En la historia de las civilizaciones y de la política siempre hubo una hegemonía. Hoy es USA, hace un siglo fue el Reino Unido. Antes fue Francia, y antes España y así sucesivamente.
La historia parece confirmar la noción que dice que la historia es una competencia entre poderes rivales.
El historiador de la Universidad de Yale, Paul Kennedy, ha afirmado que, al igual que todos los imperios pasados, USA y Rusia se encuentran destinados a fracasar pero su lugar sería rápidamente usurpado. Ofreció como ejemplos a China y Japón.
La unipolaridad después del colapso de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas no puede durar mucho más por la simple razón que la historia odia a los hiperpoderes. Tarde o temprano, surgirán competidores, y se irá, otra vez, a un mundo miltipolar y multipoderoso.
La apolaridad podría llevar a una nueva Edad Oscura: una era de fanatismo religioso, de estancamiento económico y de retracción mundial a unos pocos enclaves fortificados.
Aspirantes al trono. ¿Por qué puede emerger semejante vacío a principios del siglo 21? Las razones no son difíciles de imaginar: los pies de barro del coloso estadounidense.
A pesar de todo su poder, USA sufre de al menos tres déficits estructurales que limitarán su casi-imperial rol en el mundo.
• Nº 1, hay una creciente dependencia del capital extranjero para financiar el excesivo consumo público y privado.
• Nº 2, los recursos humanos: Los Estados Unidos son importadores natos de personas y no pueden, entonces, sostener sus aspiraciones hegemónicas con verdadera colonización.
• Nº 3 Sus instituciones republicanas y sus tradiciones políticas hacen difícil establecer un consenso para construir proyectos que permitan construir la nación a largo plazo.
En general, las intervenciones estadounidense en el extranjero, durante el siglo 20, han sido breves.
Las recientes tendencias muestran que, desde la Guerra de Vietnam, la opinión pública es cada vez más opositora a sacrificar sangre y recursos en campos de batalla.
Europa envejece y China no levanta. Aquellos que aspiran a que Europa se convierta en el contrapoder de los Estados Unidos, en base a su unión y al fortalecimiento de su moneda, no tienen en cuenta que las bajas tasas de fertilidad hacen que ese continente envejezca irremediablemente, y por eso está declinando su influencia.
Para el año 2050, uno de cada tres italianos, españoles y griegos tendrán 65 años o más.
En tanto, los observadores optimistas por la evolución de China insisten en que el milagro económico de la pasada década continuará. Si China sigue al paso que va, sólo en 30 ó 40 años el crecimiento de su Producto Bruto doméstico superará al de los Estados Unidos. Pero las reglas que rigen a los mercados emergentes se encuentran suspendidas en el caso del régimen de Pekin.
Ocurre que existe una incompatibilidad manifiesta entre la economía de libre mercado y el monopolio político comunista que alimenta la corrupción e impide el funcionamiento de instituciones transparentes.
Por ejemplo, nadie conoce los problemas del sector bancario chino. Aquellos bancos occidentales que están comprando carteras de "malas deudas" como precio para establecerse en China deben recordar que esta estrategia fue intentada hace un siglo, durante los días de la política de Puertas Abiertas, cuando empresas estadounidenses y europeas corrieron a China sólo para que sus inversiones se desvanecieran en medio de la agitación de la guerra y la revolución.
La fragmentación de la civilización islámica. Con tasas de natalidad en las sociedades islámicas doblando el promedio europeo, los países islámicos están destinados a limitar a Europa y los Estados Unidos. Sumado a esto, la inmigración de árabes del norte de África con la amenaza de una Eurabia.
De todas maneras, el mundo islámico está dividido entre quienes quieren acercarse a Occidente y quienes desean un bolcheviquismo islámico, como es el caso de Osama bin Laden. Si bien hay altos índices de sentimientos antiestadounidenses, no es una tendencia unánime.
Supongamos el peor de los escenarios: que el mundo termina siendo apolar. ¿Cómo se vería este mundo?
La respuesta no es fácil. Lo más parecido ocurrió en los años ’20, cuando el presidente estadounidense Woodrow Wilson, cuando los Estados Unidos avanzaron en el proyecto de democracia global y seguridad colectiva de la Liga de las Naciones.
Hay que ir más atrás en la historia, a la Edad Media.
El mundo se dividía en lo que quedaba del imperio Romano y Bizancio; el Papa y los herederos de Carlomagno. La debilidad de los imperios antiguos hizo surgir nuevos imperios, más pequeños. Las conexiones entre estas entidades eran mínimas o inexistentes. Ésta es la antítesis de la globalización.
La realidad de nuestra era no es un cambio de poder hacia las instituciones supranacionales (ONU, FMI, etc.), sino por debajo de ellas.
La humanidad ingresó a una era caracterizada por la desintegración antes que por la integración. Si la información fluye libremente, también lo hará la tecnología destructiva para darle poder a las organizaciones delictivas y terroristas.
Entonces, lo que queda es la disminución de los imperios, renacimiento de las religiones, incipiente anarquía. Un regreso a las ciudades fortificadas.
Es inevitable que los Estados Unidos serán una sociedad menos abierta a partir del 9/11.
La alternativa a la unipolaridad puede no ser la multipolaridad. Puede ser apolaridad. Pero esto puede ser un peligroso modelo de desorden mundial.
Niall Ferguson es profesor de Historia de la Universidad de New York y miembro senior de la Hoover Institution de la Stanford University.
Su último libro es Colossus: El precio del imperio americano. (New York: Penguin Press, 2004)
Una version completa de este artículo puede encontrarse en http://www.foreignpolicy.com
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