Punta del Este se vuelve inseguro para los argentinos

POR ROBERTO GARCÍA (*) Punta del Este, en el partido de Maldonado, Uruguay, era una opción turística para muchos argentinos aún fuera de temporada veraniega. Pero esto, dramáticamente, puede cambiar por la ola de robos de viviendas y vehículos que comienza a registrarse, ante la llamativa inacción policial. En vísperas de que asuma el gobierno del Frente Amplio -que puede llegar a aplicar políticas de seguridad tan erradas como la de Néstor Kirchner en la Argentina-, la alarma crece. Luego de que el autor de esta nota la escribiera, hace dos semanas, nuevos robos se han registrado en la península, aún estando en los domicilios sus ocasionales residentes.

León Arslanian se equivoca hasta cuando está fuera del país. Sostuvo, para justificar un viaje a Punta del Este -a un spa que lo debería aligerar de kilos y solo le disuelve nudos musculares- cuando en el Buenos Aires a su cargo había más de un secuestrado, en que "no necesitaba custodios en ese balneario.

Gracioso: como si él pagara los custodios de su bolsillo y ahorrara dinero de los contribuyentes bonaerenses y nacionales. Más ridícula pareció su explicación cuando exaltó las condiciones de seguridad de esa tierra uruguaya, en la que el dispone de un departamento vecino al puerto, frente al mar, territorio que acogió hace algunos años luego de decir que nunca abandonaría Pinamar porque él veraneaba sólo en la Argentina (revista Gente).

No es esa contradicción la que evoca su error, sino su afirmación sobre la seguridad en Punta del Este: ignora el funcionario de Felipe Solá que ese territorio, quizás por la abundancia de argentinos o por el contagio de éstos, ya se encamina hacia las formas del robo y la violencia que caracterizan al otro lado del Plata.

Arslanián hasta parece ignorar que ya el año pasado se había planteado este anticipo y, en consecuencia, los atentos uruguayos -para que no se complicara la temporada- enviaron un contingente especial de policías para entrenarlos en la Colombia del Sur, Argentina, en la específica cuestión de los secuestros. Para cubrir otros problemas, saturaron de agentes todo el balneario y, en bicicleta, a pié, a caballo, en autos o cómo sea lograron que la temporada pasara sin sobresaltos. Luego de la temporada, sin embargo, aparecieron los problemas, sea en la zona del Club del Lago, en Pinares, en el Golf, en Rincón del Indio, la Barra, etc. Y se repiten hoy.

Las historias de "pungas" y descuidistas, sin embargo, tienen su escalada, y amenazan volverse más serias. Hay una sintomatología común en Punta del Este a otros episodios de la Argentina, lo que anticipa problemas. Por ejemplo, cierta limitación policial para actuar: sea por falta de medios (ya comenzaron las cooperadoras para ayudar a las comisarías) o desinteligencias con los jueces.

Famoso el uruguay por su policia "brava" -los argentinos pueden testimoniar por esto- y no corrupta, al menos en el primer punto ha cambiado y hoy camina en puntas de pié. Como excusa, arguyen que todos los jueces -inquietos veladores por los derechos humanos— impiden, advierten y amenazan por cualquier exceso (ninguno, claro, comparable a lo que sucedió y sucede en la Argentina), añadiendo un capítulo superior: no hay forma de controlar a los menores, cada vez que delinquen pasa más tiempo el policía que lo captura declarando que el menor en la prisión. Y así una, dos o muchas veces.

Los jóvenes, por otra parte, ya utilizan armas, lo que antes no era costumbre.
En materia de hábitos, como reconoce cualquier hombre de la zona, también se ha modificado la cultura en los cantegriles (villas miserias o barrios carenciados), sea la "Kennedy" o en apartados marginales de Maldonado: allí, al contrario de la educación anterior, ya está aceptado como elemento de vida el robo, nadie se ruboriza ni se enoja por si un vecino hurta y hasta se ha vuelto una condición común y frecuente en ese sector de la sociedad (convengamos que, en otros sectores, las formas de robo son diferentes).

Otro elemento grave es la incapacidad policial para ingresar a las villas, tema conocido en la Argentina, ya que esos "territorios liberados" por la delincuencia revelan un poder hasta ahora no imaginado.

Policía brava o no brava, en determinados lugares no entra por temor, obviamente no investiga ni detiene. Si a este detalle se le agrega el clientelismo político de los partidos políticos para conseguir votos, unos por permanecer, otros por acceder, se imaginará la flexibilidad -no solo en materia de derechos humanos- que se manifiesta en esos reductos.

La policía, por ahora, opta por mirar desde afuera, sea por conveniencia, connivencia o determinación de alguien superior.

A los robos hay que agregarle nuevas ingenierías: también los autos ingresaron al rubro, cuestión que antes parecía imposible por las dificultades físicas para escaparse del balneario. Ahora parece que no hay trabas y, para inquietud de los turistas acaudalados de la Argentina, también roban vehículos de alta gama o sofisticación: sea para desarmar, sea para otras misiones más internacionales.

Hasta hoy, muchos usaban determinados vehículos en Punta del Este que no se atrevían a utilizar en la Argentina: ahora, los vasos comunicantes empiezan a alcanzar el mismo nivel.

Un dato desde Buenos Aires también inquieta: se habla en La Salada (mercado con reconocido material de contrabando o robado) que "los paraguayos" (posiblemente una banda, no va a caer uno en la tontería discriminatoria de suponer a gente de esa nacionalidad en esa tarea) se trasladará con obvias intenciones antes del verano a Punta del Este. En rigor, irán -al margen del negocio de los vehículos- a interesarse en unas ferias de Maldonado, semejantes a las del Puente La Noria, donde más de una víctima pudo recomprar lo que unas semanas antes le habían hurtado.

Delicias del subdesarrollo, de la falta de política y de una tierra que paradojalmente ahora ve incrementado sus valores (inmuebles). Si la cultura del robo ya impera en los cantegriles, si la policía no puede ingresar a esos lugares y la elasticidad judicial promueve el delito sin querer, la cultura de la violencia está a la vuelta de la esquina.

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(*) El autor es director periodístico del diario Ámbito Financiero, de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Edición i, Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 2004.

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