Hace treinta años, antes de irrumpir la dictadura militar que se haría llamar por el nombre kafkiano "el Proceso", el país fue el escenario de una guerra cruenta de pandilleros politizados que a su manera representaban dos alas del movimiento peronista.
Una, la "de derecha", estaba dominada por sindicalistas de mentalidad no muy distinta de la del líder camionero e integrante del triunvirato que acaba de asumir el mando de la CGT, Hugo Moyano, mientras que el ala "de izquierda" incluía a personas cuyas ideas básicas y emblemas se asemejaban mucho a los utilizados hoy en día por los piqueteros.
Así las cosas, no puede sino causar preocupación la afirmación de Moyano de que "el movimiento piquetero está agotado ... y prácticamente se vuelve ilegítimo".
En boca de otro, podría tratarse de un análisis sensato y realista del panorama actual, pero en la del jefe de un sindicato notorio por la propensión de ciertos afiliados a hacer uso de la violencia sonó como una amenaza.
Por ahora, los líderes piqueteros han preferido pasar por alto la definición de Moyano y limitarse a subrayar su respeto por su persona, pero dadas las circunstancias tendrían que reaccionar frente a un desafío tan lapidario.
Si bien Moyano jura no tener la más mínima intención de "confrontar" con "aquellos que no tienen trabajo", no sorprendería en absoluto que sus compañeros optaran por distinguir netamente entre los individuos de ideología más o menos marxista que manejan las distintas agrupaciones piqueteras y quienes obedecen sus órdenes a cambio de un plan social.
Al fin y al cabo, Moyano sabe tan bien como el que más que personajes como Raúl Castells y Luis D'Elía lo han desplazado en el papel del representante más estridente y tremendista de la "protesta social" y sería más que natural que aspirara a recuperar el protagonismo perdido.
También lo sería que los caciques piqueteros intentaran defender los espacios que supieron conquistar contra los esfuerzos por retomarlos de una CGT que desde hace mucho tiempo se ha visto totalmente desprestigiada por corrupta y burocrática.
No extrañaría demasiado, pues, que en los meses próximos comenzaran a reeditarse, en una versión apenas modificada, los enfrentamientos propios de otros tiempos cuando montoneros luchaban contra metalúrgicos.
Huelga decir que en principio hay muchas diferencias entre la situación actual del país y aquella de los años sesenta y setenta, cuando la violencia se extendía como una plaga.
Una franja lumpenesca aparte, pocos toman en serio la retórica "revolucionaria" que más de una generación antes atrajo a sectores amplios de la clase media, aunque sólo fuera porque la mayoría sabe que los países que emprendieron el camino así supuesto se condenaron a la miseria.
Asimismo, por razones vinculadas con la evolución de la economía, el papel de los sindicatos tanto en la Argentina como en los demás países ha dejado de ser clave.
Y, lo que debería ser mucho más significante, ya sabemos muy bien lo que podría suceder cuando individuos influyentes supuestamente iluminados están dispuestos a recurrir a la violencia en su afán de alcanzar sus objetivos, achacando su beligerancia a la falta de justicia social.
Dicho de otro modo, el país debería estar vacunado contra las enfermedades que tantas desgracias le ocasionaron en la década de los setenta.
Sin embargo, sucede que sectores acaso minoritarios pero así y todo muy activos continúan repitiendo las consignas de aquellos años trágicos y, en el caso del mismísimo presidente Néstor Kirchner, manifestando su simpatía por corrientes violentas determinadas. Todos los días marchan por las calles bandas que levantan banderas en las que figura la efigie del revolucionario izquierdista arquetípico, 'Che' Guevara.
Su debilidad estructural no obstante, los sindicatos distan de haber abandonado sus viejas pretensiones hegemónicas. Y para colmo, no son muchos los dirigentes políticos que estén dispuestos a aprender algo de la historia del país.
Antes bien, por increíble que parezca si pensamos en la evolución de la sociedad argentina a partir de la década de los setenta, abundan los que sienten nostalgia por los años en los que se cometían muchos errores que andando el tiempo nos llevarían al desastre de fines del 2001 y a sus secuelas.
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