Manual del Buen Decapitador

El degüello de dos secuestrados en Irak actualizó una práctica muy antigua en la historia de la humanidad: la decapitación del enemigo. Detrás de esta costumbre, los antropólogos siempre han encontrado. En Irak, la Resistencia afirma hacerlo en nombre de Alá.

POR JESÚS PARDO (*)

Los antropólogos parecen de acuerdo en que la decapitación, o, como se dice en castellano, el degüello (literalmente, descuello), es de base religiosa y en la Prehistoria tenía por objeto condenar al sentenciado a muerte a perder no sólo la vida, sino también su propia identidad, que por entonces se la suponía concentrada en el rostro.

Traída del fondo más negro de la Historia al Irak en guerra de ahora, la decapitación se convierte en un arma letal que pretende, además, soliviantar la opinión pública mundial. A diferencia de otras épocas, el terrorismo que se dice islamista utiliza el degüello del enemigo para la propaganda.

Busca, como nunca antes, que la crueldad de sus ejecuciones sea contemplada por el mayor número de personas posible en todo el planeta. Pero las decapitaciones comenzaron en la Prehistoria. También ya había una base religiosa. Amén de la buscada pérdida de identidad de la víctima de la que hablan los antropólogos.

Un resto de aquello prehistórico se percibe en cierto tipo de decapitación practicada en los Balcanes en la alta Edad Media, y al parecer de antiquísimo uso entre los tracios, antepasados étnicos de los búlgaros. Se ponía junto al condenado una hoguera encendida, lo cual bastaba para sumirle en la más negra desesperación, pues sabía que su cabeza, recién cortada, iría derecha a la hoguera, donde desaparecería en el fuego: esto equivalía a condenarle al olvido eterno, además de a muerte.

La decapitación era corriente en la Grecia antigua, donde se consideraba especialmente infamante por ir en contra del obsesivo concepto griego de la integridad física del ser humano. Paradójicamente, era el castigo de la gente noble. Se hacía con espada, como en Roma, donde el emperador Calígula tenía siempre a su lado a un soldado que era un verdadero artista en cortar cabezas limpiamente y de un solo tajo.

Los romanos consideraban la decapitación como una forma honorable de morir, propia de ciudadanos romanos, aunque el veneno lo era más aún; la cruz estaba reservada para esclavos y extranjeros.A los romanos les gustaba mucho acariciar y contemplar cabezas humanas cortadas, y en su mentalidad ancestral no había ningún concepto de integridad física o pérdida de identidad facial que se interfiriese con su gusto por la decapitación, aunque, puestos a elegir, los nobles romanos casi siempre preferían el veneno.

Esta idea greco-romana, y, en general, antigua de la dignidad de la decapitación -también regía en países como Persia, donde lo infamante era ser empalado- persistió en toda la Europa medieval, donde estaba reservada a los nobles, dejando la horca para la plebe. Para entonces ya se pensaba que la identidad del hombre estaba en su alma, localizada en el corazón, no en su rostro.

Pero los romanos no eran los únicos aficionados a acariciar y contemplar cabezas ajenas: los jíbaros, como es sabido, cortaban las de sus enemigos para reducirlas al tamaño de una bola de billar. Menos sabido es que algunos jefes de campos de exterminio alemanes conocían la técnica jíbara, o quizás inventaran técnicas alternativas, pero el hecho es que también reducían cabezas de prisioneros gaseados: hay fotos de ellas.

Muchos siglos antes, la decapitación la introdujo en Inglaterra el duque normando Guillermo el Conquistador, y el primer inglés decapitado fue un cierto Atheolf, anglosajón a juzgar por su nombre, en el año 1076.

# El hacha medieval

La decapitación medieval era, en general, con hacha, aunque en Escocia siempre se utilizó la espada, pero Ana Bolena, segunda mujer del real Barba Azul Enrique VIII, fue decapitada con espada, para lo cual se importó de Francia a un gran artista, porque el rey estaba empeñado en que la cabeza de su esposa saltase limpiamente por el aire, sin enfadosos incidentes.

Al rey francés Enrique IV, que quería suprimir el duelo, no se le ocurrió mejor manera de conseguirlo que ordenar que siempre que dos nobles se batiesen en duelo les acompañase un verdugo con hacha y tajo listos para decapitar al vencedor, el cual, además, tenía que pagar ese servicio al contado y por adelantado.El duelo, claro, desapareció prácticamente durante ese reinado.

En Inglaterra, país siempre muy innovador, empezó a ahorcarse también a los nobles a partir del siglo XVII. A los traidores, desde el siglo XV. Allí se les decapitaba colgados de una horca y al tiempo se les destripaba y mutilaba, quemándoles además las entrañas recién salidas del vientre y cortándoles el pene.La última ejecución de este tipo, por un delito de traición, tuvo lugar en 1805, pero la decapitación como medio habitual de ejecución ya se había abolido antes: en 1745.

La decapitación con espada proliferó también en Asia: en China no se suprimió hasta bien entrado el primer cuarto del siglo pasado, imponiéndose en su lugar el fusilamiento, que aún rige.A los decapitados chinos, además, se les cortaba el cuerpo entero en rodajas cuando todavía estaba caliente.

Entre los árabes cundió durante mucho tiempo, y se dice que en algunos lugares aún dura, la costumbre de cortar cabeza y pene a ciertos condenados especialmente odiosos o contumaces, porque así, además de quitarles la vida, les privaban de ir al paraíso mahometano, donde, al parecer, no se puede entrar sin pene.

Catapultar cabezas humanas por encima de las murallas de una ciudad sitiada con objeto de enviar a los atrincherados un mensaje de desmoralización y tragedia inminente, es cosa que se hacía mucho en tiempos antiguos. Por ejemplo, si la cabeza era de la mujer o de un hijo del rey sitiado, o de un gran sacerdote, o incluso de algún santón muy venerado por ellos.

En esta bárbara costumbre hay también un elemento religioso: si la cabeza era de un sacerdote o de un rey (los monarcas tuvieron siempre un elemento de sacrosantidad; el francés Luis XIV, tocaba a los enfermos diciéndoles: "El rey te toca, que Dios te cure"), el corolario era que los sitiados habían perdido el apoyo de los dioses, que habían permitido la profanación: cortar la cabeza (sede de su identidad) de tan sacras personas.

El instrumento decapitante más famoso y eficaz parece ser la guillotina, que, por cierto, es anterior a su introducción legal en Francia, el 6 de octubre de 1791, en plena Revolución, cuando lo que más falta hacía era un método rápido y limpio de degüello.

En Persia ya se usaba desde hacía mucho tiempo, y también, hasta el siglo XVII, en Inglaterra y Escocia. En un museo de Edimburgo, capital escocesa, se conserva una, con el nombre de Maiden (doncella).Era, esencialmente, como la francesa, pero la cuchilla se empujaba con la mano.

En Alemania se llamaba Dolabra, Diele o Hubol, y en Italia, solamente para nobles, Monnaia. Su uso en España parece estar documentado hasta 1710.

# Doctor Guillotine

La utilización de esa maquinaria corta-cabezas decayó luego en toda Europa, hasta que el doctor Guillotine la propuso, con modificaciones introducidas por él, ante la Asamblea revolucionaria francesa, la cual la aprobó después de oír un informe de un verdugo jubilado que sostenía que la decapitación con hacha era más cara y menos segura.

El doctor Guillotine, que al parecer había tomado la idea de un aparato parecido utilizado en una ejecución en Milán en 1702, añadió por su cuenta que su uso sería, además, muy igualitario y propio de una revolución como la francesa: "Pues abole el odioso privilegio de decapitación para nobles mientras a los plebeyos se les ahorca. Ahora todos serán iguales ante la justicia".

Al principio hubo algunas protestas: se decía, por ejemplo, que la muerte del guillotinado no era instantánea. Y esto se demostraba aduciendo que, cuando el verdugo levantó en alto la cabeza guillotinada de Carlota Corday y le dio un bofetón, el rostro de la infeliz se sonrojó de indignación, como si estuviese viva.

Al principio se llamaba a la guillotina Louisette o Petite Louison, pero enseguida cundió su nombre actual, tanto popular como oficialmente, con gran indignación del doctor Guillotine, a quien molestaba tan mortal inmortalidad. El tal Guillotine, de quien se dijo erróneamente que había muerto guillotinado, murió en realidad, de muerte natural, en 1814, pero desesperado por haber dado su apellido al invento.

El garrote vil español ha sido muy estudiado y comentado, y muchos lo consideran ingenioso híbrido de horca y guillotina, aunque la opinión general coincide en que, siendo la muerte del agarrotado por asfixia, se trata, en esencia, de una horca.

-----------

(*) Crónica, Madrid, España, 2004.

Dejá tu comentario