Un "muerto político" bajo la presión de una intervención

El decreto de intervención a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es ya un hecho conocido por todos. Pero aún no fue firmado por el presidente, y las versiones acerca de la intencionalidad del mismo son varias. La versión del diario La Nueva Provincia:

En la secretaría Legal y Técnica que conduce Carlos Zannini, el hombre de mayor confianza del presidente Néstor Kirchner en el gobierno, descansa un borrador de decreto de intervención a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ese texto, empero, probablemente jamás verá la luz pública ni mucho menos será firmado por el mandatario. Es más bien un elemento de presión (uno más de los registrados en los últimos días) del kirchnerismo más duro contra el jefe del Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, para convencerlo de la conveniencia de renunciar y evitar ese mal remedio federal.

Cerca del presidente aceleraron las operaciones de desgaste del intendente, convencidos de que una elección anticipada para reemplazarlo -quizás simultánea con las legislativas de octubre- es por ahora el único remedio a la vista capaz de evitar el enorme naufragio de las veleidades plebiscitarias del santacruceño que supondría una derrota como todas las encuestas le auguran al PJ en el distrito.

En los laboratorios del kirchnerismo denominan a esa jugada como "la doble Duhalde". Remiten al escenario en el cual el ex presidente debió anticipar en seis meses la entrega de su mandato, apurado por las repercusiones políticas y sociales que dejó la muerte de dos piqueteros bajo los puentes de Avellaneda, el 26 de junio de 2002.

Una improbable intervención federal, más allá de aquel elemento de presión que le adjudican sus mentores, no es un escenario que pueda superar el voluntarismo de los estrategas oficiales. En la Capital Federal no se da actualmente casi ninguno de los elementos que empujarían por sí solos tamaña decisión: funcionan a pleno los poderes constitucionales y no hay un escenario de convulsión social como el que, por ejemplo, terminó con la presidencia de Fernando de la Rúa en aquellos trágicos días de diciembre de 2001.

Sólo las necesidades políticas del kirchnerismo de no perder ese distrito clave en octubre a manos de Elisa Carrió, o aun de la flamante coalición entre Mauricio Macri y Ricardo López Murphy, y el enorme desgaste que ha sufrido Ibarra a consecuencia de la tragedia de Cromagnon -a juicio de ocupantes de la Casa Rosada lo convirtió en "un muerto político"- han disparado esas afiebradas alquimias.

Hoy, las especulaciones de quienes rodean al santacruceño pasan por esperar que Ibarra entienda "los mensajes" que han comenzado a llegarle desde Balcarce 50 y dé un paso al costado. De ese modo, se pondrían en marcha los mecanismos de la "doble Duhalde" para convocar anticipadamente a elecciones.

Señales de la decisión de Kirchner de desembarazarse de su antiguo aliado han abundado en estos días. El presidente fustigó a Ibarra sin nombrarlo, cuando criticó el lunes a quienes no cumplen con su obligación institucional de tener escuelas en buen estado.

Unos días antes, durante un acto en el Salón Blanco para la entrega de subsidios a la Capital Federal, sentó a Daniel Scioli en medio de ellos dos, en un gesto que a nadie pasó inadvertido. Justamente, el vicepresidente es mencionado como el hombre que elegirá Kirchner para postularlo a sucesor de Ibarra en los eventuales comicios anticipados. Hasta deslizan con ironía en la Casa de Gobierno que Kirchner celebró el 25 de Mayo en Santiago del Estero no para escapar a las homilías del cardenal Bergoglio, sino a una foto junto al devaluado Lord Mayor.

Los propios familiares de las víctimas de la tragedia de Once han aparecido por estas horas como funcionales a los intereses del gobierno. El lunes dijeron, antes de visitar a Aníbal Fernández, que Ibarra será responsable de cualquier "accidente" que tenga Omar Chabán. Y, cuando salieron, pidieron directamente la intervención federal al distrito.

El jefe de Gabinete, Alberto Fernández, es hoy un observador crítico de todos estos enjuagues, en especial de los manejos de Zaninni -quien lo ha convertido en su enemigo-, temeroso el ex cavallista de perder el control que tiene sobre las estructuras del PJ porteño, las cuales deberían servirle para su postulación a jefe de Gobierno en 2007.

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