Juan Perón, paradojas a 30 años de su muerte

POR HECTOR SIMEONI (*)En 1971, Juan Domingo Perón escribía a un dirigente justicialista quien, a pesar de haber compartido parte de su intimidad, no acertaba a entender la sinuosa política de su amigo para con los grupos guerrilleros, una desconcertante confesión: "No sé que habría sido de mí si no hubiera aprendido a tiempo a manejar las paradojas". Al general no le gustaba hablar de "pragmatismo" ya que despreciativamente consideraba que eso "era cosa de políticos" y acaso por eso él, que se sentía un estadista, describía de esa manera sus cabriolas estratégicas.

En el caso que nos ocupa, su confundido corresponsal no alcanzaba a entender como el exiliado en Madrid le dirigía a esas falanges juveniles tantos entusiastas mensajes alabando al socialismo y hasta se atrevía a aparecer en una filmación clandestina explicando como se armaba un fusil. No sabía que Perón les tenía reservada una sorpresa a sus cándidos adláteres provisorios (sabía de antemano que cuando sus flamantes partidarios cultores de la lucha armada encontraran la clave de su "paradoja" dejarían de venerarlo) que se empeñaban en ver un Marcuse "a la latinoamericana" en quien en realidad, en ningún momento había dejado de ser un militar de ideas claramente corporativistas.

Claro que no existe engaño más difícil de aventar que el que uno práctica con uno mismo. Eso es lo que le ocurrió a los dirigentes que pensaron escudarse en la figura Perón para concretar un proyecto "foquista" en el único país de América Latina que estaba vacunado por el propio peronismo contra este tipo de experiencias. Y tuvo que regresar Perón a la Argentina, lanzar una televisada filípica despectiva ante un grupo de diputados pro-montoneros que habían pretendido discutirle la decisión de dictar una ley de seguridad interior muy rigurosa, y luego expulsar de la Plaza de Mayo de manera masiva a quienes habían imaginado que la Argentina había estado a un paso de convertirse en una nueva Cuba. Solamente así se dieron cuenta que solo habían sido instrumentos y que ahora serían arrojados con los trastos inútiles.

El despecho de algunos sobrevivientes que recién en ese momento entendieron que solamente habían servido de herramienta política para obligar a un grupo de militares liberales a ceder el poder dura hasta nuestros días, como explicaremos más adelante. Estos, que hoy ocupan espacio en los diarios y manejan una llamativa cuota de poder, fueron los únicos en comprender, cuando ya era tarde, la verdadera naturaleza de esta paradoja montada por quien respondía con una sonrisa enigmática cuando se enteraba que ellos lo llamaban "El Viejo".

Nadie podrá negar, por dar otro ejemplo, que también resulta paradojal que el hombre que fuera arbitro y también artífice principal de la política argentina durante más de cuarenta años de la segunda mitad del siglo pasado no haya alcanzado ahora, después de muerto, la categoría de mito nacional, al contrario de lo que sucediera con su esposa Eva, cuya fascinante sombra mítica se ha proyectado incluso internacionalmente.

Sin embargo Perón fue una gigantesca figura mítica mientras tuvo vida, cuando una atmósfera de leyenda y de misterio lo rodeaba en su exilio madrileño y su imagen se enriquecía cada vez más por obra y gracia de las persecuciones y la distancia y sobre todo, como él mismo gustaba repetirlo, con los errores de sus adversarios.

No abundan ahora, sin embargo, las peregrinaciones populares hasta su tumba. Solamente algunos grupos de dirigentes se acercan hasta ella, como por compromiso, para rendirle homenaje en cada aniversario de su muerte, pero hasta ese acto se practica sí ningún entusiasmo ni fervor como un mecánico ritual vacío de contenido.

Alguien tendrá que explicar porque la aureola misteriosa de Perón se diluyó en el mismo momento en que dejó de existir corporalmente. Se habla de él con respeto, muchos lo hacen con veneración (especialmente lo más viejos; hace falta haber cumplido más 45 años para haber podido tomar contacto directo con el que fuera su carisma) pero ha desaparecido irremediablemente aquel ingrediente mágico que conmoviera a las multitudes que lo siguieron mientras gobernaba, lucharon luego de diversas maneras para librarlo del exilio, soñaban con verlo volver en aquél quimérico "avión negro" y lo recibieran a su retorno con el fervor del primer día.

Aunque parezca una grosera exageración, muchos piensan, que acaso cometió el error de no haber proporcionado él mínimo indicio a sus partidarios de que él no era un ser perenne sino un mortal como los demás y, vuelto al país no se mostró como alguien que estuviera protagonizando sus actos postreros, sino como quien llegaba para sacar al país del pantano.

Hasta podría pensarse que en ese mundo paradojal en el cual vivió, lo movía cierta resistencia interna a considerarse a si mismo como alguien destinado a dejar de existir. Debe tenerse en cuenta que en todo momento actuó como si le quedara invariablemente el tiempo necesario como para ocuparse de lo que siempre creyó importante.

Vista la cuestión desde ese punto de vista, no parece descabellado afirmar que, con el final de su existencia física, terminó de morirse el peronismo. No nos olvidemos del hecho de que su modo de ver al movimiento que fundara fue intrínsecamente gregario. Lo consideró un fenómeno que se producía por obra y gracia de la coordinación de distintos sectores grupos de presión social, totalmente alejado de política clásica.

La existencia del partido no significaba para él más que la necesidad de cumplir con una formalidad vacía de contenido que solo servía para mantenerse dentro del marco legal.

Y ésta no es una especulación aventurada. No olvidemos que el propio Perón definía a su organización política formal como a un instrumento que sacaba del desván unos días antes de cada elección para volverlo a guardar inmediatamente. Su concepción de la acción política era exacerbadamente movimientista; una confluencia de las organizaciones naturales (en primer término los sindicatos) con dirigentes formales sometidos a un liderazgo máximo.
Quien haya conocido de cerca en auténtico pensamiento de Perón no podrá negar que éste despreciaba a la democracia formal y creía que todo consistía en una conexión, cuyo mecanismo tenía mucho de intuitivo, entre las masas y aquel que lograra ejercer su liderazgo.

Cuando, al filo de los 60, hizo falta en las postrimerías del gobierno de Arturo Frondizi erigir un partido estable, al que se denominó Justicialista (Perón repetía a sus visitantes que el calificativo de "peronista" estaba reservado para Movimiento) sus dirigentes siempre fueron mirados con cierto desdén desde Puerta de Hierro en España.

Una demostración de que el PJ era considerado por el general como un mal necesario está dada por el hecho de que durante todo el tiempo que duró su ausencia del país se manejó exclusivamente para transmitir sus órdenes con "delegados personales", nunca se le hubiera ocurrido hacerlo a través de ninguno de los popes partidarios.

Otra paradoja, la más monumental la definitiva, está dada por el hecho de que, muy adrede, no hubiera designado un heredero. La frase que gustaba repetir que insistía que su herencia le correspondía "al pueblo" no era más que una forma de anunciar que planeaba irse de este mundo sin designar a un delfín. Muchos, no sin razón, interpretan esta circunstancia como una demostración de su egoísmo personalista; el no querer compartir, como lo hizo en vida, su capital político después de su muerte.El hecho de que, cuando sabía que tenía los días contados hubiera elegido para acompañarlo en la formula presidencial (por lo tanto como a su reemplazo natural) a su esposa, no podría interpretarse como el mal paso dado por un anciano con la mente obnubilada.

Le alcanzaban las pocas horas diarias de lucidez de los últimos tiempos para comprender toda las limitaciones y la suprema mediocridad de Isabel, como para que hubiera podido considerarla como una potencial jefa conductora de masas.

Si no se trató de un simple acto mezquino el de provocar la obligada acefalía, ¿qué otro tipo de interpretación podría aventurarse?. Acaso la explicación tenga que buscarse en la ya mencionada concepción corporativa de la vida que siempre tuvo Perón. El mismo afirma en su libro titulado "La comunidad organizada" que el dirigente del movimiento nacional debería ser la figura con mayor predicamento surgida de alguna de las ramas que integran el conjunto de fuerzas que le dan contenido.

Lo que acaso no advirtió Perón antes de morir era que su movimientismo no era compartido por la mayoría de los dirigentes (esto sí, sin ninguna clase de dudas por motivaciones egoístas) y que la armazón política que él había construido ya se estaba desmoronando. La rama juvenil nunca pudo reponerse del golpe que le propinó el "entrismo" filomarxista; la gente del partido estaba demasiado ocupada ya por entonces por conseguir cargos y candidaturas y en tratar de borrar la escena a un movimiento sindical que ya estaba pagando con la decadencia el cruento precio de haberse aburguesado.

Años más tarde, los últimos restos de la ingeniería política que había elucubrado el líder terminó de derrumbarse cuando el sector denominado "renovador" expulso para siempre del partido a los "ortodoxos" venidos a menos desde la derrota electoral del ´83 y los gremialistas ya casi no contaban porque habían dejado de ser un factor importante de presión por obra de su propia corrupción, para convertirse en un grupo de burócratas a los que solo les importaba mantener sus puestos.

Los renovadores hicieron pronto buenas migas con el alfonsinismo, la idea era pactar con radicalismo que se estaba (y sigue estándolo) muriendo de viejo, repartiéndose el manejo de los asuntos públicos y hasta, llegaron a pensar, compartiendo la utopía del cacique de Chascomús de constituir el Tercer Movimiento Histórico.

Lo que ocurrió luego es historia demasiado reciente. La llegada del menemismo cuyo jefe se animó a romper públicamente con "la doctrina" (léase las tres banderas: justicia social, independencia económica y soberanía política), alegando que un Perón que hubiera vivido en los ´90 hubiera hecho lo mismo; aserción a todas luces incomprobable.

Hoy, el Partido Justicialista se feudalizó. Existe una permanente confrontación de los aparatos construidos por hombres fuertes de distintas provincias, quienes tejen fugaces alianzas entre sí, sin llegar a conformar una fuerza predominante. Esta situación de "empate permanente" condujo a una nueva paradoja tan gigantesca que acaso ni al mismo Perón se le había ocurrido imaginar: Eduardo Duhalde, ocasional "primus interpares" gracias a su aparato bonaerense, desesperado por evitar un tercer mandato de un Carlos Menem de todos modos declinante, advirtió que ninguno de los otros capitanejos del damero justicialista tenía la posibilidad de reunir fuerzas suficientes como para imponerse, y por eso "inventó" a un presidente que no poseía detrás de él mayores apoyos que el modesto aparato de una semidespoblada provincia patagónica.

Néstor Kirchner, personaje indescriptible de nuestra fauna política, llegó a la Casa Rosada con la mente puesta en Perón, pero no para tratar de imitarlo sino, curiosamente, para vengarse del líder.

Al presidente lo acompañan los mismos personajes que en los ´70 formaron parte de la segunda línea de la dirigencia montonera, con quienes ha conformado un círculo cerrado de poder.

Como si se tratara de una suerte de exorcismo, nunca mencionan, ni para bien ni para mal, al difunto Perón, pero es indudable que lo tienen permanentemente en su mente.

Ellos pretenden recomenzar la historia volviendo simbólicamente a aquél 1 de mayo de hace 30 años cuando fueron expulsados de la Plaza de Mayo por el General Perón y ahora, ya sin la molesta presencia de quien tanto los despreció, concretar la utopía que éste interrumpiera tan abiertamente.

Claro, que ahora ya no tienen a su lado a aquella "juventud maravillosa" a la que habían logrado enfervorizar en los ´70 (a los muchachos de la clase media de ahora no les interesa la política) y la han reemplazado por una suerte de corte de los milagros cuyos componentes han dado en denominarse "piqueteros", regenteados por varios caciques que han vuelto a la hipótesis de que la toma del poder mediante una revolución violenta todavía es posible.

Lo peor del caso es que todos estos truculentos pasos de bailes se realiza sobre el cadáver descuartizado del peronismo y sin que existan fuerzas de oposición que puedan presentarse como alternativa creíble.

¿Hasta que punto Kirchner, Bonasso Verbitzky podrán contener a la turba que ellos mismos mantienen con las arcas públicas?.¿ Ellos serán, llegado el caso, capaces de expulsar de la plaza a los remisos?. Parece improbable.

Y no podrán, entonces, echar mano al nombre de Perón, porque el general, aunque pudiera no querría, como el Cid, ganar batallas después de muerto. Respondería con una evasiva a los que, imaginariamente, le pidieran ayuda, y le guiñaría el ojo a sus circunstantes comentando: "Estos si que son zonzos".

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(*) Héctor Simeoni es periodista. Entre otras publicaciones en las que se desempeñó pueden mencionarse la revista "Somos" de editorial Atlántida en la que fue Jefe de Redacción y el diario de Bahía Blanca "La Nueva Provincia". Es autor del libro "Malvinas Contrahistoria" y "El último de facto".

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