Cómo democratizar el gasto educativo

Edición i ya presentó la propuesta del chileno José Piñera, innovador en el mercado de pensiones y jubilaciones por capitalización individual, para reformar el sistema de financiamiento educativo a través de vouchers. Ahora hay que profundizar el tema ya que la formación de capital humano es vital para el desarrollo de una sociedad que aspira a alcanzar niveles superiores de producción y tecnología. La radiografía de un ciudadano argentino medio señala su afición a mirar hacia afuera, lo cual no es malo si se lo hace para tomar los buenos ejemplos. La idea de los vouchers educativos, una experiencia presentada en Chile es una de las posibilidades a considerar, teniendo en cuenta sus falencias, que pueden corregirse.

En la Fundación Atlas ocurrió la conferencia a la que asistió Edición i para profundizar la propuesta de los vouchers para la educación. Expuso el chileno Rodrigo Castro, director del Programa Social Instituto Libertad y Desarrollo (LyD), de Santiago de Chile, que aporta ideas en forma permanente al candidato presidencial por la UDI, Joaquín Lavín.

Castro habló del fracaso del "Estado docente", el funcionamiento de los vouchers y la competencia educativa.

Chile y Uruguay han emprendido reformas educativas en los ´80, deuda pendiente para la Argentina, que sólo ensayó un debate que terminó en una pelea entre la Iglesia Católica Argentina y el Estado, en días de Raúl Alfonsín.

Hubo un segundo intento de reforma más adelante, también sin una definición clara de qué esperaba la Nación Argentina de su formación de recursos humanos.

Así, la reforma educativa argentina nunca alcanzó logros importantes, y puede decirse que su fracaso resultó la burda imitación del modelo español que no había funcionado en... España.

Los vouchers son una nota distintiva dentro del sistema educativo chileno: 90% de los niños y adolescentes cursan su educación básica y media en escuelas municipales o particulares, financiadas parcial o totalmente con recursos públicos.

Las instituciones educativas reciben recursos en función de los alumnos que concurren a ella ya que el alumno y sus padres son dueños del voucher o cupón.

Pero el sistema, lejos de resultar una panacea tiene conceptos que resultan frágiles, y que conviene evaluar para corregir el error.

Thomas Paine había introducido la idea en el siglo 18, retomada y profundizada por Milton Friedman en la última parte del siglo 20. Friedman es considerado el padre de la idea de los vouchers educativos.

Chile introdujo la iniciativa en 1982. Fue una de las sociedades pioneras en establecer los vouchers a gran escala.

El tema, de gran importancia en varios países, fue crucial en USA desde 1983, cuando se publicó el documento Una Nación en Riesgo (A Nation at Risk), que expuso la posibilidad de que la educación pública provoque problemas a la economía de un país, o los profundice.

El discurso, desde entonces y hasta el momento, enfoca la transformación de la educación, para producir lo que ellos llaman el "trabajador del siglo 21"; proceso que comienza con la evaluación de que ni los jóvenes ni los adultos pueden competir en la economía global, y hay que cambiar el sistema de educación.

¿Cómo se hace esto? El sistema de educación cambia estableciendo una currícula universal. Estos estudiantes que aprenden con esta currícula, son evaluados en los llamados high test testing, y quien reprueba no logra la graduación.

La discusión sobre la subsidiariedad del Estado no ocurre en países con los niveles de pobreza de la Argentina 2004, que es una Argentina muy diferente a la Argentina 1970, por ejemplo.

La idea-pivot debe ser cómo administrar mejor los fondos destinados a educación y que éstos lleguen directamente a los alumnos y no se pierdan en la burocracia.

Es lo que han intentado los chilenos aplicando el sistema de vouchers que, si bien no ha logrado mejorar la calidad educativa, sí hizo más eficiente la distribución de los recursos financieros.

El propósito de este mecanismo es promover la competencia entre las escuelas para atraer y retener alumnos, al hacer depender el ingreso de los establecimientos de la elección que efectúen los alumnos y sus familias. También en New York se creó un mecanismo similar, que logró recuperar a muchos establecimientos educativos de los barrios Harlem y Bronx.

El objetivo buscado con esta competencia es promover una mayor eficiencia y calidad de los servicios educacionales que ofrece cada uno de los establecimientos.

Jacob G. Hornberger, fundador y presidente de The Future of Freedom, tiene una visión muy particular de la educación pública. Por cierto conflictiva, pero es interesante conocerla. Él asegura: "Es difìcil encontrar un modelo más perfecto de planificación socialista que la educación pública. Esta comprende un comité burocrático de planificadores, ya sea a nivel nacional, estatal o local. La escolaridad es inducida por leyes compulsivas. Los docentes con certificado estatal, usando libros de texto aprobados por el gobierno, y siguiendo un programa gubernamental, dan información también oficialmente aprobada a chicos admitidos también de manera oficial. La escolaridad se basa en la coerción: todos -y aún aquellos que ni siquiera tienen hijos- deben financiar la burocracia educativa. Y los resultados son tan predecibles como en el caso de cualquier otro esquema socialista: un producto extremadamente malo. Y esto es así donde sea que se analice la educación pública: Cuba, Corea del Norte, China o los Estados Unidos. Prácticamente nadie, ni siquiera el presidente Clinton -que se ha negado a someter a su hija a la educación pública- puede defender su calidad."

Coincidiendo con el chileno Rodrigo Castro, Hornberger sostiene: "El mercado libre siempre produce lo mejor en cada área. También produciría el mejor de los sistemas educativos de todos. ¿Por que negarles la mejor educación posible a los chicos?".
El pensador liberal se opone al sistema de vouchers porque considera que resulta otra manera de perpetuar el Estado de Bienestar al que se opone.
Parece un contrasentido que otro liberal -Milton Friedman- opine lo contrario.

El gobierno de George Walker Bush ha respaldado el sistema de vouchers, mientras que el anterior gobierno de William Jefferson Clinton se opuso cuando llegó a la Casa Blanca, aunque lo había apoyado cuando era gobernador de Arkansas y necesitaba de una estrategia de campaña que lograra apoyo entre los poderosos gremios docentes.

Una de las críticas que hace Rodrigo Castro al sistema de vouchers en Chile es que llega la misma cantidad de dinero a todas las familias. Castro reflexiona, con razón, que la educación de los niños y adolescentes de hogares más pobres, por el hecho de entrar en el sistema con menor capital humano, requiere de más recursos para compensar.

Si se considerara en el valor del voucher que existen alumnos más caros que otros, aumentando el valor de la subvención para los que tuvieron menor formación, se obtendría mayor y mejor oferta para ellos. Se apostaría a la movilidad social.

Vouchers para todos por igual pueden crear un sistema injusto ya que es probable que el voucher sea insuficiente para enseñar bien a los más necesitados, a la vez que puede resultar poco atractivo para las escuelas privadas de hijos de familias adineradas.

También cabe considerar el factor geográfico ya que las zonas desfavorables necesitan una mayor cantidad de recursos, o al menos recursos diferentes.

David Beers, en un ensayo publicado por la Fundación para la Economía de la Educación, menciona el tema de la llamada Educación de Mercado: "La mayoría de quienes están a favor de romper con el monopolio estatal en la educación abogan por el sistema de vouchers o de créditos fiscales como el modo de restituir la capacidad de elección a los padres y recrear la competencia. En vez de fundarse directamente en el gobierno, las escuelas -tanto las públicas como las privadas que desearan participar- recibirían pagos por parte de los padres que recibirían una cuota escolar por cada niño a cargo. Las escuelas pobres tendrán que hacer mejoras para evitar perder alumnos a favor de otras escuelas más innovadoras, con mejores resultados académicos o más competitivas. Las escuelas privadas pasarían a ser accesibles para todo el mundo, no sólo los ricos o aquellos dispuestos a hacer grandes sacrificios pagando dos veces por la educación de sus hijos."

Y agrega: "Andrew Coulson documenta cuidadosamente los programas piloto de vouchers en Milwaukee y en Cleveland, a la vez que desacredita los estudios que ocasionalmente los atacan. Pero uno de los más interesantes rasgos de Market Education es que Coulson mismo no es en última instancia un partidario del sistema de vouchers. Su interés por él y, en menor medida, por los créditos fiscales es que a través de ellos se conserva la conexión entre el gobierno y la política educativa. En realidad, extienden esa conexión, de modo tal que virtualmente todos los colegios, los públicos y los privados, estarán recibiendo fondos públicos para los alumnos que admitan. Mientras los dólares de los impuestos sean utilizados para financiar la educación, los aspectos divisorios del sistema y su vulnerabilidad para los caprichos y los intereses particulares sigue intacto. El temprano éxito de los vouchers decaería pronto, predice, especialmente cuando los padres empiecen a tomarlos como algo dado y la atención vigilante dada ahora a los programas de vouchers empiece a desaparecer. Antes de que pase mucho tiempo, las regulaciones gubernamentales presentarían trabas y probablemente habría enormes batallas por ver de qué manera se utilizan los fondos públicos destinados a la educación. Y esta vez no va a haber una floreciente alternativa que se financie de manera independiente. Coulson en cambio recomienda ‘eliminar la opción intermedia’: dejar fuera al gobierno del tema del financiamiento de los colegios y devolver el dinero a la gente para que pueda realizar sus propias elecciones. Las organizaciones privadas podrían proporcionar la asistencia que algunas familias pobres podrían necesitar para afrontar los gastos de educación. Si la gente demandara que algo de fondos públicos fueran necesarios para complementar las donaciones voluntarias, sería imprescindible idear un sistema de fondos que evite la mayor cantidad de desventajas posibles. Coulson sugiere el gravar únicamente a aquellos que no hagan ningún tipo de donación a organizaciones educativas privadas. Por ejemplo, un contribuyente cuyos impuestos educativos fueron determinados en $500 recibiría un crédito de $500 si hubiera donado $500 o más a una organización.

Esto daría la opción efectiva a los ciudadanos de patrocinar un cada vez más extenso aparato de enseñanza privada -incluyendo instituciones religiosas u orientadas a minorías particulares- o de pagar impuestos. El gobierno podría usar el dinero de los impuestos para proveer de becas a los 100 mejores programas no sectarios para obviar la necesidad de un sistema burocrático de distribución como el actual o los planes de vouchers.

Si esto suena demasiado radical, lo es -al menos en relación a la visión que prevalece acerca del rol del gobierno en cuanto a la educación. Pero, según Coulson, es algo que se impone por la desesperación de nuestro predicamento educativo y se basa en una fórmula probada a través de los siglos en muy diferente."

No obstante, el tema de fondo es la calidad de la enseñanza.

De acuerdo a Rosita Cahmi, economista de la Universidad de Chile, investigadora del Programa Social de Libertad y Desarrollo y compañera de Castro, dice que en Chile "es ahí (la calidad )en donde estamos muy mal. El 20% más pobre tiene una escolaridad de 8 años y si bien se ha avanzado ¿a qué puede aspirar una persona que tiene enseñanza básica hoy en día? Ese individuo no podrá escalar nunca en términos socioeconómicos. En una sociedad del conocimiento, el mercado demanda gente cada vez más preparada. Son cerca de 100.000 jóvenes que desertan de la escuela, y ellos simplemente perdieron la oportunidad. Existen brechas muy grandes de educación entre los colegios municipales respecto de aquellos privados, es decir, está muy segmentada la educación y las escuelas públicas no están actuando como igualadoras de oportunidades, al observar bajos rendimientos. Este problema está ligado con la calidad, y es ahí en donde hay que hacer una revolución en la Educación, convirtiendo a las escuelas en igualadoras de oportunidades para la gente pobre."

Se ha demostrado que, al revés de lo que se cree habitualmente, el problema no es cuánto se gasta sino cómo se lo invierte.

En este marco ocurrió la inviable propuesta del ministro de Educación argentino, Daniel Filmus, un docente de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, de canjear los intereses de la deuda externa por inversiones en la educación. No sería al menos la Argentina de Néstor Kirchner la receptora de semejante beneficio que supone que los acreedores apuesten al país.

Lo grave es que la posibilidad de que el dinero que se destina a la educación, se aplica a financiar la burocracia y no a la formación de los alumnos y escuelas. Para esto hace falta una democratización del sistema y un control más directo de la enseñanza y de los docentes de parte de los padres, quienes deben ser los más interesados en la educación de sus hijos.

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