Mensaje de la CGT al Gobierno: "No vamos a disputarle la calle a los piqueteros"

Los comentaristas políticos dominicales coinciden que la CGT no se ha reunificado para combatir con Néstor Pitrola, Luis D'Elía y Raúl Castells; o al menos no lo hará en forma gratuita. Si Néstor Kirchner creyó que se fortalecía con el regreso de la CGT, parece que no comprendió la historia y la integración de los sindicalistas (al fin de cuentas, su amigo Gerardo Martínez nunca fue sindicalista sino un allegado a los militares que se quedó con la Uocra, aunque en este caso a Kirchner nunca pareció importarle).

Joaquín Morales Solá aborda en La Nación, además de una supuesta diferenciación de Néstor Kirchner ensayada por Aníbal Ibarra (versión muy operada en los medios durante el fin de semana por el vicejefe de Gobierno, Jorge Telerman), el tema de la economía que es donde se definirá la suerte del Presidente:

"(...) Los "gordos" de la CGT detestan que les manoteen el conflicto social. Durante los últimos dos años, habían sido meros espectadores del teatro político, tal vez como nunca antes desde 1945. ¿Qué significa la unificación y la elección de una nueva conducción cegetista? Que han vuelto, respondió, lacónico, un ministro de Kirchner.

El Presidente le dio orden a su ministro de Trabajo, Carlos Tomada, de que no moviera un solo dedo a favor o en contra de nadie; temía perder. Debió, incluso, frenar un intento embrionario de incursión por parte de su curioso ministro de Planificación, Julio De Vido.

La CGT nunca miró con buenos ojos a los piqueteros. Para peor, Pitrola, del Partido Obrero, le reclamó a Tomada el control piquetero de un porcentaje de los nuevos empleos del plan de obras públicas. Era un disparo al corazón del jefe sindical de la construcción, Martínez.

Los sindicalistas no podrán salir a combatir a los piqueteros en la calle, porque ellos mismos terminarían embarrados por el cuestionamiento social. ¿Competirán en los despachos oficiales reclamando, por ejemplo, aumentos salariales? Simplemente, habrá que decirles que no, responden a coro Tomada y Roberto Lavagna. El ministro de Trabajo les propondrá, en cambio, compartir proyectos de capacitación laboral y de aumento del empleo.

Lavagna lo mira a Rodrigo Rato. El avaro informe del staff del Fondo Monetario Internacional, sobre el cumplimiento de las metas trimestrales de la Argentina, dice muchas cosas: servirían tanto para sostener la aprobación de aquéllas como para respaldar su rechazo o la postergación del tratamiento. Rato podría privilegiar el buen balance de los resultados fiscales y monetarios. O podría, en cambio, poner el ojo en los compromisos políticos que no se cumplieron, como la coparticipación y la ley de responsabilidad fiscal, sancionada a medias.

Washington no ha dado ninguna señal de que cambiará su viejo respaldo a la Argentina en el FMI. Todo vuelve al principio: el problema de la economía no es la adversidad del mundo, sino las imágenes argentinas de fuego, violencia y encapuchados, que circulan por el exterior. ¿Sólo imágenes? Las imágenes gobiernan un mundo demasiado apurado por otras cosas".

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Nota completa:
http://www.lanacion.com.ar/04/07/18/do_619528.asp

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Curiosa interpretación del periodista oficialista Mario Wainfeld, n el diario Página/12, de la coyuntura macroeconómica:

"(...) La estabilidad con crecimiento habilita el debate sobre la distribución del ingreso, desterrado de las agendas ciudadanas (incluidas las de muchos progres, por ejemplo el Frepaso) durante una pila de años.

La distribución el ingreso, un objetivo que pilla en falta al Gobierno, prospera como polémica y preocupación, en buena hora.

La designación de un triunvirato al frente de la CGT más-o-menos-unificada debe analizarse en ese nuevo contexto.

Necesariamente la flamante conducción deberá internarse en el camino del conflicto social. Caminito que el tiempo ha borrado pero que los vientos de la historia obligan a redescubrir.

Al fin y al cabo, la redistribución del ingreso no puede ser consecuencia apenas de acciones virtuosas del Estado o de filantropía patronal.

El Presidente y el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, coinciden en pregonar que la Argentina será mejor cuando retorne la puja distributiva, que antaño era pan de cada día y ahora pieza de museo. La enclenque nueva CGT debería aportar algo en tal sentido.

Hugo Moyano emerge como el gremialista más favorecido con el nuevo reparto de poder y el que tiene más virtualidades para cuando el triunvirato decante en un secretario general.

El Gobierno que, rara avis para una administración peronista, no injirió en la interna cegetista (aunque melló con su desdén a los Gordos), ve con relativo agrado su presencia. Moyano tiene trato aceptable con Kirchner.

Era difícil para la Rosada imaginar un desenlace mejor, lo cual no da cuenta de que sea fantástico lo que hay sino de cuán desolador era lo que había.

Contra lo que se dijo, en Balcarce 50 y en Trabajo, se observa con alivio que el camionero esté contrapesado de momento por otros dirigentes.

Ninguno de ellos, aseguran funcionarios que conocen el espinel, es un prospecto de partiquino.

Susana Rueda, la primera mujer que ranquea tan alto en la central obrera, tiene su piné. Carlos West Ocampo, el pope de Sanidad que la mocionó, les susurró a sus pares durante la discusión previa a la fumata "ustedes quieren salvarse de mí. Pero no se hagan ilusiones, Susana es más inteligente y más mala que yo".

En ambos casos, se trata de términos de comparación muy elevados. Como fuera, el Gobierno piensa que Moyano no será dueño absoluto de la CGT y, por ahora, eso no lo incordia especialmente.

Un operador conspicuo de la llegada de Moyano debe preocupar al Gobierno y a todos quienes quieren mejorar el corroído sistema político local. Se trata, claro, del inefable Luis Barrionuevo, que fue pieza esencial en el armado, dando cuenta de la debilidad de los "Gordos" y abriendo sospechas acerca de si el triunvirato no será a larga un joven Frankenstein.

Como operador, más en las sombras, de la unidad funcionó también Gerardo Martínez, el líder de la Uocra que lo fue también de una etapa infausta de la CGT.

"Gerardo", que así lo nombra el Presidente cuando habla de él, tiene buena relación con el Gobierno, desde donde se traduce su intervención como (valga la expresión) constructiva. La articulación entreel oficialismo y Martínez prodigará otros frutos en el futuro inminente.

En los planes de construcción de viviendas populares que el Gobierno espera lanzar el mes próximo y cuyos detalles atesora bajo siete llaves, el sindicato de Martínez cumplirá un rol esencial. Es que la construcción masiva, si se concreta, exigirá mucha mano de obra, para lo cual será forzoso recapacitar (o capacitar tout court) a una importante cantidad de trabajadores. La articulación entre Trabajo y los sindicatos del sector formará parte de un proyecto ligado a la creación de empleo tanto como a la mejora de las condiciones de vida de los más humildes.

Dos asignaturas en las que el Gobierno tiene mucho por hacer.
La obra pública como generadora de empleo parece insustituible pero al Gobierno también se le viene encima, como precio por los cambios que él mismo generó, una discusión acerca de un plan de desarrollo, una política industrial que trascienda aprovechar "el lado virtuoso" de la devaluación.

Alberto Dumont, secretario de Industria, estaría próximo a dejar su cargo y rumbear como embajador a París, sustituyendo al paquetísimo Archibaldo Lanús. El nuevo nombramiento tendría un rango de compensación a Dumont, quien en su momento renunció a un importante cargo en un organismo internacional para integrarse al equipo económico. Pero también podría ser un indicio acerca de la búsqueda de un cambio en un área que no termina de complacer a Kirchner.

Moyano se dirigió a los trabajadores desocupados, olvidados por las dos CGT desde hace largo rato. Néstor Pitrola, a la salida del Ministerio de Trabajo, interpeló a "los compañeros trabajadores". La relación entre el gremialismo tradicional y el que representa a los desocupados ingresa inevitablemente en una nueva etapa que incluye la disputa de la representación.

Con cierta ligereza se ha implantado como lugar común que Moyano "disputará la calle a los piqueteros". La ventaja, por así decirlo, de los lugares comunes es que no hace falta fundamentarlos con un hilo argumental sustentable.

Si se pensara un poco, se aceptaría que, si algo no va a hacer Moyano (quien de zonzo no tiene nada), será pugnar en la vía pública con los piqueteros. Hacerlo lo desacreditaría a él y damnificaría al Gobierno. La verdadera pulseada puede estar dada por obtener beneficios cabales para los desocupados, algo para lo que la CGT no califica especialmente, hoy y aquí.

(...) El salario será sin duda superado el momento inicial de las chanzas, el primer tema del encuentro entre el Presidente y la CGT pasado mañana. Kirchner suele ser reacio a ámbitos como el Consejo del Salario, a los que asocia con las "corporaciones" a las que aborrece.

Pero en este caso es bien posible que lo habilite, como signo de la importancia que atribuye al tema. El anuncio de un aumento salarial, aseguraron a coro en la Rosada, Economía y Trabajo, no está en carpeta. En Economía, cabe añadir, no lo desean, en este estadio de negociación de la deuda. En la Rosada y Trabajolo miran con más cariño pero dicen que, aún, no es el momento. Como es de rigor, la última palabra la tendrá el Presidente. (...)"

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Nota completa:
http://www.pagina12web.com.ar/diario/elpais/1-38343.html?PHPSESSID=ee0784236f9710bb16aae4f6a72fa627

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Eduardo van der Kooy, en el diario Clarín, también hizo alusión a la CGT y el Gobierno:

"(...) La incógnita es descubrir el papel que cumplirá la CGT unificada en el vínculo con el Gobierno y en la segura ambición de retomar algún protagonismo en el conflicto social.

Cabe un paréntesis y una precisión. Lejos está del pensamiento del Presidente que los dirigentes cegetistas esbocen siquiera una competencia con las agrupaciones piqueteras: esa admonición llegó a oídos de Moyano a través de un emisario del poder.

En realidad, unos y otros deberían transitar diferentes geografías. La CGT tendría que estar ligada, ante todo, a las preocupaciones del empleo y de los salarios. Los piqueteros afirman defender a desocupados, pobres y marginados. Pero esa divisoria no es en política tan nítida como pueden transmitirla las palabras.

Néstor Pitrola, el líder piquetero del PO, salió decepcionado de su encuentro con Tomada porque dijo no haber conseguido ningún beneficio para los trabajadores. Moyano advirtió que la metodología de las protestas piqueteras empiezan a saturar a la gente, y puso el pie sobre una orilla habitada.

El Gobierno estará desde ahora tironeado por los bandos. Y se verá obligado a dar muestras de una destreza inagotable para que aquel frágil equilibrio no se pierda. Lo peor sería que cegetistas y piqueteros decidieran dirimir las diferencias por cuenta propia.

Esa presunción preocupa frente a un Gobierno que, con razón, se niega a la represión sistemática pero que, a la vez, tampoco le encuentra la vuelta al recurrente desorden social. Es cierto que los incidentes frente a la Legislatura fueron causados sólo por un grupo minúsculo de forajidos. Que el propósito de ellos fue originar una represalia indiscriminada que cayera luego, con el peso del mercurio, sobre las espaldas del Gobierno. Y que obraron de manera premeditada y minuciosa.

Pero la prevención oficial fue nula —el Gobierno culpa por eso a las autoridades legislativas—, la reacción del poder lenta y la sensación de anomia aterradora.

No puede ser que las opciones ante semejantes desafíos sean únicamente la represión brutal o la casi inacción: si el Gobierno estuviera persuadido de eso podría caer en cualquier momento en una trampa. (...)"

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Nota completa:
http://www.clarin.com/diario/2004/07/18/opinion/o-03101.htm

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