Edición i le busca una ideología a K: Manual del Populismo Radical

POR ANDRES BENAVENTE URBINA (*) Con el PJ en derrumbe creciente (ni siquiera logra terminar con su acefalía), Néstor Kirchner no logra romper con su discurso de eterno candidato. Le hace falta una ideología y el autor hace un esfuerzo explicando lo que a Néstor Kirchner más le atrae: el populismo.

1. En torno a lo clásico del Populismo. En los últimos años el populismo ha vuelto a cobrar protagonismo en América Latina. Se expresa tanto en manifestaciones de gobierno, al estilo tradicional, como acontece en la Venezuela de Hugo Chávez; como también a través expresiones que provienen de movilizaciones contestatarias de sectores de la población en las cuales hay un populismo latente que se plasmaría en medidas concretas si los actores que las protagonizan alcanzaran el gobierno.

Es el caso de las movilizaciones de los piqueteros en Argentina; de los cocaleros en Bolivia, de la Conaie, en Ecuador, etc.

Cuando se habla de populismo se está ante un concepto ambiguo que puede ser muy amplio e inclusivo según sea el rasgo que se enfatice.

Así desde una perspectiva que considera el manejo de la economía de un país, se tiene que el populismo enfatiza el crecimiento a través de políticas distributivas en el corto plazo, a fin de incrementar el consumo; descuidando los equilibrios macroeconómicos, en especial lo relativo a la inflación y el déficit fiscal.

En algunas experiencias donde no es posible señalar que hubo o hay un régimen populista clásico, hay medidas populistas como aquellas que buscan satisfacer demandas puntuales de las personas. Hay una suerte de micro economía distributiva que puede compatibilizarse con una macroeconomía más o menos equilibrada (Menem, Fujimori).

Los rasgos más relevantes del populismo, en sus diversas expresiones son, entre otros:

En primer lugar, la existencia de un discurso anti-político, donde el rechazo a la política aparece como uno de los ejes de la convocatoria que cae en un terreno fértil en aquellas sociedades donde los partidos y el ejercicio de la actividad política es mal evaluada por la población. Chavez y Fujimori llegan al poder en sus respectivos países tras un profundo desencanto social hacia los políticos a los cuales se les acusa de ineptitud y corrupción. De otra parte la movilización piquetera a la caída de De la Rúa se hacía bajo la consigna "que se vayan todos".

En segundo lugar, el populismo actual tiene un claro estilo mediático de comunicación política. Se prescinde de las instancias regulares de mediación, muchas de las cuales son percibidas como ineficientes, para establecer una suerte de diálogo directo entre la conducción y la base. Al estar en el gobierno, este estilo resulta más evidente por la disponibilidad de recursos y la fácil llegada a los medios.

Desde fuera del gobierno, la visibilidad que los medios – en especial la televisión – dan a las demandas populistas o los planteamientos antisistémicos de sus voceros incrementan notablemente el potencial de fuerza de estos actores. La incidencia de los medios en el aumento del peso político de Evo Morales en Bolivia y de las marchas cocaleras son al respecto un buen punto de referencia.

En tercer lugar, hay una fuerte voluntad movilizadora. Importantes sectores de la población son convocados para dar respaldo social al discurso y a la acción populista. Cuando se está en el gobierno, el uso discrecional de recursos públicos –con la consiguiente despreocupación macroeconómica – tiene como repercusión el apoyo de grupos sociales que demuestran en las calles su adhesión al caudillo, como ocurrió con las masas peronistas en el pasado y como acontece hoy con las permanentes movilizaciones chavistas.

A su vez, el populismo radical recurre a la movilización – y dentro de ella a la violencia agitativa – a modo de hacer presente con mayor fuerza su presión a la autoridad. Al fin de cuentas, las movilizaciones sociales rupturistas son las que han dado, en su momento, distintas categorías de liderazgo social a Morales, en Bolivia, Lucio Gutiérrez en Ecuador y, en su momento (en al auge de la protesta en contra del fujimorato) a Alejandro Toledo en Perú.

En cuarto lugar, está la retórica nacionalista. Sea desde el gobierno como del populismo radical opositor, la apelación al sentimiento nacionalista es uno de los vehículos emocionales que la conducción populista establece con la población. Hugo Chávez busca legitimarse históricamente como el actualizador de Simón Bolívar. También, y de manera más universal, el populismo siempre busca enemigos externos que son estereotipados como tales ante la masa para presentar su acción confrontacional como una suerte de gesta épica que puede justificar el sacrificio de prácticas democráticas como el pluralismo. Tales enemigos han sido el "antiimperialismo" de manera genérica en el pasado, como lo es hoy la "globalización capitalista", y de manera más específica, el Fondo Monetario Internacional que es presentado como si fuera uno de los principales responsables de las crisis financieras de la región.

En quinto lugar, esta la conducción personalizada. Siempre el populismo tiene a un caudillo como conductor. Este tiene una posición que dista de la de un líder en cuanto no orienta, sino demanda incondicionalidad a sus seguidores respecto de sus objetivos no siempre coherentes. Es el carisma de él, uno de los elementos constitutivos de la conformación de la convocatoria populista, y ello vale tanto para los grupos que están en el poder, como para el populismo que se instala en la oposición. Es más, una de las dificultades que ha tenido el movimiento piquetero argentino, ha sido –precisamente- las rivalidades entre caudillos más que las divergencias de orden táctico, si por cierto desconocer la existencia de éstas.

En sexto lugar, está la desconfianza en las instituciones, con lo cual estas quedan descolocadas como canales de mediación. El populismo puede ganar adeptos allí donde las instituciones han entrado en la pendiente del desprestigio y por lo mismo tienen diversos grados de deslegitimación dentro de la sociedad. Son los casos, por ejemplo, del Congreso Nacional y de los partidos políticos. El vacío que ello deja, es llenado por personas y movimientos de tipo populista que sustituyen los canales institucionales de representación y de mediación política.

En todas sus expresiones, el populismo importa un quiebre con el perfil de la democracia. Su discurso mesiánico y su voluntad antisistémica apuntan a cambiar una etapa del quehacer político. Expresará siempre, por tanto, un consenso de término, pero en no pocas ocasiones no sabrá articular un proyecto fundacional de recambio.

2. En torno al Populismo Radical. El populismo radical es un comportamiento confrontacional de movimientos que se oponen al sistema institucional e instrumentalizan para ello la problemática social existente en un país en una coyuntura determinada.

En tal sentido este concepto incluye a las protestas o movilizaciones sociales contestatarias que expresan claramente una forma de populismo en una doble vía: en cuanto rechazo –inclusive violento – de medidas económicas de ajuste o de implementación de una estrategia de desarrollo aperturista; y en cuanto proyecto de sociedad subyacente en las movilizaciones y que apuntan a configurar una economía de fuerte intervencionismo estatal para restablecer relaciones sociales prebendarias.

Las movilizaciones que promueve el populismo radical expresan una voluntad, y ciertamente una potencial capacidad, de desafío y alteración del orden institucional, tanto en lo político como en lo económico (donde se generan pérdidas tanto al Estado como a los privados), en función de efectuar una presión a favor de sus demandas o para radicalizar expresiones de descontento acerca de la conducción general o sectorial de un país o de, en especial, de determinadas políticas económicas. Estas movilizaciones tienen explícita o implícitamente contenido antisistémicos y emergen, por lo general, desde sectores que no se sienten interpretados por los actores políticos y sociales no tradicionales.

Las formas que toman estas movilizaciones rupturistas han ido variando en el curso de la última década. Desde las huelgas y marchas no violentas de comienzos de los años ´90, hasta los disturbios callejeros, cortes de rutas, saqueos urbanos y hostigamiento violento a las fuerzas policiales, que son expresiones de los últimos años. Es claro que la magnitud e intensidad de las movilizaciones dirá relación directa con los alcances, en extensión y profundidad, de la crisis que se viva.

En este sentido serán las crisis económicas las que mayormente impulsarán este tipo de protesta y alimentarán el populismo radical. La base de este es la existencia de un extendido descontento social en la población, donde el factor económico tiene una notoria preponderancia sobre los elementos causales de tipo netamente políticos
En efecto, hay problemas de orden político como manifestaciones autoritarias de gobiernos formalmente democráticos (Fujimori), o señales de corrupción (Menem), que no se desencadenan una crisis generalizada por si solos y que cobran fuerza cuando se incorporan a un escenario en que la gente percibe directamente angustias económicas (desocupación, inflación, recesión, etc).

Los ejemplos que pueden mencionarse de este tipo de populismo contestatario son varios.

Las protestas de las organizaciones indígenas en Ecuador, las acciones de los piqueteros en Argentina, las movilizaciones de los cocaleros en Bolivia, las movilizaciones estudiantiles radicalizadas en Perú, donde también se están incorporando de manera cada vez más visibles los gremios cocaleros. Entre los elementos comunes que tienen las movilizaciones está el rechazo a políticas y medidas económicas lo que en un primer momento se concentra en un aspecto puntual: rechazo a la dolarización, a las políticas de ajuste, al desempleo derivado de ellas; y en algunos casos también se incluye la protesta en contra de situaciones de corrupción.

En lo global el cuestionamiento es hacia políticas económicas que, en distintas magnitudes e intensidades, prioricen el mercado sobre la excesiva regulación estatal. En este punto las movilizaciones adquieren el carácter de ser "anti neoliberales", siendo la primera de ellas el denominado "caracazo" de febrero de 1989 contra las reformas económicas de Carlos Andrés Pérez que prontamente se diluirían.

En algunos escenarios como el boliviano se produce una convergencia de propuestas radicales y a la vez populista. De un lado el discurso indigenista de Felipe Quispe y la Central Unica de Trabajadores Campesinos, que plantea la convocatoria "los indios al poder", a partir de la afirmación "Somos el 93%: nosotros indios, somos la mayoría", donde las reivindicaciones se plantean de manera absolutamente confrontacional hacia el gobierno; y de otro, Evo Morales y el Movimiento al Socialismo cuya base social es la Coordinadora de Productores de Coca, demanda no sólo el fin de las políticas restrictivas hacia la siembra de ese cultivo, sino que esgrime una postura "antiimperialista". El punto de encuentro es su común rechazo a las "políticas neoliberales". En el caso del MAS, queda muy en claro el populismo subyacente dado que sus posiciones deberían concretarse en medidas si llegase a ser gobierno, para lo cual tiene un buen perfil electoral de acuerdo a las elecciones presidenciales del 2002.

La instrumentalización de la problemática indígena –donde hay fallas reales como la pobreza y la exclusión social – por el populismo radical constituye un serio factor de amenaza a la gobernabilidad en lo político y a la aspiración de sustentar en el tiempo una estrategia de desarrollo de libre mercado. Ello, en cuanto donde la población indígena es importante, la convocatoria a la movilización puede llegar a ser extensa al punto de materializarse en protestas de tal envergadura que paralicen las instituciones claves del andamiaje republicano. Si en la caída de Sánchez de Lozada en octubre de 2003 se vio algo de esto, donde el protagonismo indígena es relevante es el derrocamiento de Yamil Mahuad, de Ecuador, en febrero de 2000.

En otras experiencias el populismo radical tiene perfiles diferentes. Así, en el caso argentino se sustenta en la acción contestataria de los piqueteros, donde –nuevamente – a partir de demandas específicas vinculadas a un problema real como es el desempleo se termina por plantear un discurso anti mercado y se opta por recurrir a métodos extrainstitucionales de protesta que van desde el bloque de carreteras y calle llegando incluso al copamiento de recintos policiales (tal cual la guerrilla urbana copaba recintos militares en décadas pasadas). En el caso brasileño, el populismo implícito del Movimiento de los Sin Tierra parte desde la demanda redistributiva de la propiedad rural para terminar cuestionando el genérico "modelo neoliberal".

El populismo radical, que emana desde los grupos contestatarios de base, en definitiva se inscribe en un esfuerzo de más alcance por oponerse a la vigencia de la economía de mercado y a la consiguiente consolidación institucional. Es uno de los instrumentos que busca operacionalizar- allí donde le es posible – un consenso de término respecto de dicha estrategia de desarrollo.

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(*) Politólogo, Director Programa Observatorio del Entorno Empresarial Latinoamericano, Escuela Postgrado de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad Diego Portales.

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Edición i, Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 2004.

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