Asís a Tío Plinio: El bidón de Vulgarcito

Jorge Asis -en vísperas de presentar su propia página web- arremete otra vez con una carta a su tío Plinio. La verborragia del Presidente de la República, y sus modales tan alejados del inicio del año escolar, lo han inspirado para una de sus más agudas comunicaciones epistolares:

Tío Plinio querido:

¿Ahora quién se va a atrever a criticar a Vulgarcito?

En adelante sólo habrá que limitarse a hacer la cola para ejercitar un sublime acto reverencial de felación política.

En apariencias, tío Plinio querido, todos los súbditos capitulamos ante el malabarismo ejemplificador. Las virtudes del virulento negociador de cornisa.

Entonces, resignados, el 76 por ciento de los acreedores debieron tomar agua del bidón del César.

Agua con puré de potentes roiphnoles diluídos que sacaron de la cancha a cientos de miles de Brancos.

Por lo tanto, sus impotentes impugnadores, señalados o no con una cruz amarilla de palabras, también quedamos transitoriamente adormecidos.

Aguardamos, con cara de perplejos pampuros, el despertar.

Con la culpa gigantesca por haber cometido algún desaprensivo pecado. El de habernos resistido, por ejemplo, a aceptar el cesarismo agresivamente regresivo que Vulgarcito había impuesto en Santa Cruz.

Entonces, tío Plinio querido, debo sumergirme en las amarguras del dolor autocrítico. Confesar abiertamente que me equivoqué. Porque nunca creí, que en la Argentina entera, pudiera aplicarse exitosamente el esquema cesarista autocrático de Santa Cruz.

El momento más difícil, en la vida de un estadista, nunca es el momento de la derrota.

Al contrario, es el momento de la victoria.

stamente cuando irrumpe la bonanza, es cuando el estadista debe recurrir a los efectivos recursos de la nobleza. En el triunfo es cuando suelen brotar los atisbos de cierta generosidad espiritual. Hidalguía, en sentido clásico. Arrebatos altivos de caballerosidad.

Sin embargo, al acelerarse, al no poder sucumbir ante las calenturas de la argumentación precoz, cualquier político de cabotage puede deslizarse por la pendiente chiquilina de la adolescencia. Y aprovechar la magnitud escenográfica de los supuestos logros para fustigar, desde la perentoria soberbia del poder, a los infortunados que en algún momento cometieron la osadía de combatirlo.

Trátase de una ética vengativa de humillación.

Para que le explique a tía Edelma:

La jactancia ceremonial del Salón Blanco constituyó el peor acto de cesarismo ordinario que exhibe su desgarradora prepotencia en la Argentina.

La consagración meritoria del canje derivó en un incierto patetismo moral. Una impertinencia de entrecasa para motivar la euforia triste del cercano que se supone conducido.

De utilizar el mismo método textual para descalificar a sus críticos, tal vez ninguno de los optimistas primarios que celebraba en la platea, podría soportar los rigores del archivo más benigno.

Ni siquiera Vulgarcito, en primer lugar.

Un dueño de casa que degradaba habitualmente al pasado inmediato. Los 30 años de equivocaciones y saqueos, ante el asentimiento inconcebible del presidente Alfonsín, un estadista excesivamente flojo para las matemáticas.

Degradaba el César maltratador con la aprobación entusiasta del decorado natural de sus ministros, de los acotados gobernadores, de empresarios del antiguo elenco estable que supieron, todos ellos, ser gravitantes para generar aquel mismo pasado que se condenaba.

Le dije alguna vez, tío Plinio querido, ya en un desborde de autocrítica y flagelación, que me equivoqué también al explicar la catástrofe argentina con los parámetros de la tragedia griega. Tenía que haber recurrido, en realidad, al sainete.

Entonces no me servía un pomo Eurípides. Debí haber utilizado a Vaccarezza. Porque en la Argentina apenas cambian las palabras. Persiste el mismo escenario. Y casi idénticos protagonistas.

Enumerar, para el deporte de la hoguera, tanto las participaciones como las textualizaciones de los participantes del decorado, sería una misericordiosa manera de imitar el estilo brutal del César.

Un César que acumuló más poder que ninguno de sus atormentados antecesores.

Que demostró el positivismo de su prepotente eficacia. Como para no arriesgarse jamás a las incomodiades democráticas de una conferencia de prensa. Y como para cargarse hasta al desconcertado periodismo empresarial. Con exponentes que se indignan, pero retroceden.

Para cargarse también a los frágiles brigadieres que se fueron inmoralmente salpicados de blanca, sin poder controlar el orgullo febril de sus mujeres.

Para cargarse, y apenas para distraer, al Vaticano.

Con decirle, tío Plinio querido, que hasta el cardenal Bergoglio -demolido por Verbitsky- tendría que rezar para que Vulgarcito no cometa el severo desplante de su ausencia en la próxima fecha patria.

Por lo tanto, el precario César, emblemáticamente, se acomoda, con las piernas abiertas, en su trono.

Abre sigilosamente su intimidad mitificada.

Las fuerzas muertas tendrán entonces que sacar número para acercarse a reverenciarlo.

Por mi parte, prefiero esperar. Gracias.

PD.- Que tía Edelma controle su ansiedad. Dígale que Maximiliano me promete que a fines de la próxima semana estará lista la página web. Será de libre acceso, así que sus innumerables amigas no tendrán que poner una moneda.

El "Asís digital" contendrá artículos. Aquellos clásicos de Plutarco y Eurípides, de cuando cometía el error de apostar por los griegos para entender la Argentina. Y por supuesto estarán los plinios para coleccionar, todos. La frecuencia de renovación dependerá exclusivamente de mis ganas, tal vez a diario encontrará novedades.

Ah, y no se olvide de contarle también a la tía Edelma que regalaré literatura. Alguna obra ya publicada, en el superado formato tradicional, aunque noble, de libro. De movida le pondré dos novelas cortas y un cuento. Y algún texto inédito que le aseguro va a disfrutar.

Esto no es para ansiosos, tío Plinio querido. Es para perversos.

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