Una historia terrible y la falta de ética de muchos cirujanos plásticos

El rostro de Jocelyn Wildenstein es la prueba de la falta de ética de numerosos cirujanos plásticos, en todas las latitudes, sólo interesados en quitarle dinero a sus víctimas-pacientes, a cualquier precio.

POR JUAN SARDA ROUCHTMANN

No es un personaje del nuevo capí-tulo de La guerra de las galaxias de George Lucas, aunque lo parezca.

Se llama Jocelyn Wildenstein (1948), es millonaria y la cirugía estética ha hecho estragos con su rostro.

Nadie sabe cuántas veces ha pasado por el quirófano, ella dice, quizá irónicamente, que "las mismas que cualquier otra mujer", pero se rumorea que podrían ser 30.

Lo que sí se conoce a ciencia cierta es cuánto dinero lleva gastado en estropearse, nada menos que 3 millones de euros que luce como si nada en esta fotografía, tomada hace sólo 15 días mientras paseaba por la avenida Madison de Nueva York.

Muy conocida en los círculos de la alta sociedad de esa ciudad como la novia de Wildenstein (el parecido de su apellido con el monstruo de Mary Shelley es casual pero muy conveniente) o la mujer tigresa, el proceso de degradación física de esta mujer le da un nuevo sentido al cambio de look.

Aunque tampoco hace falta echarle toda la culpa a los galenos, porque el desamor también ha tenido un papel importante en el estropicio.

Y es que aunque no lo parezca, Jocelyn un día fue bella, muy bella.

Vivía entonces en su Lausana natal, donde nació en el seno de una familia de clase media.

Ya desde muy pequeña, la rubia suiza destacaba en su ciudad tranquila como una trepa que despreciaba sin ruborizarse a una sociedad que consideraba provinciana.

Dispuesta a ser una mujer de rompe y rasga, adquirió dos habilidades muy peculiares: aprendió a pilotar aviones y se convirtió en una experta consumada en caza mayor.

Tamañas virtudes la condujeron en 1977 hasta la finca que Alec Wildenstein, heredero de una fortuna de US$ 10.000 millones, tiene en Kenia.

Una vez allí, Joyce sintió que no debía dejar escapar su oportunidad de seducir a uno de los hombres más ricos del mundo, que arrastraba consigo el trauma de ser despreciado en su Europa natal y por su propia comunidad, los judíos, debido a que las malas lenguas afirmaban que su inmensa fortuna en obras de arte provenía de contactos indeseables con los nazis.

Jocelyn y Alec iniciaron una historia de amor que terminaría sólo un año después en una fastuosa ceremonia nupcial en Las Vegas.

Ya casados, emprendieron una vibrante y dispendiosa vida social acudiendo a las fiestas más glamourosas de los cinco continentes.

Fueron años de felicidad durante los que tuvieron dos hijos y consiguió convertirse en una verdadera reina de la alta sociedad.

Las cosas comenzaron a quebrarse cuando Alec decidió abandonar su vida lujuriosa para recluirse en su finca africana, donde vivía rodeado de decenas de gatos, animal por el que siente una fascinación casi insana.

Abrumada por la pérdida de afecto de su marido, Jocelyn acudió a un cirujano plástico para rejuvenecer su rostro.

Al principio, la estrategia dio resultado y el esposo despistado le prestó mayor atención durante unos meses.

Pero pronto se cansó de nuevo de ella y volvió a la mansión africana para cazar leones.

Más desesperada aún, Jocelyn tuvo la estrambótica idea que ha acabado por convertirla en lo más parecido a uno de aquellos seres híbridos que habitaban la isla del siniestro Doctor Moreau.

Siguiendo una extraña lógica, dedujo que si a Alec le pirraban los gatos, lo mejor que podía hacer era procurar parecerse a uno.

Según testificó él después en el juicio por divorcio, su sorpresa fue tan grande al verla transformada que no pudo "ni reconocerla. Ella piensa que puede arreglarse del mismo modo que se restaura una casa".

Comenzó entonces la definitiva decadencia de su matrimonio, cuya apoteosis final tuvo lugar la tarde en que Jocelyn regresó a su apartamento neoyorquino para encontrarse con una modelo rusa en la cama. La echó de la casa apuntándola con un revólver.

Poco después, a mediados de los '90, llegó uno de los procesos de divorcio más tortuosos que se recuerdan en la alta sociedad.

El desencadenante de la larga agonía estuvo en una insólita sentencia judicial que partía el piso de Nueva York en dos mitades, obligándolos a una convivencia sangrienta que terminó en más de una ocasión con la visita de la policía.

Al final, fue Alec quien tuvo que mudarse y Jocelyn se declaró dispuesta a rehacer su vida con su asesor financiero.

Incluso llegó a venderse todas las joyas con motivos felinos que su marido le había regalado a lo largo de los años, pero ni siquiera esta catarsis fue suficiente ya que poco después declaró: "Jamás seré feliz sin mi esposo".

Dispuesta a librar su última batalla, se obcecó en una reconquista que, sorpresa, ha terminado consiguiendo.

Desde 2000, la pareja vuelve a estar junta.

Preguntada entonces por cómo se lo había hecho para recuperar lo que parecía imposible, Jocelyn se permitió bromear con sus propio apodo para asegurar que "aunque algunos me llamen la novia de Wildenstein de forma despectiva, se equivocan porque realmente lo que soy es la reina de la jungla".

Incluso allí se asustarían al verla.

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Crónica, El Mundo, Madrid, España, 2004.

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