El más allá, en el más acá de la economía argentina

A continuación, la reflexión de un usuario sobre el proceso de pauperización que sufrió la Argentina desde 1983 hasta la actualidad.

En las clases de religión de mi remota infancia, me enseñaron que para después de la muerte sólo cabía esperar el cielo, el purgatorio o el infierno. Había una cuarta instancia, un tanto neutra y anodina, destinada a los bebés que morían sin haber sido bautizados: el limbo.

El cielo era el lugar deseable y apetecible, pues garantizaba una eternidad feliz.

El infierno, todo lo contrario: llanto y rechinar de dientes, por los siglos de los siglos.

El purgatorio, lugar de paso, para que se purificaran quienes no merecían el infierno pero debían saldar cuentas pendientes antes de entrar al cielo.

Y el limbo era lo que diríamos ahora "una nube de... gases".

Bajando del más allá al más acá, a saber a la realidad, pedestre y prosaica, de nuestro país, y en particular de su economía, y ateniéndome exclusivamente a los veinte últimos años, de gobiernos constitucionales (no diré de democracia, pues cada vez encuentro más razones para poner en duda que hayamos vivido, o vivamos, en una democracia), veo reflejadas en esta tierra y en este país las categorías teológicas aplicadas en mi remota infancia a la realidad ultraterrena, y en particular creo que asistimos a sucesivos estadios de una limbogénesis fatal y recurrente.

Alfonsín inició su periplo presidencial con un manejo económico que nos metió de lleno en el purgatorio. Prometió subirnos al cielo al instaurar el Plan Austral, que sólo sirvió para instalarnos en el limbo y prolongar la agonía. Nos despeñamos al infierno cuando todo se vino abajo desde febrero de 1989, al dispararse el dólar y terminar todos sumergidos en la hiperinflación y en sus consecuencias.

Vino Menem, y luego de oscilar durante año y medio entre el cielo, el purgatorio, el limbo y el infierno, amagó con subirnos definitivamente al cielo mediante la estabilidad y una redefinición a medias del rol del estado en la economía, o del rol del estado a secas. Logró, en buena medida, modernizar el país y ponerlo a la altura de las postrimerías del siglo XX, pero andando el tiempo (demasiado tiempo, por otra parte, reelección mediante) el cielo se transformó en un limbo. La convertibilidad, buena herramienta para salir del paso, no podía mantenerse indefinidamente. Al menos no en nuestro país, que no es Hong Kong. Permanecimos en el limbo al mantener la convertibilidad simultáneamente con déficit fiscal elevado, y al seguir manteniéndola aunque se iniciara la recesión, y al persistir en mantenerla aunque Brasil devaluara su moneda. Fue bueno privatizar las empresas estatales, pero hubiera sido mejor si el estado redefinía acertadamente sus propias funciones - no sólo en el ámbito económico -, y sobre todo si el proceso de privatizaciones no hubiera olido tan feo, y si la ambición política de Menem no hubiera sido desmesurada.

Cuando se fue, ya estábamos en el purgatorio. Vino De la Rúa, quien nos mantuvo dos años en él mientras intentaba instalarnos en el limbo y en realidad nos desbarrancábamos de nuevo – inexorablemente - hacia el infierno.

Pues fue un auténtico infierno todo lo que sobrevino al default, a la devaluación, a la pesificación, etc., tal como se dieron históricamente a partir del papelón de los legisladores al aplaudir el default. Y del papelón de Duhalde al declarar, muy suelto de cuerpo, que "los que depositaron dólares recibirán dólares". No hicieron papelones quienes venían fogoneando la devaluación desde sus propios intereses. Esos quedaron bien parados, en su propio cielo, mientras un tendal de compatriotas se precipitaba a los abismos del averno.

Llegó Kirchner a la Casa Rosada, donde no termina de encajar, dada su visceral vocación por el Luna Park, que corre pareja con su manifiesta incapacidad de gestión. Con él, el cielo para unos pocos, el infierno para muchos, el purgatorio para la mayoría, todos en extraño maridaje con un limbo que se prolonga hasta nuestros días, lo que lleva a suponer que estamos lejos, pero muy lejos, de enderezarnos sostenidamente camino al cielo. El Estado se llena de plata, mientras desconfía de la empresa privada, que es la que genera esa plata. Los particulares que tienen plata desconfían del Estado, y entonces no invierten, y si no hay inversión el rebote y la reactivación se agotarán en sí mismos, por más espectaculares que hayan sido. Pateamos para adelante y hacemos la plancha suspendidos en el limbo, en la burbuja, en la nube de gases. Desde allí no se puede salir para arriba. Sólo esperar otro porrazo – de nuevo el infierno - cuando amaine el viento de cola y el limbo-burbuja se desinfle o estalle.

Juan Pueblo, mientras tanto, se ilusiona, sufre, aguanta y espera. En el fondo, también él desconfía.

A todo esto, en el mismo período hubo muchos países que no corrieron: volaron. A diferencia de nosotros, despegaron desde el suelo, pues quienes los gobernaban tenían los pies bien puestos sobre la tierra, y no en ideologías o en esquemas cerradamente aperturistas, o cerradamente estatistas, o cerradamente híbridos, o cerradamente lo que fuere ("Argentinos, a las cosas!", había dicho Ortega). Y hoy están allá arriba, lejos, muy lejos, muy cerca del cielo...

(Sé muy bien que no dije nada nuevo. Sí, quizá, dije lo mismo de otra manera. Y me congratulo con todos los que siguen aportando algo para que alguna vez empecemos a ser un país en serio).

Luis

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