La Odisea de Tito Lusiardo (alias J.J. Álvarez), según Asís

El parentezco entre el recordado Tito Lusiardo y Juan José Álvarez es el puntapié inicial de una carta de Jorge Asís a su Tío Plinio que resulta un divertido aguafuerte sobre un político oportunista, inquieto, muy individualista que no acostumbra tener jefes y que ha desembarcado en la Ciudad de Buenos Aires, en medio del descalabro, para conducir a los inspectores municipales.

Tío Plinio querido:

Aunque demasiado pendiente de Crónica TV, pasé un fin de año memorable con tía Edelma y usted.

Desde la montaña, se puede contemplar el país con mayor profundidad de campo que desde el nivel del mar.

Fue un final de año, para colmo, trágicamente ensombrecido por la macabra contabilidad de los muertos.

De regreso, y ya convertido en idílico recuerdo aquel Cabrito a la Estaca, acompañado del sublime Malbec, me dispongo a ponerme al día con la correspondencia.

Se que usted quiere saber sobre el nuevo hombre fuerte del escenario post-Cromagnon.

Se trata de Tito Lusiardo, alias Juanjo Alvárez. Un simpático sobreviviente que sabe ingeniárselas para crecer políticamente a medida que desciende la gravitancia de sus atribuciones.

Lusiardo comandó la Secretaría de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, cuando el gobernador Ruckauf era transitoriamente imbatible en las encuestas. Y cuando casualmente se registraba el desmoronamiento del gobierno de De la Rua.

Entonces la provincia necesitaba, en defensa propia de su debacle, un tsunami que se llevara por delante la nación. A los efectos de disolver atinadamente los arrebatos domésticos de su implícita catástrofe gestionaria.

Sin embargo, después de la perversidad de aquel pautado desvanecimiento institucional, tío Plinio querido, Tito Lusiardo siguió encargándose de la Seguridad, aunque a nivel nacional.

Y cuando también casualmente se evaporaba, entre la atmosfera de Chapadmalal, la fugacidad del turismo aventura de Rodríguez Saa.

Para Lusiardo entonces irrumpe otra oportunidad.

¿La tercera, acaso, será la vencida?.

Después, para transformarse en ministro de Justicia del presidente Duhalde (aquel infatigable guardavidas de mares turbulentos que se encontraba en shorts y ojotas cuando la sociedad entera le suplicaba que se sacrificara para hacerse cargo del país), el irreparable Tito Lusiardo se llevó la Policía Federal, doblada como un diario, arrancándosela a la competencia de Interior.

Por lo tanto, su angelical sucesor, Gustavo Béliz, alias San Gustavito de la Sagrada Traición, ya en los tiempos más banales de Kirchner, heredó, sin convicciones, la acotada Policía Federal.

Mientras tanto, Anibal Fernández, desde Interior, trataba de recuperar la Policía Federal para su cartera. Lo movilizaba la pasión por exhibir idoneidad, y a los efectos de abandonar la condición exclusiva de portador de fatigante manía declaratoria, especialmente basamentado en su eficaz retórica de vendedor de enciclopedias a crédito.

Por su parte, Tito Lusiardo mantuvo también una misericordiosa remake como responsable de la seguridad en la provincia. Fue cuando el gobernador Solá aún no era adobado, por Duhalde, como hacía usted el 31 de diciembre con el pincel, extasiado en la lentitud de aquel Cabrito a la Estaca, con fondo de estrellas.

Entonces Kirchner, que es un superdotado en materia de limitaciones, y un severo autodidacta para el desconocimiento, pero que es desconfiado y tiene muy poco de gil, se dijo:

"Vienen por mí".

Y como entonces estaba incuestionablemente fuerte, con los chinchulines del alma perfectamente ajustados, aprovechó la clásica desorientación de Solá para adquirir el pase del abogado de punta, León Arlslanián, e imponérselo como centrodelantero en la maldita secretaría.

Como consecuencia de la irrupción del baluarte armenio, nuestro antihéroe, Tito Lusiardo, no tenía en adelante otra alternativa que refugiarse en el ostracismo trapense de la democracia.

Es decir, en la enternecedora mediocridad de la actual Cámara de Diputados. Una especie de nadería asumida que atraviesa, aunque de manera transversal, el momento más insignificante de su historia. Y justamente en vísperas de una elección legislativa que se convirtió en una unánime situación límite para la totalidad de la precaria dirigencia de la comarca.

En fin, me dispongo entonces a cerrarle, tío Plinio querido, tantos canales abiertos en la brevedad de una misiva de retorno. Porque, al diluirse previsiblemente Beliz entre espectacularidades que atenuaban su rigurosa versatilidad para la incompetencia, aquel positivo vendedor de enciclopedias a crédito, Aníbal Fernández, aprovechó el descuido para llevarse otra vez -doblada como un diario- la Policía Federal, al ámbito de Interior.

Habrá comprendido por qué, en materia de identidad, resulta menos doloroso ser travesti que miembro activo de la Policía Federal.

Sin embargo el bengalicidio de Cromagnon (tema de una próxima carta) produce un retorno al primer plano de nuestro procer de referencia.

Entonces Tito Lusiardo accede a abandonar el suave espacio bucólico de la monotonía del parlamento, para transformarse, de repente, en virtual Interventor de la Municipalidad porteña. Es facturado por Duhalde como si fuera ilusoriamente propio, y reivindicado por un Kirchner que sufrió el mal de ausencia, y presentado como el salvador del progresismo devaluado de Ibarra y Telerman.

Oficialmente el empleo actual de Lusiardo, alias Juanjo, se titula pomposamente Secretario de Seguridad de la ciudad. Aunque para el abogado de punta, Arlslanián, es como una especie de ministro del Mar en Bolivia.

Por supuesto que Lusiardo no se resigna a comandar exclusivamente inspectores desprestigiados y habilitadores sigilosos. Y se propone llevarse parte de la Policía Federal, en persistente desplazamiento, con él. Doblada, como un diario.

Cabe entonces, tío Plinio querido, formular con cierta perversidad la pregunta:

-¿Otra vez más, Juanjo?

Bueno, Juanjo, pero que sea la última.

Dígale a tía Edelma que la miel del sacerdote aislado y solitario es espléndida.

Un abrazo

Dejá tu comentario