La agonía del hombre del Pacto de La Moncloa

'Adolfo Suárez, una tragedia griega', es un libro de José García Abad, de flamante aparición en el mercado bibliográfico español, y redescubre a quien fue un líder decisivo en la recuperación de la democracia, el hombre del famoso Pacto de La Moncloa, que desde el 2 de mayo de 2003 no ha sido visto más en público. Así lo cuenta el autor del libro en el Crónica madrileño:

POR JOSÉ GARCIA ABAD

La gente intuye que algo pasa con Adolfo Suárez pero los periodistas no informamos de ello. Hay como un pacto no escrito de silencio en torno al primer presidente de la democracia que, en mi opinión, no tiene razón de ser. Es una actitud bien intencionada basada en el respeto que nos merece el personaje y en su triste destino, pero ni el respeto ni la compasión están reñidos con la información contrastada y cuidadosa.

Creo que ha llegado el momento de informar sobre una figura nacional, que pertenece a todos los españoles y que está ya en la historia.

Adolfo Suárez González no puede ser propiedad exclusiva de políticos y periodistas, de los cenáculos de enterados. El respeto a su figura no invalida el respeto al público con derecho a estar informado.

El duque de Suárez está enfermo, muy enfermo. La enfermedad, a la que nadie se decide a ponerle un nombre -¿mal de Alzheimer, demencia, locura, falta de riego en el cerebro?- empezó a manifestarse en pequeños síntomas aislados hace mucho tiempo.

Su hijo, Adolfo Suárez Illana, Junior para la familia, me asegura que no podrá saberse con exactitud la dolencia que le aqueja hasta después de su muerte.

Sus médicos pueden suavizar los efectos pero no atajar las causas; le reaniman en momentos de extrema postración, cuando le ven que no levanta cabeza o le sedan cuando se excita en exceso; cuidan de mantener los ciclos de día y de noche, de luz y de oscuridad y aconsejan la compañía de quienes le proporcionen sensación de familiaridad, de terreno conocido.

El presidente Suárez no sólo ha perdido la memoria; tampoco se acuerda de hablar. Lo intenta, balbucea, a veces consigue articular una palabra o una frase no siempre con sentido y algunos amigos muy íntimos creen o quieren creer que les reconoce, que se alegra de verlos, pero van espaciando las visitas.

"Lo pasas muy mal -me decía uno de los íntimos desde la infancia- ves que intenta decirte algo, pronuncia frases inconexas. Es una pena tremenda para los que le hemos conocido en toda su gallardía y vitalidad".

Su hijo Adolfo, con todo el dolor que le embarga, no se llama a engaño. La realidad es que el duque apenas puede moverse, apenas puede hablar y no recuerda a nadie. Anda con dificultad aunque su hijo ha dado instrucciones de que le dejen subir solo las escaleras que conducen a su dormitorio, aunque vigilado muy cerca por si se cae.

¿Hasta qué punto han influido las desgracias de la familia en el estado de salud del duque?

Imposible saberlo.

Javier González de Vega, quien fuera su primer jefe de protocolo, califica en conversaciones con el autor su dolencia de "síndrome de Juana la Loca".

Por suerte no sabe que su esposa Amparo y su primogénita Mariam han fallecido, que su hija Sonsoles lucha contra el cáncer y que su hija Laura, una pintora de fuerte personalidad y vida bohemia, afortunadamente sana, ha optado por no saber nada, por no someterse a revisión alguna, por si acaso.

Pepe Higueras, un personaje digno de una obra de Zola que fue mayordomo de palacio, y que le ha atendido cuando dejó de ser presidente, que ha cuidado de sus hijos, que les ha acompañado en las vacaciones y ha servido comidas en su casa de La Florida mantuvo con el duque una de las últimas conversaciones durante las que Suárez aún mostraba alguna lucidez.

Había llamado a María Elena Nombela, la abnegada ama de llaves, y ésta, que vio al patrón en forma, le preguntó: "¿Quiere hablar con el señor?"

Higueras contestó: "¿Pero se va a poner?"

"Sí, sí, se pone ahora".

El mayordomo amigo me comenta: "Y va y me dice: "¿Quién eres?".Y yo le contesto: "Soy Pepe Higueras, ¿me conoce?". Y él: "Sí, sí, sí". Y yo: "Bueno ¿qué tal está?". Y me contesta: "Bien, aquí estamos, bien, bien, bien". Y cuando oí aquello, la verdad es que estaba llorando. Con lo fuerte que ha sido, lo enérgico que ha sido en todas sus cosas... Oírlo hablar así me llegó al alma. Yo no sé. Yo he visto personas con Alzheimer, he estado hablando con ellas y hay momentos que no te conocen, pero hay momentos en que te conocen perfectamente, pero esta cerrazón que tiene no la puedo comprender".

La amistad del Presidente con su mayordomo se manifiesta con toda nitidez ante el hecho de que jugara al mus con Suárez: "Contra Suárez -matiza-. Yo jugaba de pareja con el general Gutiérrez Mellado2, y el Presidente con el cura, Manolo Justel Calabozo, ya fallecido, que dejó el hábito, se casó y se metió en el CDS.

La enfermedad de Suárez no tiene fecha conocida de nacimiento, pero su hijo empezó a detectarla hace mucho tiempo, quizás una década; avanzó insidiosa con el nuevo siglo y se hace mas agresiva, inocultable, a partir de 2003, cuando hace sus últimas apariciones en publico para apoyar la candidatura de su hijo a la presidencia de Castilla-La Mancha.

La última foto suya, o al menos la ultima foto oficial, fue tomada el 2 de mayo de 2003: puede verse al duque acompañado de su hijo y de José María Aznar.

Quien primero me alertó fue Santiago Carrillo, buen amigo del duque. A raíz de las declaraciones que hiciera éste con motivo de una conmemoración solemne en las Cortes: "Aznar ha sido el mejor presidente de la democracia".

El veterano líder comunista me comentó entonces: "Esa frase demuestra que Suárez padece una lesión cerebral".

Yo lo interpreté como una boutade: "Santiago, eres un malvado", le dije en broma, pero él insistió con toda seriedad en su teoría de que aquella declaración era la prueba irrefutable de que su amigo sufría "una lesión cerebral".

Pero lo cierto es que en un mitin que tuvo lugar con motivo de aquella campaña electoral en apoyo de su hijo, a la que acudió Aznar, miles de personas fueron testigo de su dolencia: "Mi padre ya estaba mal -me cuenta Junior- y yo no quería que acudiera al mitin, pero él insistió. Entonces le escribí un discurso con letras muy grandes. Leyó bien el primer folio, pero en el segundo perdió el hilo y volvió a leer el primer folio. Él se dio cuenta y dijo: "Perdonen ustedes, pero creo que me he liado". Retomó los papeles y empezó a repetir el fatídico folio. Finalmente dejó de lado el discurso preparado y con su espontaneidad habitual dijo: "Bueno, para qué mas discursos, yo lo que os quiero decir es que mi hijo es una persona de bien y que hará muy bien su trabajo". Los presentes estallaron en un aplauso interminable".

Después fui recogiendo testimonios de la familia y amigos, que me daban datos más concretos. Un antiguo colaborador monclovita le telefoneó poco antes de aquella comparecencia para pedirle que asistiera a una cena en la que se reunirían los viejos fontaneros del Presidente.

El duque rehusó: "Me gustaría mucho estar con vosotros, pero no puedo, tengo que atender a Amparo".

En otra ocasión Suárez rehusó la propuesta para un viaje justificándose: "Esto se ha convertido en un hospital. Aquí estoy atendiendo a Amparo y a Mariam".

Y una persona muy próxima al Presidente me aseguró que ya no distinguía entre los amigos vivos y los muertos: "Con frecuencia pide que le pongan con Manolo".

Manolo, para Adolfo, era Gutiérrez Mellado, muerto el 15 de diciembre de 1995.

Son muchas las anécdotas que circulan al respecto, algunas ciertas y otras fantásticas, pues la leyenda se ha puesto en marcha.

Una perfectamente contrastada: en cierta ocasión, en la que Suárez acudía a misa, sacó tranquilamente un pitillo y se puso a fumar en la Iglesia.

Otra que no he podido confirmar: durante un traslado a una clínica donde debían hacerle unos análisis, Suárez se tiró del coche y se puso a ordenar la circulación de automóviles.

Adolfo vive en su casa de La Florida, atendido por la fiel María Elena Nombela, ama de llaves de toda la vida, que es quien ha soportado todo el peso de su enfermedad, que le acompaña desde finales de los años '60, que ha cuidado a todos los hijos del Presidente como si fueran suyos, mayor en edad que éste y soltera, que no se permite un día de descanso, ni fines de semana ni Semana Santa ni Navidades ni veranos.

Adolfo Suárez Illana, que vive entre su finca de Albacete y su casa madrileña, va siempre que puede. Empezó quedándose los fines de semana y ahora ha invertido su horario: pasa con su padre los días de diario y se vuelve a su finca los fines de semana.

Últimamente, desde los meses finales de 2004, acompañan al duque en La Florida sus hijos Laura, la pintora intrépida, y Javier, "el pequeño", que se dedica a "sus labores", según suele calificarlas él mismo.

Es un broker independiente que se gana muy bien la vida realizando operaciones bursátiles para gente rica, los Hachuel, los Barreiros y demás celebridades de los negocios.

Sonsoles, que tras su desafortunada boda con Pocholo Martínez Bordiú, vive felizmente con el músico mozambiqueño Paulo Wilson, no frecuenta mucho a la familia, aunque mantiene con ellos el cariño de siempre.

No ocurre lo mismo con el yerno de Suárez, el viudo de Mariam, quien durante unos meses vivió en La Florida y que hoy mantiene relaciones muy tensas con su cuñado.

Recientemente la revista El Siglo daba cuenta de la "guerra de funerales" que se había producido con motivo del aniversario de la muerte de la hija del ex Presidente.

El viudo, Fernando Romero, Fer para la familia, celebró un funeral en la iglesia de Santo Domingo de la Calzada, mientras Adolfo contraprogramaba con una misa de difuntos en los Carmelitas de la calle Ayala.

La persona que se esfuerza por mantener algún tipo de relación entre ellos es Sergio Redondo, un ahijado del presidente Suárez a quien siempre trató como a un hijo.

Pocos saben que la madre de Suárez vive.

Doña Herminia, que reside en Avila con su única hija Menchu y el esposo de ésta, Aurelio Delgado, conserva bastante lucidez y todo su encanto a los 96 años.

Tuvo la amabilidad de recibirme en su casa poniéndose sus mejores galas. Naturalmente no se le informa de la situación de su hijo, aunque es de sospechar que a esta inteligente mujer no se le escapa nada.

Adolfo adoraba a su madre, todo un carácter, que tuvo que hacer también de cabeza de familia en las intermitentes ausencias del padre, Polo, el simpático buscavidas.

"Tiene el gran mérito -me dice Lito- de haber sido como la mujer fuerte del Evangelio, que en los momentos de crisis aglutinaba a aquella familia y que ha sido capaz, con ese olfato especial que ha tenido, de que sus hijos no echaran en falta al padre".

Herminia es una mujer presumida a su edad, en las proximidades del siglo de vida. El pasado Día de Reyes de 2005, las hijas de Menchu y Lito le regalaron un collar. Herminia anda con dificultad y recurre cuando se cansa a la silla de ruedas, pero aquel día en que lucía el sol sobre el blanco hielo con las montañas nevadas al fondo, Herminia se acicaló, se pintó los labios, paseó y se cuidó de que el collar que le regalaron sus nietas luciera por encima de sus prendas de abrigo.

¿Está bien atendido el Presidente?

Adolfo Suárez Illana, Junior me lo garantiza con énfasis.

Aurelio Delgado, Lito, el cuñadísimo del Presidente y tío de Junior con quien no mantiene buenas relaciones por conflictos de tipo económico, no duda de las atenciones recibidas, pero está convencido de que a su cuñado no le diagnosticaron correctamente ni, en consecuencia, recibió oportunamente el tratamiento adecuado.

Su hermano, Hipólito Suárez González, Polo, como su padre, que es médico, a raíz de la muerte de Amparo Illana intentó llevarle a la clínica de un amigo suyo en Suiza, pero Adolfo no lo consintió, provocando en Polo un profundo disgusto.

La atención médica permanente es impartida por un enfermero y le visita casi todos lo viernes el doctor Emilio Vera, abulense, que atiende a la familia desde los tiempos de Moncloa, les acompañaba en los viajes y fue quien detectó la enfermedad de Márian.

A veces se deja caer también Carlos Revilla, neurólogo y correligionario en el CDS, el partido fundado por el presidente en 1982.

Los amigos han dejado de acudir a su chalé de la Florida con la excepción de Fernando Alcón y de su esposa Jose, que son sus más íntimos amigos desde la infancia.

Alcón acompañó a Suárez en sus dos partidos, la UCD y el CDS, y no tuvo más ambiciones políticas que la de ser diputado por su provincia.

El matrimonio compartió sin reservas las alegrías y las desgracias de la familia y permaneció con ella hasta el final, junto al lecho del dolor tanto de Mariam como de Amparo.

Ahora son de los pocos amigos, quizás los únicos, que siguen visitando a Suárez, en la triste situación en que se encuentra.

Fernando Alcón me asegura que a veces les reconoce y que en alguna ocasión les llamó por su nombre. De lo que están bien seguros es de que sus visitas ejercen sobre el amigo un efecto muy positivo.

María José, Jose para los amigos, se esfuerza especialmente en hablar con él, le enseña fotografías y trata de ejercitar su memoria: "¿Te acuerdas, Adolfo, cuando estuvimos en tal sitio con tales personas...?"

Adolfo Suárez fue siempre muy católico, muy próximo al Opus Dei.

Su hijo, consciente de que a su padre le gustaría confesarse, aunque obviamente no puede hacerlo, ha encontrado una fórmula aproximada apoyándose en monseñor Antonio Cañizares, líder del sector ultraconservador de la Conferencia Episcopal, de la que ha sido elegido vicepresidente.

Monseñor Cañizares le visita y le conforta, o al menos proporciona esa impresión tranquilizadora.

Adolfo Suárez Illana está administrando con respeto y diligencia la posteridad de su padre. Tras la operación Cañizares se propone que tengan quizás la ultima visión de su padre personas de alta y muy variada significación, tan variada como pueden ser el Rey, Alfonso Guerra y Santiago Carrillo.

También tiene claro quiénes no estarán en el homenaje penúltimo: Felipe González y José María Aznar.

Adolfo Suárez Illana es también el guardián de todos los documentos, entre ellos algunos secretos de Estado. "¿Qué harás con ese material?", le pregunto.

La respuesta es cabalística: "Haré lo que tengo que hacer de acuerdo con las indicaciones que me hizo mi padre".

¿Saldrán a la luz finalmente las memorias de Suárez recopiladas por su hijo?

Mariam, la hija fallecida, disfrutó mucho organizándole el archivo: "Allí estaban -rememora ella en su emotivo libro- todas las cajas cerradas y los archivos de la Moncloa. Un montón de papeles y documentos de la primera presidencia democrática de España. Eran tantos que yo pensé en ese momento que él quería escribir sus memorias. Mi trabajo consistía en ir clasificando toda esa interminable documentación. Era una labor apasionante, divertida. Cada vez que abría una caja era como levantar la tapa de un tesoro largo tiempo enterrado. Cada papel era una alhaja, un diamante, un collar de perlas o un sable oxidado pero todavía cortante. Porque algunos papeles seguían siendo secretos a pesar del tiempo transcurrido.Así que él me iba diciendo: "esto puedes leerlo", "esto no lo leas", "esta caja no la abras todavía".

Adolfo Suárez es un personaje digno de una tragedia griega.

Sufrió en su fuero interno la condescendencia desdeñosa de los pesos pesados de la política que le apoyaron como a un chico de medio pelo que promete hasta cierto punto, hasta un nivel subalterno.

Los budas de la política no le perdonaron su éxito; no consintieron que el abulense les triunfara encima y se dedicaron a conspirar contra él y a profetizar su rápida caída.

Cuando ésta se produjo, cinco años después y con un equipaje político tan espectacular que roza lo milagroso, cayeron sobre él como buitres.

Han tardado años en darle al César lo que era del César y Suárez ha pasado del barro al oro, de la ignominia a la santidad.

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