El mercado no se mancha

(*)POR MARTÍN SIMONETTA "A fines del 2001, cuando todavía la ley de Convertibilidad tenía vigencia, un cartón de leche costaba $0,50 mientras en la actualidad -con un tipo de cambio de $3 por dólar- el precio al que podemos encontrar este producto en las góndolas de los supermercados es superior a $1,50." En esta nota, Martín Simonetta aspira a responder " ¿Qué hubiera sucedido si los diferentes gobiernos hubieran decidido imponer topes que conservaran los precios de la convertibilidad, desconociendo las profundas modificaciones de precios relativos que acarreó el proceso devaluatorio?"

A fines del 2001, cuando todavía la ley de Convertibilidad tenía vigencia, un cartón de leche costaba $0,50 mientras en la actualidad -con un tipo de cambio de $3 por dólar- el precio al que podemos encontrar este producto en las góndolas de los supermercados es superior a $1,50.

El aumento de la leche es apenas un ejemplo representativo de muchos otros productos que componen la cesta básica y que han sufrido un fuerte incremento tras la ruptura del 1 a 1. La inflación del 2002, superior al 40%, refleja este incremento. Sin dudas, este aumento de precios diluyó el poder adquisitivo del salario, especialmente de aquellos ciudadanos más pobres en los que los alimentos constituyen una importante porción de sus ingresos. Un destacado político argentino, solía definir esta situación con la frase "Dólar barato, comida barata. Dólar caro, comida cara" refiriéndose a los efectos regresivos de la licuación de los ingresos pos devaluación.

Pero, ¿qué hubiera sucedido si los diferentes gobiernos hubieran decidido imponer topes que conservaran los precios de la convertibilidad, desconociendo las profundas modificaciones de precios relativos que acarreó el proceso devaluatorio? Como esta situación ya la vivimos durante los procesos inflacionarios e hiperinflacionarios de la década del 80 podemos responder que encontraríamos los almacenes y supermercados desabastecidos, que caería la producción, que se desarrollarían mercados negros en los que las transacciones se producirían a un nuevo precio de equilibrio y que las posibilidades de inversión en ampliación de capacidad productiva sería bajas en un escenario de absoluta incertidumbre.

Tal es la situación que encontramos hoy en diferentes servicios públicos, siendo la presente crisis energética la punta de un iceberg mucho más profundo.

La culpa fue del mercado
Las empresas energéticas son las culpables de la falta de abastecimiento, de la insuficiente inversión en la generación de energía eléctrica, del incremento de precios de los combustibles, de la guerra de Irak que llevó el precio del crudo a un precio récord, de la carga impositiva superior al 60% en el precio de la nafta y por qué no de la caída del precio de la soja que repercute en menores ingresos por retenciones. Las empresas deben invertir para que a los ciudadanos no les falte energía aún con precios adulterados.

Paradójicamente, la historia argentina parece demostrar que cuando predominó el fin de lucro en el sector energético la oferta energética estuvo a la altura de la demanda. Mientras tanto, en los momentos en que predominaron concepciones voluntaristas, caracterizadas por el capitalismo de estado o la intevernción, los cortes de gas en el invierto y de electricidad en el verano eran la regla.

La comparación con el caso de un producto tan humilde y necesario como la leche nos permite apreciar cómo cuanto más estratégico es un sector (¿cuál es el criterio para definir esto?) más necesario es minimizar las distorsiones en el sistema de precios.

El actual gobierno parece ignorar las consecuencias de sus actos o sus omisiones, sobre-estimando a la política por sobre el complejo sistema de información de millones de voluntades que es el mercado. La creación de una empresa energética nacional para actuar como "empresa testigo" intevieniendo en la fijación de precios, así como otras medidas implementadas en el sector, reflejan una peligrosa concepción del funcionamiento de la economía.

Si bien todo se puede hacer, nada es gratis ni en términos económicos ni políticos. Inclusive el mercado se puede interferir y los precios se pueden alterar. Lo que no se puede evitar son sus consecuencias.
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(*)Director Ejecutivo de Fundación Atlas. Es licenciado en Relaciones Internacionales (Universidad del Salvador) habiendo cursado una Maestría en Política Económica Internacional (UB).

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