Una nueva crisis con el Fondo Monetario

U24 decidió reproducir una nota publicada en la sección editorial del matutino La Nación, escrita porJoaquín Morales Solá, respecto de la crisis con el Fondo Monetario. Plantea un análisis del tema.

Roberto Lavagna tiene fama de practicar una paciencia oriental. La leyenda debe de ser cierta porque otro ministro hubiera roto las relaciones con el Fondo Monetario Internacional en los últimos días. El organismo le envió un borrador de carta de intención que el gobierno argentino calificó directamente de "inaceptable".

Sin embargo, Lavagna optó, en lugar de la ruptura, por continuar intercambiando borradores con la esperanza de que alguno, ya sea de aquí o de allá, entrara por el arco.

La esperanza no tiene la obligación de sostenerse en argumentos. Y no hay argumentos, por ahora, para respaldar ninguna ilusión con el Fondo Monetario. Nadie, con todo, verá a Lavagna promoviendo rupturas precipitadas.

La tercera revisión de las pautas trimestrales está mucho más cerca de ser postergada hasta septiembre que de ser aprobada en la semana que se inicia, la última posible. Luego, el jefe del FMI, Rodrigo Rato, se irá a Africa y el organismo entrará en el receso del verano boreal.

La lectura de las consecuencias eventuales es divergente dentro del propio Gobierno. El ala económica de la administración, tanto el Ministerio de Economía como el Banco Central, estiman que simplemente habrá que esperar un mes más.

Ellos admiten, sí, que la negociación de septiembre podría convertirse en una desbocada pelea de vecinas. Se habrán amontonado entonces dos revisiones trimestrales y una de ellas, la del propio mes de septiembre, deberá dibujar el número mágico del superávit primario del próximo año.

Kirchner se resiste a conceder una décima más del 3% acordado para el año en curso. El FMI quiere un porcentaje mayor.

El sector político del Gobierno -y el diplomático- les teme a las incertidumbres de un mes en un país que aún tambalea de convalecencia. Sea como fuere, nunca será bueno salir a seducir acreedores sin el acuerdo ni la compañía del auditor.

Político con bamboleos de vértigo entre sus giros y sus gestos, siempre en sentidos contrarios, el Presidente carece de márgenes con la economía.

Los índices de buena imagen que aún conserva (sensiblemente inferiores de los que tenía) se los debe al crecimiento económico. Los últimos zafarranchos de la inseguridad pública, que le abrió además una crisis política en el corazón de su gabinete, lo dejaron a expensas sólo de las expectativas económicas de la sociedad.

El centro del conflicto con el Fondo Monetario es la relación del país con los acreedores de la deuda en default. El poderoso G-7, que controla el directorio del FMI, tiene los ánimos entre fríos y francamente adversos con respecto a la Argentina. Italia, Gran Bretaña y Japón lideran el grupo de países más renuentes a extenderle el crédito al gobierno de Kirchner.

Estados Unidos fue el país que más ayudó a la Argentina en otros entreveros con el FMI. Sigue siendo el que más colabora, pero desde una posición mucho más distante. No podemos poner en riesgo nuestra credibilidad frente al G-7, explicaron funcionarios que trabajan en Washington.

Raro. La Argentina hizo una importante mejora de su oferta de Dubai; en algunos casos la duplicó y, en otros la triplicó. El resultado de esa reforma es que el país llegó, objetivamente, al techo de sus posibilidades; comprometió sus recursos durante los próximos 30 años. Pero, al mismo tiempo, nadie lo percibió así, empezando por los acreedores.

La explicación es más política que económica. La administración ha conseguido hasta ahora no mezclar los frentes externo e interno. Si aquellas mejorías hubieran sido producto de una negociación, el duro presidente Kirchner habría aparecido concediendo, que es la imagen que siempre esquiva. Maquilla tanto sus tardíos giros, como sucedió con el trato de la violencia callejera, que al final nadie reconoce nada.

La dureza de Italia responde a una crisis política interna. El gobierno de Berlusconi parece tambalear y nadie descarta elecciones anticipadas. Los bonistas argentinos defraudados en Italia suman un conjunto de afectados, directos e indirectos, de alrededor de dos millones de personas.

Son demasiados votos como para no endurecer la otrora conmovedora sensibilidad italiana por la Argentina. Japón exhibe las mismas razones. El gobierno de Londres aduce cuestiones de principios: no se debe crear un mal precedente ayudando siempre a los incumplidores, golpea.

Washington asegura que alguna solución llegará, tarde o temprano, quizás con el final digno de una ópera. Nadie quiere ver el precipicio de nuevo, deslizan funcionarios del Departamento de Estado.

La campaña electoral norteamericana está entrando en su fase final y el candidato demócrata John Kerry lo corre a Bush con críticas por su abandono de América latina. Ha citado varias veces la fenomenal crisis argentina de 2001 y 2002 como un ejemplo de ese descuido.

El enviado norteamericano Alan Larson, con despacho muy cercano al del propio Colin Powell, es un diplomático de carrera, preparado para agradar. Dijo dulces palabras en Buenos Aires, que no expresan necesariamente lo que sucederá en el FMI.

Dejó caer, sí, algunos mensajes cruciales sobre la oportunidad de la Argentina para salvarse definitivamente.

Otros funcionarios de Washington están convencidos de que se podría cruzar el obstáculo actual con un compromiso argentino en materia de coparticipación federal, con la sanción definitiva de la ley de responsabilidad fiscal, con un acuerdo para no olvidar la compensación a los bancos y con nuevas conversaciones con los acreedores.

Hay que pasar la mano por la espalda, aconsejan cuando aluden a los acreedores. Sectores del gobierno argentino le encuentran una explicación a esa recomendación: Si nosotros no nos hacemos cargo de los acreedores, éstos terminarán golpeando las puertas de Washington, Roma, Tokio y Berlín, exponen. Las están golpeando.

Una cifra se ha deslizado. El Comité Global de Acreedores, que dice ser el más poderoso, lanzó la idea de que la Argentina debería pagar unos 5000 millones dólares ya mismo y en efectivo, como prueba de su buena fe.

Sugirieron que podrían salir de un préstamo del Tesoro norteamericano al gobierno argentino. En Washington no hay ningún registro de esa idea. En Buenos Aires, Lavagna fue terminante: Bienvenido si ellos consiguen ese dinero. Yo no lo pediré, ironizó.

La cuestión pasó de ser un mero rumor cuando el canciller italiano, Franco Frattini, se lo planteó sin vueltas a su colega argentino, Bielsa. Frattini no pidió el apoyo norteamericano, diseccionó las reservas argentinas.

Sabía cuánto había en el Banco Central, cuánto necesita la Argentina para enfrentar una eventual corrida y cuánto dinero le sobraba. Dedujo que eran los mismos 5000 millones de dólares.

Las cosas habrían sido más placenteras si la Argentina hubiese cumplido con sus deberes políticos. Si, por ejemplo, hubiera terminado las leyes de coparticipación federal y de responsabilidad fiscal, como se comprometió. El acoso de los acreedores la sorprendió justo cuando sólo podía exhibir muy buenos resultados fiscales y monetarios.

Kirchner calla. El mundo es otra cosa y no está dispuesto a escuchar sus enojos ni sus retos. Una mayoría social detesta además volver al aislamiento y a la incertidumbre económica. Por donde se lo mire, el sendero de sus pasos se encoge.

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