Cómo romper con el tradicional voluntarismo latinoamericano

POR ANDRES BENAVENTE URBINA (*) En Latinoamérica abundan las iniciativas... que fracasan, de integración regional. El Mercosur es un ejemplo de lo que pudo ser y no es. La realización en Santiago de Chile –impresionante- del encuentro de la Asia-Pacific Economic Cooperation (Apec), obliga a reflexionar y proponer algunos cursos de acción para salir de la nada.

I.
La Argentina y Chile tienen el común desafío de integrarse económica y comercialmente en un mundo globalizado en el cual los comportamientos proteccionistas no tienen cabida o conducen a peligrosos aislacionismos. Esta es la conclusión saliente a la que se puede llegar después de la realización de la Apec (Asia-Pacific Economic Cooperation, o Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico) en Santiago.

A diferencia del pasado, los países, en general, no se definen por economías cerradas: la opción por una economía de mercado de gobiernos nominalmente comunistas como los de China y de Vietnam así lo evidencian. Hay un amplio reconocimiento a la positiva incidencia de las exportaciones en el crecimiento económico y un esfuerzo sostenido en la mayor reducción posible de los comportamientos proteccionistas.

Constituye lo anterior una expresión de la transformación de las ideas económicas que cruza al mundo en general.

>Desde la liberalización de la economía norteamericana al inicio de las reformas económicas chinas con la llegada de Deng Xiao Ping, a finales de los años ‘70.

>Desde la incidencia en América latina de las recomendaciones del Consenso de Washington hasta la liberalización de los mercados de Europa del Este.

Tan extendido es este común denominador que baste recordar que a fines de la década de los ‘80, Vietnam –otrora simbolismo del comunismo– presentó al Fondo Monetario Internacional un programa de privatizaciones y liberalización de su economía, donde ciertamente se incluía la apertura comercial.

Junto con apostar al libre comercio, también se ha expandido la adhesión a los criterios de estabilización económica, tales como aceptar las negativas consecuencias de los déficits públicos y de la inflación tanto para el crecimiento económico como para la calidad de vida de los sectores pobres.

En la Apec, así como en otras instancias similares, no se discute ideológicamente sobre modelos de economía, sino como afianzar la integración comercial global, sobre los incentivos que el Estado debe otorgar, sobre el perfeccionamiento de los mecanismos de resolución de conflictos, sobre la internacionalización de normas comerciales, financieras y laborales y la adaptación a ellas de las respectivas legislaciones nacionales.

En un ambiente de relaciones comerciales como el planteado por la Apec, la integración argentino-chileno tiene que darse bilateralmente, primero, o posteriormente en un contexto más amplio como es el proyecto Alca (Área de Libre Comercio de las Américas), en la medida en que éste vaya superando las dificultades que hoy lo hacen inviable.

II.
Donde no puede darse esta integración binacional es en el Mercosur (Mercado Común del Sur), por cuanto si algo caracteriza al Tratado de Asunción, Paraguay, es empantamiento económico y comercial donde nunca entre los países miembros ha existido una relación simétrica y transparente en materia de intercambio, sino una similar a las de las transacciones entre tribus nómades que recíprocamente tratan de engañarse.

De otra parte, el arancel externo común constituye un real desincentivo para incorporarse a él, así como también el que en su interior primen los razonamientos de orden político por sobre las consideraciones técnicas.

Que la figura más relevante del Mercosur sea el ex presidente Eduardo Duhalde, y que la figura emergente de los nuevos asociados sea la del presidente Hugo Chávez Frías constituyen por sí mismos elementos suficientes para atemorizar a cualquier gobierno que seriamente crea en una integración comercial efectiva.

Chile en vez de una opción por las restricciones, ofrece en materia económica y comercial una coherente continuidad en el tiempo.

Así, en la década del ‘70, el gobierno del general Augusto Pinochet Ugarte rompió con el Pacto Andino por ser una camisa de fuerza y el país necesitaba emprender un crecimiento a partir de sus exportaciones.

En el inicio del siglo 21, Ricardo Lagos, un presidente social-demócrata, mantiene la misma visión política de largo plazo, dentro de la cual – aunque por cortesía vecinal no se explicite –no tiene cabida el Mercosur.

III.
El esquena de integración entre la Argentina y Chile tampoco pasa por la Unión Sudamericana, una entelequia política a la que se convocará por estos días desde Lima.

Es un proyecto de bloque compuesto por los países del Mercosur: la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay; así como por los miembros de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), formada por Bolivia, Colombia, Ecuador y Venezuela.

Además ha sido invitado Chile, y Eduardo Duhalde ha propuesto, también, la incorporación de economías claves de la subregión como las de Guyana y Surinam.

Sobre esto, el gobierno de Chile ha respondido en forma tan diplomática como reveladora: "Más que crear una nueva institucionalidad hay que establecer proyectos concretos de integración en la región".

Se firmará tan solo el enunciado y probablemente se quede en eso.

En otras palabras, se dará visibilidad política a cierta expresión de deseos, con el voluntarismo propio de la dirigencia clásica de América Latina.

Para después se dejarán las definiciones básicas de todo proyecto de integración, como son las normas de funcionamiento del bloque, la operacionalidad de los objetivos, los mecanismos de resolución de conflictos, etc. Por ahora, se está en el reino de la utopía y se señala que será el tercer bloque económico más poderoso (después de la Unión Europea y el North America For Trade Agreement o Nafta) por la cantidad de población, por poseer reservas de minerales y recursos energéticos.

Para sus impulsores es como la materialización del "sueño de Simón Bolívar", cuya significación siempre se ha quedado en lo mítico de las leyendas que idealizan el pasado y se ubican de espaldas al futuro.

Este proyecto tiene serias falencias que permiten anticipar su muerte a poco andar.

IV.
>En primer lugar, la región tiene varias instancias y organismos de integración: Mercosur, Comunidad Andina de Naciones, Grupo de Río.

Se participa, además, de manera muy activa en las Cumbres Iberoamericana, y ninguna de ellas se ha aprovechado para cumplir con eficiencia sus respectivos objetivos.

De tal forma que, crear un nuevo referente programático, bien puede convidarse una iniciativa inútil.

>En segundo lugar, tanto el Mercosur como la Comunidad Andina de Naciones han dado señales claras de inoperancia como instancias integradoras.

Las pruebas están a la vista: del centenar de acuerdos suscritos por los firmantes del primer bloque, sólo un tercio se puede cumplir y la aspiración de ser una unión aduanera está lejos de concretarse siendo suficiente para hacer tal evaluación la reiteración de conflictos recíprocos por medidas arancelarias o de restricciones a importaciones entre la Argentina y Brasil.

En el caso de la Comunidad Andina, está el hecho de que en la negociación de un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos están solamente Colombia, Ecuador y Perú. ¿De qué espíritu de integración se está hablando?.

>En tercer lugar, un acuerdo de integración importa solidificar el principio de respeto a los derechos de propiedad y cumplimiento de los contratos.

Hay países entre los considerados que están lejos de cumplir con esa condición:

•Paraguay con la endémica incapacidad gubernamental para frenar el contrabando y la adulteración de marcas;

•Bolivia, donde el populismo radical logró que modificara políticamente la legislación de hidrocarburos y se afectara a la inversión extranjera;

•el gobierno de Kirchner que, unilateralmente desconociera el funcionamiento de la integración gasífera con Chile y pusiera restricciones a la exportación de gas natural.

•Perú, donde movilizaciones sociales hacen que el gobierno anule privatizaciones legalmente realizadas.

En la región hay una penosa tradición de debilidad institucional y de falta de credibilidad, lo cual, conspira en la materialización de una integración real.

V.
En cuarto lugar, están las asimetrías financieras de los países.

No tanto respecto del tamaño de los respectivos mercados, sino del funcionamiento de la economía, de la modernización del Estado, de la calidad de las instituciones, de la existencia y de la eficiencia de las políticas sociales para combatir la pobreza, donde en varios de los países convocados la corrupción distorsiona gravemente la asignación de recursos para superar la marginalidad.

La Unión Sudamericana sería una suerte de foro de los lamentos, un remedo torpe de aquella ideológica denominación de "tercer mundo" que todo lo esperaba de "revoluciones redistributivas" y del combate al "capitalismo", olvidando que para ser parte de un mundo globalizado e integrado hay que empezar por hacer en casa las tareas pendientes para lograr un crecimiento sostenido que contribuya a mejorar la calidad de vida de sus habitantes.

Más que evocar a Bolívar o firmar el acuerdo en el mismo lugar donde hace 180 años se realizó la batalla de Ayacucho, hay que mirar el futuro y eso importa esfuerzos por mejorar las respectivas competitividades –muy a mal traer en la mayoría de los casos – pues lo contrario es autoengañarse y negarse al desarrollo.

VI.
Al contrario del Mercosur y de la Unión Sudamericana, la integración entre la Argentina y Chile debe descansar sobre bases sólidas.

Una de ellas es lo relativo a la necesidad de compartir visiones comunes de desarrollo.

En efecto, por largas décadas el desarrollo económico había sido simplemente una utopía y las economías nacionales descansaban en medidas coyunturales que por enmarcarse en un política estatal fuertemente intervencionista respondían en último término a los vaivenes del quehacer político de quienes encabezaban el Estado, es decir los gobiernos.

En un moderno esquema de integración ello no puede ocurrir.

El desarrollo económico supone que las instituciones sean tan sólidas que ofrezcan continuidad y certidumbre en medio de los cambios de gobierno.

Ésta es la única forma en que las elecciones presidenciales no tengan el dramatismo de antaño en que en materia de definiciones económicas había una suerte de juego suma cero.

Es cierto que se ha avanzado en esta materia. Nuevamente, Chile constituye un ejemplo positivo.

Hay otros, como el caso brasileño en que el reemplazo de Fernando Henrique Cardoso por Luiz Inácio Lula da Silva no ha significado ruptura alguna en cuanto a los lineamientos básicos de la estrategia de desarrollo pese a provenir de fuentes políticas muy contrapuestas.

VII.
Una estrategia común de integración comercial importa también tener como trasfondo una cultura económica más homogénea.

Ello importa fortalecer y profundizar las reformas estructurales de la economía, dejando definitivamente atrás los comportamientos proteccionistas; hay que avanzar también en el fortalecimiento de la sociedad civil, para superar definitivamente las conductas clientelares que son una negación clara de la concepción de ciudadanía.

Finalmente, hay que fortalecer la vigencia efectiva del Estado de Derecho, lo que básicamente existe donde las instituciones y reglas del juego están suficientemente claras y estables.

El Estado de Derecho opera en una sociedad democrática como una gran salvaguardia del ámbito privado frente al intervencionismo del Estado y a la expansión de los límites del ejercicio del poder.

VIII.
La Argentina y Chile tienen tanto por delante con una efectiva integración: desde luego revivir el Acuerdo de Zapallar firmado hace 10 años y que posibilitaría – de aplicarse – el libre tránsito de nacionales de ambos países entre sus fronteras.

•Llevar a cabo una seria integración pacífica, así como asegurar a la Argentina una libre salida de sus productos por el Pacífico a la zona comercial de la Apec.

•Avanzar en la materialización de protocolos que incentiven la inversión minera de manera conjunta en la zona cordillerana.

•Acordar el mutuo reconocimiento de títulos profesionales y garantizar el posterior libre ejercicio laboral.

En suma, atreverse a encarar el futuro de manera complementaria.

(*) Andrés Benavente Urbina es Politólogo, Investigador Principal del Área del Entorno Empresarial Latinoamericano, Escuela de Postgrado de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad Diego Portales, Santiago de Chile.

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