Exclusivo Edición i: Lanata, ahora con una deuda intelectual

Edición i fue al cine a ver la película de Jorge Lanata, Deuda; y aquí se reproduce el comentario sobre un contenido que no gustó porque se perdió la oportunidad de ir al fondo de la cuestión.

Precedido por su fama de ‘intelectual creativo’, y con mucho tiempo acumulado sin pantalla de TV, Jorge Lanata realizó una feroz autopromoción de su incursión en la narrativa de 35 mm., prometiendo entregar a su público –entusiasta y leal como pocos- un contenido más acabado que este documental Deuda, que sólo lo ha convertido en un moroso de cualquier persona que haya comprado su entrada al cine, y logre evaluar con alguna profundidad tan complejo tema.

El trabajo de Lanata no logra definir un mensaje nítido. Ni siquiera una descripción completa del problema. Así, Deuda subestima a quien se encuentra dispuesto a aplaudir pero no por aplaudir.

Lanata se pierde en el laberinto del sistema financiero global, y termina recurriendo al tan extrovertido como controvertido Lyndon LaRouche, un profesional de la conspiración, simpatizante de Mohamed Ali Seineldin y aficionado a explicar todo lo negativo de la humanidad a partir de los entendimientos posibles entre USA, Inglaterra e Israel.

En febrero, LaRouche denunció algo tan delirante que ni Néstor Kirchner se atrevería –pese a que tiene experiencia en denunciar complots en su contra-: cierta "operación asesina de corte nazi en marcha contra Argentina hoy día’’, situación que también argumentó Helga Zepp–LaRouche, esposa y titular del Instituto Schiller.

Lanata debería conocer que LaRouche, en otros arrebatos, ha proclamado que no hay manera de erradicar el Sida en el planeta Tierra sino "matando homosexuales en las calles a golpe de palos de béisbol".

Y que, a fines de los años ’70, LaRouche ganó fama como ideólogo de la llamada ‘Iniciativa de Defensa Estratégica’ (IDE), a través de la que USA pretendía crear un ejército supranacional latinoamericano que conduciría el Comando Sur del Pentágono.

Deuda externa pública no necesariamente es un concepto equivalente a pobreza e indigencia, por más que Lanata lo intente inducir, en un discurso que podrían avalar Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Roberto Lavagna.

La Argentina no destina recursos a honrar la mayor parte de su deuda pública externa desde diciembre de 2001 y, sin embargo, no ha reducido ni la marginalidad ni la pobreza. Hay una brecha mayor en los ingresos de pobres y ricos en esta Argentina que no paga su deuda que en la de 1998, cuando todavía se cumplía con las obligaciones financieras.

Si la Argentina lograse concretar una quita del 100% de su deuda en ‘default’, o sea que continuaría destinando al pago de sus compromisos la misma cantidad de recursos que hoy día, no habría más justicia social que en el presente.

En verdad, la Argentina no precisaba ni ingresar al ‘default’ ni devaluar tal como lo hizo en enero de 2002, y sorprende que Lanata no comprenda que el incumplimiento de pagos fue tan forzado como la ruptura de la convertibilidad con macrodevaluación para imponer un ‘modelo económico’ que responde a los intereses que provocaron la ruptura institucional de diciembre de 2001.

Lanata, con sus veleidades de historiador, saltó todo este capítulo de la historia argentina reciente, para afrontar la coyuntura con un discurso de simplificación adolescente.

No se entiende muy bien por qué Lanata introduce a José Alfredo Martínez de Hoz en su película y no a Daniel Marx o a Miguel Kiguel, que conocen mucho más acerca de cómo se llegó a la voluminosa deuda presente.

Hay menciones respecto de Domingo Cavallo pero no de Roque Fernández, quien multiplicó aún más la deuda entre 1995 y 1999. Tampoco se habla del ‘blindaje’ de José Luis Machinea. No se entrevistó a Charles Calomiris y Allan Meltzer, pioneros de la reestructuración con quita.

Lanata tampoco consultó ni a banqueros colocadores de la deuda ni a bonistas que la compraron ni a economistas locales más o menos reconocidos. Jesús Rodríguez, ex diputado nacional UCR-Ciudad de Buenos Aires y efímero ministro de Economía de Raúl Alfonsín, no goza del reconocimiento de la comunidad de economistas.

Es posible que Lanata tenga algún complejo cultural para debatir un problema económico-financiero, al que identificó –sin explicitar sus fundamentos- como causante de la penuria de millones de argentinos.

Y esto tiene que ver con la propia historia de Lanata, para quien las cuestiones del dinero siempre han resultado dolorosas e ininteligibles. Con club de acreedores propio, Lanata tiene una relación amor/odio con el dinero que es imposible de obviar en su obra cinematográfica.

Ante la simplificación extrema del problema económico, Lanata termina equiparando su ignorancia con la de los políticos que han desencadenado la crisis, que es el verdadero motivo de la atormentante carencia que sufren millones de argentinos.

Mal que le pese a Lanata, las dos explicaciones más racionales en su película la realizan funcionarios del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.

Por un lado, cuando Lanata se queja de que una cloaca no fue construida en la provincia de Tucumán si bien existe una deuda con un organismo multilateral, el tecnócrata del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial) le explica que el dinero fue girado al Ministerio de Economía de la Argentina, y que desde allí la partida salió para la provincia de Tucumán. Luego, un político de la UCR dice que pudieron verificar que el dinero fue acreditado en las cuentas del Gobierno de Tucumán pero que se utilizó para pagar salarios.

No hay responsabilidad del Banco Mundial en semejante irresponsabilidad doméstica. ¿Lanata pretende que, si la cloaca no se construyó, el Banco Mundial olvide la acreencia? ¿Y quién resuelve el problema en las finanzas del Banco Mundial, que tiene previsto utilizar el reembolso argentino para prestarle dinero a otro país asociado? ¿Por la irresponsabilidad argentina hay que perjudicar también a un nigeriano o lituano?
Luego, la vilipendiada Anne Krueger le explica a Lanata que el régimen de convertibilidad precisaba de equilibrio fiscal (en verdad, lo óptimo hubiese sido un superávit fiscal), pero las autoridades políticas, empresariales, sindicales y mediáticas de la Argentina eligieron mantener el déficit fiscal (improductivo, además), apelando al endeudamiento público para financiarlo.

Antes de 1991, el déficit se afrontaba con inflación. Dado que la convertibilidad con paridad fija fue, básicamente, una herramienta antiinflacionaria, debería haberse corregido, de inmediato, el exceso de gasto público improductivo, pero no se hizo.
Esto ocurrió durante los ’90 y hasta el presente los críticos del modelo no identifican aún que ese problema sigue ocurriendo: el Estado nacional, las provincias y los municipios gastan más (y con destino improductivo) de lo que pueden financiar con recursos propios. Esto quiere decir que habrá otras crisis en el futuro argentino.
Profundizando esto, Lanata hasta podría haber contribuido a la identificación de los grandes problemas argentinos.

Por otra parte, alguien debería explicarle a a Lanata que el FMI no le obligó a la Argentina a solicitar dinero, y que quien le pide dinero al FMI conoce las condiciones en que se desembolsa el dinero.

En fin, toda una desilusión de quien fue comparado con Michael Moore. Pero hacer un documental no es solamente ponerse una cámara al hombro sino, además, lograr rigor en el análisis. El resto solamente es una cuestión de estética de la comunicación.

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Edición i, Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 2004.

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