El populismo bolivariano, seguro camino hacia ninguna parte

POR JULIO CIRINO (*) Hugo Chávez triunfó en el plebiscito por una amplia mayoría; es muy probable que tengamos en Caracas al "bolivariano" personaje al menos por dos años más (esto sin olvidar que puede ser reelecto.)

Podríamos extendernos en el análisis del "fraude electrónico" tal y como lo denuncia la oposición; lo hubo o no lo hubo, el debate es hoy casi bizantino (y sólo como una nota personal, no creo que se apelara al fraude informático) Chávez es un dato de la realidad. Creo sí que tiene mucho más sentido examinar con algún detalle el "populismo bolivariano" y su viabilidad regional, del mismo modo que conviene revisar cómo se conecta con la administración de Néstor Kirchner y hasta que punto se puede hablar de un populismo regional.

Otro interrogante significativo y tal vez más relevante aún es la reflexión respecto de las características que toma el sistema democrático en medio de lo que se muestra como una imparable oleada de populismo que parecería llevarse todo por delante.

Que existe una desilusión generalizada con las reformas económicas, las privatizaciones, la apertura y todo aquello que cae dentro de la calificación "neo-liberalismo" no parece hoy discutible; lo que sí lo es, son las causas reales de esta desilusión y lo que es más importante aún, si la solución está en una vuelta al Estado como actor capaz de remediar el deterioro global de la calidad de vida de nuestra población.

Hacia finales de los años 80 había concluido de extinguirse la idea, común después de la Segunda Guerra Mundial que el Estado era quien debía planificar y dirigir la economía, asignando los recursos y regulando todos los aspectos de la misma. A lo largo de la década siguiente pareció consolidarse una visión donde el individuo, la libertad, la democracia y la economía de mercado eran conceptos compartidos y que aceptando los errores y limitaciones impuestos por las realidades de cada uno de los países, el modelo global para el crecimiento y el desarrollo estaba afianzado y giraba en torno a lo hecho por Chile en las últimas décadas.

La izquierda revolucionaria se había quedado sin proyecto, no solamente por la caída del muro de Berlín sino porque no podía dar respuesta a las demandas de prosperidad de los pueblos y porque sus revoluciones regionales (Cuba y Nicaragua) languidecían sin remedio.

Para Venezuela, el mar de petróleo sobre el que se asienta es a la vez su bendición y su condena, ya que a lo largo de las últimas décadas fueron muchos más los dirigentes que basaron sus gestiones en el milagro petrolero que los que intentaron gestar un país cuyo presupuesto no estuviera atado al barril de crudo.

La clase política venezolana probó tener mucho en común con la de la Argentina en cuanto a una asombrosa capacidad para "representarse a sí misma" mostrando, a la vez elevados índices de corrupción; así en febrero de 1992 el entonces teniente coronel Hugo Chávez fracasa en su intento de derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez. Pasa dos años en la cárcel hasta ser indultado por Rafael Caldera – quien había sucedido en la presidencia a Carlos Andrés —.

Para las elecciones de 1998 el movimiento Quinta República que tenía como caudillo a Hugo Chávez está listo para tomar el poder con una base donde se privilegia la lucha contra la corrupción y el establishment; reformada la Constitución, Chávez es reelecto en Julio de 2000 (por seis años) y sobrevive al intento de golpe de estado de abril del 2002 y a una huelga general que se extendió por dos meses (Diciembre a Febrero 2002-03).
GEOPOLítica del populismo. Consolidado por el resultado electoral de agosto 2004 y apuntaladas sus finanzas por un barril de petróleo a precio récord, ¿es Venezuela un problema geopolítico en el horizonte hemisférico?

No lo parecería en el sentido visible y obvio del término; es poco probable que Hugo Chávez se embarque en aventuras que, ostensiblemente, lo lleven a confrontar con Washington (su mala relación con la administración de George W. Bush tiene mucho más de pirotecnia verbal que de hostilidad activa y no son pocas las compañías de USA que se sienten cómodas haciendo negocios con el "bolivariano".

En el Caribe, un decrépito Fidel Castro sin duda respiró aliviado; la ayuda para la revolución que nunca despegó seguirá fluyendo en la forma de 53.000 barriles de petróleo subsidiado por día, a cambio de los servicios en Venezuela de maestros, médicos y expertos en inteligencia cubanos que apuntalan la revolución bolivariana, tal y como en otras épocas más florecientes supieron hacer con Angola.

En el extremo sur del mapa, Lula da Silva muestra hacia Chávez una cautelosa simpatía, y si bien no duda en "sacarse la foto" con el venezolano, su política hemisférica, no sólo procura hacer a su país atractivo para la inversión extranjera (evita el default de su deuda externa) sino que se aleja de la verba incendiaria y confrontacional de su colega.

Ni que mencionar a Ricardo Lagos, el presidente "socialista" de Chile que concreta el ansiado y postergado acuerdo bilateral de libre comercio con los Estados Unidos al tiempo que se proyecta activamente sobre los países asiáticos. Tanto Lula cuanto Lagos estructuraron políticas exteriores muy activas en las que se involucraron personalmente toda vez que lo consideraron necesario. Por ejemplo, Brasil trabaja sin descanso en procura de la silla permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, al tiempo que Lagos, firmemente imbricado con EE.UU habla de igual a igual con Corea del sur, Japón y China. Esto relativiza la relevancia de las relaciones con Caracas que se convierten en una pieza más dentro de una proyección global.

No sucede lo mismo con Néstor Kirchner, un ser de apariencia misógina y desconfiada, orgulloso en su desconocimiento de un planeta que recíprocamente tampoco recuerda su nombre. Hombre de carácter tempestuoso, con veleidades de déspota ilustrado mezcladas con un populismo autoritario propio de los años 70. Tal personaje cae cautivado por el carisma y la gracia del caribeño, dueño no sólo de una abultada billetera sino de una simpatía y habilidad actoral propia de los trópicos que el sureño de dicción difícil parece admirar.

No es de sorprender que, rápidamente enfriados los tempranos ardores por Lula da Silva; casi gélidas las relaciones con un circunspecto gasificado y pragmático Ricardo Lagos; en medio de rutinarios y tempestuosos intercambios con un peculiar presidente uruguayo (quien además va de salida) casi ausentes de la región andina (Perú y Ecuador poco y nada aparecen en nuestra agenda) y con una indiferencia crítica hacia un popular Alvaro Uribe presidente de una Colombia que va triunfando con las armas en la mano contra el narco-terrorismo. Enfriadas por Lula las apetencias de incidir en el embrollo boliviano, Kirchner terminará por recostarse en el gran vendedor de humo; así compró con caja y todo la "revolución bolivariana" que ha de salvarnos; así como un año atrás recitó con fe de conversos que Lula sería nuestro salvador y el líder de la lucha contra los malvados "neoliberales", sólo para descubrir tardíamente lo que cualquier aficionado podía haberle anticipado; que Lula va a privilegiars lo que él interpreta son los intereses permanentes de Brasil.

EL POPULISMO RADIOGRAFIADO. Muy poco hay de nuevo en lo que podría llamarse el "recetario" populista, excepto una inteligente adecuación al momento histórico, a las geografías humanas y a los métodos de comunicación.

El populismo de hoy es el que en otras épocas se nutrió de los desocupados que pululaban por las cervecerías alemanas, se lo vió en San Petersburgo, en Roma, en Moscú y algo mas avanzado el siglo XX recaló en Buenos Aires. Aparece siempre convocado por fracasos, derrotas y desastres, vestido con traje "milagrero" promete y reparte hasta que nada más queda por prometer o repartir, entra entonces en una especie de hibernación histórica, hasta que se olviden sus desastres, presto siempre a repetir el ciclo tan pronto como un aspirante a "líder de masas" le despierte, tanto en Caracas como en Buenos Aires propone nuevamente ensayar sus modelos mágicos de crecimiento basados en la infinita capacidad del estado para multiplicar los panes y los peces.

En Venezuela se le ve parado sobre un barril de petróleo, como antaño; es la "revolución bolivariana" que se presenta como algo taumatúrgico, con respuestas para todas las preguntas, su caudillo es el conductor de concentraciones multitudinarias donde las camisas, pañuelos y boinas rojas, los cantos, slogans e interminables discursos "fidelianos" nos recuerdan a otras geografías y otros tiempos, rememoran un pasado que creíamos olvidado pero que vuelve a perseguirnos una y otra vez.

Los resultados de la votación del pasado 15 de agosto dejan a la vista que si se cuenta con organización territorial, pero sobre todo con bastante dinero, en un contexto de pobreza generalizada resulta simple aprovechar la necesidad para convertirla en votos, perfeccionando así un sistema clientelar que ni el mismo PRI mexicano pudo soñar en sus mejores años. Venezuela quedó ahora aún mas polarizada que entes de la votación y en la medida que su propia dinámica empuja a Chávez a profundizar la revolución, avanzará sobre la justicia, la educación, la prensa y la policía.

Argentina por su parte, fue el escenario de una de las primeras revoluciones civiles del siglo XXI cuando una supuesta "pueblada espontánea" se llevó al gobierno de Fernando de La Rúa (diciembre 2001). Este movimiento que nace de los suburbios de la capital incorpora los "más desposeídos" a la vida política de una forma muy peculiar.

Un gobierno electo se prueba incapaz de defenderse y se cae, pero la formalidad democrática se mantiene al tiempo que se acepta la violencia solapada como forma de acción política, se abren las puertas para el autoritarismo populista pero vestido de república.

A partir de allí la expresión "modelo neo-liberal" pasó a resumir todos los males de la nación, con lo que se encontró un culpable del cataclismo. Se revaloriza ahora al Estado como el hacedor del bienestar de los excluidos, un presidente que llega sin propuestas ni votos se apoya en un discurso que quería ser ético-moral, virtuoso e igualitario, una economía donde nadie quiebra, todo se subsidia y donde la clave esta en el igualitarismo.
Toda noción de "orden" se equipara con autoritarismo y represión, con lo que se le cercenó al estado la capacidad de defenderse y defender al ciudadano dentro del marco de la ley. Bajo el rótulo de "protesta social" se cobijó a una larga lista de delitos y, desde el ejecutivo se estableció que no serán penalizados con lo que las conductas violentas se aceptan según de donde provengan.

Así confluyen hoy la violencia perpetrada por los llamados "luchadores sociales" y la violencia de la delincuencia lo que genera una elevada dosis de miedo y el deseo de pasar inadvertido en la mayoría de la población

Simultáneamente diversos sistemas clientelistas, basados todos ellos en políticas de reparto, sin preocuparse por la generación de riqueza ni de empleo de alguna calidad, conforman una realidad que se refleja mucho más allá de lo meramente económico entrando de lleno en el campo político ya que se manipula descaradamente el voto cautivo, jugando además con los miedos e incertidumbres de los sectores mas empobrecidos.

Finalmente la cuestión más importante es dilucidar hacia dónde nos llevaría como nación la consolidación de un populismo autoritario. Cual será su reflejo en la reformulación de la estructura social, como evolucionará la violencia, cómo podemos visualizar el funcionamiento de la economía en el mediano plazo dentro del esquema que genera el estado omnipresente. Será posible mantener el pluralismo político entendido como alternancia real en el poder dentro de un esquema populista / dirigista.

En otras palabras, es posible en este esquema construir algo más que una cansada y asustada masa de sobrevivientes del miedo, la indiferencia y la pobreza.

(*)JULIO A. CIRINO Profesor universitario, analista en seguridad internacional. Presidente del Centro de Estudios Hemisféricos Alexis de Tocqueville, con sede en Buenos Aires.

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