Los guarangos (de Buenos Aires a Roma)

Oportuna cita acerca de la decadencia en los hábitos y formas argentinas:

** "El Vicepresidente se paseaba por Roma con una corbata amarilla. ¿Será que Karina le dijo que era el color de la bandera del Vaticano? ¿O era porque estaba Carlos Menen en Roma? De todas formas, cuando se va a un entierro oficial, no se puede usar ese color, ni otro que no sea negro o gris oscuro".

** "El Canciller Bielsa, se paseó en la ceremonia con una corbata color rosa. ¿Será que sus sueldos son tan bajos que no pueden comprar una corbata oscura para la ocasión?"

** "Entre los asistentes que llegaban se apreció mucho traje oscuro, frac, y hábitos de monja y mantilla negra para las mujeres. Luto muy riguroso. El color lo ponen los cardenales y los atuendos exóticos los representantes de países asiáticos, africanos o árabes"

Estas observaciones me las hizo llegar la esposa de un diplomático desde Roma.

Mi respuesta fue muy escueta y simple: "Son guarangos. No tienen la culpa, porque no pueden distinguir si estaban en una fiesta o en un entierro. Tenemos en el Presidente al mas excelso de los guarangos, que hace de la violacion de las formas la esencia de su política, sin darse cuenta-- porque nadie se lo enseñó-- que "la forma" es también un lenguaje, una carta de presentación".

Recuerdo cuando hace poco, la delegación argentina bajó del avión presidencial en Beijing, y un veterano diplomático se agarró la cabeza de la "facha" de nuestros representantes ante el riguroso ceremonial chino: el Presidente con saco cruzado abierto, camisa de vestir sin corbata; la Primera Ciudadana de "casual"; el gobernador de Santa Fe con "remerita" de hilo de cuello redondo y zapatillas juveniles acordonadas y el gobernador de Buenos Aires vestido como para ir "al asado en lo de Campos".

Son así. A lo mejor somos así. En definitiva, es parte de nuestra decadencia, que no es de ahora.

Ya en 1929, Ortega y Gasset en su trabajo "Intimidades....La Pampa...promesas", que conservo y que a él le trajo un dolor de cabeza, definió al "guarango" argentino de la siguiente forma:

"(...) Es natural que no nos sea fácil comunicar con el argentino. Nosotros buscamos su intimidad, y él nos presenta su imagen ideal su rôle. Como no tiene éste realidad por sí, sólo obtendrá la que el individuo se esfuerce en imponernos. De aquí su interés en subrayarla incesantemente, en hacerla constar. De aquí su perpetua defensiva. De aquí su ilimitada susceptibilidad.

"Llamar tacto al acierto en el trato social es una ejemplar agudeza del idioma. Porque, en efecto, consiste en no rozar la entidad que tenemos delante, no tropezar con sus formas y facciones o hacerlo suavemente y sin choque. Quien se precie con fundamento de poseer mucho tacto, puede estar seguro de no herir a casi nadie en el comercio mundano. Pero en la Argentina fracasaría. Porque él puede responder que su tacto le permitiría no tropezar con ninguna realidad, pero como el argentino no suele ser lo que realmente es, sino que se ha trasladado a vivir dentro del personaje que imagina ser, el tacto no sirve de nada. No se palpa lo impalpable. Por eso en Buenos Aires todo movimiento que haga hiere a alguien, viola alguna personalidad secreta, ofende a algún fantasma íntimo.

"Preocupado el argentino de que reconozcamos su fantasma personal permanecerá artillado delante de nosotros. Si una superior cultura y otras clases de frenos no le mantienen en esta defensiva, la inseguridad que siente respecto de sí mismo, la urgencia de nutrir con nuestro reconocimiento la fe en su imagen que en cada instante pierde y vuelve a ganar, le hará adelantarse hasta maneras agresivas.

"Este es el origen de una modalidad humana, cuya frecuencia es característica de la Argentina. Si se quiere penetrar en los secretos de un país, conviene fijarse en las palabras de su idioma que no se pueden traducir, sobre todo cuando significan modos de ser. La razón es perogrullesca. Si falta el equivalente en el lenguaje de otros pueblos, es que en ellos la realidad significada no existe o existe insólitamente. En cambio, la existencia de un vocablo intraducible revela que cierta clase de hechos forma en aquella sociedad compacta masa, y se impone a la mente exigiendo una denominación. Así, la palabra española 'cursi' no puede verterse en ninguna de otro idioma. El hecho que enuncia es –en rigor, fue- exclusivamente español.

"Si se analizase, lupa en mano, el significado de cursi se vería en él concentrada toda la historia española de 1850 a 1900. La cursilería como endemia, sólo puede producirse en un pueblo anormalmente pobre que se ve obligado a vivir en la atmósfera del siglo XIX europeo, en plena democracia y capitalismo. La cursilería es una misma cosa con la carencia de una fuerte burguesía, fuerte moral y económicamente. Ahora bien, esa ausencia es el factor decisivo de la historia de España en la última centuria.

"La palabra argentina a que me refiero, indócil a toda versión, es 'guarango'. Si yo fuese argentino, y, a pesar de serlo, lograse dar a mi vida un sentido de servicio o misión y, en algún momento, prefiriese denominar esta misión sin solemnidad, con desgaire cómico, diría que iba a dedicar mi existencia a la superación del guaranguismo. Como todo vicio es una virtud fermentada y la degeneración de alguna buena cualidad, en el guaranguismo se ocultan desviados los resortes mejores del alma argentina.

"El guarango o la guaranga siente un enorme apetito de ser algo admirable y superlativo, único. No sabe bien qué, pero vive embriagado con esa vaga maravilla que presiente ser. Para existir necesita creer en esa imagen de sí mismo, y para creer necesita alimentarse de triunfos. Mas como la realidad de su vida no corresponde a esa imagen, y no le sobrevienen auténticos triunfos, duda de sí mismo deplorablemente. Para sostenerse sobre la existencia necesita compensarse, sentir de alguna manera la realidad de esa fuerte personalidad que quisiera ser.

"Ya que los demás no parecen espontáneamente dispuestos a reconocerlo, tomará el hábito de aventajarse a él en forma violenta. De aquí que el guarango no se contente con defender su ser imaginario, sino que para defenderlo comience desde luego por la agresión. El guarango es agresivo, no por natural exhuberancia de fuerzas, sino, al revés, para defenderse y salvarse. Necesita hacerse sitio para respirar, para poder creer en sí, dará codazos al caminar entre la gente para abrirse paso y crearse ámbito. Iniciará la conversación con una impertinencia para romper brecha en el prójimo y sentirse seguro sobre sus ruinas.

"Fingirá tácticamente no reconocer miramientos, ni distancias, ni rangos, ni reglas de trato. Si es intelectual, su producción no consistirá en la expresión de ideas sustantivas, sino en ataques vacíos y sin congruencia con lo atacado, a veces en meros insultos, cuyo estallido en el aire le dan la grata impresión de que, en efecto, existe. La guaranga producirá estos estallidos acumulando en su traje colores y ornamentos llamativos, exagerando los ademanes sin renunciar por fin a la agresividad verbal.

"Femenino o masculino, el guarango corroborará su imaginaria superioridad sobre el prójimo, sometiéndole a burlas del peor gusto y si especialmente tímido recurrirá al anónimo". (Buenos Aires es la ciudad de los anónimos)

"Como se ve, es el guarango la forma desmesurada y más gruesa de esa propensión a vivir absorto en la idea de sí mismo que padece el hombre argentino. [1]

Pero no se olvide que todo ese deplorable mecanismo va movido originariamente por un enorme afán de ser más, por una exigencia de poseer altos destinos. Y esto es una fuerza radical mucho menos frecuente en las razas humanas de lo que suele creerse. El pueblo que no la posee no tiene remedio: es lo único que no cabe inyectar en el hombre. Se puede inventar la turbina, pero no el salto de agua que la mueva. Este tiene que existir de antemano, milagrosamente. Supuesto dinámico de todo lo demás, el nivel de su energía predetermina la historia del individuo y de la nación.

"Este dinamismo es el tesoro fabuloso que posee la Argentina. Yo no conozco –lo repito- ningún otro pueblo actual donde los resortes radicales y decisivos sean más poderosos. Contando con parejo ímpetu elemental, con esa decisión frenética de vivir y de vivir en grande, se puede hacer de una raza lo que se quiera. Por eso, buen aficionado a pueblos, aunque transeúnte, me he estremecido al pasar junto a una posibilidad de alta historia y óptima humanidad con tantos quilates como la Argentina. Síntoma de ese estremecimiento y no otra cosa son estas páginas donde he intentado guardar la equidistancia entre el halago y el vejamen".

Septiembre 1929

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[1] Podrían resumirse las anteriores observaciones en esta definición concentrada: guarango es todo el que anticipa su triunfo. Quede, por lo demás, íntegro el tema para una posible 'Meditación de los guarangos'.

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