas se rindieron y se entregaron, usando como escudo humano a soldados y suboficiales que aún mantenían secuestrados.
Posteriormente comenzaron las operaciones de limpieza y eliminación de francotiradores. La policía, fuera del cuartel, detuvo a parte del "grupo de agitación".
También fueron allanadas las quintas y casas donde se habían concentrado los atacantes. Allí se encontró numerosa documentación y planes que abarcaban acciones de otros militantes del MTP en Córdoba, Rosario, etc.
Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, quien coordinó la operación militar con las otras operaciones subsidiarias, inicialmente se ocultó en la localidad de La Reja (provincia de Bs. As.), luego pasó a Uruguay y marchó a Nicaragua pero fue detenido en México por un comando de la Secretaría de Inteligencia, quien lo trajo a la Argentina.
En sus Memorias, Gorriarán reconoció que algunos integrantes argentinos del MTP habían pertenecido al Ejército Sandinista y combatieron, en algún caso, hasta alcanzar el grado de capitán en Nicaragua.
A lo largo de 14 años, los presos de La Tablada recuperaron su libertad poco a poco.
Los últimos se beneficiaron con una conmutación de penas dictada por Fernando De la Rúa en 2000.
El jueves 22/05/2003, 25 personas, militares golpistas y guerrilleros, fueron los beneficiarios del indulto de Duhalde.
Duhalde indultó no sólo al ex jefe guerrillero Gorriarán Merlo y al ex líder carapintada Mohamed Alí Seineldín, sino que extendió el perdón a todos los presos condenados por el ataque al cuartel de La Tablada perpetrado en 1989 y a 7 militares que en 1990 participaron de una rebelión contra el Gobierno de Carlos Menem.
Y, en un brindis de despedida que ofreció a los periodistas acreditados en la Casa Rosada, Duhalde dijo que le hubiera gustado indultar a todos los presos políticos de la Argentina.
Y asi se cerró la última aventura guerrillera en la Argentina.
La defensa del MTP
El siguiente relato es de un ex ERP/PRT, hoy periodista kirchnerista, Eduardo Anguita, quien dirige el semanario Miradas al Sur:
"La presidenta Cristina Fernández firmó el decreto 1.578 que autoriza al juez federal de Morón Germán Castelli el ingreso irrestricto a los archivos de inteligencia del Estado, de la Policía Federal y del Ejército relacionados con la desaparición de 5 ciudadanos a manos de los militares y policía que redujeron al grupo que intentó copar el R3 de La Tablada el 23 de enero de 1989. Esos archivos permitirán conocer también la cantidad de irregularidades cometidas por los fiscales y el juez que instruyó la causa. El decreto instruye a los organismos de inteligencia que envíen de modo inmediato los documentos relacionados con el hecho.
Fue crucial la intervención de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos con sede en Washington, a la cual apelaron los abogados y familiares de los desaparecidos para que se haga justicia. La Corte, con las pruebas aportadas, consideró que hubo innumerables abusos y recomendó al Estado argentino poner en marcha los mecanismos y garantías para realizar una investigación independiente, completa e imparcial.
Roberto Felicetti fue uno de los detenidos tras el cruento intento de copamiento aquel 23 de enero de 1989. En el momento que se entregó junto a algunos de sus compañeros, lo desnudaron, lo tiraron al piso y luego lo torturaron de modo salvaje.
"Somos Dios", gritaban desaforados algunos de los uniformados que los custodiaban en el Casino de Suboficiales.

Al cabo de unos días, le tocó declarar frente al juez Federal de Morón, Gerardo Larrambebere. "Doctor, me torturaron salvajemente, vea, tengo los dos brazos fracturados", le dijo al juez y le pidió, al igual que sus abogados defensores, que se iniciara una investigación sobre apremios ilegales.
Larrambebere miró a Felicetti con desprecio y no hizo absolutamente nada. Ese juez, tras una instrucción desastrosa, fue ascendido a juez del Tribunal Oral en lo Criminal Nº 3. (...)
Al momento de la instrucción, el fiscal Federal de Morón era Santiago Blanco Bermúdez, pero en esos días estaba de licencia. Llegaron entonces al lugar de los hechos, en el mismo momento que el cuartel permanecía tomado, el entonces fiscal de la Cámara Federal de San Martín, Raúl Plée, y el entonces defensor oficial del juzgado Federal de San Isidro, Pablo Quiroga.
Éste último, producto de la presión de la corporación militar –especialmente de Inteligencia del Ejército– fue nombrado fiscal subrogante, a partir de lo cual abandonó la función de defensor oficial.
Quiroga y Plée formaron un equipo que no le daba espacio a Blanco Bermúdez, no sólo porque no tenían simpatías hacia él, sino porque no querían que se integrara a las reuniones con los agentes de inteligencia (tanto de la Side como del Ejército) que inspiraban su accionar.
De las primeras páginas de la causa (escritas cuando todavía se sentía olor a pólvora en el interior del cuartel y sólo en los periódicos salía que los atacantes pertenecían al Movimiento Todos por la Patria) surge que los fiscales Plée y Quiroga pidieron al juez una cantidad de allanamientos en una serie de domicilios, dando detalles de barrios, calles en distintos puntos del Gran Buenos Aires.
En esos pedidos no aparece el origen de la información a la que habían accedido los fiscales, ni siquiera cómo los habían obtenido. La posterior investigación determinó que esos lugares habían sido utilizados por los atacantes y que en ellos se habrían encontrado planos y anotaciones relacionados con el ataque.
Esa documentación –de origen desconocido– fue la base de la acusación contra los 13 miembros del MTP detenidos que sobrevivieron al combate y a los asesinatos posteriores.
Pero nada decía sobre cómo habían muerto 28 de los atacantes –la mayoría de ellos con los cuerpos destrozados tal como lo muestran las fotos de la causa–. Ni qué pasó con algunos de ellos que primero fueron dados por detenidos, otros como desaparecidos e incluso alguno que fue reconocido como muerto días después. Tales los casos de Francisco Provenzano, Carlos Samojedny, Carlos Burgos, Iván Ruiz y José Díaz que estaban entre los detenidos aquel día en el interior del cuartel.
"A Samojedny lo tenían al lado mío" –recuerda Felicetti– "y uno de los oficiales le pidió que se identificara y cuando dijo su nombre y apellido, le dijo: ‘Hijo de puta, a vos te conozco la carrera, te salvaste una vez. Vas a ver lo que es el infierno’."
Samojedny había sido detenido en 1974 en los montes tucumanos y entre los tormentos de aquella vez lo paseaban por el aire con los pies atados, cabeza abajo, desde un helicóptero.
En el caso de Provenzano, los militares empezaron a golpear brutalmente a todos al grito de "¡¿Quién es Pancho, carajo!"
Era evidente que la inteligencia militar tenía el dato de que, por detrás de Enrique Gorriarán Merlo, un tal Pancho estaba entre los responsables de la acción.
"¡Yo soy Pancho!", gritó Provenzano para que dejaran de golpear al resto. Lo llevaron aparte.
A la familia le negaron que estuviera detenido. Decidieron buscar entre los restos humanos para localizar, quizá, algún resto de su cuerpo.
La determinación de su hermano Sergio, médico cirujano, hizo que dieran con una vértebra que reconoció porque él mismo lo había operado de una hernia lumbar 15 años atrás.
El cuerpo de Francisco Provenzano había sido volado con explosivos no sólo para mostrar que los métodos usados en la dictadura estaban a la orden del día, sino también para que nadie pudiera reconocerlo.
En el caso de otros detenidos en el cuartel, como Carlos Burgos, Iván Ruiz y José Díaz, durante años los antropólogos forenses debieron trabajar sobre restos humanos para tratar de determinar si están o no desaparecidos como Samojedny.
Como prueba del descuartizamiento de otros detenidos, los antropólogos dieron con un pedazo de fémur que, casi con seguridad, pertenece a Burgos. (...)".

Ese relato, obviamente muy subjetivo, de Anguita, lleva a lo ocurrido el 12/11/2009:
La Justicia Federal de Morón ordenó la detención de 2 militares acusados por presuntas torturas y fusilamientos de integrantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP) que se habían rendido tras el fallido intento de copamiento del Cuartel de La Tablada, en enero de 1989:
> el ex general Alfredo Arrillaga, ya detenido acusado por delitos cometidos durante el Proceso de Reorganización Nacional, y
> el mayor Jorge Eduardo Varando, procesado y camino al juicio oral por la represión del 19/12 y 20/12/2001.
Varando estuvo detenido acusado de haber causado la muerte al manifestante Gustavo Benedetto en los episodios que precedieron a la caída del Gobierno de la Alianza, pero en 2004 la Corte Suprema modificó la acusación de "homicidio" por la de "abuso de armas" y así obtuvo su excarcelación.
Varando, según investiga la Justicia, era custodio privado del Banco HSBC, en proximidades de Plaza de Mayo.
Arrillaga era el comandante a cargo de la recuperación del cuartel de La Tablada. Él estaba en actividad, beneficiado por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, pese a que había sido investigado por la denominada 'Noche de las Corbatas', ocurrida en junio de 1977 en Mar del Plata.
Varando, según las investigaciones de esos episodios, estuvo -al finalizar los enfrentamientos en La Tablada- a cargo de la custodia de 2 guerrilleros detenidos y luego presuntamente fusilados: José Alejandro Díaz e Iván Ruiz.
El juez Germán Castelli, a cargo de una investigación impulsada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), resolvió que los 9 presuntos fusilamientos y los 20 supuestos casos de torturas contra guerrilleros durante y después de los episodios de La Tablada son "delitos de lesa humanidad".
En febrero de 2008, el juez pidió al Poder Ejecutivo la desclasificación de archivos reservados sobre los episodios de La Tablada, y obtuvo una aceptación parcial por parte de la presidente Cristina de Kirchner, quien admitió la liberación de esos documentos pero sólo para su conocimiento.
En una resolución de una treintena de páginas, el juez, con la intervención del fiscal federal Sebastián Bazo, resolvió que "los delitos investigados en la presente causa (...) además de vulnerar el derecho humanitario internacional, constituyen crímenes de lesa humanidad y, por ende, resultan imprescriptibles".
"Por otra parte, el organismo internacional concluyó que los 13 sobrevivientes del ataque, como otros cómplices aprehendidos fuera del cuartel, fueron torturados por agentes del Estado", evaluó el juez en su resolución.
Una autocríca (a medias)
La siguiente columna fue escrita por otro ex ERP/PRT, Luis Mattini, a propósito de la muerte de Gorriarán Merlo, el 22/09/2006.
Gorriarán murió hacia las 16:30, a causa de la rotura de un aneurisma en la aorta abdominal. Ingresó a la guardia del hospital Argerich en paro cardiorrespiratorio.
El texto:

Mi último encuentro político con Enrique Haroldo Gorriarán había sido en un café de París, si no me equivoco a principios de 1979, en una escena digna del cine argentino de los '40. Solo faltó que nevara en la ciudad luz para completar un tango.
Ahora, ante su imprevista muerte, quisiera dejar mis impresiones sobre un hombre que, para bien y para mal, no pasó en vano por la vida y que fue parte insoslayable en la historia del PRT-ERP y de mi historia militante.
Un primer equívoco a saldar es la idea que el Pelado y yo habríamos sido algo así como el agua y el aceite en las internas del PRT. Cierto es que tuvimos un fuerte enfrentamiento en Europa, cuando nosotros lo acusamos de actividad fraccional durante el período de intento de reconstrucción en el exterior, pero es menester ubicar las cosas en su contexto.
En esos momentos de acorralamiento y de impotencia para revertir la situación, la mayoría de las organizaciones se vuelven hacia adentro, encontrando enemigos internos como vías explicativas.
Y nosotros, ni mi grupo ni el del Pelado, fuimos excepción y, por supuesto, ni todos lo "malos" estaban de aquel lado ni todos los "buenos" de este, ni éramos todos totalmente "buenos o malos".
Parte del equívoco es también considerar que el Pelado era el "militarista" y yo el "político". Como he analizado en varias oportunidades, todos teníamos algo de militaristas aunque no todos hayan tenido la misma intensidad de contacto con las armas.
Incluso algunos que por las circunstancias nunca participaron en una operación armada podían ser más militaristas que los combatientes experimentados.
Mis diferencias con el Pelado no pasaban por militarismo o no militarismo sino por la concepción de construcción política y de la vida misma.
La ruptura de 1978 reflejó eso claramente. Mientras él acudía a los cuadros probados y experimentados, yo llamaba a un congreso abierto.
En realidad ninguno de los dos tenía razón y a los hechos me remito, no logramos el objetivo propuesto, pero ello no quita que la conducta política posterior de los últimos veinte y pico de años de ambos revela que esa diferencia era real.
El otro equívoco fue la cuestión con respecto al censurable asalto a la base militar de La Tablada que él dirigiera con tan poco acierto en pleno gobierno alfonsinista.
Yo fui de los pocos que no condenaron al Pelado como "demente", "mesiánico" , "irracional", "agente de los servicios" , epítetos que le endilgaron hasta muchos de sus seguidores y sobre todo admiradores desilusionados.
Y no me uní al coro de filisteos, entre otras cosas porque, para mi entender, la paternidad de La Tablada está compartida con padres inconfesos que en aquel momento se relacionaban con las llamadas juventudes políticas, quienes de una manera u otra lo alentaron.
La frágil memoria de este país olvidó rápidamente los discursos incendiarios de los dirigentes de esas agrupaciones, acusando a Alfonsín de pusilánime, mientras ofrecían no se sabe qué ridículas brigadas cafeteras para enfrentar los alzamientos carapintadas.
Por eso es que la sociedad argentina no tiene autoridad moral para juzgar a los protagonistas del asalto al cuartel. Y es menester aclarar que si remplazo la categoría "pueblo" por "sociedad" es porque considero que no hay pueblo cuando no hay sujeto. Pero ese es otro tema.
Mi desacuerdo fundamental con la acción de La Tablada excede los fundamentos tácticos, de oportunidad o de legitimidad, de uso o no uso de la violencia. Estoy convencido que el Pelado lo hizo creyendo salvar la democracia y yo estuve y estoy en desacuerdo en arriesgar una sola vida por esta democracia.
Esta democracia no vale un gramo de sangre joven porque ya se las cobra por sí misma a toneladas. Para decirlo utilizando categorías de la época, hoy perimidas, en esa acción se expresó el "reformismo armado".
En cambio fui muy crítico con él cuando se presentó como protagonista en un incalificable video relatando en detalles impropios de un jefe guerrillero la ejecución de Somoza. Califiqué esa presentación televisiva, como una "Tablada mediática".
En todo caso lo notable del Pelado, como de muchos jóvenes de los '70, es que dejó sus supuestas juergas en el Club Social de San Nicolás (noticia ésta de la que no me hago cargo, solo repito el testimonio de sus coterráneos) para dedicarse a la revolución.
Y hay que reconocer que puso el cuerpo y todas sus energías en eso a punto tal de llegar a parecerse peligrosamente a algo así como un revolucionario profesional que, por suerte, no llegó a alcanzar la categoría de amo liberador.
Cuando se realizó el V Congreso del PRT, el Pelado era ya un "pesado" con prestigio bien ganado. Había participado en el Rosariazo y con su incorporación al PRT efectuado un golpe comando espectacular de recuperación de dinero con el que se estaba financiando el propio Congreso.
Fue elegido vicepresidente y con tal mala suerte que a la vez le tocó para la defensa una escopeta recortada. Digo "mala suerte" pues en su carácter de vicetitular del evento, debió turnarse con el presidente, Luis Pujals, para dirigir las deliberaciones y, como es natural, no podía dejar el arma en un rincón o calzarla en la cintura como los que teníamos sólo una pistola.
Me es imborrable su figura parada en el centro de la sesión sosteniendo la incómoda escopeta mientras señalaba con el dedo a quien le tocaba hablar. No pretendo hacer freudianismo de entrecasa sino grabar una de las tantas escenas jocosas de aquel encuentro.
En el congreso se destacó por su silencio. Solo usó de la palabra practicamente para ordenar el debate y su única propuesta fue la de una sigla diferente para la fuerza militar, elección en la que salió favorecida la moción de Arancibia con las siglas ERP.
Hay que recordar que después de la llamada "revolución ideológica", previa al este congreso, en el PRT se consideraba al silencio como una de las virtudes máximas, una supuesta expresión de la "modestia proletaria" frente al "charlatanerismo pequeño burgués". Los obreros cordobeses se encargarían de demostrar que, o bien este criterio era un burdo prejuicio, o bien ellos eran unos pequeño burgueses.
No lo volví a ver hasta fines de 1972 en la primera reunión del Comité Central, de inmediato al regreso de Santucho después de los dolorosos acontecimientos de Trelew. Fué una reunión durísima en donde el prestigio y la energía de Santucho se impusieron.
El Pelado casi no abrió la boca en todo el desarrollo. Sentado en el suelo, como muchos otros, casi en un rincón, pasaba desapercibido a pesar de ser el máximo jefe del estado mayor del ERP y seguir teniendo enorme prestigio interno aumentado por su papel importante en la fuga del penal de Rawson.
Hay que decir también que Gorriaran tenía modales de caballero, era un tipo buen mozo, correcto y amable aunque a veces no le salía bien el gesto. En ese tiempo, para mucha gente el Pelado sería el reemplazante natural de Santucho.
Sin embargo Roby, ya había decidido por Benito Urteaga, también oriundo de San Nicolás, como su hombre de mayor confianza.
Desde luego que esto se manifestaba de hecho, no de derecho, puesto que formalmente, en los organismos colegiados solo había un secretario general y los demás éramos pares.
Hay que señalar, no obstante, que en ese momento Roby hacia descansar todo el peso de la reconstrucción de la fuerza militar en la jefatura de Gorriarán.
De todos modos, el Pelado tenia también importantes responsabilidades políticas además de su participación en el Buró Político. Tuvo,por ejemplo, la no fácil tarea de reconstruir la regional Buenos Aires que había quedado desbaratada durante la "desviación militarista" entre 1972 y 1973.
Militó un largo tiempo en los frentes fabriles de Córdoba, más adelante realizó trabajos entre los campesinos tucumanos como apoyo a la guerrilla.
Con esto quiero señalar que no era un simple "fierrero" como se lo pinta, ni el menos experimentado de los demás compañeros del Comité Central. Porque así como el Pelado era el mito del "fierrero" estaban los mitos "de masas" supuestos cuadros históricos cuyo contacto con el proletariado y el campesinado –incluso alardeando de conocer dos o tres frases en quichua– les otorgaba palabra inapelable. Parecía como si en el noroeste argentino no existiera la burguesía ni la pequeña burguesía.
También se ha chicaneado injustamente con la supuesta falta de "cultura" de Gorriarán, lo cual, dicho sea de paso, para la escatología perretiana era más un mérito que una falencia.
El Pelado había sido estudiante de economía y en ese tema dominaba más que en otros, pero no sólo porque hubo cursado por lo menos parte la carrera, sino porque su mentalidad cartesiana se ajustaba a esa disciplina.
Por eso cuando Maria Seoane –no por casualidad también ex estudiante de economía– en "Todo o Nada" ironiza haciéndose eco de un testigo que cuenta que supuestamente el Pelado no podía pasar la primera página de la Fenomenología del Espíritu, de Hegel, no hace más que demostrar su propia estrechez intelectual.
Estoy seguro que, de no haberse dedicado a la revolución, Gorriarán hubiese sido uno más de las decenas de economistas, (liberales o marxistas) verdaderos "fierreros" mentales aunque sean pacifistas, con sus dificultades para entender la dialéctica, menos aún la política.

Militamos más de un año en el Buró Político con una relación de cotidianidad, primero con sede en la ciudad de Córdoba, luego nos trasladamos a Buenos Aires.
El Pelado continuaba con su estilo parco. Solía lanzar alguna frase lapidaria tras algún informe de problemas internos: "Cada vez quiero más a Stalin".

Cuando hablaba se dirigía a los demás mirando de frente con su ojos azules penetrantes, con un deje de ironía en la expresión. Podía tener algunas salidas ocurrentes, algo ácidas, pero siempre más menos juiciosas.
Dificilmente manifestaba alguna duda y menos aún contradecía ni a Santucho ni a los cuadros "consagrados", sea porque el Roby demostrara especial confianza o por ser "proletarios" o simplemente "probados".
Siempre percibí en él una actitud de autoconstrucción, una represión de sus íntimos sentimientos que producía cierto chisporroteo con personalidades tan espontáneas como las de Domingo Mena o Rogelio Galeano.
Es verdad que esa era una pauta de la época y particularmente del PRT, mayor aún en sus estructuras dirigentes. Pero en Gorriarán al igual que en el negrito Fernández era especialmente marcado.
Precisamente por esa característica nunca tuvimos entre él y yo un enfrentamiento político. Siempre mantuvimos una relación de cordialidad o quizás sea mejor decir fría cortesía.
Sin embargo yo tenía la sensación que el Pelado no las iba conmigo y más bien se reservaba opinión, por así decirlo. A mi vez me chocaba su mecanismo lógico-análitico que le impedía "volar" la imaginación.
Cuando Santucho presentó el plan de ataque a la base de Azul en el corazón de la provincia de Buenos Aires, en 1974, Gorriarán, quien sería el jefe del mismo, no hizo observaciones de importancia.
Años después me confiaría que él fue al frente, sin estar convencido, por no oponerse a la autoridad de Santucho. Esto debía de ser verdad y explica los errores de conducción durante la operación que le costaron el relevamiento de la responsabilidad de jefe del ERP.
Porque, a corto tiempo de lanzadas las unidades de ataque, Gorriarán perdió el control sobre la operación y ordenó la retirada, al parecer prematuramente, con el agravante que no verificó fehaciéntemente que los distintos grupos de ataque hubieran recibido y cumplido la orden.
Santucho había insistido en dirigir él personalmente la operación pero no lo dejamos, amparados en la resolución del Comité Central que le impedía participar directamente en acciones militares en las ciudades.
Pero como era muy tozudo, le concedimos una aproximación al teatro de la acción para recibir el regreso del jefe supuestamente después de la retirada victoriosa.
Precisamente yo le llevé con mi coche esa noche y nos estacionamos en un cruce de carreteras, del que no recuerdo el nombre, a medio camino entre Buenos Aires y Azul. El Pelado debía pasar por ahí y detenerse para contactarnos. Lo cierto es que estuvimos con el Roby hasta la madrugada esperando y no lo vimos pasar.

Regresamos y al otro día nos reunimos en Buró Político con el Pelado.
Santucho estaba muy enojado y por lo menos una hora la pasamos dilucidando las causas por las cuales no nos habíamos encontrado en el cruce de caminos.
Mientras tanto llegaban los informes: el grupo de Molina, que tenía cierta autonomía por el tipo de misión, había tomado prisionero al jefe de la base y se retiró en orden.
El grupo de Santiago había penetrado en profundidad en el cuartel y combatido durante horas sin recibir orden de retirada. Puede decirse que cuando se cansaron de tirotearse se marcharon también en orden.
El problema se había dado en el grupo principal de choque a cuyo frente iba Gorriarán al encontrar una inesperada y fuerte resistencia. En todo caso puede decirse que el problema fue que el Pelado, no supo reaccionar frente a lo inesperado y perdió el control de la operación, dando por derrota lo que podía haber sido posibilidad de victoria.
La reunión fue muy tensa, Roby era demoledor en las recriminaciones y el Pelado recibía los golpes estoicamente. Reconocía que se habían cometido errores y asumió toda la responsabilidad, como me diría después, más por hábito partidario que por convicción.
Domingo Mena era el más duro y consideraba que correspondía el relevamiento y sanciones.
Benito Urteaga miraba fijamente atuzándose el bigotillo.
Yo dije, con intencionada ironía, debo confesarlo, que por mucho menos que eso Stalin mandaba a los generales a Siberia.
Santucho, después de su implacable critica, relativizó las cosas asumiendo parte de la responsabilidad colectiva puesto que de un modo u otro estábamos aprendiendo y se limitó a proponer el relevamiento del jefe sin más sanciones que destinarlo a tareas políticas para que el contacto con las masas "contrarrestara las tendencias subjetivas". Formalmente no fue una sanción sino un simple cambio de jefatura.
A partir de ahí lo veía menos seguido aunque como miembro del Buró Político seguía su trayectoria por los informes y las decisiones que se tomaban al respecto.
Una acción notable dirigida por él fue el rescate de un grupo de compañeras, entre ellas la suya, prisioneras en la cárcel del Buen Pastor de Córdoba.

Según cuentan, se llevó a cabo impecablemente y con una escena del cine romántico, cuando El Pelado arrancó la verja que estaba a cierta altura con un camión. Su compañera se paró al borde y gritó: "¿Qué hago, me tiro?"
"¡Tirate!", respondió el Pelado y la recibía en los brazos.
Junto a Hugo Irurzun, "Capitán Santiago", y otros combatientes del ERP se sumó al Ejército Sandinista.
A los pocos meses, militando en Córdoba, el Pelado tomó un decisión arbitraria sin respetar los órganos partidarios y entonces sí fue sancionado con publicación en el boletín interno.
El aceptó la sanción e incluso publicó una carta en el B.I. de disciplinamiento. Bien es cierto que siempre quedó la duda sobre la sinceridad de esa declaración.
El tiempo pasó y Gorriarán cumplió distintas tareas en diversos puntos del país hasta que finalmente –después de la derrota de Monte Chingolo en donde él no participó– a propuesta de Santucho fue incorporado al estado mayor del flamante batallón de Buenos Aires.
El 18 de julio de 1976, la víspera de su muerte, Santucho, entre otras recomendaciones, nos decía que había que tener en cuenta al Pelado pues venía mejorando mucho y que podía reforzar los órganos dirigentes, sobre todo en esos momentos de creciente debilidad por la represión.
Más influido por este juicio de Santucho que por mis propios conocimientos y atenazado por la necesidad de cuadros, es que, al asumir la dirección máxima del PRT-ERP en reemplazo de Roby, propuse incorporar a Gorriarán al nuevo Buró Político y así se inició una etapa de dos años de trabajo juntos, la mayor parte del mismo fuera del país. Aquí es donde empecé a conocerlo más a fondo.
El Buró Político decidió que viajáramos a Cuba para lograr preparación para el próximo auge de masas que esperábamos para fines de la década del '70.
Lo hicimos vía Italia, país en la que ya teníamos una pequeña infraestructura.
Naturalmente viajamos separados y yo le dí una cita para nuestro encuentro en Roma: "te espero al pie de ese arco del triunfo que está a lado del Coliseo".
El pelado llegó a Roma y después me contó que al buscar el arco pensó: "Este Luis está en pedo: ¿Qué arco del triunfo puede haber aquí si los tanos nunca ganaron una guerra?"
Desde luego yo sabía que el famoso "Arc du Tryunph" estaba en París, pero había llamado "arco del triunfo" al Arco de Constantino que conocía sólo por fotos porque, como es sabido, todos los emperadores romanos hacían construir un arco al regreso de sus guerras triunfales.
El chiste no tiene mucha gracia si uno no advierte que el Pelado, cuestionando con ese ácido humor la historia bélica de los italianos, no podía quejarse que lo llamaran militarista.
El asunto es que en esos días compartíamos vivienda y vivencias y, desde luego, la oportunidad de hablar en forma más suelta de los problemas del Partido. Viajamos a Praga en donde tuvimos 10 días y una larga entrevista con un miembro de la dirección del Partido Comunista Cubano que nos llamó la atención sobre nuestra tendencia a no detenernos a mirar que estaba pasando.
Parecía como si cada día tuviéramos más acuerdos sobre la situación y lo que había que hacer. El Pelado no demostraba competencia alguna por la función que yo sustentaba como continuidad orgánica de la dirección creada por Santucho. Nos abrimos a nuestros íntimos pensamientos y allí me confió sus dudas, cosa que actuó muy favorablemente en mi consideración hacia él. Al fin de cuentas era humano y no esa imagen de bronce que se había construido o que le habían armado alrededor suyo.
Se realizó la reunión del Comité Ejecutivo de Abril en Roma, en la vía Crescencio.
Desde la ventana de la casa en que sesionábamos podía verse la cúpula de la Catedral de San Pedro en el Vaticano, todo un símbolo.

En ese evento, el Pelado participó como nunca lo había hecho y se unía al entusiasmo colectivo que restablecía ese optimismo que caracterizó toda la trayectoria del PRT-ERP, aún en las peores circunstancias.
"Persistir y vencer" había sido la vital consigna que dejaba la herencia de Santucho sin que nadie se percatara que suplantaba la muy latinoamericana "Patria o muerte" , "Victoria o muerte" o "A vencer o morir".
Después el Buró Político se instaló en Madrid en un plan de reconstrucción que duraría de cuatro a seis meses, según lo planeado.
Un trio dirigente regresó a Buenos Aires con las resoluciones del Comité Ejecutivo y la misión de replegar aún más las fuerzas hacia el movimiento social dosificando la acciones militares guerrilleras.
Yo viajé a Cuba para completar la misión que había originado la salida del país y en ese lapso se dieron los golpes represivos en Argentina que destruyeron los restos organizados del PRT-ERP.
El Buró Político estaba dividido en dos y dos por la forma que se enfrentó la ola represiva anunciando la ruptura.
A esta altura de estos recuerdos sería ocioso relatar los hechos que llevaron a la ruptura. Había una causa de fondo que no se hacía conciencia en ninguno de nosotros, causa de causas, por jugar con las palabras y que engendró un microclima magistralmente expresado por Rolo Diez en su novela 'Los Compañeros', y que reproduzco a continuación:
"De a poco se ha ido dando cuenta de que han caído en una trampa. El diversionismo ideológico se servirá en el desayuno, tenderá sus dulces emboscadas, ofertará sus halagos en la feria. Las diferencias comenzarán a llamarse actividades contra la dirección, el paso siguiente consistirá en llamarlas actividades contra el partido. La desesperación cerrará su círculo: Hija de la impotencia engendrará la intolerancia, la persecución. Caminarán su calle sin salida, repetirán sus mismos pasos, las palabras heladas, las sentencias. Encontrarán el enemigo en el espejo. Quemarán su bruja a medianoche y no podrán dormir." .
Y en efecto, la ruptura, producida en el fondo por la impotencia de no hallar el camino de retorno simbólico y concreto a la lucha en el país, se produjo a fines de 1978. Mi último encuentro con el pelado fue, como dije al empezar, en Paris. La zarzuela se había convertido en sainete.
Yo, y la mayoría del Buró Político, funcionábamos en Madrid y habíamos llamado al VI Congreso del PRT.
Gorriarán con la mayoría del CC se había atrincherado en Paris y en principio impugnaban dicho llamado pero a fin de cuentas se avinieron a participar del mismo siempre que se convinieran las reglas.
Al mismo tiempo ambas facciones recorríamos los grupos partidarios haciendo proselitismo interno y por supuesto, acusando a la otra parte de las peores herejías en el sistema de creencias del PRT. La principal, claro está, el abandono de la lucha armada como forma principal de lucha, manifestación inequívoca del "reformismo".
Naturalmente, más allá de las mejores intenciones de todo el mundo, más allá del alto grado de alienación del conjunto, había algún que otro piantado.
Y con el grupo de Gorriarán había uno particularmente singular: Jorge Masetti quien disfrutaba de un apellido histórico y que en un momento propuso a su grupo matar a Luis Mattini para acabar con su influencia reformista.
Como de este lado tampoco faltaba algún chiflado, medio se lo tomó en serio y se dio la paradoja de custodiar al secretario general más por temor a una agresión interna que por miedo a los servicios de seguridad de la dictadura que actuaban en el extranjero.
Por eso es que la reunión con el pelado en Paris fue mucho más cómico que lamentable. No recuerdo bien cóomo se eligió el Café del encuentro, pero seguramente que mi equipo verificó el lugar.
Lo cierto es que yo ingresé acompañado de Julio Santucho y ya mi "custodia" había tomado posiciones. Recorrimos el Café con la mirada y no vimos la supuesta custodia del Pelado.
Al rato llegó acompañado por el Cuervo, compañero que se había iniciado en la lucha armada en Rosario junto con él, gran organizador de eventos. Se sentaron frente a nosotros y comenzamos a tratar el asunto. Parecía una mesa de juego. El problema es que yo no sé jugar al pocker y el Pelado demostró ser experto.
Sin embargo, ahora a la distancia, puede verse que esa reunión puso en evidencia que el PRT - ERP ya estaba muerto, sólo firmábamos el certificado de defunción.
Ahora, ante su partida definitiva, pienso –como Miguel Benasayag– que yo no sé si el Pelado quería y luchaba por la misma sociedad que quiero y lucho yo, pero sí es seguro que siempre peleó contra la misma sociedad que yo peleo, y puedo decirle con el corazón y sin rencores: Hasta la victoria siempre.
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Videos
http://www.youtube.com/watch?v=FBNkNuU-8yY
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