"Chile se aleja"

A continuación, U24 le acerca la nota de opinión publicada en el diario Río Negro acerca del gran avance de Chile por sobre el resto de los países latinoamericanos.

Según el presidente Ricardo Lagos, los chilenos no tienen ninguna intención de "alejarse" del Mercosur, privilegiando sus relaciones con Australia, Estados Unidos y Asia oriental, y en efecto es de prever que en los años próximos su intercambio con los demás países sudamericanos se haga más intenso.

Pero si bien a Chile no le convendría en absoluto dar la espalda a sus vecinos de manera formal, en muchos sentidos ya se ha roto con ellos debido a la voluntad de sus dirigentes de hacer un esfuerzo genuino por enfrentar los problemas propios del atraso en vez de conformarse con atribuir sus penurias a las malas artes ajenas.

De acuerdo con todos los indicios, Chile se ha distanciado del resto de América Latina no sólo por su progreso económico, sino también por su calidad institucional, de ahí el nivel relativamente bajo de corrupción, lo que plantea la posibilidad de que dentro de poco las palabras "latinoamericano" y "desarrollado" dejen de ser antónimos.

Así las cosas, sería lógico suponer que el ejemplo chileno motivaría el interés apasionado de los políticos, sindicalistas e intelectuales de los demás países latinoamericanos que día a día se afirman indignados por la extrema pobreza en la que está hundido el grueso de sus compatriotas y resueltos a ir a cualquier extremo para luchar contra ella.

Sin embargo, parecería que tanto en la Argentina como en el resto de la región los partidarios del rumbo chileno son pocos en comparación con los entusiasmados por las hazañas notoriamente contraproducentes del régimen cubano de Fidel Castro y del gobierno sui géneris del demagogo venezolano Hugo Chávez. Es que los logros chilenos son meramente concretos, ya que su "modelo" se inspira en lo hecho por países ya ricos o en vías de enriquecerse, razón por la cual parece mucho menos atractivo que las fantasías utópicas abstractas, a menudo decoradas con toques "revolucionarios" militaristas, que desde hace muchos años obsesionan a muchos dirigentes y a la mayoría de los pensadores latinoamericanos.

La situación así creada difícilmente podría ser más perversa. Aunque es de suponer que los dirigentes políticos, militantes partidarios, intelectuales progresistas y clérigos solidarios que hoy en día dominan el debate público en la región son sinceros cuando "denuncian" la miseria, los más se oponen sistemáticamente a cualquier intento de remediarla a base de los únicos métodos que han resultado ser eficaces.

Desde el punto de vista de los integrantes de tales élites, aprender de los chilenos equivaldría a una derrota humillante y por lo tanto intolerable, razón por la que se niegan tozudamente a abandonar su fe en esquemas que han fracasado, a menudo de modo catastrófico, en todas partes.

En cuanto a los pobres mismos para los que la miseria es mucho más que un problema teórico o moral, se ven encerrados en la jaula cultural que les construyeron las élites locales y votan regularmente en favor de quienes se resisten a dejarlos avanzar por el único camino que les permitiría escapar.

Ya que todos los países latinoamericanos, incluyendo todavía a Chile, son pobres en comparación con los de América del Norte, Europa occidental, Oceanía y el Japón, es evidente que para que al menos uno consiga progresar tendría que romper filas con los demás. Hasta los años cincuenta del siglo pasado, parecía que la Argentina había logrado hacerlo, lo que le mereció el resentimiento de muchos otros latinoamericanos. Por desgracia, no pudimos desempeñar el papel que a juicio de muchos el destino o incluso Dios nos había confiado, pero hace poco más de tres lustros Chile tomó el relevo, motivo por el cual muchos parecen sentir que de alguna manera ha traicionado a sus esencias latinoamericanas y que está "alejándose" de su lugar natural.

La resistencia tozuda así manifestada a dejarse impresionar por el progreso registrado por Chile y a procurar emularlo es preocupante porque significa que aun cuando se hayan eliminado todas las dudas acerca de la superioridad práctica de un "modelo" determinado, los líderes de otros países, entre ellos el nuestro, seguirán comprometidos con el fracaso a pesar de que una consecuencia de su terquedad será que la mayor parte de sus compatriotas nunca podrá disfrutar de los beneficios concretos del progreso.

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