A continuación reproducimos el editorial del diario Río Negro referido a la política K en relación a China:
Mientras que los socialistas desaprueban el capitalismo por la forma nada equitativa en que le es habitual repartir los premios, los corporativistas suelen creer que si bien el sistema resultante tiene muchos méritos, hay que regularlo porque de lo contrario cundirá la anarquía. En base a este planteo, el gobierno del presidente Néstor Kirchner acaba de difundir un par de decretos destinados a impedir que las importaciones de textiles chinos ocasionen dificultades excesivas a nuestros fabricantes. Según el ministerio de Economía, es necesario "evitar la desorganización del mercado e impedir que se obstaculice el desarrollo ordenado del comercio de esos productos".
Asimismo, insiste sin demasiada convicción en que el decreto no contradice el reconocimiento de China como "economía de mercado". Si bien es poco probable que los chinos coincidan con tal interpretación de los acuerdos que se firmaron durante la breve vista al país del presidente Hu Jintao, es posible que por motivos políticos opten por tolerar la medida. Aunque en el mundo el lobby textil chino es decididamente más poderoso que su equivalente bonaerense, a los líderes del régimen comunista no les sería difícil convencerlo de que sería un error molestar a un nuevo "socio estratégico" invadiendo prematuramente un mercado que al fin y al cabo es muy pequeño.
El que el gobierno de Kirchner ya se haya visto constreñido a poner límites a las importaciones chinas debería motivar inquietud porque es una manifestación más de la tendencia del país de aislarse, negándose a participar del comercio internacional. En el transcurso de las semanas últimas se han multiplicado las medidas destinadas a impedir el ingreso de una gama cada vez más amplia de productos brasileños, lo que ha provocado roces con el gobierno del presidente Luiz Inácio "Lula" da Silva que, como es lógico, apoya a los empresarios de su país, mientras que han brindado a los muchos proteccionistas brasileños pretextos inmejorables para pedir que las importaciones argentinas sean tratadas de manera igual. Cuando es cuestión de comercio, los brasileños y los chinos piensan de modo muy similar a nuestros gobernantes, pero sucede que los perjuicios que podrían causarnos sus intentos de "evitar la desorganización de mercado" serían llamativamente mayores que los que podrían ocasionarles el eventual cierre del mercado argentino. Por desgracia, no estamos en condiciones de enfrentarlos como iguales. Desde hace muchas décadas, en nombre del "desarrollo ordenado" y de la defensa de las fuentes de trabajo, la mayoría de nuestros gobiernos ha protegido a sectores como el textil con la esperanza de que andando el tiempo éstos lograran hacerse lo bastante competitivos como para prescindir de los subsidios indirectos.
Por desgracia, esto no ha ocurrido, acaso porque en nuestro país parecería que "desarrollo ordenado" quiere decir estancamiento. En efecto, puesto que ni siquiera una devaluación brutal que redujo los salarios medidos en dólares a niveles tercermundistas ha servido para que nuestras empresas textiles sean capaces de hacer frente al desafío planteado por China y por lo tanto por muchos otros países asiáticos, convendría que por fin el gobierno tratara de pensar en serio acerca de las opciones disponibles. La experiencia de países de salarios altos como Italia ha mostrado que es perfectamente posible competir a base de calidad y diseño, pero si por razones políticas el gobierno continúa cediendo automáticamente toda vez que el lobby textil se afirma amenazado por el dumping, los empresarios del sector no tendrán por qué intentar la estrategia nada fácil así supuesta que, de todos modos, supondría el cierre de algunas empresas irremediablemente ineficientes. Otra alternativa, claro está, consistiría en anteponer la protección del mercado local al desarrollo de la economía nacional, obstaculizando sistemáticamente las importaciones y en consecuencia permitiendo que otros países se nieguen a dejar entrar una proporción creciente de nuestras exportaciones. En un mundo globalizado que opera según principios más afines a los reivindicados por los capitalistas liberales que a los preferidos por socialistas o corporativistas, empero, tal "estrategia" significaría condenarnos a la miseria.
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