Inflación, política monetaria y salarios

POR ANTONIO DELFIM NETTO Existe una fuerte asimetría en la economía porque el capital compra fuerza de trabajo, pero la fuerza de trabajo no compra capital.

Hay consenso entre los economistas acerca de que la inflación es un fenómeno monetario estimulado por el exceso de liquidez. En el régimen de cambio flotante, la inflación da señales previas a través de la elevación de la tasa de cambio nominal.

En otras palabras, el exceso de liquidez en moneda local tiene una enorme propensión a metamorfosearse en dólares, lo que elevará los precios de los productos ‘exportables’ e ‘importables’, y de los que integran la canasta de los consumidores.

En Brasil, en el marco de la política monetaria circunscripta al régimen de ‘metas de inflación’ (inflation targeting), la variación de precios es medida por el Índice de Precios al Consumidor Ampliado (Ipca).

En una economía ‘ideal’, en la que los mercados funcionan en forma competitiva, el mercado de trabajo absorbe a los trabajadores potenciales, las instituciones ‘lubrican’ el proceso de interacciones sociales, la propiedad privada garantiza la apropiación del producto derivado del esfuerzo de cada agente económico, y el mercado financiero minimiza el costo de las transacciones. Así, no existe motivo para que se produzca inflación, dado que la autoridad monetaria puede controlar con facilidad el nivel de liquidez.

La falta de problemas facilita la política monetaria de una sociedad. Los problemas, la complican. Cuando una economía sufre problemas de política monetaria no sólo tiene problemas de política monetaria...

Un proceso inflacionario puede ocurrir, por ejemplo, ante el reclamo de los trabajadores por derechos laborales adicionales. En una economía, en la que el capital compra la fuerza de trabajo pero la fuerza de trabajo no compra el capital, hay una asimetría fundamental que las sociedades democráticas modernas resuelven a través del diálogo relativamente frecuente entre la Urna (el sufragio) y el Mercado.

Es en la Constitución (y en la reafirmación cada cuatro años en las urnas) que quienes venden su fuerza de trabajo explicitan su rechazo a ser contratados en cualquier condición.

Esto no sería posible en los términos de la economía ‘ideal’ porque en ese esquema los trabajadores son agentes pasivos cuya decisión es simple: aceptar o rechazar el empleo, en el nivel de salario real libremente fijado por el mercado de trabajo.

La oferta de empleo (o sea la demanda de trabajo en un nivel de salario) depende de la ‘productividad adicional de cada nuevo trabajador incorporado al proceso productivo’, lo que significa que aumenta la oferta a medida que cae el salario real.

La búsqueda de empleo (la oferta de quienes tienen que vender su fuerza de trabajo), crece a medida que aumenta la oferta de salario real. El equilibrio en ese mercado de trabajo es mecánico: se relaciona la productividad del último trabajador con el salario real de todos los que pueden (y están dispuestos a) vender su fuerza de trabajo por el mismo salario real.

En esa economía ideal, el desempleo no existe porque todos quienes acepten el nivel de salario, encontrarán trabajo.

Entonces, un premio Nobel, cuya inteligencia es inversamente proporcional a su ingenuidad, sugirió que "el desempleo es apenas un ataque de haraganería de los trabajadores".

Pero en la economía ‘real’, el sufragio universal otorga igual poder al voto de los que compran que al voto de los que venden su fuerza de trabajo, y a estos últimos les concede la ventaja de la ‘cantidad de votos’. Así tienen la posibilidad de imponer ‘derechos’ que alteran el funcionamiento del mercado.

Si la actividad económica se encontrara próxima al pleno empleo, y ésta tuviese el derecho y la capacidad de organizarse para exigir un salario real superior a su productividad, se crearía una tensión de costos que pondría a prueba a la autoridad monetaria.

Para impedir que la tensión se transforme en aumento generalizado de precios sólo le resta aumentar la tasa de interés real, disminuir la liquidez y reducir la demanda de trabajo.

En la economía ‘real’, la vida del Banco Central es más difícil porque tiene que conciliar el eventual desequilibrio entre la oferta y la demanda globales, y sus errores tienen consecuencia. La coordinación entre la política fiscal y la monetaria debería reducir la necesidad de usar la tasa de interés real para comprometer el equilibrio fiscal.

Aumentaría así la posibilidad de mantener el nivel de actividad del sector privado, que produce el desarrollo al elevar el consumo y la inversión.
Carta Capital, Sao Paulo, Brasil.

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