El deterioro evidente de la imagen pública de Néstor Kirchner provoca las obvias especulaciones del caso acerca de modificaciones en las políticas que ejecuta el Presidente, y relevo en su equipo de colaboradores. Sin embargo, la personalidad de Kirchner y su comprensión de los conflictos que afronta resulta –es importante recordarlo- una limitación considerable.
El ejemplo más en boga de cómo el Presidente puede destruir a sus colaboradores no es Gustavo Béliz, quien terminó expulsado pero con una credibilidad ante la opinión pública mayor a la que tenía cuando ingresó al Ejecutivo Nacional, sino el de Los Fernández, funcionarios al borde del ridículo, punto de no retorno en la vida, no sólo en la política.
Los Fernández (Alberto y Aníbal) no tienen parentesco alguno entre ellos. Tampoco con los otros Fernández que rodean a Néstor Carlos Kirchner: los senadores nacionales PJ-Santa Cruz, Cristina Elizabeth Fernández de Kirchner y Nicolás Fernández.
O sea que hay dos categorías de Fernández: los pingüinos y los no-pingüinos. La ventaja de los Fernández pingüinos por sobre los Fernández no-pingüinos es el conocimiento, por años de convivencia previa, del líder.
Quienes acompañan a Kirchner desde hace tiempo no han sufrido el desgaste de los más nuevos, especialmente quienes más alta exposición mediática aceptaron, y se prestaron a una defensa cerrada, irracional, obsecuente del Presidente. Esto resulta importante tenerlo en cuenta. Julio De Vido y Daniel Cameron, responsables de la política energética, por ejemplo, se expusieron al anunciar la crisis pero luego decidieron salir de escena y los recientes incrementos de las retenciones a la exportación de petróleo, los anunció Roberto Lavagna, no ellos.
Entre Alberto y Aníbal hay similitudes:
•Tienen un pasado cercano a Eduardo Duhalde;
•Llegaron a Kirchner confiados en utilizarlo como trampolín para subir otro escalón en sus carreras de políticos profesionales;
•Tienen motivos de agradecimiento a Carlos Menem;
•Acumulan ambiciones de liderazgo en sus respectivos distritos;
•Hay denuncias que afectan su buen nombre y honor; y
•Querrían abandonar el gabinete nacional entre 2005 y 2007.
Alberto fue superintendente de Seguros de la Nación en el gobierno de Carlos Menem durante las gestiones ministeriales de Miguel Ángel Roig, Victor Rapanelli, Antonio Erman González y Domingo Cavallo. Luego, Eduardo Duhalde lo designó director del Banco de la Provincia de Buenos Aires y presidente fundador de la Aseguradora de Riesgo de Trabajo del Grupo Bapro; también ayudó en la recaudación de aportes financieros durante la campaña proselitista de Eduardo Duhalde, quien lo ubicó en la lista sábana de candidatos a legislador de la Ciudad de Buenos Aires, banca que ocupó mientras iniciaba su trabajo junto a Kirchner, de quien fue jefe de campaña, hasta que éste lo designó jefe del Gabinete de Ministros. Alberto no oculta su apetencia por heredar, en el año 2007, a Aníbal Ibarra como jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, e invirtió tiempo, energía y dinero en la construcción de una fuerza propia en el distrito, hasta ahora con éxito escaso.
Aníbal fue secretario de Luis Macaya, un justicialista bonaerense muy amigo de Carlos Menem, vicegobernador cuando Antonio Cafiero fue gobernador; luego fue intendente del partido bonaerense de Quilmes; más tarde ministro de Trabajo de Carlos Ruckauf; secretario general de la Presidencia y ministro de la Producción con Eduardo Duhalde como senador nacional a cargo de la Casa Rosada en forma interina. Aníbal tiene aspiraciones importantes, que van más allá de la Gobernación bonaerense, aunque en el año 2005 desearía convertirse en uno de los dos candidatos a senadores nacionales por el PJ.
Alberto y Aníbal afirman que la transparencia y la ética marcan sus gestiones, pero la gestión de Alberto en el área de Seguros es motivo de controversia para otros ex funcionarios del área, y Aníbal ha soportado varias acusaciones, incluyendo los días en que debió esconderse, cuando era intendente de Quilmes, y él siempre aclara que fue una injusticia pero Menem fue aquella vez de los pocos que lo defendió.
¿Cómo es que dos funcionarios tan importantes arriesgan sus porvenires venturosos al convertirse, ante la opinión pública, en los bufones del gabinete?
El psicólogo social Kurt Lewin teorizó acerca del liderazgo autocrático o autoritario, el liderazgo permisivo (laissez faire), y el liderazgo democrático o participativo.
Al respecto, Ernesto R. Alonso, psicólogo social de la Universidad Austral, afirmó a Edición i que una de las afirmaciones más importantes de Lewin sobre el llamado liderazgo autocrático se relaciona con las normas de funcionamiento del grupo y con el clima emocional que se genera a partir de dicho estilo de conducción.
Lewin nunca pensó que el liderazgo fuera apenas un estilo de conducción. Antes que nada, él sostuvo la hipótesis de que el líder es un comunicador que ejerce un doble tipo de mediación:
•entre los miembros del grupo y la tarea que debe realizarse.
•entre los miembros del grupo que asumen diferentes posiciones de status-rol.
Así, Lewin creía que los problemas en los modos de conducción eran problemas en los modos de comunicar la tarea, problemas también en los modos de entender dicha tarea y, por fin, problemas en las formas de comunicación inter-personal que se generaban entre los miembros del grupo a partir de la situación-premisa puesta por el conductor o jefe del grupo.
Entonces, los Fernández no son emergentes de la nada, reflejan, inevitablemente, el modo de conducción de Kirchner, y el relacionamiento de ambos con ese estilo. Ahora, el derrumbe de los Fernández debería provocar en el Presidente la decisión de asumir que ellos son sus víctimas, y que debería revisar su conducta para no diezmar al resto de gabinete.
¿En qué consiste el liderazgo autocrático? De acuerdo a Alonso, "muchos están de acuerdo en señalar dos notas características de este estilo de conducción. Primero, una incapacidad crónica y manifiesta para la delegación de tareas, para la ejecución descentralizada. Segundo, una desconfianza en el otro, como efecto de cierta inseguridad emocional".
Alguien objetará que hubieron ejemplos históricos de líderes autocráticos que no han cumplido ninguno de estos dos requisitos.
Responde Alonso: "Muy por el contrario, han tenido subalternos capaces a quienes han delegado grandes decisiones y áreas de ejecución sin hacer gala de egocentrismo alguno y, mucho menos, de desconfianza generalizada. Su característica saliente ha sido, en todo caso, una fuerte capacidad de dominación y hasta de supresión de las individualidades a tenor de la fascinación que creaban en sus subordinados".
El filósofo y sociólogo alemán Teodoro Adorno, cuando examinó el fenómeno de la personalidad autoritaria, mencionó la agresión autoritaria –el repudio y condena de quienes se desvían de las costumbres establecidas-; y de su contrapartida necesaria, la sumisión autoritaria, necesidad emocional exagerada de sometimiento a otros y aceptación acrítica del líder.
¿Los Fernández padecen el ridículo como consecuencia de practicar la sumisión autoritaria? Alto, no vayamos tan de prisa.
Alberto Fernández y Aníbal Fernández son ‘los Fernández’, de pronto muy populares gracias a la sorna que les dedican, en la mañana de AM 990 Radio Mitre, David Rottenberg y Ariel Tarico ("Hoy por Hoy", de lunes a viernes de 9:00 a 12:00, con Néstor Ibarra); y en las noches de Telefé, los humoristas de VideoMatch, conducido por Marcelo Tinelli.
En el caso de Aníbal, además hay una imitación suya que realiza Martín Bilyk, para los programas de Oscar Gómez Castañón ("Día a día", lunes a viernes de 9:00 a 12:00) y Mirtha Legrand ("Mirtha en La Red", lunes a viernes de 17:00 a 19:00) por La Red, AM 910.
En la Casa Rosada se dijo que la sorna provoca alegría, y que los ministros hasta graban las ironías para que las escuchen sus familiares. Pamplinas. Ambos Fernández tienen aspiraciones de que millones de ciudadanos los voten alguna vez, y saben que el respeto es una condición esencial de la elección del sufragio. Y que son muy jóvenes para ir al furgón de cola de la ‘vieja política’.
De Aníbal, las parodias rescatan su licenciatura en Todología (él habla de todo) y su necesidad de demostrar autoridad. Alberto quedó atrapado entre su razonable crítica a la ‘cumbia villera’, que no supo fundamentar, y la embestida contra su opinión del propio Néstor Kirchner, quien así provocó que Alberto rectificara su opinión inicial cuando hubiese sido lógico que, por lo menos, un lingüista le decodificara (al Presidente) mensajes similares a los que, en ritmo de rap, fueron prohibidos varias veces en USA.
La no-defensa de sus convicciones, y la posible impostación de su rol social es lo que detonó la burla a Alberto, que tiene un dejo de desprecio. En tanto, el estereotipo de ‘chanta’ afectó a Aníbal.
Según Alonso, el análisis lewiniano no contradice la teorización de Adorno. El líder autocrático exige una obediencia total, sin fisura alguna en razón de esa doble condición señalada por Lewin, porque centraliza la toma de decisiones y desconfía de la opinión del otro.
Y desconfía del otro o bien porque desestima toda divergencia con su propio pensamiento, o bien porque subestima toda opinión que no sea la suya propia. Y adviértase que en ambos casos, el fundamento de dicha desconfianza es la sobre-valoración de la propia personalidad, la estima exagerada de la propia valía.
Alonso: "En el fondo de dicha personalidad se escondería un potente sentimiento de egocentrismo en virtud del cual el mundo entorno debe orientarse siempre hacia el propio yo".
De todos modos, Alonso acepta la existencia de otra tesis, que explicaría el liderazgo autocrático como si se tratase de un mecanismo de defensa del yo, esto es, como una estrategia neurótica que compensaría una debilidad radical del Yo para enfrentar la realidad, incapacitado como está de hacer frente a ella de otro modo.
En lo de Tinelli, luego del comentario de Fernández sobre la ‘cumbia villera’, se presentó una parodia donde humoristas disfrazados entonaron esta canción: "Fernández te vamos hacer González / El pibe Fernández / ya no es el mismo / ya no le hace el aguante a Argentinos / le hace el aguante al equipo la Adolfina / Sos un tipo elegante /Ahora tu bigote lo empareja un coiffeur (...) Pibe Fernández de qué te la das / no sos de Recoleta / sos de Paternal / ¡Fuera Fernández! (...)".
No es Tinelli quien descubre el cambio de vida que intentó Alberto Fernández desde que es jefe del Gabinete de Ministros. Es probable que quien hoy es su ex esposa lo haya descubierto antes. También numerosas personas que dicen haber sido sus amigos cuando no vivía en avenida Callao y Posadas, y a quien no les atiende el teléfono.
En lo de Tinelli, todavía Aníbal Fernández zafa pero eso probablemente resulte porque nunca intervino en el polémico proceso de adjudicación de frecuencias de radio, con lo que Tinelli debió lidiar en la compra de AM 1030 Radio Del Plata. Julio Bárbaro, interventor del Comité Federal de Radiodifusión, reporta a Alberto, y éste a Kirchner, con quien, aparentemente, Tinelli tuvo un cruce muy duro el día de la presentación de la nueva programación, pero hoy no es el momento de embestir contra el Presidente.
Regresando a Alonso, el psicólogo social de la Universidad Austral, en cualquier caso es posible señalar dos grandes peligros del liderazgo autocrático, y que tienen que ver con la efectividad grupal.
En primer lugar y puesto que solo el líder autocrático dispone de toda la información pertinente para la ejecución de la tarea, los miembros del grupo están o se encuentran, habitualmente, inhabilitados para una realización completa y eficaz de los objetivos del grupo.
"Recordemos la desconfianza del líder autocrático respecto de las competencias de los otros", afirma Alonso.
La segunda consecuencia negativa para el rendimiento de los grupos de trabajo tiene que ver con el manejo de la comunicación inter-grupal. A la larga, termina produciendo un impacto negativo en la llamada comunicación horizontal, entre los pares pertenecientes al grupo.
Alonso agregó: "Hace ya muchos años, los investigadores Elton Mayo, primero, y George Homans, después, descubrieron que un grupo trabaja más efectivamente no tanto cuando mantiene una buena relación con su líder –lo cual es relevante por cierto- sino, y sobre todo, cuando existe buena comunicación entre los miembros del mismo nivel".
Y la razón es que las normas de trabajo de un grupo –los estándares de rendimiento- suelen ser definidos de un modo endógeno por los mismos miembros del grupo y no tanto por lo que especifique el líder o la autoridad formal (criterio exógeno).
Alonso remata: "En consecuencia, minar la comunicación intra-grupal es minar la capacidad de trabajar eficazmente en grupo y, por último, es abrir paso a un moral individualista que terminará anarquizando el grupo todo. Lo cual, conviene advertirlo, es la condición indispensable para que el líder autocrático pueda seguir legitimándose como tal. Estas son las dos desventajas más evidentes e impactantes que tiene el liderazgo autocrático sobre el funcionamiento de los grupos".
Aníbal Fernández era un funcionario de Duhalde que se empeñó en permanecer en el gabinete cuando este entregara la Quinta de Olivos. Aníbal celebró el lanzamiento de José Manuel De la Sota, ya que Carlos Reutemann no había aceptado y, además, nunca demostró interés en la amistad de Aníbal. Pero De la Sota no resultó el candidato que esperaban los intendentes del Gran Buenos Aires; y Aníbal adhirió a la candidatura de Kirchner.
Al igual que lo que les ocurrió a Daniel Scioli, Roberto Lavagna, Ginés González García y José Pampuro, un día Aníbal recibió una invitación para permanecer junto a Kirchner, pero él quería ingresar al círculo íntimo y, desde entonces, hace esfuerzos inmensos para lograrlo, aunque él nunca será un equivalente a Carlos Zannini, Julio De Vido u Oscar Parrilli. Ni siquiera a Carlos Kunkel.
Aníbal festeja las bromas sin humor de Kirchner, argumenta en defensa de cualquier acto de gobierno –aún de los más disparatados-, aceptó a los ‘transversales’, cuando hubo amenaza de confrontación con el duhaldismo no dudó en dejar en evidencia que él estaba con Kirchner, participó del ‘golpe de palacio’ contra Gustavo Béliz y Norberto Quantín aunque no consiguió que le transfiriesen las fuerzas de seguridad, y amoldó su discurso a las necesidades del Presidente.
Es lógico que Aníbal Fernández sea el objeto de crueles ironías, por su renuncia a su identidad. ¿Qué opina Aníbal Fernández de lo que le ocurre al país? Nadie lo sabe porque ha asumido un rol de ‘opinador’ en nombre del Presidente, sin pertenecer al círculo íntimo del Presidente. Cuando De Vido opina, se sabe qué es lo que piensa Kirchner de, por ejemplo, el rol del Estado. Pero Aníbal invoca al Gobierno nacional cuando a la hora de las citas nocturnas en la Quinta de Olivos, él se encuentra ausente.
A cambio de tanta desmesura, Aníbal espera que Kirchner avale su candidatura a senador nacional por el PJ-Buenos Aires, y luego aspira a la Gobernación. Por esto eligió la alta exposición mediática como estrategia permanente, pero ha saturado a la opinión pública sin que se conozcan sus hechos como ministro del Interior. En general, Aníbal habla sobre cuestiones que competen a otras áreas de gobierno. Aún cuando él es un bonaerense, los tres ministros mejor calificados por los bonaerenses son: Roberto Lavagna (5.47 puntos), Alicia Kirchner (5,19 puntos) y Rafael Bielsa (5,17 puntos).
Aníbal logró ser mucho más conocido que Alberto, pero debería recordar que en esa cartera, de Interior, uno de los jóvenes más audaces y prometedores de la política argentina, José Luis Manzano, se hundió cuando se instaló que era tan superficial que se había realizado una cirugía estética para abultarse los glúteos, algo que no fue verdad pero lo hizo tan conocido como ridículo ante la errática opinión pública.
Alberto Fernández fue quien elaboró el acuerdo entre Kirchner y Aníbal Ibarra que le permitió a ambos que Mauricio Macri escalara en la política porteña, que era su plataforma de lanzamiento hacia la Nación. Pero Alberto no supo o no pudo lograr las satisfacciones que esperaba de parte de Ibarra, más allá de una entrañable amistad con la senadora nacional Frepaso-Ciudad de Buenos Aires, Vilma Ibarra. La incapacidad de cobro del favor fue un dato que no se le escapó al ex abogado de ejecución de morosos, Néstor Kirchner.
Fernández hizo migas con Lavagna, con Bielsa y con Gustavo Béliz. De hecho, varios ‘pingüinos’ objetaron su respaldo a Béliz hasta el final, cuando Kirchner le exigió que lo despidiera. Desde entonces se dice que su cargo tiene candidatos entre los santacruceños, aunque hoy día sufren el obstáculo de que el Presidente no ha elegido aún su próximo rumbo.
Intuyendo que hay una cierta brecha entre Kirchner y Alberto, Aníbal Ibarra decidió presionar con armar la lista oficialista de candidatos a diputados nacionales y apoyar las candidaturas a jefe de Gobierno de Raúl Fernández y de Jorge Telerman. Alberto aún no reacciona, y dado que él también ha supeditado sus opiniones a las del Presidente, perdió tanta identidad que un descenso en la imagen pública de Kirchner lo arrastrará sin retorno.
Su exceso de exposición pública costó advertencias como las de Enrique Albistur, secretario de Medios, y del sociólogo oficialista Artemio López, quien con las planillas de Ibope en la mano le demostró cómo cuando irrumpía en la TV descendía el rating de ese programa. Por esto intentó un cierto ‘mutis por el foro’, pero ya es tarde.
Es curioso que a quienes se satiriza no son integrantes del círculo K, sino oportunistas, dos políticos que se acercaron desde el duhaldismo al hoy Presidente en busca de reconocimiento y poder. Hoy corren el peligro de perder ambas apuestas.
Los Fernández no son los mejores ni los peores ministros de Kirchner, de acuerdo a la opinión pública encuestada por Jorge Giacobbe. En un trabajo en la provincia de Buenos Aires, en el que Roberto Lavagna obtuvo una ponderación de 5,47 y Alicia Kirchner 5,19; Alberto logró 4,39 y Aníbal le siguió con 4,31; arriba de los dos ministros peor conceptuados: José Pampuro, con 3,72; y Carlos Tomada, con 3,27.
Pero sí son exponentes de un estilo de ejercicio de la política basado en la destrucción del discurso, o la imitación del discurso del poderoso. En otros tiempos, a eso se le llamaba ‘felpudismo’, y por eso es objeto de burla y desdén.
Kirchner obtiene el resultado del estilo que propuso. Según el psicólogo social Alonso, "Por cierto que un líder autocrático, habiendo minado la motivación indispensable para mantener alto el rendimiento del grupo, no puede menos que generar un clima emotivo altamente negativo, de indiferencia, temor, incertidumbre –en sus estadios más benignos- cuando no de hostilidad encontrada con respecto al líder mismo y entre los miembros del grupo".
Esto provoca tres sentimientos negativos en los miembros de un grupo:
•un estado de temor generalizado. Las personalidades débiles tienen miedo a perder su propia posición de dominados al amparo de las seguridades que ofrece el líder, y por lo tanto obedecen y hacen todo precisamente por miedo. El camino inevitable puede ser el ridículo;
•un estado de indiferencia. Un líder con esas características puede ser incapaz de generar entusiasmo en aquellos que no están estrechamente vinculados a su entorno. Y ni siquiera es capaz de generarlos en su propio entorno, en el largo plazo.
• un estado de hostilidad, cuya manifestación más aguda y terminal suele ser la resistencia activa.
Entonces, que en la opinión pública se vea a los Fernández como bufones es mucho más grave para Kirchner como líder que para los propios damnificados. Y es inquietante que el Presidente ignore el diagnóstico adecuado.
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